Curso Outono 2019

En este Outono de 2019, abrimos una nueva mesa de despacho en donde dejaremos, para nuestro disfrute y de todos los que nos quieran leer, los relatos que escribimos en las creativas clases de escritura de Chus Molina. Ánimo compañeros, y a escribir.

41 comentarios:

  1. Se había comprometido a subir todos los días al desván. Juan le había pedido que no le dejase solo mucho tiempo, pues tenía miedo. Cada escalón que subía era un paso más hacia su destino final. Tenía miedo a Juan. Siempre había sido bueno con él, le cuidaba de la ira de su padre potenciada por el alcohol, intentaba compensar la frialdad e indiferencia de su madre y le daba su preciada onza de chocolate los domingos. Se lo debía, ahora le tocaba a él cuidarlo.
    Al pasar por delante de la ventana, soñaba con ser mayor para poder abrirla y adelantar el fin. Mientras eso llegaba, subía aguantando las lágrimas ante el espectáculo que le esperaba.
    Aquel día nada lo diferenciaba de los demás. Abrió la trampilla y echó hacia atrás la cabeza en un vano intento de protegerse del hedor que de allí emanaba. Su hermano gritó su gemido de alegría por la única compañía que tenía. Fue a abrazarlo, a darle un beso en su desfigurada cara, a peinarle el poco pelo que le quedaba. Juan lo abrazó largo tiempo, llorando sin lágrimas, reconfortado con su calor. Era el ritual de todos los días. Le lavó con cuidado las cicatrices, le echó pomada y le masajeó sus rígidos músculos sin notar ninguna diferencia. Después, recogió en una bolsa toda la ropa sucia, limpió todos los excrementos de la cama, puso sábanas limpias y le dio de comer. Juan siempre le daba parte de su comida y ahora, aún teniendo solo una ración al día, insistía en que él también comiese de su plato. Lo que ninguno de los dos sabía es que su madre, aquel ser cruel que se negó a llevarlo al hospital cuando su padre casi lo mata por el qué dirán, que lo encerró en el desván y mintió a todo el mundo con una vida nueva con sus abuelos, se había apiadado de su vástago mayor y lo había ido envenenando poco a poco. Aquel día, cansada de fingir que nada le importaba, había echado una dosis letal en la sopa, esperando terminar por fin con el sufrimiento de su hijo predilecto.

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  2. Te esperé allí, en nuestro sitio, al lado de la farola, frente al portalón. Te esperé como hacía todos los días, solo con estar allí ya era capaz de evocar tu aroma. Me jurabas que no te echabas ningún tipo de colonia, que eso era de hombrezuelos. Yo sonreía y fingía creerte. Eran tiempos revueltos, la escasez de comida obligaba a acudir al estraperlo. Las farolas empezaron a llenarse de extraños símbolos para los desconocedores de los códigos: dónde conseguir pan, dónde algo de la preciada carnes, dónde huevos o leche. Nuestra farola tenía una marca que desconocía. La busqué por más sitios pero nunca la encontré. Sospeché entonces que era la señal de las fruslerías, de algo tan banal y superfluo como la colonia. Un día me decidí a ir a otra hora, no a la de nuestro paseo. La gente se acercaba a ver las señales con la sutileza de quién hace algo prohibido: se agachaban a calzarse bien, se ajustaban el sombrero, estornudaban, hacían cualquier cosa que requiriese pararse unos segundos a mirar. Por fin un hombre con tu misma colonia paró a encender algo tan deseado como un cigarrillo. Lo seguí discretamente, todo lo que podía la hija de un humilde funcionario de correos. Después de diez minutos de paseo entre casas venidas menos, se paró frente a una anodina. Había una farola con una marca parecida a aquella única de nuestro lugar de encuentro. La puerta de la casa se abrió, el hombre entró y salió al poco con un bulto bajo su abrigo. Me puse frente a la farola pero la puerta no se abrió para mí.
    Por la tarde, fui como siempre a nuestro castillo, a esperarte al lado de la farola. Pero nunca me llegó el olor de tu colonia. No sé por qué te molestó que descubriera tu secreto, no sé si pensabas que yo creía que eras de familia rica y ya no te querría por no serlo, yo, la hija de un funcionario y una costurera, con los dedos pinchados de aprender el oficio materno. Quizá mi ropa te despistó, hecha con los restos de telas de nuestras clientas. Pero yo no podía permitirme el lujo de echarme colonia, eso debería haberte indicado que yo también era una hija de la posguerra. Quizá debería haber luchado, debí haber ido otra vez a aquella casa a esperar a que me abrieras la puerta, debí haber vuelto a nuestra farola. Pero aquella tarde la decepción de tu obrar me hizo odiar aquella colonia y, con ella, a ti.

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  3. El cumpleaños

    En estos tiempos de dura competencia snob hay que ser brillante, original, intelectual y aventurero; por supuesto, comprometido en causas ajenas más que en las propias, solidario, inclusivo, tolerante y censor en proporción de mitad y mitad, e incluso animalista.
    Me encargaron organizar un cumpleaños, lo cual hoy en día es un reto si no quieres parecer normal, lo normal no está de moda.
    Mi misión consistía en superar el listón del último happy birthday que mis amigos y yo pasamos vomitando en un soleado pero ventoso día de navegación en un velero de alquiler.
    Las fotos resultaron una mierda, ni los mejores filtros coloreaban la palidez que te provoca un buen meneo marítimo. ¡Y se nos mojaron los libros de salpicaduras! El sol se reflejaba en las portadas, se resbalaban en las toallas que habíamos extendido por la cubierta, era imposible hacer una toma decente en la que se leyese el título y el autor tan cuidadosamente elegido…lo dicho, una mierda.
    Los camarotes eran de lujo ¡ocho!, el comedor quedaba precioso en las imágenes con sus latones dorados y maderas nobles si no nos poníamos nosotros, pero el más tonto seguidor de tus redes desconfía, como es normal, de que las hayas bajado de internet para presumir. Así pues, montamos de decorado de brilli-brilli, la tarta fashion y el vino caro. Comimos y descomimos, bebimos y desbebimos. No me quiero acordar.
    En fin, les propondré un paseo en avestruz, no se lo esperan y es ecológico ¿pero qué paseo? ¡una carrera!
    Compartiremos el evento en todas nuestras redes, contactaré con la casa de apuestas que han montado en el bajo de mi edificio y el ganador tendrá la obligación de donar el premio a la investigación de la fertilidad del suelo en Marte; estamos a tope con la agricultura sin químicos y pesticidas, va a sonar superchic.
    ¡Ya veo a Pili sobre el avestruz! ¿Le gustará? Sé que no está para muchos “trotes”.
    Te juro Pili que hoy vine andando y nunca lo hago, por la falta de costumbre salí sin paraguas y tuve que comprar uno por el camino.
    Que quería cogerte unas flores sencillas pero mi sitio de referencia estaba cerrado por descanso tras el maratón del día de difuntos.
    Que comí mi rabia con la esperanza de encontrar otra floristería en mi camino y la encontré.
    La encontré y me dijo que no tenía nada porque había estado cerrada una semana por un merecido descanso, ni una mala plantita.
    Así que aquí me tienes sin nada, lo cual me convierte en normal.
    Auténticamente normal, así como nosotros somos que nos hacemos felices compartiendo un café.
    Felicidades Pili!!!!

