Outono 2021 . Biblioteca Garcés.

En este Outono de 2021 (segundo año de pandemia) , abrimos una nueva estantería en nuestra biblioteca particular en  donde colocaremos, para nuestro disfrute y de todos los que nos quieran leer, los textos escritos con todo el amor del mundo en la clase de Chus Molina en las Biblioteca Garcés  . 
Se pueden leer los relatos en voz muy alta y sin mascarilla, porque solo transmiten cosas buenas.   
Ánimo compañeros, y a escribir.

211 comentarios:

  1. Robespierre13 de octubre de 2021, 12:35
    VAPOR

    Es más difícil respirar en el norte húmedo. La dificultad se empieza a sentir enseguida y todo es más lento, todo: el cansino chirriar de las bicicletas de los niños harapientos en la plaza, la pastosa verborrea de las viejas en el mercado ofreciendo las más extrañas frutas que jamás había visto, la lenta pero imparable neblina cargada de palúdicos mosquitos que los rayos del sol arrancan del rio, que como no, más que fluir parece arrastrarse a través del esmeralda de esta selva que aísla este lugar sin nombre del resto del mundo.
    Nunca creí poder acostumbrarme a estos pagos a los que llegué huyendo no sé de qué, quizás de mí mismo. Proyectaba ya una nueva huida hacia no sé dónde, cuando conocí a mi negra.
    Vivía en una casucha de adobe apartada de la aldea, muy cerca del rio. Entonces, con ella descubrí lo mejor de este rincón dejado de la mano de Dios: que aquí los sueños también podían ser húmedos, y su materialización, como describirla… diría que delicuescente, incluso evaporante. Durante el día nos disolvíamos copulando acosados por nubes de mosquitos que más que disuadirnos de tan placentera labor, parecían espolearnos con sus picotazos. Es difícil respirar en este norte húmedo, pero nosotros solo jadeábamos en interminables éxtasis y solo nos deteníamos cuando nuestros cuerpos ya trocados en vapor ascendían al cielo domestico de la cabaña.
    En este norte húmedo también todo es más lento. Seguro que mi negra jamás había oído hablar de sexo tántrico, pero en nuestras noches, al ritmo letárgico del canto de las chicharras, movía sus muslos y sus caderas tan lentamente sobre mí que teníamos que hacer el amor en el umbral de la cabaña para que la mágica metamorfosis de nuestros cuerpos en un inacabable vapor ascendiera hasta las estrellas.
    Así que jamás me moveré de este norte húmedo. No huiré ya más, aquí encontré, quien lo diría, la plenitud absoluta, el divino absoluto de los místicos: Es ella.
    Yo aquí, con mi negra.

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  2. Robespierre13 de octubre de 2021, 12:34
    MORO

    Es más difícil respirar en el norte húmedo. La dificultad se empieza a sentir enseguida y todo es más lento: el vuelo de las gaviotas, el caminar de las gentes, quizá aquejadas de una mohosa artritis reumatoide que parece trepar por sus miembros desde el húmedo adoquinado de los muelles y de las oscuras calles; por no mencionar la desesperante lentitud de su manera de hablar. Parece como si cada una de las finísimas gotas de la lluvia ancestral que cae sobre ese lugar pesase una tonelada, ya no sobre sus cuerpos sino también sobre sus pobres almas, que tras un perverso proceso de destilación acaban transformando la pureza de las gotas celestes en una serosidad oscura y pastosa que les confiere una especie de melancolía de la que parecen enorgullecerse. Cosas de la lluvia y de la eterna humedad, supongo.
    Pero no quiero ser injusto con esta gente que, mal que bien, me ha acogido en su triste tierra; en realidad conozco a muy pocos, poquísimos. Quizá no todos sean como mi difunto patrón.
    Ay, mi patrón! De él, al menos, sí que puedo afirmar que su alma era mohosa, oscura, pastosa, y perversamente melancólica; tal vez esta última, la melancolía, fuera producto de una remota intuición acerca de su propia condición de redomado miserable. Tampoco, ahora que tengo tiempo para pensar, puedo afirmar que esa condición fuera producto de la climatología. Tal vez fuera obra del diablo.
    Seguía siendo difícil para mí respirar en el banco de pesca aquella noche de tormenta, mucho más al norte aun y mucho más húmedo. Lo peor no era el rugido las olas que barrían furiosamente la cubierta, ni las oraciones o blasfemias de mis compañeros, ni el fuego de San Telmo sobre los palos, lo peor era la cruel malevolencia de las invectivas que el patrón me dirigía a mí, pobre de mí, que parecían sintetizar toda la infernal humedad y violencia de la tormenta. Ahora que tengo tiempo de pensar, sé que el valor de las palabras depende de quién y cómo las pronuncie: la que para mí es tan solo una definición de mi identidad y de la que me siento hasta orgulloso, en la pastosa boca de aquel hijo de puta sonaba tan aborrecible y tan grosera que no pude contenerme.
    Mirando desde la borda como caía al mar con su característica lentitud, me pareció el suyo un viaje interminable. Luego, mientras braceaba entre las olas dirigiéndome una mirada llena de odio, juraría que de sus fosas nasales y de su boca salía un oscuro líquido viscoso, en el que parecía condensarse la eterna humedad del norte y la negrura de su alma. Luego, por fin, desapareció para siempre.
    Ahora en esta prisión, aquella noche alimenta mis pesadillas. Pero en las interminables horas de vigilia he llegado a la conclusión de que ni en el clima, ni en la latitud, ni en las tormentas puede anidar el oscuro pájaro del mal. Solo puede hacerlo en el alma de los hombres; como la del patrón y la mía.
    El día que sea libre jamás volveré a aquella tierra. Me quedare para siempre en mi Norte de las laderas del Atlas. Bajo las palmeras, viendo pasar las ligeras bandadas de aves migratorias que huyen del norte húmedo.

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  3. Vanessa López8 de octubre de 2021, 13:09
    Es más difícil respirar en el norte húmedo. La dificultad se empieza a sentir enseguida y todo es más lento. Poco a poco te va envolviendo una neblina, imperceptible al principio, sutil según se avanza, hasta que notas un pesado manto sobre los hombros. No sabes cuándo ha ocurrido, no eres consciente del momento en el que el tiempo se ralentiza y las jornadas se hacen eternas.
    El viento sigue soplando como siempre. Compruebas una y otra vez el rumbo: no, no te has desviado, la brújula no se convierte en inservible. Revisas la tirantez de las sogas, repasas los amarres, escrutinas que las velas no estén rotas o eso crees porque apenas puedes verlas. No, el viento es el mismo, más frío. Sientes como penetra por tu cuerpo, primero por la cara, por las manos y por los pies, luego lo sientes en el pecho y, a partir de ahí, sabes que va a invadir todo tu cuerpo irremediablemente. Bajar a la bodega y beber un poco de ron es la única forma de entrar en calor. Sientes que recuperas las fuerzas y te preguntas si podrías aplicar al barco el mismo remedio. Te lo imaginas dando bandazos por el mar en calma con el timonel a duras penas pudiendo evitar que vire totalmente a aguas cálidas del sur. Es el frío, que no solo paraliza el cuerpo, provoca esos sueños en las mentes desesperadas. Y esa losa sobre ti, sobre el barco.
    Día y noche dejan de tener sentido, solo los faroles de proa y popa dan algo de luz a ese mundo blanco, vacío. Insonoro. Sí, porque la humedad no cae, está. Se mete entre recovecos de la ropa, penetra por los huecos de las maderas, frena la existencia misma de la vida pero no tiene sonido. La ves, la sientes, la hueles, incluso la puedes saborear pero no la puedes oír.
    No desaparece poco a poco. Una bocanada de aire te cuesta menos que la anterior, un paso es más largo que antes. Recuerdas la imagen del barco borracho y sonríes por la locura de querer someterlo al pelgro del fuego. El mar empieza a rugir. Distingues el día de la noche, las velas están enteras. Has escogido la ruta más larga porque es la única sin islas que no verías. Hasta que un día vislumbras una silueta, lejana, y una luz en el cielo.

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    1. Ojo, el los barcos no existen sogas ni cuerdas, salvo las de los relojes. Cabos, drizas, estachas, ...

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    2. Muchas gracias. Ahora no lo puedo cambiar pero prometo, para otra vez, documentarme mejor.