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  4. Mujer sobre avestruz.
    La modelo quería ser famosa a cualquier precio. Recordaba su infancia en la granja de sus padres, recogiendo los huevos todos los días entre las tranquilas gallinas. "No deben de ser muy distintas" pensó, "un poco mayores quizá". En el vuelo a África pensó en la película de Casablanca, en clubes nocturnos donde los dandys fumaban y las mujeres eran atendidas como princesas. Soñó que Sam tocaba una canción con la que Humphrey la recordaba y le declaraba su amor eterno. Al llegar al aeropuerto, el calor la despertó a una bochornosa realidad. Cuando vio el destartalado todoterreno que le esperaba, se hizo la ilusión de que el presupuesto de hospedaje se había dedicado a un fastuoso hotel, idea destrozada cuando llegó a la inmensa granja de variados animales exóticos y edificios de adobe. "Si esto es lo que tengo que hacer para triunfar, lo haré", pensó con determinación. Un hombre alto y delgado, algo encorvado pero rubio, como si el color de su piel no fuese suficiente para identificarlo como tal, fue el primer no africano que vio desde que llegó, y al primero que pudo entender sin ser por gestos. "Richardson, no suena a protagonista", pensó. La llevó a su cuarto donde le esperaba una bañera llenada por las nativas. Se imaginó a una dulce Mammy ayudándola a secarse y vestirse pero otra vez la realidad le defraudó. En su lugar, el tal Richardson apareció en medio de su baño, sonriendo como un niño ante un helado, de tan imbécil que era ni puso una sonrisa ladeada u ojos de conquistador. "Lo que sea por triunfar", se repitió. Soportó que la ayudase a secarse y vestirse, comiéndose una mezcla de rabia y lágrimas a la que estaba tristemente acostumbrada. Solo esperaba con esas fotos, lograr el triunfo y reconocimiento mundial y dejar de tener que aguantar a babosos pichacorta que se creían con derecho a humillarla y someterla.
    Cuando el idiota de turno la dejó en paz, apareció el fotógrafo con todo su personal y ahí empezaron a tratarla bien. En esa profesión, tratarla bien era mirarla pero no verla, era un objeto más de un decorado al que había que vestir, maquillar y peinar para que encuadrase en la fotografía. Se dejó hacer, obedeciendo las instrucciones que siempre eran del tipo "que la modelo haga esto", " que la modelo se ponga así", "que la modelo esto otro". "Si hay que subirse a una avestruz, se sube", pensó, "quizá soy Rose esperando a Charlie". Altiva, orgullosa, con los ojos cerrados, "que la modelo levante la cabeza". Hora y media bajo el achicharrante sol, cada poco retocando el maquillaje del sudor. "Que alguien le ponga a la modelo algo en el pelo, y que tenga clase, ¿es que no se lo lavó al llegar?" Por fin aquel aprendiz de Arnold Newman dio por finalizado el trabajo. Antes de tocarle los pechos, le dijo "De esta mierda te sacarán mis fotografías pero aún tengo que catarte yo". Fue más de lo que ella pudo aguantar. El bofetón en la cara de aquel camarilla asustó a las avestruces, que corrieron nerviosas repartiendo zarpazos a diestra y siniestra. Uno de ellos le cruzó la cara, le destrozó el ojo derecho, le seccionó la nariz y le partió los labios. Humphrey ya no se enamoraría de ella, nadie tocaría su canción. La realidad volvió a despertarla de un dulce sueño.




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  5. 19/11/19 /AGORA
    Título: “Todo el mundo es verde”

    – ¡...Y el mundo, de repente, se volvió verde!– Fin del cuento. Ahora; a dormir.
    – ¡Mamá!– gritó Alexandra, mientras su madre arrimaba la puerta de su cuarto.
    Ésta retrocedió encendiendo el interruptor de la luz.
    – Alexandra ¡basta de juegos! Tienes seis años y a esta hora debes descansar–
    – Pero… ¡Mamá! ¿Cómo se pudo volver verde?– Alexandra, con los ojos muy abiertos, las mejillas de su carita encendidas y completamente incorporada en su cama, miraba a su madre con gesto de preocupación.
    – ¿Verde, mamá? Yo no quiero que se vuelva verde.
    – ¿Por qué no? – preguntó su madre, algo extrañada, mientras se sentaba en un lado de la cama.
    – Porque no lo puedo imaginar así, mami. El mundo que yo veo es gris por dentro y negro por fuera – ¡No hay nada que sea verde, mamá!
    La madre de la pequeña Alexandra se dio cuenta de que llevaban en la nave demasiado tiempo. Girando sin rumbo. Aquella especie de Arca de Noé no tenía destino ni fin. Un solo objetivo la movía; localizar un punto azul en la galaxia y rezar para que la superficie fuese lo suficiente verde.

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    Respuestas
    1. Hola Olga:
      Con pocas, pero escogidas palabras, introduces al lector en un mundo futurista, en una habitación desde la que las expectativas de una niña son totalmente diferentes de lo que hoy entendemos debería ser.
      A eso se llama saber utilizar el lenguaje y la imaginación, o sea saber escribir.
      ENHORABUENA
      Moncho

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  6. Todo el mundo es verde.
    Dice el director de mi cole que no, que las personas se dividen en tres colores: rojas, naranjas y verdes. Dice también que casi todas las personas son rojas, es decir, desconocidas, y que no puedo hablar con ellas. Pero él no entiende que si yo las miro, ya las conozco pues me sonríen. El intenta explicarme que lo hacen porque yo soy especial, porque tengo un cromo de más aunque yo lo que colecciono son gomas de borrar. Dice que las rojas pueden pasar a naranjas si las veo a menudo, si tenemos amigos en común o si me sé su nombre. Solo los familiares y amigos son verdes: puedo hablar con ellos de cualquier cosa, les puedo pedir favores y dejarles mis juguetes. Él insiste en que no, que yo no puedo sentarme en el autobús y empezar a hablar con la señora de al lado como si la conociese, pues la pongo en un aprieto. Yo le digo que nunca aprieto a nadie, que no me gusta tocar a la gente y que si alguien me toca, un huracán invade mi cerebro y solo mi mamá lo puede calmar. Dice el señor Ramírez que por eso debo quedarme también a dormir en el centro, que Mamá ya está muy mayor para cuidarme pero yo veo a mi mamá muy guapa, es la mejor mamá de todas las mamás del mundo mundial. Mamá llora, dice que yo siempre seré el mejor hijo de todos los hijos del mundo mundial y que vendrá a verme todos los días. Papá está serio, hoy no debió de dormir bien porque tiene cara de cansado. El director vuelve a hablarme: " Diego, aquí tienes muchos amigos, tendrás un dormitorio para ti solo al que podrás traer todas tus cosas, no las echarás de menos. Y no tendrás que coger el autobús para venir ni te aburrirás en casa los días en que no hay cole". Yo le digo que no me aburro pero Mamá me recuerda que la niebla entra en mi cabeza y me olvido de decir que tengo ganas de hacer pis o caca, que los primos ya no vienen a vernos porque en su cole les hacen estudiar mucho, no como aquí que jugamos todo el tiempo, que en el cole las escaleras son más anchas y no me caeré tanto. Mamá me promete que vendrá a verme todos los días y que me traerá gominolas de fresa en forma de osito. El señor Ramírez me promete que aquí todo el mundo va a ser verde y que nunca más volverá a hablarme de naranjas y rojos. Mamá me sonríe entre las lágrimas, veo en los ojos de Papá una luz que nunca había visto. ¡Sí que va a ser bueno vivir aquí!

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  7. Todo el mundo es verde

    Antes del Big Bang todo el mundo era verde o, al menos, debía parecerlo, los rojos habían desaparecido en extrañas circunstancias en una glaciación selectiva. No se entiende que a todo lo que no era verde se le llamase rojo.
    Los verdes del mundo verde eran tenaces, resistentes al blanco que pudiese matizarlos un poco.
    Al morir el líder cósmico de aquel mundo monocolor se produjo una explosión cromática, una fiesta de luz artificial que dio origen a un universo en expansión.
    Inexplicablemente todos los verdes se convirtieron en azules, azules, azules.
    Volvieron los rojos. Al contrario de lo que se pueda pensar el rojo es un color versátil, hay ciento cinco tonos de rojo; con el paso del tiempo cada uno revindicaba su matiz, su verdad, su razón, con lo que el rojo jaspe, rojo ladrillo, rojo mate o rojo pasión fueron tornando en rojo, morado, ocre, azul celeste, pistacho y unos escasísimos verdes de genuino verde hierba…Esta descomposición de la luz blanca sigue en proceso de disgregación espacial y partición infinita.
    Los azules, azules, azules evolucionaron a azules y naranjas. Los naranjas perdieron energía, materia y órbita, se teme por ellos, nadie sale de un agujero negro.
    Los azules más auténticos se desnudaron de los anillos que los contenían y en un striptease indecente se les quedó el verde al aire, el verde del origen, aquel verde de ejércitos grises con argumentos sólidos que quebraban huesos.
    Rojos, morados, malvas clarito, ocres y celestes no los vieron venir. El caos se hizo fuerte y amenazó con tormenta solar extrema. Muy extrema.
    En los ciclos de la luz y la materia, temed la fase más oscura, cuando todo el mundo es verde. Verde. V.

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  8. ORACIÓN PIRATA, OUTRA VEZ

    -Lévame contigo- berrei muda.

    -Lévame contigo- berrei caladiña.
    Quixen dicir, mais non fun quen,
    quixen facer, e non me movín.

    -Lévame contigo no teu barco de papel,
    lévame contigo e subiremos coas anduriñas
    para desfacer dende o alto
    as beirarrúas de adoquín.

    -Lévame contigo! - exclamaba ao ar,
    sen entender,
    sen ver,
    que, ao meu carón
    agardando estaba
    un neno, aquel neno que non vía,
    e que sen falar suplicaba,
    unha vez,
    outra vez,
    que o deixara pasar.

    E eu non escoitaba o lamento dos seus ollos,
    e eu non vía a queixa mansa dos beizos,
    que lembraban que tamén tiña un cantar.

    -Lévame contigo- díxenlle entón ao neno-
    -Lévame contigo e estarei no teu pensamento
    para convertirnos en lamento
    se a inxustixa colorea a túa pel.

    -Lévame contigo nos ollos
    para comprender.
    -Lévame contigo nos dedos,
    para ser tacto,
    e xuntos ler.

    -Lévame contigo cando susurres
    -”Mamá, quero vivir!”
    -”Papá, déixame ir!”

    -Lévame contigo na ilusión
    e teceremos un mundo de aloumiños,
    con dignidade,
    con paixón.

    - LÉVAME CONTIGO!!

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  9. El hambre empezaba a hacerle sentir débil, no podría aguantar mucho más. Tenía que cazarlo, fracasar no era una opción. Su presa parecía un poco vieja, mejor, así le costaría menos alcanzarla. Observó que el claro del bosque donde pastaba el ciervo tenía una salida. Sigiloso, se dirigió a ella. Al llegar, pisó una rama. El herbívoro levantó las orejas, miró hacia allí y, por instinto, se alejó. El raposo supo que estaba un paso más cerca de su comida. Se agazapó, su corazón se puso a latir desembocado, sabía que esa fuerza era necesaria para alcanzar a su botín pero este aún no había caído del todo en su trampa. Hizo un pequeño ruido con sus dientes. El cérvido volvió a mirar al claro: si allí estaba su depredador, no podría utilizarlo para huir. Vio un hueco entre los árboles y pensó que podría ser una vía de escape segura si realmente estaba en peligro. Fue hacia ella. El zorro supo que ya todo estaba a su favor. Con el pulso más calmado, salió de detrás de los arbustos en donde se había escondido y corrió hacia él. Como esperaba, el susto del animal fue pequeño y huyó por donde lo había dirigido. Corrió, todo lo que pudo, sabiendo que su edad pesaba en su contra pero también en la de su víctima. Era cuestión de quién aguantase más, el ciervo o el zorro, un combate a muerte con forma de carrera. Sus fuerzas empezaron a desfallecer, quizá era muy viejo, quizá no merecía ganar esa competición. La poca energía que le quedaba la estaba consumiendo en una presa que aún vieja, era sabia y corría por donde a él le era más difícil. Pero el ciervo también empezaba a dar muestras de cansancio. Quién sabe, quizá aún tenía una oportunidad de vivir un poco más. Era una captura grande, le daría para un buen banquete. Renovado su ánimo, siguió corriendo hasta que su botín tuvo una duda: subir por el claro o seguir por el bosque. No le dio tiempo a tomar una decisión, el raposo lo atacó, mordiéndole un zanco. Sabiendo que era en vano, el venado quiso seguir corriendo. Pero el zorro ya se estaba relamiendo ante su inminente festín.

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  10. NOSTALGIA

    Los zapatos vacíos de los escaparates me atraen. Me paso horas contemplándolos, construyendo mentalmente pies, tobillos, pantorrillas, rodillas y muslos que los habitan. Pero nunca consigo llegar más arriba. A veces los dependientes salen a la puerta y me miran con desconfianza. Entonces, aturdido, huyo recluyéndome en mi casa. Pero al día siguiente un impulso irresistible me lleva de nuevo a las vidrieras de las zapaterías. Debería reprimirme, lo sé, o al menos practicar esta imaginaria arquitectura física en la intimidad del hogar.
    Ahora pienso que jamás debí deshacerme de mis zapatos después del espantoso accidente que me privó de las piernas.

    ACOSADOR

    Los zapatos vacíos de mi difunto marido me persiguen día y noche. Aunque nadie parece verlos, todos los días me siguen por la calle y suben conmigo a la oficina. Por las noches se ponen al lado de los míos al pie de la cama. Naturalmente, no pego ojo y cuando desfallecida me vence el sueño, me despiertan con un insistente tap-tap sobre el parquet, que me recuerda su espíritu autoritario, mezquino, estúpido… Entre todo este florilegio de “virtudes”, ahora, demasiado tarde, descubro que también era un tipo vengativo. Tampoco era para tomárselo así. De alguna manera tenía que deshacerme de él.




    ESPAÑA

    Los zapatos vacíos de mi madre me hacen llorar, pero si me los pongo, oigo boleros y tiernas palabras susurradas a su oído por mi padre.
    Si me pongo las playeras vacías de mi padre, oigo la tranquila resaca de lejanos días veraniegos de sol, seiscientos, y tortilla de patatas con la abuela.
    Si me pongo las zapatillas vacías de la abuela, oigo tardes de radio, chocolate, canastilla, dedales, labores de bordado y nostalgia del abuelo.
    Las viejas botas militares vacías del abuelo solo me las puse una vez. No he podido soportar el fragor de las trincheras.

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  11. VENGANZA
    Los zapatos vacíos caminaban a mi lado siguiendo el compás de mis pasos, en una noche que despuntaba oscura. Cuando yo apresuraba el paso, ellos aceleraban conmigo. Eran negros y acordonados. Sus pisadas retumbaban con ruido sordo en la calle desierta. Tacatac - tacatac. Les grité que se fueran, les amenacé. Luego se lo pedí llorando, dejarme en paz, pero siguieron ahí. Cuando abrí el portal intenté obstruirles el paso, pero lograron entrar. Y al acostarme se quedaron a los pies de la cama, con mis zapatillas, como to-dos los días. Tenía que haberle empujado con los zapatos puestos.

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  12. EL DOLOR DE LA ARITMÉTICA
    Los zapatos vacíos estaban amontonados en la orilla del mar como si fueran los restos de un exterminio. La patera tardo 14 fatídicas horas en ser rescatada. Apenas unas palabras en las noticias. Yo lo sé porque tras los salvamentos, mi profesora siempre nos hace un examen con un único problema: Si embarcan 47 inmigrantes y llegan 27, ¿cuántos se ahogaron? Y si 12 eran adultos, ¿cuántos niños había? Dice que la verdad está en la sustracción, no en la multiplicidad. Hoy el director nos dijo que la profe de matemáticas no volvería. Otra maldita sustracción.

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  13. FEITIZOS DE ILUSIÓN

    Era unha tarde fría. Estaban entumecidos os meus músculos pero eu sentía a necesidade de subir. Ante min estaba a escaleira de pedra brava, milenaria, con musgo pegado no chan e polas paredes semellando mapas, mapas polos que eu xamais podería danzar en liberdade.
    Si. Eu sentía a necesidade de subir. Só eran dez chanzos de escaleira. Dez endemoniados chanzos de incomprensión. Só eran dez chanzos para vogar nas ondas da vida.
    Pasaron moitas horas, quizais días, quizais anos...
    Eu estivera naquel acubillo protexido dos bombardeos da superficie. Miña nai estaba alí. Foi por comida e non volveu.
    Meu pai desaparecera había moito tempo, ou mesmo podería ser a semana pasada... non sabía. Meu pai era forte, era grande, e marchou mentres nós xogabamos a contar os estalos que semellaban as bombas das festas. Estabamos mortos de risa imaxinando as cores e agardando o son das orquestras. Miña nai mandounos contar estrelas e imaxinalas de cores, porque disque que alí estaba meu pai, mirando, protexéndonos. Eu nunca pensei que fora verdade, porque non podería ir tan alto sen cohete, pero gustábame imaxinalo axudando á lúa e ao sol a bailar o mundo, como facía coas nosas buxainas.
    E baixamos as escaleiras, miña nai podendo con todo, comigo tamén. Meu irmán cantaba a letra dunha marcha militar.
    Meu irmán tampouco estaba agora. Fora pola mamá. Seguro que están co papá no alto.
    Si, teño que subir.
    Si, teño que subir agora que amainaron os estalos.
    Pensarei como poñerlle ás á miña cadeira de rodas.