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  4. _Es más difícil respirar en el norte húmedo. La dificultad se empieza a sentir enseguida y todo es más lento. Más oscuro.
    Entre cucharada y cucharada de puré, el anciano vacía las palabras que aún permanecen en su mente sin saber que las agota.
    Yo nunca los escucho, concentrada en mi función alimento a los residentes que ya no saben que han de hacer con la cuchara, que olvidaron masticar pero que aún mantienen el reflejo de deglutir como el último bastión a defender ante el asedio de unas tinieblas provocan la muerte en vida.
    Yo nunca los escucho, disfrazo de eficiencia mi silencio y les limpio suavemente las babas de las comisuras de la boca sin mirarlos a los ojos porque en todos ellos hay abismos que me asustan.
    _¿Vuela el halcón porque tú le enseñas desplegando sus alas hacia el sur?
    Un sonrisa tenaz ignoraba el bocado que se le ofrecía.
    Repitió despacio su pregunta:
    _Dime, muchacha ¿es por tu inteligencia que se cubre de plumas el halcón? ¿Que desde la majestuosa cigüeña a la pequeña golondrina conocen las estaciones?
    Se dibujó de nuevo la sonrisa irónica y no supe evitar conectar con su mirada.
    _¿Sabes tú, muchacha, partir cuando hay que partir? ¿Atravesar océanos en las noches, superar al sol y a los vientos y mantener el rumbo? Construir un nido, criar… construir, criar…¿sabes tú, muchacha, qué bello sacrificio es sacar adelante la vida?
    Mantuve el silencio como un voto de protección mientras dudaba esperanzada en que todo fuese divagar y aquel interés no correspondiese a mantener un diálogo pero la duda se disipó al instante.
    _Protegí a mis hijos de todos los fríos nortes que tiene este mundo, quisiera recordar sus rostros, pero ¡hace tanto que no los veo! ¿han venido hoy?
    Moví la cuchara de nuevo intentado centrarme en su boca, él la miró de nuevo, la aceptó y se dejó ir hacia las brumas…
    Mirando el cuenco vi en él la papilla más fría, insípida e indecente del mundo, por eso nunca los escucho, porque se transforman en seres que sufren y yo en humana, impotente para ayudarlos e inútil para mentir un mal consuelo.
    Acaricié su rostro labrado con surcos de cosechas felices y amargas, canturreé mal y bajito el poema de Alberti “se equivocó la paloma, se equivocaba… por ir al norte fue al sur…” y sostuve su mano con fuerza mientras el anciano me acompañaba, en mi amago tembloroso de canción, con una voz resuelta que emergía de algún rincón profundo de la mente que había conseguido sortear la enfermedad.
    Con una sonrisa serena pateé los pedazos de mi coraza.

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  5. “É máis difícil respirar no norte húmido. A dificultade empézase a sentir de contado, e todo é máis lento. E apareceu a brétema, esa que envolve a mente e os ósos, esa que chega ás entrañas e aletarga o pensamento. Non son quen de lembrar cando comecei a viaxe, mais si lembro o motivo: recuperar un amor eterno, non sei se perdido, non sei se arrancado e triturado polo tempo e as noites do silencio. Si, noites do silencio, porque o silencio ten noites, e, ás veces, nelas, o amor está asolagado nunha poza de augas de ferro que só fai máis escuro o corazón enfermo.
    Atravesei os desertos de miseria e po. Fun quen de sobrepoñerme á sede dos teus brazos, só imaxinando que, máis aló, estaría o oasis dos teus aloumiños. Cambiar de hemisferio non é nada se vou chegar á terra prometida, que non é outra que un bico imaxinado nos teus beizos, e un soño longo ao teu carón, no leito da felicidade.
    E agora, na calma, poido recorrer o sentido e o imaxinado, o vivido nesta andaina da volta cara o mundo do que un día, de noite, nunha noite do silencio ben escura, marchei.
    Puiden ver un mar de barcos e de almas. Puiden asombrarme cos arames intentando impedir o paso de vivos e mortos na vida. Imaxinei ás xentes collidas da man, no mesmo chanzo, mirándose aos ollos, sen que fosen atrancos as cores, sen fronteiras. Pequenas ilusións coas que me agasallaba para non decatarme dos estoupidos e das armas que atrancaban ilusións e corpos magoados.
    Mentres, eu, estando sen estar, imposibilitado na terra para dar folgos a quen tivera necesidade, continuaba a viaxe nun soño de recordos e pesadelos.
    E agora, con este cheiro a humidade que me anuncia a proximidade do meu destino, volvo a pensar no intre da fuxida: a covardía de afrontar os meus actos. Eu estou seguro que foi a brétema, esa que remexe os miolos e tamén o corazón. Cando xa non podía respirar, afogoume o sentido e ... Boh, xa non importa. Tampouco poido remediar o enfado posterior cando os meus actos miserentos chegaron a ti, aos teus oídos, en forma de novela e friaxe, de brétema e berros que non afogaron nos teus saloucos, ai, e aquela navalla... Cousas da noite. Cousas da noite do silencio. E preferín marchar.
    Resulta que eu fuxín porque sabía que esa humidade ía entrar en min cada pouco, e non habería sol que amornase as miñas entrañas. Souben que, aquela noite, nun silencio negro e aterrador, virían por min. E non eran xuíces nin gardiáns da lei aos que eu temía. Era o medo á miña conciencia. Non sabía daquela que esa medo estaría en min, en forma de traxe dunha pel engurrada, do que non me puiden espir nunca. Non sabía daquela o meu tráxico final no mundo dos vivos, final que eu ansiaba e no que me somerxín, covarde por non dar reviravoltas á vida e ser quen de arranxar ese amor esnaquizado. Agora chego penando por ti e dou voltas e voltas buscándote para a miña salvación.”
    Estas verbas dixéronmas unha noite moi baixiño. Eu non durmía, non era un soño. Unha brisa, fresquiña, de cor delicioso, rozou a miña meixela. Souben que era un bico inmortal e puiden, por fin, durmir no soño do coñecemento, no soño da tranquilidade de que unha aldaba ben forte pechaba eternamente ese retal da miña vida, que quedaría para sempre na artesa das lembranzas afogadas. Unha silueta, invisible para o resto dos mortais, abandonaba o cuarto. Eu só vin a cor da felicidade reflexada na miña familia que durmía allea á noite do silencio, de brétema e humidade escura, da que un día, fai ben anos, me custou saír.

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  6. EL SUR
    – Es más difícil respirar en el norte húmedo. La dificultad se empieza a sentir enseguida y todo es más lento. Prefiero, con diferencia, vivir en el sur donde el cuerpo no sufre porque una brisa cálida y seca, casi permanente, se encarga de que no sepas que los años van pasando irremediablemente por tus pulmones, por tu piel, por tus heridas, por tus huesos. El pobre sur, árido y amarillo, ignorante a veces se convierte para un viejo como yo en una morada benigna, necesaria, imprescindible para recorrer la última etapa, un poco menos expuesto, un poco más aliviado. Es más difícil respirar en el norte húmedo, respirar y en definitiva, vivir. Este norte rico, verde, culto, a veces tan conservador, a veces tan revolucionario se transforma, llegado un tiempo, en un lugar inhóspito y desagradable en donde los viejos como yo no tenemos cabida ¿Entiendes lo que quiero decir?– El anciano se había quedado callado. Sólo sus ojos seguían hablando e implorando un cambio. Se encontraba atrapado en aquel cuerpo gastado por la artrosis y minado por el tiempo y por viejas heridas abiertas que rezumaban dolor y miedo. Las manos descansaban sobre el regazo, arrugadas y secas, una dentro de la otra mientras seguía mirándola fijamente. Ella lo escuchó con atención. A continuación cogió una silla y se sentó a su lado y le paso la mano por la espalda vencida y encorvada.
    – Abuelo, no te das cuenta que si te llevo al sur, me quedaré sola. Completamente sola. ¿A quién le contaré mis problemas? ¿Quién me consolará si tengo un día regular o malo? Aquí en el norte te puedo ver todos los días; sólo tengo que coger el coche, conducir durante diez minutos, aparcar delante de esta casa, subir las tres escaleras y abrir tu puerta…
    – Y entonces ¿por qué no lo haces? – le gritó el viejo con rabia contenida. A la chica le hubiera gustado protestar, decirle que la vida no era tan fácil, que no era dueña de su tiempo; que si el trabajo, que si los viajes, que si los partidos de pádel a última hora de la tarde, que si las tareas del hogar… pero no fue capar de pronunciar una sola palabra. Balbuceos sin sentido salían de su boca mientras los ojos se desbordaban sin permiso.
    – No abuelo, no. No me puedes pedir que te lleve al sur. Te prometo que la situación cambiará. Ya verás. Todo será diferente a partir de ahora. Vendré todas las tardes y tomaremos chocolate con churros como hacíamos antes ¿Te acuerdas?– la chica lloraba y reía a la vez mientras se ponía de rodillas y apoyaba la cabeza en el tibio regazo del anciano. El viejo acarició aquel pelo rubio con cariño, remetiendo con torpeza un mechón joven y rebelde detrás de una de las orejas de la chica. Permitió que llorara unos minutos hasta que pasado un tiempo, ella se calmó. A continuación, la chica levantó la cabeza del regazo de su abuelo y lo miró a los ojos.
    – No llores – le dijo el anciano acariciándole de nuevo el pelo. Tú tienes que vivir tu vida. Ya sabes que siempre estaré contigo pero tienes que aceptar que me vaya. Lo hemos hablado muchas veces – el viejo esbozó una sonrisa que dejó al descubierto una fila de dientes gastados por el tiempo. La chica asintió con la cabeza. Tenía los párpados hinchados y de vez en cuando se le escapaba un pequeño suspiro por la boca.
    – Está bien, abuelo – le dijo secándose con los dedos las últimas lágrimas de los ojos. ¿Has pensado en que momento quieres hacerlo? ¡Dios! es increíble que pueda estar preguntándote esto– exclamó sin poder creérselo del todo.
    – Había pensado en el 4 de abril ¿qué te parece? – Preguntó el anciano – Era la fecha del cumpleaños de tu abuela. Así le doy una sorpresa – le dijo guiñándole un ojo.