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  14. 1. Los niños corrían expectantes. Sus profesores intentaban calmarles, tarea imposible para chiquillos de aquella edad. Llevaban dos semanas de viaje por todo el país y estaban deseando ver a sus familiares. No se les notaba el cansancio de las tediosas visitas a museos - sus maestros suspiraba ante sus quejas- , las horas de piscina, los paseos por las plazas famosas y los interminables selfies en los sitios más emblemáticos. El conductor del autobús los miraba sonriente, contemplando una vez más el espectáculo y la buena labor de los profesores apaciguando a las fieras. Se dijo a sí mismo que nunca se hubiese cansado de verlo. Poco a poco, la algarabía fue decayendo y los niños se pusieron en la pretendida fila. El chófer se sintió en la obligación de ayudarlos. Uno a uno, los chicos fueron subiendo aquellas viejas escaleras tantas veces pisadas. Arriba, un profesor los iba entregando a sus seres queridos. La alegría por verlos compensaba el final del viaje. Un apretón de manos sirvió de despedida del conductor. Una madre llegó en el último momento.


    2. Se permitió el lujo de recordarlo una última vez. Nada indicaba que aquella noche de jueves no iba a ser distinta a las demás. Quedó en el sitio de siempre con sus amigas, quienes iban apareciendo solas o en grupo, según se fuesen encontrando por el camino. La espera era una escusa para tomarse la primera cerveza. Juntas hicieron la ronda de bares y juntas fueron al primer pub. A partir de ahí, la aparición de los novios o el surgir de ligues las separaba. Ese fue su caso. Un chico alto, de grandes manos y pelo cuidadosamente despeinado. Recordó cómo se fundieron en un beso en el segundo baile. Volvió a sentir aquellas suaves manos recorrer su espalda mientras descansaban de una noche de pasión. Pasión, no sexo, no sabía por qué pero aquella vez había sentido algo distinto. "No me puedo colgar de un tío la primera vez que lo veo" pensó mientras su mano recorría el musculado abdomen del chico. Pero en ese momento, él le besó el pelo y supo que ya lo había hecho. La noche acabó y el desayuno fue comida. El día sirvió para hablar de sí mismos e intercambiar sus teléfonos. De vuelta a casa, el móvil decía que estaba encantado de haberla conocido y que quería verla otra vez. Dejó el aparato en el asiento del copiloto, él seguía escribiendo. A los pies de aquella vieja escalera, sonrió feliz de haber encontrado el amor y subió.

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  15. 3. Llegaba tarde. Y eso que había hecho todo lo imposible por evitarlo. Iba en su naturaleza, se había pasado toda su vida apurando, organizando meticulosamente todos sus días, poniendo alarmas, adelantando el reloj, mil y un trucos inútiles sacados de revistas y libros de autoayuda. Su hija ya no le reñía cuando al fin aparecía, ya contaba con ello y se ponía a hacer los deberes a la espera de su llegada. Su preciada princesa llegaba de la tan soñada excursión. Se moría de ganas de que le contase todo: si había podido sentarse en el autobús cerca del chico que le gustaba, si había podido ver El Guernica, cuánto había tardado en  comerse el arsenal de galletas que le había metido a escondidas en la maleta. Ensorta en sus pensamientos, aceleró para llegar a tiempo y aún así, llegó tarde.

    4. Todo un hombre hombretón como él había caído. Su enorme cuerpo le permitía beber como el que más y aguantar hasta que la chica de turno hubiese bebido lo suficiente para ser una presa fácil. Optimización de recursos, decía. Pero aquella chica tenía algo que le hizo saltarse su estrategia. No sabía qué, si el pelo cobrizo ondulado, sus finos labios o la seguridad que mostraba en sí misma. No sabía cómo pero se había prendado de ella en el segundo baile. Sí, baile, él, el de los dos pies izquierdos se encontró a sí mismo bailando una bachata con aquel ser que le miraba con una gran sonrisa. Sintió el deseo de besarla, ella lo notó y buscó sus labios. Él, que se emborrachó en la boda de su hermano pequeño desesperado por el error que creía que estaba cometiendo. Aquella noche se pareció a las demás pero fue totalmente distinta. Fue como si todo empezase. Lo que no se atrevió a decirle en persona se lo dijo por el móvil. Quería volverla a ver, quería... Lo había fastidiado todo. Subió aquella angosta escalera con resignación.

    5. Él no tenía que estar allí. Lo sabía, lo sentía. Vio como el coche rojo invadía el carril del autobús, como este, al girar bruscamente, volcaba sobre un utilitario azul y los tres vehículos chocaban con un gran estruendo sobrecogedor. Paró su coche a un lado, se puso el chaleco mientras corría al autocar y luego sintió como otro coche lo empujaba al amasijo de hierros, uniéndose a su destino. Él no tenía que estar allí subiendo aquellas escaleras. 

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  16. La escalera.
    La vida es cuesta arriba pero, a veces, es subir una escalera. El ascenso no es continuo, va a trompicones, subes de golpe y luego paras un poco. A veces te cuesta más, a veces, menos. Otras, las subes sin darte cuenta. También tropiezas y eso te frena. Por supuesto, también caes.
    Hay muchos tipos de vidas, tantos como escaleras. Las hay mecánicas, que te suben sin esfuerzo. Quienes no las poseen miran con envidia a sus dueños sin saber que, en realidad, son ellos los privilegiados. Hay majestuosas escaleras de mármol en viejos edificios que han visto subir y, a veces, bajar, a numerosos usuarios que crecieron en prestigio o en riqueza. Su lustre es un símbolo en sí, una marca de por vida de su paso por este mundo. También las hay modestas, de madera, gastadas por tantas generaciones subiendo por ellas. Hay escaleras naturales, hechas por el paso de vidas libres que aprovecharon los peldaños ya existentes para avanzar. Y hay escaleras que no llevan a ningún sitio.
    De todas cuantas escaleras he visto, hay una que siempre me ha llamado la atención y observo con curiosidad su vida. Es una escalera de piedra rugosa, y aún cuando que está gastada por el centro, su superficie es áspera. Está metida entre dos edificios, carentes de ventanas en sus paredes, como si nadie quisiera verla. Tampoco tiene pasamanos, en un claro gesto de no querer facilitar su subida. No le gusta que le dé el sol, es fría y húmeda. Evita también el viento aunque aprovecha las hojas que éste le trae para cubrirse. Gusta de que el musgo crezca en ella y ascienda por las paredes, rugosas como su piel. Se puede decir que sí, es coqueta en su grosería.
    Como decía, observo su uso. ¿Quién quiere subir por ella ahora que las hay más nuevas? Antes era muy utilizada, a su pesar. Sus primeros peldaños eran subidos con ganas, con la alegría de los primeros años de vida. Por eso, y porque el número de personas que la empezaban a subir era más numeroso que el que la acababan, están más gastados. A medida que ascendían, la escalera iba echando a sus usuarios. ¿Cómo osaban poner sus sucios pies en ella? Cuando fue hecha, pocos eran los que serían capaces de subirla en su totalidad. Con el devenir de los tiempos y la mejora de la medicina, más gente llegaba al final. Furiosa, intentaba librarse de ellos con más ahínco pero no lo conseguía. Su humor se agrió más y, por ello, se fue oscureciendo. Ya pocos quieren subir por ella, viejos a quienes no les gustan las nuevas escalinatas o nostálgicos de una época ya pasada. Así que la escalera está feliz, aunque ella no lo sepa y refunfuñe sin parar. Muchos pasan por su frente y se preguntan cómo será su ascenso: ella se encoge, logrando que un aire frío y húmedo los envuelva y desistan de su idea. Sin embargo, los pocos que no se desaniman, adoran a mi pequeña escalera.

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  17. La escalera.
    Paso lúgubre y funesto, cuesta arriba mirando al suelo.
    Tu andar es solitario y deshonesto.
    Sigo tu sombra, mal avieso, porque tu caminar es mi pesar.
    Y mientras subo por tus peldaños, el dolor se me hace extraño, contando en cada hueso el amor que hacia ti emano.
    Subo, a tu pesar, despacio y sonrío con cada verso que aquí cuento, esperando que en el ocaso, tú me des un beso.

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  18. ESCALERA

    Quise subir la escalera para salir del infierno, en el cuarto peldaño oí su llanto. Se ha roto, pensé, el hombre fuerte ha quebrado, sentí pena y bajé.
    Quise subir la escalera que me llamaba a la luz, al llegar a la cuarta me pediste ayuda para dejar de ser así. Yo creí que podría porque el amor todo lo puede y bajé.
    Sabía que aquella escalera podía darme otra vida y subí cuatro escalones, ¿recuerdas, mi amor, cuando éramos felices? Podemos volver a serlo, piensa en los niños. Bajé.
    —Puedo hacer una locura si no vuelves conmigo
    —¿Qué va a hacer un loco sino locuras?
    Me arrastró escaleras abajo.
    Me vi sin saber quién era sentada en la cuarta escalera, quizá toda la culpa es mía ¿y qué voy a hacer sin él? ¿quién me querría a mí? Cargué mi fracaso a la espalda, regresé.
    Intentando subir por la escalera desangrándome desfallecí sin pasar de la cuarta. Me tiró gasolina y prendió fuego a mi cuerpo.
    Sobrevivió la escalera.
    La dura escalera de piedra siempre ha estado ahí, no importa la cultura, la religión, la pobreza o la riqueza ni que tantas mujeres no hayan superado el cuarto escalón. Miradlos, mermados, con la cicatriz de la historia de la violencia y con la valentía de quienes la pisan, la superan y ven la esperanza.
    Si una mujer se salva ¡bendita escalera!

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  19. Caía. ¿A dónde? No lo sabía. ¿De dónde? Tampoco. Solo sabía que caía. "Debe de ser un sueño" pensó, así que decidió poder volar. Aparecieron dos enormes apéndices en su espalda llenos de largo plumaje blanco con puntas grises. Batió fuertemente sus nuevas alas y planeó por entre las nubes. A lo lejos apareció el pico nevado del monte Fuji y supo que quería ir allí. Voló hasta su ladera y lo vio desde abajo, majestuoso, frío y tentador. Vio un sendero y decidió seguirlo. Sus alas desaparecieron. Caminaba y caminaba pero no conseguía alcanzar el bosque. Se dio cuenta de que estaba descalza y unas enormes hiedras le sujetaban los pies. Con sus manos intentó romperlas pero no pudo. "Es un sueño, necesito un cuchillo". Una espada afilada surgió de la nada y con gran destreza fue cortando la vegetación que le impedía el paso. Con esfuerzo fue avanzando hasta llegar a un arroyo. Lo cruzó de un salto, como si aún no se hubiese deshecho de las alas. El sable le sirvió de bastón cuando el terreno se hizo cuesta arriba. Subió y subió y se encontró de repente en medio de un bosque. El sendero se convirtió en un camino pedregoso. Intentó soñar que tenía unas botas fuertes pero sus pies siguieron descalzos. Poco a poco se fue acostumbrando al dolor que suponía dar un paso: quería llegar a la cima y nada la iba a detener. Las zarzas se cruzaban en su camino pero la espada las hacía desaparecer, como si su toque las desintegrase en vez de cortarlas.
    Silencio, no había ruido, no oía sus pisadas ni el canto de los pájaros, como no había oído el batir de sus alas o el viento. Viento, ¿por qué había pensado en él? Fuertes ráfagas de aire lucharon por impedirle el paso, le tiraban hacia atrás intentando arrancarle su insonoro ropaje. Pequeñas piedras empezaron a golpearle el rostro. Puso su mano delante de sus ojos pero no era suficiente. Gafas, esa era la solución. Unas gafas de aviador aparecieron en su faz. Siguió ascendiendo, luchando contra el dolor y el viento. Llegó a la nieve pero no tenía frío aunque tampoco tenía un abrigo. La vegetación empezó a desaparecer a la par que el manto blanco se hacía más profundo. Usó la espada como pala que, con el esfuerzo, se fue ancheando para facilitar la labor. Tampoco estaba cansada pero ahora los pies le dolían de frío. Los dedos empezaron a ponerse primero morados, luego negros. No le importó, la cima estaba cerca. No sabía cuántas horas llevaba ascendiendo entre la nieve cuando vio que había llegado a la cumbre. Y, ¿ahora qué? ¿Se despertaría? Pero no estaba soñando. En los sueños no se siente dolor. Y a ella le dolía todo: los pies, desprotegidos contra el suelo, las manos cortadas por las hiedras, los brazos del esfuerzo de cavar, la espalda por las alas. Buscó un sitio en el que sentarse y desde el que poder observar la ladera que había subido. Quizá ese era el objetivo de su existencia, el llegar hasta allí superando todos los obstáculos. No había un principio ni un fin, ni un camino marcado ni normas ni límites de tiempo, solo llegar. Cansada, cerró los ojos y se sumergió allá donde el dolor no existe.

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  20. No ves el mundo de la misma forma que yo. Tú ves rosas donde los demás vemos margaritas. Por eso quería oír tu versión de la historia. La mía es la de un fin, me imagino que la tuya es la de un comienzo. Porque en aquel momento se acababa nuestro relato de amor. ¿Cuándo empezó a morir? ¿Cuándo dejamos de decirnos te quiero? Fue tras aquel viaje a Berlín. Tú dirás que fue durante el mismo. Iba a ser otro desplazamiento más de empresa, otra semana de hotel hablando por videollamada por las noches. Pero una no te llamé, me fui de copas con la gente de la oficina y esa noche no dormí solo. Tú lo supiste, no sé cómo, pero al día siguiente no me cantaste como siempre hacías. Me imagino tu cara serena, como si hiciera tiempo que esperases que esto iba a ocurrir, mientras yo no podía ni mirarme a la cara al afeitarme. Seguiste contándome tus días como se le cuentan a un amigo, no a un esposo que te acaba de traicionar. Yo no te pregunté qué te pasaba y así confesé mi pecado, asumí mi condena sin reclamar un juicio y sin defenderme. No sé por qué lo hice, me imagino que tú sí lo sabrás. Porque tú ves cosas que los demás no vemos, y lo asumes con tranquilidad, no nos reprochas nuestra inferioridad.
    Me fuiste a recoger al aeropuerto pero no me diste un beso, caminaste a mi lado en silencio mientras yo intentaba llenar el vacío contando historias absurdas de la empresa. La casa estaba fría cuando llegamos. Me pediste disculpas por no haber encendido la calefacción a tiempo para calentarla. Nunca lo habías hecho, nunca pediste perdón por nada porque asumiste que una pareja debía aceptar los fallos del otro como propios y nunca me reprochaste los míos. Quizá engañarte fue el último acto como dos porque tampoco me pediste explicaciones. Solo lo soportaste. Esa noche no pude dormir, escuché tu suave respiración acompasada mientras las horas pasaban ante mi desesperación. Me sorprendió como pasamos de amantes a compañeros de piso sin una palabra, sin una conversación. Tú dirás que nuestros hechos hablaban por sí solos, que nuestros silencios eran mis gritos de desesperación al no poder asumir algo tan sencillo como que nuestro amor se había acabado para dar comienzo a otra etapa. Empezaste a buscar piso como algo normal al tiempo que yo me hundía imaginando mi vida sin ti. Un día empezaste a meter tus cosas en cajas, yo te veía y recordaba el momento en que habíamos comprado cada una, asombrándome al darme cuenta de que solo cogías aquellas que habías pagado tú, como si siempre hubieses sabido qué era tuyo y que mío y no de los dos. Pero ¿para qué preguntarte? Me sonreirás y dirás que así son las cosas. Dejarás las llaves encima de la mesa de la cocina y te irás.

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  22. COR DA ILUSIÓN

    E a avoa contoume unha historia…

    Fai moito tempo apareceu no noso planeta un xoguete maléfico. Era moi pequeniño, e non medraba en tamaño, pero tiña un súper-poder: duplicábase, triplicábase e ata se cuadriplicaba en número no corpo das persoas, ata facerse moitos. Non podían xogar con el, pero el xogaba sempre, e agachábase dentro das xentes. Chamáronlle COVID19. A que parece nome dun extraterrestre?
    En canto pasaron uns días decidiu que non tiña tempo que perder, e xuntou a tódolos irmáns.
    Viaxaron por todo o mundo, e cada vez eran máis e máis… e comezaron a atacar.
    O seu plan era malvado. Como tiñan moitos celos dos nenos e das nenas decidiron esconderse nos seus corpos, e ían caladiños, sen facer barullo, ata que atopaban un avó ou unha avoa para roubarlles as súas verbas e os seus contos sabios. Tamén lles gustaban os seus corpos brandos, doces e agarimosos.
    Algunhas veces, as menos, tamén se quedaban coa voz dalgún mozo e dalgunha moza.

    Pero apareceron uns heroes que avisaron ás xentes e quedaron días e días nas casas, para que non roubaran a sabedoría dos maiores. E, cada día, dende a ventá, berraban ao compás:

    -Marchade!
    -Fuxide!

    E cada vez fíxose máis forte ese son ata que se oíu en toda a Terra.

    Avergoñados e famentos tiveron que admitir a súa derrota.

    E foron caendo ao chan, debilitados, sen historias fermosas coas que se alimentar.