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  7. Aquella luz era, a la vez, un punto infinitamente lejano y una aureola que nos rodeaba. Mamá era la primera en verla, decía que no dormía por las noches esperando a que se encendiese. Nuestra vecina le reñía, le decía que cualquier día iba a desfallecer y se la llevarían. Yo sabía que mi madre sí dormía porque una noche me desperté y ella tenía los ojos cerrados pero su cara seguía siendo de preocupación y se movía inquieta en el camastro. Su voz apurada nos despertaba todas las madrugadas, nos limpiaba la cara con su saliva, frotando para que se activase la circulación de las mejillas y parecer sanas, dispuestas a cambiar nuestras míseras fuerzas por un poco más de vida. ¿Qué significan hoy los números, Mamá? le preguntaba todas las noches cuando, exhaustas de trabajar en las factorías, nos acostábamos en los barracones. Ella nos contaba una historia distinta cada vez. Yo era muy pequeña y mi mente había borrado todo recuerdo de nuestra vida en libertad así que creía que mi madre se inventaba todas aquellos cuentos sobre códigos secretos que cada día abrían la puerta a un mundo donde héroes y heroínas sobrevivían a las maldades de monstruos no siempre fantásticos, donde una comida podía darte la facultad de entender a los animales o el trabajar sin descanso te llevaría a los brazos de un príncipe. Creía que todo eso era normal y por eso nosotras estábamos en aquel lugar, durmiendo apiladas con otras mujeres y niñas que consideraba parte de mi gran familia, jugando a ser mayores y trabajar como hacían nuestras madres, durmiendo abrazadas para darnos calor mientras nevaba fuera.
    Un día mi mamá se cayó y ya no se pudo levantar. Cargaba con otra madre una caja muy pesada, tropezó y el bulto cayó sobre ella. El grito se oyó por encima del ruido de las máquinas. Todas se quedaron paralizadas, sobrecogidas al ver las extrañas formas en que quedaron sus piernas. Yo corrí hacia ella porque sabía que se la iban a llevar y ya no la vería más. La abracé con todas mis fuerzas, ella me llenó la cara de besos hasta que un guarda nos separó con brusquedad y la sacó arrastrándola. Seguí jugando a trabajar sin ilusión, sin ganas de vivir, Mamá ya no estaba y hacía mucho tiempo que no veía a Papá ni a Otto. Otra mamá cuidó de mí pero yo nunca le pregunté a qué mundo nos trasladaban los números y ella nunca mostró intención de contármelo.
    Un día los guardias estaban muy nerviosos, corrían por todo el campo y nos gritaban que fuésemos a una nave distinta. Las mujeres se miraron, una pequeña luz brillaba en sus ojos apagados. No se movieron ni cuando nos empezaron a disparar. Oímos entonces unos tiros distintos y vimos a varios de ellos caer. Por fin los malos eran vencidos, como en los cuentos de Mamá.

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  9. “ES MÁS DIFICIL RESPIRAR EN EL NORTE HÚMEDO. LA DIFICULTAD SE EMPIEZA A SENTIR ENSEGUIDA Y TODO ES MÁS LENTO”. La observación la inquietó. El lugar, la montaña y el día eran esplendidos, el sol deslumbraba. No había en el ambiente ni el más leve atisbo de humedad y respirar aquella ligera brisa se convertía en una necesidad vital. No quiso opinar sobre el comentario. Solo volvió discretamente la cabeza buscando la mirada de su padre. Sus ojos respondieron con sosiego, quitándole importancia a las palabras de su madre que permanecía ausente, ajena a la complicidad de sus miradas.
    Aquellas palabras habían dejado un poso lechoso que poco a poco alimentó recuerdos, contados y vividos. Ella fue la última de cuatro hermanos cuando su madre ya podía ser abuela. Era una niña lenta, muy lenta, de paso cortito. Ya casi corría cuando su primer diente, tardío y tímido, hizo un amago en su encía. Siempre fue la más pequeña de clase, nació en una noche fría en la que caía un relente que cortaba la respiración, pero bajo un cielo que poco a poco se inundó de estrellas. Eso era lo que le habían contado. No compartió juegos ni con primos ni con sobrinos. Cuando se reunían, ella era una peonza que pululaba por todos los recovecos de la casa. Fue la rezagada de su promoción en sacar la licenciatura, la sin prisa en independizarse. Constante, pero la que más se demoró en aprobar la oposición, que hoy le permitía estar allí de vacaciones sin fecha de caducidad, para poder acompañar, reconducir y renovar lo cotidiano de la vida de sus padres.
    Sin pretenderlo, ese no era su lugar natural, fue la primera en darse cuenta de que su padre ya no podía estar solo con su madre. Y a partir de ese descubrimiento se reconcilió con aquel ser que llegó a deshora, que fue un incordio, cuya lentitud era una huida al norte húmedo en donde la respiración se convierte en disnea mental y te conviertes en el colofón de la fila. La que llega tarde a todo. Comprendió que ella era la que realmente sabía en que mundo se encontraba su madre. Ella que no había conocido a la otra madre intuía el momento en que se perdió, sin estar perdida, respirando la humedad invisible con el aliento justo para que todo pareciera que la normalidad era esa, la huida al norte sombrío y plomizo. Fue consciente de que nadie se percató del cambio de rumbo que adopto la madre añosa, que permaneció respirando como siempre, e interpretando en función doble su papel de extra.
    Prosiguieron con su paseo disfrutando del reencuentro y la certeza de que todo iba a cambiar a pesar de que todo parecía que estuviera justo en su lugar. El regreso fue pausado, pero no exento de la melancolía que hace volver la vista hacía tiempos salpicados de trazos repletos de risas, lloriqueos, regañinas, sueños inconfesables, confidencias que siguen flotando en el olvido, silencios profundos convertidos en muros y desencuentros que todavía perturban.
    En aquella primera salida, la observación de su madre dirigida al aire y que aparentemente no tenía cabida en el entorno que estaban disfrutando, fue un aviso a navegantes que sienten que todo se ralentiza y dificulta la respiración.
    Y ella estaba allí, a su lado, envuelta en su primera manta de bebé que conservaba el olor erosionado e inconfundible de la leche materna.

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  10. SEÑALES
    Aquella luz era a la vez un punto infinitamente lejano y una aureola que nos rodeaba, la belleza tan inesperada como inagotable del Panteón de Agripa estimuló más si cabe el murmullo del grupo de turistas que acabábamos de traspasar la puerta. El sentido de la vista se saturaba, el cerebro en ebullición ha de dejar abierta alguna espita para aliviar la presión y de ahí que las bocas liberasen exclamaciones de sorpresa. Centré mi atención en el óculo central de la cúpula y en el haz luminoso que permitía entrar, sentí que Dios o el Sol me mandaba su energía y me conectaba directamente con los cielos convirtiéndome en un ser divino.
    Nuestra guía llevaba una banderita con el número 11. No es casualidad, los números forman parte de mi vida, sé que los números sincrónicos me envían mensajes. Era joven, un rubio sincero y un rostro limpio la bendecían, un aura de frescura radiante la envolvía. Sus grandes ojos azules ratificaban con fe cada una de sus palabras y con paciente dulzura y perfecto español tiraba semillitas de información sin ser consciente de lo yermo del campo que la rodeaba…que si el día del Natale, que si el 21 de abril a las 12, que la inclinación de la luz, que si éramos unos afortunados por estar allí en ese momento…
    Fue la primera que se adelantó para salirse del espacio iluminado, en ese momento me fijé en sus pies, unos zapatos tipo bailarina de charol amarillo con pulsera negra echaron a perder la atracción que ejercía sobre mí, el resto del grupo ya estaba a lo suyo: selfies y postureo.
    Siento rechazo hacia las personas que usan zapatos de colores y se multiplica exponencialmente si no se coordinan con ningún otro complemento, éste era el caso. Caminando hacia el centro del templo nos fue señalando con su bandera curiosidades que no debíamos dejar de admirar, luego miró su reloj y dijo “son ahora la 12:21, en 22 minutos exactos nos reuniremos en el exterior, justo en la columna de granito rojo”.
    Comprendí enseguida, todo eran señales, evidencias de que debía actuar. La joven se acercó a la tumba de Rafael, seguramente leyó por enésima vez el epitafio del pintor, reconocí del latín las palabras temor y muerte.
    Me acerqué, no había porqué disimular nada, no sé cómo pero ella percibió mi movimiento, se volvió y sus ojos delataron un pánico con el que yo no contaba, el banderín distintivo se le cayó de las manos y mecánicamente me agaché a recogerlo.
    No pude más que mirar de cerca aquellos zapatos de amarillo reluciente de que me provocaban, su brillo me devolvió mi reflejo en ámbos y no reconocí mi rostro mientras el filo de un cuchillo me recorría el cuello.

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  11. LAS TRES DESGRACIAS

    Aquella luz era a la vez un punto infinitamente lejano y una aureola que nos rodeaba.
    Como el ignoto punto de luz nos parecía inalcanzable, sin pensarlo mucho, nos conformábamos con su aureola y en ella vivíamos aparentemente felices: era brillante. Brillantes coches, brillantes apartamentos, brillantes casas en la playa, brillantes amantes algunos, otros algo más pretenciosos, brillantes religiones, brillantes teléfonos supuestamente inteligentes con redes de comunicación para mostrar a nuestros brillantes congéneres lo brillantemente que vivíamos, pensábamos, viajábamos, comíamos, amábamos. El pavo real desplegaba su cola aureolada de brillantes colores.
    Pero había ciertos lugares remotos a los que no había llegado aquella luz. Sus habitantes ni siquiera la habían intuido, ni mucho menos estaban aureolados ni brillaban en absoluto. Pero, ¿por qué preocuparse? Si la lejana luminaria no había concedido su halo a aquellos infelices sus razones tendría. Allá ellos se las entendieran.
    Pero los elementos más incómodos para aquella brillante y aureolada sociedad éramos los disidentes que tratábamos de entender o al menos acercarnos a la naturaleza de aquella remota luz, tan prodiga en aureolas para unos y tan cicatera para otros, que era el origen de todo. Nos tachaban de soberbios, intelectualillos, aguafiestas, creadores de tendencias enfermizas y hasta subversivos. La pendencia fue corta. Muy pronto, entre nosotros cundió el desánimo y, sin perder nuestra aureola, fuimos relegados, olvidados y recluidos en guetos intelectuales absolutamente inoperantes ante la pujanza del brillo de la cola del pavo real.
    Desde este gueto de frustración, sé que nunca alcanzaré aquella luz incógnita pero quizá no me pierda nada porque, más que como algo benéfico, me la imagino como una especie de Moloch sediento de sangre que sacrifica el alma de los hombres en altares de estúpida autocomplacencia, escuálida indigencia o desesperada perplejidad.

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  12. GIRONDINOS

    Aquella luz era a la vez un punto infinitamente lejano y una aureola que nos rodeaba, tan potente era la radiación que emanaba de aquel líder irrepetible en el curso de la historia. Pero nosotros, seres siempre insatisfechos, habíamos querido acortar distancias con aquella augusta luz y, por qué no decirlo, acabar con ella y suplantarla por la nuestra.
    Aún ahora a pesar de los grilletes, nuestra aureola refulgía en la oscuridad de la celda.
    Me pregunto si mañana cuando nos guillotinen por conjurarnos contra Robespierre, la aureola de este Siglo de las Luces, que supongo indivisible, se mantendrá fiel a nuestros cuerpos de conspiradores u optará por quedarse nimbando nuestras lívidas cabezas de ilustrados.

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  14. PSICODELIA

    Aquella luz era a la vez un punto infinitamente lejano y una aureola que nos rodeaba, pero cada una de nuestras aureolas era de un color distinto, como si aquella luz se filtrase a través de un imposible prisma que más allá de los siete colores del espectro la descompusiera en infinitos matices jamás vistos ni imaginados antes. Y dejamos de ser quienes éramos para convertirnos en innumerables colores inmateriales. Y entonces nos convertimos en lluvia, en lluvia coloreada que caía sobre la tierra. Y todas las tribus del orbe, espantadas, se hincaron de rodillas ante aquel milagro. Y aquel milagro multicolor las borro para siempre de la superficie de la tierra. Y la tierra se volvió distinta. Y en la tierra solo quedamos nosotros, convertidos en ríos, arroyos, regueros y torrentes multicolores discurriendo por cauces de esmeraldas. Y éramos ríos amarillos que corrían entre las selvas color turquesa de la primavera. Y éramos arroyos carmesíes que se deslizaban entre las espesuras de los bosques azules del verano. Y éramos regueros violáceos fluyendo entre los arboles de hojas escarlata del otoño. Y éramos torrentes azules discurriendo entre los bosques blancos del invierno. Y así fluimos durante numerosas estaciones siempre distintas en sus colores irresolutos.
    Hasta que la luz infinitamente lejana nos llamó. Y entonces volvimos a ser halos y ascendimos de nuevo hacia ella y nuestros innumerables colores se fundieron en uno solo que jamás habíamos visto. Y así, con ese nuevo color recorrimos la relativa infinitud que nos separaba de ella. Y nos fundimos en su blanco eterno.
    Y despertándonos volvimos a ser hombres. Y volvimos a acariciar la húmeda tierra y las flores que adornaban nuestros cabellos, a acariciar a nuestros niños, a nuestros animales, a nuestras mujeres y hombres. Y volvimos a trabajar en nuestras huertas y a cegarnos mirando al sol en los días y a soñar mirando a la luna en las noches. Y nuestras vidas discurrían felices en aquel verano del amor.
    Pero a veces evocábamos aquella luz en un punto infinitamente lejano. Y sabíamos que algún día cercano volveríamos a ella. Volveríamos a abrir las puertas de la percepción para emprender otro viaje que nos llevara a nuestra condición de halos, colores, lluvia, agua y torrentes policromados fluyendo a través de extrañas estaciones ajenas al Tiempo.

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  15. OFICIOS OBSOLETOS E INÚTILES

    Aquella luz era a la vez un punto infinitamente lejano y una aureola que nos rodeaba la coronilla. La verdad es que nos tenía hartos. Decididamente desentonaba con la imagen que nos gustaba dar y con nuestra filosofía de la existencia. Además dificultaba enormemente nuestro oficio. Supongo que sería un precio que teníamos que pagar por nuestra derrota.
    ¿Que queríamos provocar una crisis económica que arrojara a millones de parados al arroyo? Pues los magnates que manejaban el cotarro se reían en nuestras barbas diciendo que para eso se basaban ellos solos sin ayuda de tan extraños y aureolados asesores.
    ¿Que queríamos forzar el estallido de una devastadora guerra? Los capitostes militares, tan cazurros ellos, también nos ridiculizaban en sus estados mayores haciéndonos probar un sofisticado casco de combate, descojonándose de risa cuando aquella terca aureola tras deslizarse por los bordes del casco, abandonaba nuestras coronillas e iba a posarse sobre todos los chismes tecnológicos que adornan los aborrecibles yelmos de este siglo. ”Blanco perfecto para el enemigo” se carcajeaban los más chuscos.
    ¿Qué queríamos desencadenar una espantosa hambruna en algún desdichado rincón de esta tierra en la que miles de seres perecieran de inanición? Entonces los capitostes de las grandes corporaciones agroalimentarias desconfiaban más del aspecto angelical que nos confería la maldita aureola, que de nuestras brillantes ideas, y eso sí, cortésmente nos invitaban a irnos. Pero oíamos sus risitas a nuestras espaldas.
    Empezábamos a percibir nuestro oficio como algo obsoleto e inútil, y más aun con el hándicap de la dichosa e inocultable aureola. Aún más descorazonador que la pobreza de los resultados era soportar la rechifla de los ilustres dirigentes del planeta.
    Era evidente que nadie nos necesitaba. Desalentados, acabamos retirándonos a un abandonado monasterio en lo más recóndito de las montañas tibetanas.
    A veces en la penumbra del monasterio la condenada aureola se retorcía hasta formar el símbolo del infinito en torno a nuestros cuernos. El anciano de la barba blanca desde aquella luz ahora infinitamente lejana, pero que nosotros otrora habíamos visto tan de cerca, nos mortificaba con sus chirigotas. ¿Quién coño nos mandaría rebelarnos si sabíamos que el viejo era amigo de castigos eternos?

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  16. Aquella luz era a la vez un punto infinitamente lejano y una aureola que nos rodeaba.
    Flotábamos en un ambiente acogedor y soñábamos con aquellos estímulos del exterior cada vez menos extraños .
    Permanecíamos siempre juntas ,yo era la más enérgica y la que más espacio necesitaba . Un día cuando casi no nos quedaba sitio ,los rítmicos y galopantes sonidos que producíamos dejaron de acompasarse .La luz se volvió más cercana y la voces familiares más intensas ,mezclándose con otras desconocidas.
    No sentía miedo ,estaba preparada para descubrir ese mundo de luz ,pero tú ,no me seguiste, esperar plácidamente .
    Giré hacia una nueva ,intensa y fría luz , difuminada por mi limitada visión .
    Alejada desconectada de ti y nuestro acogedor mundo ,ya lejano ,estaba indefensa y por primera vez sentí miedo.
    Llorë intensamente y con ávida torpeza trepė hacia mi nuevo consuelo y sustento que conformaba la confortable aureola rodeada por mis labios .El miedo en parte desapareció, reconfortada con una nueva luz la que desprendía esa húmeda mirada tan intensa como infinitamente lejana .
    Esa misma mirada que nos conectaba de nuevo en cada cumpleaños al colocar una vela estrellada al lado del número que indicaba dos fechas desgarradoramente enfrentadas .
    Así daba comienzo el pequeño diario de mi madre titulado Luz y Estrella .
    Me llamo Luz desconocía de que tuviese una gemela no nacida y hace dos años que perdí para siempre esa mirada ,desde entonces me sentí extrañamente sola .Ahora comprendo el motivo .
    En pocos meses seré madré y ya no dudamos en el nombre ,su padre está de acuerdo en que Eugenia es un buen comienzo .
    Volveré a celebrar mis cumpleaños con dos velas estrelladas que iluminen de nuevo nuestra aureola a la espera de reencontrarnos en otro punto infinitamente lejano.

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    1. No sentía miedo ,estaba preparada para descubrir ese mundo de luz ,pero tú ,no me seguiste, PREFERISTE esperar plácidamente .