    Despois viñeron veráns e outonos novos, e invernos e primaveras de ilusión, que achegaron de novo as lendas e o calor dos aloumiños.

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  23. Mil pasos polo corredor.

    Tristura, ledicia, medo.
    Bágoas de alento no amencer.

    Tristura , ledicia, medo,
    sorriso de alento no lusco fusco.

    Outros mil pasos non chegan
    para acadar a meta.

    Dous mil pasos polo corredor.

    Migallas de estrelas veñen e van.
    Máscaras, pantallas,
    carantoñas de carnaval.
    Novas non novas,
    sempre estragadas,
    esqueleto do mal.

    Eu non quero voltar,
    teño medo da normalidade.
    Eu quero soñar,
    e seguir nun alento colectivo
    de gañar.

    Tres mil pasos polo corredor.

    Eu non quero voltar,
    teño medo da realidade.
    Eu quero mellorar
    suando polas veas o agarimo
    para agasallar.

    Catro mil pasos polo corredor.

    Eu non quero voltar
    e volverte a ver tirado na praia,
    en soidade,
    vida esmagada.

    Eu non quero voltar
    e comprobar que a miña pel
    queda en anacos nos arames
    que apagan ansias de vida,
    con bágoas sen amar.

    Cinco mil pasos polo corredor.
    Outros mil pasos xa chegan
    para acadar a meta.





    Eu non quero voltar
    e tropezar naquel chanzo alleo
    que me mantén na servidume
    de cavilar
    o prescrito
    e non avanzar.

    Eu non quero voltar
    porque encerrada son libre
    e véxote,
    e mírasme.

    Eu non quero voltar,
    e que o pensamento se eternice
    agardando,
    esperando,
    que as balas sexan historia
    e para ti non mire.

    Seis mil pasos polo corredor,
    acadei a meta.

    Non quero voltar
    e ter abrazos baldíos.

    Sete mil pasos polo corredor
    Oito mil pasos polo corredor.

    Non quero voltar
    e perder de ver
    nos teus ollos nus
    o amor.

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  24. AGONÍA NA ESPERA (Adicado a unha nena ou a un neno que agarda…)

    Seguías aí, sen eu decatarme,
    agardabas paciente,
    agardabas ausente,
    agardabas para amarme.

    Seguías aí, mentres eu corría,
    seguías aí, sen cores,
    e agardabas o alento de cada día,
    e agardabas unha voz, sen temores.

    E eu, mentres, sorría,
    e eu, allea a ti, non pensaba.
    En min había danzas e música,
    e ti, so ti,
    en calmada agonía,
    por min agardabas.


    Mercedes García Filloy

    Viaxe sen retorno

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  25. DIÁLOGO A SOAS

    -Estou aquí, non me oes?
    ...
    -Sigo aquí, por que non me falas?
    ...
    -Xa levo un anaco, non queres contestarme?

    Eu lembro aquel día. Estiven moito tempo. Non puxera a roupa dos domingos. Non puxera ningunha roupa. Non era domingo acaso? Non tiña unha cita obrigada? Estaba limpo, sen peitear, coa miña roupa de por debaixo. Senteime digno, con corrección, como me ensinaran.
    Non sei o tempo que pasou.
    O meu irmán maior, emigrado alén dos mares, moi lonxe, non sei onde, enviárame un agasallo especial: eses trebellos para poñer nos oídos e escoitar mellor a súa voz ao teléfono, e tamén podía oír música con eles, enchufados na radio.
    Lembro aquel día: tiña que estar na casa porque había unha peste, e mellor no meu cuarto.
    E eu cavilei en ti, o meu Deus. Con moita seriedade e poucos anos, puxen aquel artefacto nos oídos, crendo que, con el, tamén oiría a túa voz. E chameite, e berrei, e... cando xa as bágoas estaban a piques de asolagar a casa e a roupa de carón, entrou miña nai. Só me abrazou con forza, sabedora das miñas inquedanzas. Díxome que viaxara ao corazón das persoas, e tamén ao meu. Esa era a voz agardada. Esa era a resposta. Esa, só esa, era a solución.

    Mercedes García Filloy
    Viaxe sen retorno

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  26. LOS ÚLTIMOS DÍAS DE POMPEYA

    A las 22:00, se produjo la erupción.
    Violentos temblores derribaban casas humildes y suntuosos palacios.
    Sus labios temblorosos acogieron a los míos con un suspiro.
    Ríos de magma, descendiendo por las laderas, devoraban ávidamente las villas, granjas y templos de las afueras.
    Mis manos ascendían deslizándose codiciosas sobre sus muslos hacia su ardiente templo de Eros.
    Una lluvia de brasas ultimó a los pocos supervivientes que, buscando una ilusoria salvación, huían despavoridos hacia el puerto.
    Nosotros gemíamos ardiendo de gozo cuando una última y cegadora explosión del volcán terminó con todo.
    A las 22:30, tras deslumbrarnos con su linterna acusadora, el acomodador nos echó del cine.


    CORTEDAD DE MIRAS

    A las 22:00, se produjo la erupción cutánea. Eran tan solo dos manchas violáceas en las sienes, pero cuando más tarde comenzaron a brotarle los cuernos, supimos que había llegado la hora del Armagedón. Nuestro niño, el Anticristo, gobernaría el mundo. Unos meses después, cuando sus pantorrillas y pies se transformaron en caprinas pezuñas y sus muslos se cubrieron de una espesa pelambrera, celebramos una fiesta con nuestros amigos de la secta.
    Pero nuestras ilusiones se desvanecieron el día que lo sorprendimos persiguiendo a las chicas en al parque próximo a nuestra casa.
    El muy imbécil no quería responsabilidades. Decía que él solo quería ser un sátiro.

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  27. GOTHAM CITY

    El ruido de un tiroteo consiguió animarles de nuevo. Batman llamó a Robin.
    “Vamos allá”
    En cinco minutos el Batimovil estaba ya en la zona del conflicto. Al verlos ante el cordón policial, el comisario Vargas lanzó un bufido. “¿Pero otra vez dando el coñazo? Venga, lárguense para casa antes de que me enfade. Y no me vengan, como siempre, con el rollo del Joker. Son solo unos manguis que querían atracar ese estanco”
    El señor García y el señor Vivanco, algo escocidos, salieron a escape conduciendo su destartalado Seat Panda.
    El comisario, viéndolos partir, refunfuñó rascándose el cogote: “Estos jubilatas es que ya no saben cómo entretenerse”

    DIVINAS PALABRAS

    Le agradezco con otra sonrisa su mentira piadosa. Se la merece. Parece un buen hombre. Sus palabras son hermosas y esperanzadoras, aunque dudo que ni el mismo pueda creérselas. Inclinándome, beso la borla del cordón de su hábito. Luego, entre el fragor de los tambores, compongo otra sonrisa algo más cínica y pongo la cabeza en el tajo.

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  28. PAREJITA FELIZ

    La rata sonrió en aquel momento decisivo, el lustroso ratoncillo que la acompañaba también sonreía seductor atusándose el bigote. Aquello me sorprendió, más que por lo insólito, por lo inoportuno. Mientras los otros animales desfilaban por la pasarela con ademán serio y ceñudo más acorde a la gravedad del momento y hasta las hienas habían cesado en sus repulsivas risas, los dos ratones, muy amartelados y satisfechos con su idilio, remoloneaban y se sonreían haciéndose carantoñas.
    “Sois los últimos, el tiempo apremia. Venga, entrad de una vez” gruñí impaciente empujándolos con el pie.
    Justo a tiempo. Cuando cerré la escotilla del arca, comenzó la lluvia torrencial.


    HAMBRE

    La rata sonrió en aquel momento, sus ojillos, como los de sus compañeras, que también sonreían, brillaban expectantes en la oscuridad del búnker cuando, tras cinco interminables días de vigilia, caí rendido por el sueño.


    GAJES DEL OFICIO

    La rata sonrió en aquel momento feliz: al fin había terminado su relato.
    No es que las ratas sonrían ni mucho menos escriban relatos. Es que el autor, después de largas horas intentando componer uno que incluyera ratas sonrientes, cuando finalmente lo consiguió, con una sonrisa de oreja a oreja fue a saciar su sed al grifo del lavabo y entonces se encontró con que el espejo devolvía su imagen prodigiosamente metamorfoseada.
    Perplejo, se palpó el húmedo hocico y las temblorosas antenas de los bigotes.
    Ahora tendría que pasarse unas cuantas horas más redactando otro relato en el que las ratas escribieran sobre humanos sonrientes.

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  30. MUSICOFOBIA O MUSICOFILIA?