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  17. TONY Y JANET
    No había asumido su muerte. Tenía que reconocerlo, acababa de matarla y ya la estaba añorando. Arrastró envuelto en la cortina de la ducha el cadáver de la chica hasta el desván. "Perdona mamá" murmuró, y sustituyó en la mecedora a la vieja momia por aquel espléndido cuerpo desnudo. Bajó con aquella acartonada reliquia a la cocina del motel  y la quemó en el incinetador de basura. "No se puede vivir con dos muertes sin asumir, con una basta" pensó. "Además esta última es más decorativa"

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  18. ETERNIDAD

    Aquella luz era a la vez un punto infinitamente lejano y una aureola que nos rodeaba. Algo nuevo y extraño. O quizás no tan extraño porque era como si ya lo hubiese vivido, o sufrido, por culpa de esa obsesión recurrente de mis pesadillas empeñadas en llevarme al epicentro de una explosión nuclear y dejarme allí, flotando sine die, en una ingravidez paralizante. Me recordé en ese trance de impotencia sin sentido donde nada existía, no siendo una descompresión monumental que lo expandía todo y convertía el silencio en un eco lejano de sí mismo.
    Busqué mis manos y no las encontré. Quería pellizcarme, para saber si era real ese momento, y no hallé ni un solo palmo de mi cuerpo al que hincarle unas uñas.
    Miré a mi alrededor, y nada había no siendo la luz y la aureola. Tampoco la vi a ella. Pero estaba allí; lo presentía; la podía sentir a mi lado, aunque no pudiese verla.
    -- Carla, ¿estás bien…? – pregunte, sin mucha confianza en ser oído.
    -- Si. ¿Dónde estás? – me respondió.
    Podíamos hablar, pero sin escucharnos las voces. Era como si un lenguaje telepático nos comunicara. Lo mismo que siempre he pensado que le sucede a mi perro que, no sé por qué extraño mecanismo, nunca se levanta como una centella cuando voy hacia la puerta de la calle sin intención de llevarlo conmigo, o cuando se esconde detrás de cualquier mueble si presiente que voy a llevarlo al veterinario; cosa que odia.
    Así que, sin articular palabras, nos encontramos hablando Carla y yo, en medio de la nada de luz que nos rodeaba, gozando, por primera vez en nuestras vidas, de una paz absoluta. El tiempo dejo de existir. La luz suplía cualquier expectativa y rellenaba los huecos ingenuos de nuestras ansiedades. Habíamos alcanzado un éxtasis perenne, un idílico estado carente del más mínimo atisbo de lujuria.
    Todo comenzó instantes antes de que los bomberos nos excarcelaran de nuestro viejo biplaza, un Corvette rojo del 68, que se había convertido en un amasijo de chatarra calcinada después de que colisionásemos de frente contra un camión de mudanzas. Qué cosas tiene la vida… Ese camión traía nuestras pertenencias. Nos mudábamos. Por fin, esa mañana, nos entregaran 3elas llaves de la casa nueva de la playa. Todavía olía a recién hecha, como un pan caliente de sueños saliendo del horno de las ilusiones. A Carla le encantaba la inmensa sensación de libertad que trasmitían aquellos ventanales abiertos a la inmensidad del mar. Descorchamos una botella de champán para celébralo y, después de compartir sin prisas las burbujas de nuestra dicha, subimos al coche para volver a la ciudad. La alegría se hacía efervescente en nuestros rostros. Yo la miraba encantado. Ella cerraba los ojos esbozando una sonrisa y dejaba que la brisa marina enredara sus cabellos voladores. Se la veía tan feliz, tan hermosa… Quise besarla. Una curva cerrada… y de pronto la luz y la aureola.
    Ahora ya todo está claro; poco a poco nos vamos aclimatando a esta profundidad sin tiempo ni medida.
    Ahora lo sabemos: estamos descubriendo la eternidad.

    QUIJOTE. (Taller Biblioteca González Garcés. 21 de octubre de 2021)

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  20. Nun outono da vida, nun lusco fusco de ideas remexidas,
    apareceu un punto de luz aló moi lonxe,
    diminuto,
    pequeniño.
    Eu miraba e miraba e cara el corría
    na busca dun aloumiño que mude a pel estremecida.
    Un meigallo volveume andoriña,
    e chegou un albor de risas e pranto,
    co punto de luz convertido en estrela que guía.
    E eu, máis grande, de min máis amiga,
    atopeime nesta primavera somerxida.
    Hai outonos, si.
    Hai invernos, si.
    Hai treboadas que semellan infinitas.
    Mais... xa non vexo ese punto de luz aló tan lonxe.
    E as lembranzas veñen, así,
    de cando esgotada,
    sen folgos,
    cara el corría,
    e no medio dos saloucos
    ría e ría.
    E achegueime tanto ao punto,
    que nel me vin metida.
    A súa aureola de luz envólveme,
    e xa son ela,
    brillante,
    con azos de valentía.

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  21. Aquela luz era á vez un punto infinitamente afastado e unha aureola que nos rodeaba.
    Día a día, semana tras semana, Samuel pechábase na súa casa, que non era outra ca do seu silencio. Eu vía un punto moi afastado de min, un punto diminuto que se escapaba cara un horizonte sen albores riseiros. Samuel tiña o seu propio fogar nunha inmensidade sen sons. Eu petei e supliquei, esixín, berrei, cantei e chorei para que me permitise o paso ata o salón desa casa propia e única, onde as fadas festexaban sen facer barullo. Pero naqueles intres, non puiden asomarme, tan sequera, ao recibidor. Esa aureola de luz que o rodeaba tornábase aceiro imposible de traspasar. Nin unha bágoa, nin un sorriso foron compartidos durante anos. Nin unha bágoa nin un sorriso para agasallar os ollos ansiosos dos seus aloumiños. E Samuel, somerxido nun meigallo sen fala, pechábase no seu tempo dos días que lle eran sempre alleos, alleos ao seu ser. Mentres, eu, gardiá das súas solitarias horas poñía cor e calor, música e danza nas miñas verbas para que non se notase demasiado a súa mirada afogada no recuncho da incomprensión. Collín as cores do arco da vella e pintei esas paredes poderosas que me afastaban dos bicos tan ansiados. E así, segundo tras segundo. E así, ano tras ano, aloumiñando na distancia as palabras non pronunciadas e que se vestían ás veces de enfados e histerias mal disimuladas. Vinme camiñando da man co medo e tamén se apagou a miña voz. Só puiden sentarme e agardar. E, cando o silencio se meteu en min, paseniño, descubrín que da casa de Samuel saía unha aureola de luz que me rodeaba permitíndome así compartir con el ese mundo sen fala. Pouco a pouco, coma rosas nunha primavera, apareceron palabras e verbas que se escorrían por debaixo da súa casa e esa luz que o envolvía todo, poñíalle a música máis doce que eu escoitara..
    Na actualidade, Samuel vén de recoller un premio pola súa segunda novela. Aquel punto afastado, hoxe foi quen de responder ao meu abrazo. Neste cálido día, de flores e colores, foi tan doce esa aureola brillante que nos rodeaba, que me pareceu oír moi baixiño: Quérote, mamá!

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  22. Es más difícil respirar en el norte húmedo ,la dificultad se empieza a sentir enseguida y todo es más lento.
    Había preparado la subida a la montaña durante un par de meses ,me aseguré de llevar el mínimo equipo necesario para evitar sobrepeso ,el entrenamiento físico para tolerar el cansancio así como un exhaustivo estudio del mapa.
    Era verano ,hacia buen tiempo y el guía ,un viejo conocedor del lugar ,infundía tranquilidad al grupo formado por tres hombres y mujeres ,entre las que me encontraba yo.
    Mientras subíamos ,a medida que se hacía más estrecha y serpenteante la ascensión ,el paisaje que dejábamos atrás se hacía más y más diminuto e insignificante.
    Mis pensamientos se concentraron en el camino a seguir .Era la última del grupo ,sabía que si ellos podían yo también .Formábamos un equipo que se ayudaba y apoyaba en los momentos más complicados .
    Cuando quedaba poco para tocar cumbre ,la respiración me recordaba que ganábamos altura y los Picos de Europa se mostraban con una belleza sobrecoge dora ,el esfuerzo valía la pena.
    En ese instante comprendí que se necesitaba creer en uno mismo para comenzar algo nuevo y diferente.
    Habíamos llegado todos bien ,cansados pero contentos .Me concentré en el paisaje ,el abismo que salvamos y el valle .Inspiré profundamente ese aire húmedo del norte procedente del mar y la niebla que pronto llegaría .Mientras exhalaba el aire ,menos frío ,más acogedor ,cerré los ojos y lentamente visualicé mi nuevo reto de formar parte del grupo de escritura creativa .
    Allí mismo decidí que este debía ser el primer relato ,para no olvidar lo que el grupo de montaña me enseñó ,a no temer los abismos ,no quedarme paralizada ante las dificultades,ni apurar los logros porque todavía nos quedaba bajar de las alturas ,volver a los pequeños e insignificantes problemas que me esperaban en el día a día .

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  26. AMANECER

    Aquella luz era a la vez un punto infinitamente lejano y una aureola que nos rodeaba. Siento una enorme vergüenza por lo que ocurrió, pero fue inevitable. Esa luz, tan intensa y cegadora que invadía mi cuarto solo podía ser una señal de alarma, un último aviso, la última posibilidad de aceptar que debía huir de allí, de aquel error inminente.
    Habíamos llegado la tarde anterior a la preciosa finca que con tanto esmero habíamos seleccionado para la fiesta. El salón estaba espléndido .Echamos la penúltima mirada sobre aquel espacio armonioso y elegantemente decorado y respiramos satisfechos. Cada detalle en su sitio, las flores adecuadas, ni de más ni de menos, los manteles de un blanco inmaculado, la vajilla de delicada porcelana y las copas de sonoro cristal, esbeltas como palmeras. Todo perfecto.
    Tan perfecto que de nuevo sentí miedo y no pude evitar que un escalofrío recorriera mi espalda como una inesperada descarga eléctrica. No era la primera vez que me ocurría desde que acepté la propuesta. El miedo iba y venía a su conveniencia, conjugándose con la emoción y el entusiasmo que cabía esperar de una decisión tan importante para el futuro.
    Podría decirse que llevábamos 6 años conviviendo, más bien compartiendo piso y gastos, diría yo. Ya se sabe, los trabajos…los horarios…los compromisos…los amigos…
    Total, eran nuestras las noches, a menudo demasiado cansados, y el placer de los relajados fines de semana. Era cómodo. Estábamos bien.
    Todo empezó a complicarse cuando el futuro se coló en nuestro presente y empezaron los proyectos.
    Yo no quería seguir la tradición familiar. Estaba pensando seriamente en abandonar el despacho de mi padre. Nunca me gustó el derecho, pero no fui capaz de confesarlo, por no ver la decepción en su cara y los reproches en sus labios. Recordaba con disgusto el griterío de los niños al volver del colegio y a mi madre, desesperada, intentando poner orden en el patio de casa, pero ella fue feliz a su manera y ahora estaba ansiosa por ser abuela. Siempre volvía su sonriente mirada hacia mí con malicia cuando salía el tema en la mesa.
    Pasaba el tiempo y la presión se iba haciendo tan intensa como esa aureola de luz que hoy me saludaba desde el horizonte .Un día después de hacer el amor, dejó caer sobre mí el primer “cásate conmigo…”
    No dije nada, le cogí las manos y nos abrazamos. La quinta vez que lo propuso sin obtener respuesta pude ver una metálica tristeza en sus ojos verdes.
    -No me quieres los suficiente ¿es eso?. Dilo y me iré sin hacer preguntas.
    No pude resistir su mirada y esta vez acepté la propuesta .Otra vez ganó mi cobardía y hoy me encuentro aquí, contemplando este glorioso amanecer que solo me invita a salir huyendo.
    Trato de tranquilizarme y me vuelvo a la cama. Por expreso deseo de mi madre hemos dormido en habitaciones separadas, es lo decoroso –dijo -cargada de razón
    No puedo más, la angustia me invade y estoy perdiendo la cordura. Me levanto, me visto silenciosamente y sigo mi instinto de huir como un reptil .No puedo ni quiero pensar en las consecuencias, no puedo ni quiero mirar atrás.
    Arranco el coche y salgo a toda velocidad rumbo a ninguna parte, intentando perderme dentro de ese horizonte cálido, de esa aureola de luz cegadora que me invita a desaparecer.

    Olga
    Octubre de 2021

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  27. Lo he leido de nuevo antes de publicarlo y nada chicos ...se me han pasado por alto. Ahora, debe ser por ese fondo verde, me percato de que faltan algunas "comas".

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  28. El cielo estaba azul como los días apacibles de verano. La brisa traía aromas de Blanco de Flandes y Portugués, aunque había que tener el olfato muy educado para disinguir las variedades. Digamos que, para el común de los mortales, olía a trigo, incluso a cereal para aquellos que nos visitaban ocasionalmente. Arrullos y zureos nos dieron los buenos días en una mañana que prometía camaradería, yantar abundante y buen vino. No faltaron las risas de los niños, pues en estas labores participaba todo el pueblo, desde los más jóvenes hasta las ancianas, cada uno en su labor. Los segadores, con sus hoces y zoquetas, segaron los roamanos haciendo los ataxillos con presteza. Las garbas fueron recogidas por las mozas en caballones y los niños se afanaron en ser el mejor espigador. La colocación en el carro se reservó al mayoral y al dueño de la finca, acomodando de tres en tres las garbas entre las punteras a lo largo del varal y con las espigas hacia abajo en los laterales. Por tradición, los más ancianos pasaron las sogas entre anillas y ataíllos, aunque la fuerza la volvieron a poner los más jóvenes.
    Cuando el sol ralentizó las labores, como obedeciendo a una llamada nunca hecha, aparecieron las viudas del lugar cargadas de pucheros con sopas de ajo y perolas de arroz y conejo que durante toda la mañana habían cocinado a fuego lento. El vino calmó nuestra sed, incluso a los niños que más grano habían salvado. Recuperadas las fuerzas tras un ligero sueño, volvimos a la faena con las hoces afiladas y el semblante tostado. Cuando se terminó la jornada, dejamos que los animales aprovechasen el grano caído en el sembrado. Llegó entonces el momento más esperado por todos, especialmente por las mozas. Bajamos al río, nos quitamos las camisolas antaño blancas y las esparteñas y, en calzones, nos metimos en el agua a refrescarnos. Las muchachas se quedaron en la orilla, mojando los pies, subiendo sus sayas hasta las rodillas y riendo ante nuestras gracias. Y eso duró cinco minutos que, como todo el mundo sabe, es lo que dura la felicidad.

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  31. (Con el perdón de la Reina de Inglaterra)
    “Es más difícil respirar en el norte húmedo. La dificultad se empieza a sentir enseguida y todo es más lento y pesado”-pensó Cándido al bajar de aquel tren en el que llevaba más de diez horas.
    Pocas veces había vuelto y siempre fue acortando su estancia. No soportaba este clima.
    Mientras buscaba con su mirada el viejo Austin de Pedro que venía a recogerle podía sentir las gotitas de la densa niebla deshacerse en su pelo, sobre su abrigo, empapando la fina piel de sus zapatos.
    - ¡Don Cándido!
    - ¿Sí? – preguntó volviéndose sorprendido hacia el jovencito en el que apenas reconocía al pequeño Pedrito tan crecido ahora.
    - He venido a recogerle, Don Cándido. Allí-señalaba con la cabeza hacia el otro lado de la calle mientras cogía la maleta- Allí está el coche.
    Cruzaron la calle en silencio. El joven abrió la puerta trasera para que el viajero se acomodase mientras guardaba el equipaje en el maletero.
    - ¿Y Pedro, tu padre? ¿Por qué no ha venido?
    -Mi padre está demasiado viejo para conducir, pero descuide, yo le llevaré.
    - Pero ¿está bien?
    -No, Señor. Está viejo.
    - ¿Con salud?
    -No señor, la vejez no se cura.
    Don Cándido, sorprendido con la respuesta, se quedó callado. Mirando por la ventanilla, con la humedad y el frío en su interior, se fijó en los abedules que empezaban a encanecer anunciando la otoñada.
    Recordó el motivo de su viaje. Esperaba que el viejo Pedro, aunque aquejado de vejez pudiera ayudarle y confiaba en dejar zanjado aquel asunto. El viejo conflicto de las lindes estaba tomando tintes violentos y la policía le había requerido por cuarta vez para tratar de resolverlo definitivamente. De un modo u otro era necesario encontrar aquel marco.
    Desde niño, Cándido, había oído contar que la tía Erundina antes de irse a Brasil había plantado aquel roble en la linde de la finca con el camino, al lado del marco, pero este no aparecía. Para eso confiaba en la memoria de Pedro al que había encargado la búsqueda.
    Cuando se despertó a la mañana siguiente, el sol lucía sin estorbos en aquel día de septiembre. Después de desayunar decidió dar un paseo hasta el lugar del conflicto, abrazarse al viejo árbol-nunca había visto uno tan grande, ni cinco Cándidos podrían abarcar su tronco-Cuando llegó allí el estupor y la pena le dejaron en shock. No daba crédito.
    Volvió sobre sus pasos para pedir explicaciones a Pedro, no entendía como había consentido aquella afrenta.
    -Señor, el roble al crecer integró la piedra en su tronco. Era la única manera de encontrar el marco- le dijo el viejo Pedro sin entender muy bien aquella lágrima que resbalaba por la mejilla de Don Cándido.

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  32. Versión 1
    Aquella luz era a la vez un punto infinitamente lejano y una aureola que nos rodeaba. Los dos la percibimos, fue fantástico. Pero, desde aquella vez nunca volvió a repetirse. Lo cotidiano era entrar, descargar, media vuelta y a roncar. ¡Lacerante!

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  33. Versión 2
    Aquella luz era a la vez un punto infinitamente lejano y una aureola que nos rodeaba.
    Ambos la vimos.
    Lo noté en su mirada. Lo notó en mi mirada.
    Sus ojos en mis ojos. Mis ojos en sus ojos.
    Así, percibiendo aquella luz que nos hechizaba desde que en ella me sumergí, desde que ella me recibió.
    Así estuvimos una eternidad rimada y gozándonos nos fundimos.
    Cuando, muy tarde, dejé sus ojos ella dejó mis ojos.
    Y volvió la oscuridad a la habitación, volvió la realidad a nuestro lecho.