    Si no, me habría vuelto loco, créame señor juez. Confieso que ese día, con una nube roja ante mis ojos, armado con el martillo más pesado que encontré entre mis herramientas destrocé la puerta de mi vecino el violinista e irrumpí en su apartamento. Se arrodilló, suplicó, lloró, pero ciego de cólera lo destrocé a martillazos. Ahora que ya no reverberan en mi cerebro sus malditas sonatas, me tortura una cadencia aun peor: el crujido seco de las fracturas al compás de los golpes inmisericordes del martillo.
    En mi descargo, Señoría, juro que no sabía que era un Stradivarius.
    Si no, habría matado al violinista.

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  31. TURISTA

    Si no, me habría vuelto loco, pero finalmente terminó este insoportable confinamiento. Viajero impenitente ahora recluido en esta aburrida ciudad de provincias, ni la psicoterapia, ni los antipsicóticos impedían ese resquebrajarse de los cimientos de mi razón. Solo contemplando los recuerdos de mi paso por la dorada Lombardía, la suntuosa Viena, las gélidas cúpulas de Moscú o las ardientes arenas al pie de las pirámides conseguía sofocar levemente las brasas que consumían mi cerebro.
    Pero ahora soy libre, un hombre nuevo. Ya puedo volar sobre los campos de Europa. Mi Europa. He sacado un billete para la dulce Bélgica.
    Wellington me espera en Waterloo.

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  32. LOS FELIZ

    “Cariño, tenemos que hablar”. Cuando entré, la frase me llegó, tensa, desde el salón. Al fin se había decidido. Yo nunca había querido herirla siendo el primero en abordar el asunto, pero mientras colgaba la gabardina y el paraguas desfilaban ante mí gozosas imágenes de aquella otra existencia soñada que nunca me había atrevido a vivir.
    Expectante, me acerqué y le di el beso cotidiano. Ella, sin apartar la vista de la pantalla, preguntó: ¿Qué tal en el trabajo?
    En el serial de la tele una pareja llorosa hablaba de divorcio.
    “Muy bien como siempre, querida” respondí con un nudo en la garganta.

    MAMÁ

    Cariño, tenemos que hablar acerca de tu madre. Comprendo que será muy duro para ti separarte de ella, pero es que no puedo soportar su presencia, siempre sentada en esa mecedora, con esa sonrisa, esa mirada… Y menos desde que esa mosca se ha posado sobre su pupila.

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  33. FINAL

    -Cariño, tenemos que hablar…
    -De acuerdo, mi vida. En cuanto acabe la final.
    -¿No ves que lo nuestro no funciona ya? Aunque creo que realmente nunca ha funcionado.
    -¿Arbitro, es que estas ciego?
    -Además… he conocido a otro que me ha dado en horas mucho más que lo que tú me has dado en todos estos años.
    -¿Pero qué haces? ¡¡¡Chuta ya, gilipollas!!!
    -Me voy con él. Para siempre. Te queda la cena en el microondas.
    -¡¡¡Goooool!!!


    MAPAMUNDI

    Cariño, tenemos que hablar de los mares del Sur, de la Barrera de Coral, de la costa Malabar, de cálidas islas, músicas exóticas, puertos lejanos, bosques de mástiles balanceándose en placidas noches de verano, canciones obscenas de marineros en noches de borrachera. De la Cruz del Sur.
    O si prefieres el frio, podemos hablar del silencioso mar de Ross, del gélido mar del Norte, de la laberíntica blancura del paso del Noroeste, de crujientes rompehielos surcando el mar de Barents. De la Estrella Polar.
    Tal vez así, la magia de las palabras consiga poner a flote nuestras vidas encalladas en este oscuro Finisterre.

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  34. Es más difícil respirar en el norte húmedo. La dificultad se empieza a sentir enseguida y todo es más lento. Poco a poco te va envolviendo una neblina, imperceptible al principio, sutil según se avanza, hasta que notas un pesado manto sobre los hombros. No sabes cuándo ha ocurrido, no eres consciente del momento en el que el tiempo se ralentiza y las jornadas se hacen eternas.
    El viento sigue soplando como siempre. Compruebas una y otra vez el rumbo: no, no te has desviado, la brújula no se convierte en inservible. Revisas la tirantez de las sogas, repasas los amarres, escrutinas que las velas no estén rotas o eso crees porque apenas puedes verlas. No, el viento es el mismo, más frío. Sientes como penetra por tu cuerpo, primero por la cara, por las manos y por los pies, luego lo sientes en el pecho y, a partir de ahí, sabes que va a invadir todo tu cuerpo irremediablemente. Bajar a la bodega y beber un poco de ron es la única forma de entrar en calor. Sientes que recuperas las fuerzas y te preguntas si podrías aplicar al barco el mismo remedio. Te lo imaginas dando bandazos por el mar en calma con el timonel a duras penas pudiendo evitar que vire totalmente a aguas cálidas del sur. Es el frío, que no solo paraliza el cuerpo, provoca esos sueños en las mentes desesperadas. Y esa losa sobre ti, sobre el barco.
    Día y noche dejan de tener sentido, solo los faroles de proa y popa dan algo de luz a ese mundo blanco, vacío. Insonoro. Sí, porque la humedad no cae, está. Se mete entre recovecos de la ropa, penetra por los huecos de las maderas, frena la existencia misma de la vida pero no tiene sonido. La ves, la sientes, la hueles, incluso la puedes saborear pero no la puedes oír.
    No desaparece poco a poco. Una bocanada de aire te cuesta menos que la anterior, un paso es más largo que antes. Recuerdas la imagen del barco borracho y sonríes por la locura de querer someterlo al pelgro del fuego. El mar empieza a rugir. Distingues el día de la noche, las velas están enteras. Has escogido la ruta más larga porque es la única sin islas que no verías. Hasta que un día vislumbras una silueta, lejana, y una luz en el cielo.

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  35. LOT EN LOS TRÓPICOS


    Es más difícil respirar en el norte húmedo. La dificultad se empieza a sentir enseguida y todo es más lento, sobre todo cuando estás lleno hasta las orejas de ron de caña. No sé qué coño de víscera era la que destilaba aquella especie de sudor amarillo y viscoso que empapando mi cuerpo y mis ropas me hacía sentirme como una de las infinitas babosas que pululaban en las márgenes del rio. Tampoco sé si la lentitud de mis pasos era tan solo producto de la priva, porque desde que llegara a esta especie de agujero negro entre el verde lujuriante de la floresta, jamás había estado sobrio. Pero ahora que lo pienso, la lentitud era realmente un atributo de este cochino lugar, porque el gendarme que casi todas las noches me arrastraba a dormir en la celda de la destartalada prefectura, era rigurosamente abstemio y sin embargo se movía con una lentitud tal que se diría que tenía sanguijuelas en la entrepierna. Las pocas veces que ese pequeño majadero se olvidaba de mí y me abandonaba a mi suerte en la noche tropical, acababa durmiendo bajo los restos de alguna antigua destilería clandestina de licor, testigo de tiempos menos sórdidos que estos. Lo de tiempos menos sórdidos lo digo porque supongo que la calidad del brebaje sería menos infame que la del matarratas que me servía el cantinero tuerto. Lo demás en cuanto a los tiempos, devenir histórico o como quiera llamársele de este culo del mundo al que había ido a parar me la trae floja.
    En fin, no quiero aburrir a mis improbables lectores con mis disquisiciones etílicas. Así que iré al grano de mi relato.
    Ni siquiera recuerdo bien como había venido a parar a esta especie de Shangri Lá inverso. A veces algún claro se abría entre las brumas del alcohol y vislumbraba retazos de la Babilonia austral que acunara mi vocación y mis ya tan lejanas ilusiones; pero hay que joderse, el flash me resultaba tan doloroso, que lo apagaba con un par de lingotazos y regresaba al cieno de este eterno humedal, a este ridículo poblacho donde el gendarme de quepis seboso, el cantinero tuerto, y algunos traficantes de la más repugnante catadura comerciaban con los indios o más bien ejercían como señores feudales de aquella ingenua y nudista clientela.