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  34. Versión 3
    Aquella luz era a la vez un punto infinitamente lejano y una aureola que nos rodeaba. Así- recuerdo- había conseguido iluminar la escena final el primer acto tal como el director me había pedido.
    Los aplausos todavía duraban cuando un gran estruendo los interrumpió de repente levantando a los espectadores de sus asientos presos del miedo.
    Todos, expectantes, vimos con asombro como el decorado se derrumbaba sobre el escenario.
    Este fue su último fracaso como director teatral. Pero no sería el peor.
    Ahora vive feliz en un tranquilo barrio de las afueras de Lisboa. Cultiva plantitas de marihuana y debe 400 millones de euros a un banco gracias a una cetárea quebrada. Su otro gran fracaso.

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  39. EXCURSIÓN MICOLÓGICA
    Teníamos el otoño avanzado y el frío del invierno acechaba como un bandolero atrincherado a la espera de su presa.
    “Por Todos los Santos, nueve en los altos” decían los viejos con su refranero meteorológico que tenía dichos para cualquier cosa y la contraria, pero se acercaba el Primero de Noviembre y ni nieve ni frío, más bien se estaba alargando un otoño benigno con sus coloridos de las hojas de los árboles y las viñas a las que había dejado de fluir la savia, hasta los largos atardeceres que teñían el paisaje de rojo intenso sobreponiéndose a la demás policromía.
    Había salido a buscar setas pero no había llovido lo suficiente y fue un paseo en vano, ¡ni la muestra!, a pesar de haber recorrido aquellos parajes que conocía bien y que en otras ocasiones llenaba el cestillo con variadas especies en muy poco tiempo volviendo a casa mirando el contenido con pensamientos puramente culinarios: estas a la plancha, aquellas rebozadas, las otras las reservaré para algún guiso, y si me sobran las pondré en conserva de salmuera para mejor ocasión, porque ya se sabe que los amigos aparecen en tu casa, y sabiendo tus aficiones micológicas, no se van hasta que le preparas algo con hongos, y les trae sin cuidado si estamos o no en temporada.
    Con la cesta vacía y estos pensamientos me senté apoyado en un tronco con mi bota a mano y ya que la recolección había sido un fracaso, pues a disfrutar de las vistas y el paisaje que me rodeaba entre trago y trago de buen vino de la tierra.
    Me pasé con el vino. El litro y medio de capacidad de la bota tocaba a su fin mientras el sol comenzaba a descender. Intenté levantarme sin mucho éxito y fui, cual bebé lactante, gateando hasta otro árbol caído para ayudarme con él en el difícil trance de enderezarme cuando apareció de pronto una bella mujer, cual ninfa de los bosques, con indumentaria vaporosa, que impidió me pusiese en pie, al contrario, con sus caricias, zalamerías y pequeños empujones fue llevándome hacia un lecho de hojarasca hasta situarme en tendido supino, desabrochándome la ropa mientras ella con leves y gráciles movimientos fue desprendiéndose de la suya hasta que, desnuda, cabalgó sobre mi cuerpo en un alocado galope hasta un prolongado éxtasis que me llevó a perder el conocimiento.
    Abro los ojos y veo todo blanco: las paredes, el techo, los muebles, hasta la vestimenta de aquel señor que está de espaldas.
    Tengo un fuerte dolor de cabeza, me palpo el cráneo y me encuentro un extenso vendaje.
    En un estado de duermevela recapacito sobre mis recuerdos recientes, a pesar del atontamiento del momento, y regreso a los dichos de los viejos: “y eso duró cinco minutos que, como se sabe, es lo que dura la felicidad.

    Luis M. Gurriarán
    Fonte Cuntín, 23/10/21

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  40. Mi trabajillo para el viernes.
    ¡Por fin pude "pegar"!

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  41. Primer relato

    Es más difícil respirar en el norte húmedo. La dificultad se empieza a sentir enseguida y todo es más lento.
    Y yo poco a poco me acerco , me acerco más al norte, a mi norte y lo noto.
    Noto esa humedad líquida que me asfixia, que me impide respirar, respirar y poder seguir adelante.
    Aunque,¿realmente quiero hacerlo?,¿quiero seguir luchando contra esa dificultad que me frena, que me ahoga y no me deja avanzar?
    A veces pienso que debería intentarlo, intentar romper ese hielo, deshacerme de esa humedad, de esa angustia y salir lentamente a respirar.
    Pero no, no voy a hacerlo, voy a dejar que ese peso me hunda, me hunda y me lleve a un fondo, al fondo donde no sentiré nada, donde ya no sentiré la humedad donde ya no tendré que respirar.

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  42. Segundo relato

    Aquella luz era a la vez un punto infinitamente lejano una aureola que nos rodeaba.
    Intentamos, a pesar de su lejanía, descubrir el origen pero, cuanto más nos acercábamos, más se alejaba de nosotros aunque loa aureola no menguaba y seguía rodeándonos, causándonos una curiosa mezcla de inquietud, inquietud y bienestar.
    Al cabo de un tiempo, una de nosotros, no me acuerdo quien, quizás fuera Luisa, ¿pero realmente importa?, nos dijo que parásemos, que era una persecución inútil.
    Nadie le llevó la contraria, aunque algunos, como yo, no estábamos del todo convencidos, queríamos averiguar su procedencia y, sobre todo, queríamos saber el porqué de esa sensación que no mermaba.
    Pero, al final, todos se dieron por vencidos y poco a poco se fuero alejando, aunque eso no impedía que la aureola se fuera con ellos.
    Así que me quedé sola, intentando, pese a saber que nunca lo conseguiría, acercarme a es punto, a esa luz y preguntándome si llegaría un momento en el que ellos, al igual que yo, irían perdiendo el aura, la sensación de bienestar e irían sintiendo, cada vez más, la inquietud.

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  43. Tercer relato

    No siempre creo recordar exactamente como fue, aunque vuelve a mí insistentemente, quizás más a menudo de lo que quisiera, porque muchas veces querría olvidarlo para dejar de torturarme, para dejar de pensar que podría volver a pasarme.

    Tú, por el contrarío, piensas que no debería preocuparme, al contrario, crees que es bueno que eso me pase, al fin y al cabo, ¿por qué no me conviene recordar algo así?, algo que, dices tú, sí podría volverme a suceder.

    Pero no, no te hagas una falsa idea, no me crees falsas esperanzas, porque sólo fue eso, y eso duró cinco minutos que, como todo el mundo sabe, es lo que dura la felicidad.

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  45. BLUES DE CHICOS POBRES


    Demasiado jóvenes. No eran amantes expertos. Ni refinados. No sabían nada de técnicas amatorias orientales ni cosa por el estilo. Iban al grano, él y ella. La clase obrera, ya se sabe. No hacían el amor, solo follaban. Un pequeño oasis verde, no demasiado limpio, entre chimeneas de fábricas. Zumbido de abejas y piar de algún pájaro despistado. Meneo. Gemidos. Mete saca. Eyaculación. Espermatozoides a la carrera. Y una nueva vida para la máquina. Aquella mediocre felicidad más intuida que gozada duró poco, que se yo, pongamos que cinco minutos.
    Luego vino el bombo. Las lágrimas de ella. El miedo al futuro de él. Las presiones de la familia. Una boda bastante triste. Apenas otros cinco minutos de felicidad cuando el cura pronunció un breve florilegio sobre las excelencias del matrimonio cristiano. La consabida tendencia a la lágrima fácil de los pobres ante la palabrería emotiva y hueca de estos profesionales del engaño. Felicidad lacrimógena.
    Ya no hubo más minutos de felicidad. Barrio obrero. Mucho currar. Salarios escasos. Estrecheces. Alcohol. Golpes. Reproches. Más golpes. Todo normal. Como si fuese parte de una cotidianidad inevitable.
    Así creció Juanillo. El niño del bombo. Niño perplejo. Adolescente mustio. Joven airado. Buscó, sin encontrarlos, sus minutos de felicidad en los solares del barrio. Un pico un día por aquí otro día por allá.
    Pero Dios es justo y reparte bien. A Juanillo, ya Juan, también le fueron otorgados sus minutos de felicidad consciente. El día de furia en que facturó a su padre para el otro barrio por cabrón y maltratador, y a su pobre madre para que dejara de sufrir de una vez por todas. Apenas cuatro minutos de felicidad salpicada de rojo.
    En una manzana próxima creció Nico. Otro niño del bombo. Padres de circunstancia y vida calcada de los de Juanillo. Al fin, todos los pobres vienen siendo iguales. Solares mugrientos. Penurias. Olor a coles en la escalera. Gritos iracundos de padres en camiseta y madres en zapatillas. Pero a Nico, quizás un poco más apocado que Juan, ni siquiera le fueron concedidos esos cuatro minutos de felicidad teñidos de sangre que salpica el cristal del reloj barato sobre las impasibles manecillas del tiempo de violencia.
    Hasta que heredando el oficio de un desconocido y lejano abuelo, irónicas excepciones que se dan a veces entre las familias humildes, obtuvo una plaza de funcionario. No estaba mal aquel trabajo que le permitía salir del barrio y viajar por todo el país. Pero lo mejor eran los escasos pero intensos minutos de felicidad que le proporcionaba su satisfacción profesional por la obra bien hecha. Quién lo diría de aquel Nico semidelincuente al que ahora todos llamaban Don Nicolás.
    Cuando su vida se cruzó con la de Juanillo-Juan, al que recordaba vagamente de las correrías por las callejas y los solares, tuvo sus dudas. Un niño del bombo como él. Quizá esta vez no le resultara tan satisfactoria y feliz la práctica de su oficio.
    Pero qué demonios, él era un profesional y un buen profesional ha de ser feliz con su trabajo.
    Juanillo-Juan tenía un cuello poderoso como el de un toro, así que la agonía sería un poco más larga que los dos o tres minutos habituales. Mientras giraba diestramente el manubrio del garrote vil experimentaba aquella ya familiar sensación de plenitud que colmaba su alma enferma.
    Y eso duró cinco minutos que, como todo el mundo sabe, es lo que dura la felicidad.