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  36. TRÓPICOS 2
    No alcanzo a comprender con qué coño se podía comerciar en este pringoso tremedal rodeado de agobiantes y aparentemente impenetrables murallas de verdor, pero el caso es que lo hacían y se mostraban muy satisfechos de la vida en esta especie de satrapía tropical. Está claro que el hombre blanco no da puntada sin hilo. O quizá los motivase mucho más la serie de transacciones carnales que se montaban con estos seres cuasi angélicos o pre adánicos, sin conciencia de pecado ni pudor, que son los pobres indios de estos pagos .
    En interminables orgias nocturnas y diurnas con un ardor que ni siquiera los interminables aguaceros de la estación lluviosa alcanzaban a apagar, los muy cabronazos se lo pasaban pipa: Algunos preferían a las jovencitas de téticas de pera, otros a las preñadas, otros a las impúberes, los espíritus más exquisitos, a los fibrosos jovencitos ágiles como gacelas...
    Me repateaba el espectáculo, pero como veía que los indios también gozaban con el asunto y ya no alcanzaba a distinguir entre víctimas y victimarios, tomaba por el camino de en medio adormeciendo mi moral ofendida a golletazos de mi inseparable botella.
    Este estado de las cosas duró un tiempo que no puedo determinar, perdido como estaba entre nubes de alcohol, de mosquitos y brumas fluviales. Hasta que el capullo del gendarme de quepis seboso se encaprichó de mi Anahí.
    Ay mi Anahí, mi dulce Anahí!!! He de hablar de ella. Mi boca quemada por el alcohol, se llena de la más dulce de las salivas solo de pronunciar su nombre. Era la única que podía proporcionarme una erección, abotargado como yo estaba, y luego con su espléndido cuerpo y unas técnicas inéditas para aquellos parajes (una especie de desubicadas delicias turcas) me regalaba unas sesiones de sexo, en las que yo jugaba un papel más bien pasivo, tan llenas de plenitud, que hasta había llegado a pensar en dejar la bebida para gozar más conscientemente de aquella joya que Dios, o el diablo, me había regalado. Menciono a Dios, porque las cándidas perversidades de Anahí satisfacían a la vez mi cuerpo y mi alma.

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  38. TRÓPICOS 3
    Entonces, decía, cuando aquel pequeño cabroncete del quepis quiso arrebatármela, recordé una frase de uno de mis preceptores de mi porteña Babilonia austral que aludía al "fuego purificador".
    Ni corto ni perezoso, con la ayuda de Anahí y algunos indios, aprovechando una de las escasas noches en que se habían tomado un descanso en su frenesí fornicatorio, atrancamos las chozas de aquellos cerdos y les prendimos fuego. El resplandor de las llamas tiñó de rojo el esmeralda de la selva entre remolinos de pavesas y mosquitos achicharrados.
    Mientras se apagaban los alaridos de agonía de aquellos desgraciados, Anahí, los indios y yo nos internamos en un túnel de aquella catedral de verdor en busca de un lugar más acogedor lejos del alcance de la impía Babilonia. Lo último que hice antes de perder de vista aquel abominable infierno crepitante fue arrojar la botella al río.
    Caminando felices entre el follaje saqué mi biblia del zurrón para mostrarle a Anahí como Dios había destruido Gomorra por el fuego celeste, pero las finísimas hojas deterioradas por la humedad de aquel norte tropical, resultaban ilegibles, así que la arroje en la espesura. Luego como prenda de amor colgué de su hermoso cuello mi rosario de marfil. Queriendo equipararme a aquellos seres prístinos, semiangelicos, me desnude completamente desembarazándome de mi mugriento hábito de misionero. Algunos de ellos, los más pudorosos o contaminados por la "civilización" del hombre blanco, lo hicieron jirones y repartiéndoselos, se construyeron con ellos unos exiguos taparrabos.

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  39. MORO

    Es más difícil respirar en el norte húmedo. La dificultad se empieza a sentir enseguida y todo es más lento: el vuelo de las gaviotas, el caminar de las gentes, quizá aquejadas de una mohosa artritis reumatoide que parece trepar por sus miembros desde el húmedo adoquinado de los muelles y de las oscuras calles; por no mencionar la desesperante lentitud de su manera de hablar. Parece como si cada una de las finísimas gotas de la lluvia ancestral que cae sobre ese lugar pesase una tonelada, ya no sobre sus cuerpos sino también sobre sus pobres almas, que tras un perverso proceso de destilación acaban transformando la pureza de las gotas celestes en una serosidad oscura y pastosa que les confiere una especie de melancolía de la que parecen enorgullecerse. Cosas de la lluvia y de la eterna humedad, supongo.
    Pero no quiero ser injusto con esta gente que, mal que bien, me ha acogido en su triste tierra; en realidad conozco a muy pocos, poquísimos. Quizá no todos sean como mi difunto patrón.
    Ay, mi patrón! De él, al menos, sí que puedo afirmar que su alma era mohosa, oscura, pastosa, y perversamente melancólica; tal vez esta última, la melancolía, fuera producto de una remota intuición acerca de su propia condición de redomado miserable. Tampoco, ahora que tengo tiempo para pensar, puedo afirmar que esa condición fuera producto de la climatología. Tal vez fuera obra del diablo.
    Seguía siendo difícil para mí respirar en el banco de pesca aquella noche de tormenta, mucho más al norte aun y mucho más húmedo. Lo peor no era el rugido las olas que barrían furiosamente la cubierta, ni las oraciones o blasfemias de mis compañeros, ni el fuego de San Telmo sobre los palos, lo peor era la cruel malevolencia de las invectivas que el patrón me dirigía a mí, pobre de mí, que parecían sintetizar toda la infernal humedad y violencia de la tormenta. Ahora que tengo tiempo de pensar, sé que el valor de las palabras depende de quién y cómo las pronuncie: la que para mí es tan solo una definición de mi identidad y de la que me siento hasta orgulloso, en la pastosa boca de aquel hijo de puta sonaba tan aborrecible y tan grosera que no pude contenerme.
    Mirando desde la borda como caía al mar con su característica lentitud, me pareció el suyo un viaje interminable. Luego, mientras braceaba entre las olas dirigiéndome una mirada llena de odio, juraría que de sus fosas nasales y de su boca salía un oscuro líquido viscoso, en el que parecía condensarse la eterna humedad del norte y la negrura de su alma. Luego, por fin, desapareció para siempre.
    Ahora en esta prisión, aquella noche alimenta mis pesadillas. Pero en las interminables horas de vigilia he llegado a la conclusión de que ni en el clima, ni en la latitud, ni en las tormentas puede anidar el oscuro pájaro del mal. Solo puede hacerlo en el alma de los hombres; como la del patrón y la mía.
    El día que sea libre jamás volveré a aquella tierra. Me quedare para siempre en mi Norte de las laderas del Atlas. Bajo las palmeras, viendo pasar las ligeras bandadas de aves migratorias que huyen del norte húmedo.

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  40. VAPOR

    Es más difícil respirar en el norte húmedo. La dificultad se empieza a sentir enseguida y todo es más lento, todo: el cansino chirriar de las bicicletas de los niños harapientos en la plaza, la pastosa verborrea de las viejas en el mercado ofreciendo las más extrañas frutas que jamás había visto, la lenta pero imparable neblina cargada de palúdicos mosquitos que los rayos del sol arrancan del rio, que como no, más que fluir parece arrastrarse a través del esmeralda de esta selva que aísla este lugar sin nombre del resto del mundo.
    Nunca creí poder acostumbrarme a estos pagos a los que llegué huyendo no sé de qué, quizás de mí mismo. Proyectaba ya una nueva huida hacia no sé dónde, cuando conocí a mi negra.
    Vivía en una casucha de adobe apartada de la aldea, muy cerca del rio. Entonces, con ella descubrí lo mejor de este rincón dejado de la mano de Dios: que aquí los sueños también podían ser húmedos, y su materialización, como describirla… diría que delicuescente, incluso evaporante. Durante el día nos disolvíamos copulando acosados por nubes de mosquitos que más que disuadirnos de tan placentera labor, parecían espolearnos con sus picotazos. Es difícil respirar en este norte húmedo, pero nosotros solo jadeábamos en interminables éxtasis y solo nos deteníamos cuando nuestros cuerpos ya trocados en vapor ascendían al cielo domestico de la cabaña.
    En este norte húmedo también todo es más lento. Seguro que mi negra jamás había oído hablar de sexo tántrico, pero en nuestras noches, al ritmo letárgico del canto de las chicharras, movía sus muslos y sus caderas tan lentamente sobre mí que teníamos que hacer el amor en el umbral de la cabaña para que la mágica metamorfosis de nuestros cuerpos en un inacabable vapor ascendiera hasta las estrellas.
    Así que jamás me moveré de este norte húmedo. No huiré ya más, aquí encontré, quien lo diría, la plenitud absoluta, el divino absoluto de los místicos: Es ella.
    Yo aquí, con mi negra.

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