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  46. BLUES DE ROBERT JOHNSON Y EL TROLL (Parte 1)

    Soy un Troll. Os preguntareis que hago en estas tierras tan verdes y soleadas, tan lejos de Mordor y la Tierra Media. Los Trolls somos seres de inteligencia muy limitada, pero muy irritables, y cuando nos irritamos nos entra un hambre atroz y podría comeros si me importunáis con demasiadas preguntas. Así que limitaos a escuchar mi relato sin rechistar.
    No recuerdo muy bien como vine a parar aquí, a las riberas de este pequeño afluente del gran rio que los hombres llaman Mississippi. Solo recuerdo el motivo: la búsqueda de unos minutos de felicidad. ¿Os asombráis de que seres tan abyectos, obtusos y brutales como los Trolls puedan pretenderla? Os comprendo. Mis congéneres desconocen esa palabra y el sentimiento que describe y aunque lo conocieran lo despreciarían. Lo nuestro son las largas digestiones tras zamparnos a algunos humanos bien regados con algunos odres de vino. Pero yo había oído cosas. Viejas leyendas de la Montaña que decían que hasta los Trolls podríamos alcanzar en algún momento esa breve felicidad que según las leyendas dura muy poco, como cinco minutos, no sé muy bien que son los minutos, pero debe ser muy poco.
    Por eso he llegado, no sé cómo, hasta este verde rio y a este puente. Supongo que sabéis que a los Trolls nos gusta situarnos en los puentes y en las encrucijadas y comernos a los viajeros. Yo, al mismo tiempo que atender a mi alimentación, esperaba encontrarme con alguien que me aportara esa breve felicidad que tanto ansiaba conocer. Hasta incluso, si no tenía demasiada hambre, dejaría cruzar el puente al que me la proporcionara. No pongáis esa idiota cara de incredulidad y escuchad el meollo de mi relato.
    Primero llegó un hombre enjuto vestido de negro con un alzacuellos blanco y un pequeño pero compacto libro en la mano.
    -¿Quién eres? - le pregunté.
    -Soy un reverendo – contesto.
    -¿Y qué haces?
    -Salvo almas.
    -¿Cómo?- inquirí.
    -Con este libro- respondió.
    Y abriéndolo comenzó a leer unas extrañas palabras tan incomprensibles para mis oídos de Troll que sin dejarle pasar la página me lo comí. A él y al libro.
    Luego llego otro tipo. Traje muy elegante con chaleco de seda de colores refulgentes. Sobre su boca un finísimo bigotillo engomado.
    -¿Quién eres? - le pregunté.
    -Soy jugador en los vapores del rio.
    -¿Y qué haces?
    - Me gano la vida con esto - y me mostró un mazo de tarjetas dibujadas con corazones, tréboles, diamantes y no sé qué más.
    -¿Cómo? - lo interrogué.
    -Así - dijo
    Y comenzó, haciendo juegos malabares, a extenderlas en la barandilla del puente. Estaba hambriento y se me acabó la paciencia. Me lo comí a él y a algunos naipes, muy rígidos y duros. Tuve una pésima digestión.
    Después llego un tipo fornido, contoneándose arrogante con una chapa de metal en el pecho y algo que supuse un arma al cinto.
    ¿Quién eres? - pregunté.
    -Soy el sheriff del condado - me dijo.
    -¿Y qué haces?
    -Hago cumplir la ley.
    -¿Cómo?
    -Liquidando a engendros como tú - respondió, y de aquel arma salió un proyectil que apenas levanto una esquirla en mi rocoso pecho.
    Naturalmente, me lo comí en el acto, sin más contemplaciones. Con sus botas de tacón alto y todo. El arma y la estrella de su pecho las tiré al rio. Demasiado indigestas.

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  48. BLUES DE ROBERT JOHNSON Y EL TROLL (Parte 2)

    Anochecía cuando llego otro. Un tipo con la piel muy oscura. Llevaba un traje deslucido que le quedaba grande y una extraña maleta.
    -¿Quién eres?- inquirí.
    -Soy músico – dijo él.
    -¿Y qué haces?
    -Canto y toco esta guitarra - dijo señalando la maleta.
    -Toca ¬¬- le ordené.
    -De acuerdo - murmuró. Abrió la maleta. Contenía un bonito instrumento de madera con un mástil y seis cuerdas.
    Sacó del bolsillo un tubo de cristal, el cuello de una botella, y deslizándolo por las cuerdas, comenzó a tocar. Su música sugería una suerte de jubiloso dolor bajo noches estrelladas sobre el discurrir del gran rio. Cuándo comenzó a cantar su voz hablaba de trabajo duro, de privaciones, de penas, de fracaso, de amores fallidos, pero aquella especie de lamento cantado no era como los gemidos de una plañidera ni como el llanto de un niño malcriado. Era una voz tan viril, tan conmovedora y llena de fuerza que, en alas de aquella música, transformaba el dolor en una insólita alegría.
    La melodía llego a mi corazón pétreo de Troll que se puso al rojo vivo como la lava de un volcán y por mis mejillas se deslizaron unas lágrimas de arena incandescente. Y mientras aquel hombre se alejaba cruzando el puente, pensé que había merecido la pena mi viaje en el espacio y el tiempo. Había obtenido aquella placidez agridulce, aquella clase de desfallecida felicidad que hasta los Trolls sabemos que es la mejor.
    Y eso duró cinco minutos que, como todo el mundo sabe, es lo que dura la felicidad.

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  49. BLUES DEL “NO SÉ POR QUÉ”

    Tenía que escribir un relato sobre la brevedad de la felicidad. Ocurrencias del redactor jefe de la revista en que trabajaba.
    Jamás se me había ocurrido especular sobre el asunto de la felicidad. Nunca la había buscado, la verdad. O al menos eso creía. No me gustaba escribir sobre obviedades. Lo mío era inventar historias, parecidas a sueños, en mundos pasados o futuros muy lejanos al mío. No me gustaba nada el mundo real.
    Como no se me ocurría nada medianamente decente, decidí bajar al bar de la esquina a tomarme una cerveza, o quizá mejor un bourbon, tal vez el latigazo del alcohol estimulara a los caballos de mi creatividad, otras veces tan desbocados pero hoy tan perezosos. El bar estaba en la acera de enfrente y yo tenía que cruzar un túnel bajo la rugiente riada del tráfico de la avenida. Allí dormitaba entre cartones un hombre con un acordeón. “¿A dónde vas encantadora chica?” me dijo con voz cascada. Yo ya estaba un poco talludita para asustarme de esos tipos absurdos que se dedican a acosar a las mujeres. “¿A ti qué coño te importa?” respondí. “Me importa todo lo divino y todo lo humano” dijo sonriéndome con una dentadura sucia en la que brillaba un diente de oro. Al instante intuí, no sé por qué, que no era solamente “uno de esos tipos absurdos que se dedican a acosar a las mujeres”. “Voy a tomarme un bourbon al bar de la esquina” repuse devolviéndole mi sonrisa impoluta. “¿Me llevas?” preguntó. No sé por qué, respondí: “Venga”.
    “Ponme un Jack Daniels, y a este caballero lo que quiera” pedí al camarero atónito ante el aspecto de mi extraño compañero. “Yo prefiero un JIm Bean. Seco” gruñó él aludido. Cuando llevábamos la tercera ronda, no sé por qué, sentí que me gustaban sus uñas sucias, su barba de tres días, su diente de oro y su acordeón con el fuelle agrietado. Tras la cuarta, con paso vacilante, volvimos al túnel y allí, no sé por qué, no me preguntéis por qué, bajo los cartones hicimos el amor como dos fieras urbanas en celo. Solo recuerdo que el frenético vaivén de nuestros cuerpos arrancaba de vez en cuando al acordeón unas notas inconexas que a mí me parecieron música celestial.
    Volviendo a casa en el ascensor, entre las brumas del bourbon y de la saciedad, aun acerté a reflexionar sobre el mundo real y la felicidad e intuí que hoy, no me preguntéis por qué, en aquel fugaz momento bajo los cartones del túnel había encontrado las dos cosas.
    Y eso duró cinco minutos que, como todo el mundo sabe, es lo que dura la felicidad.

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  50. BLUES DEL QUE ESTÁ DETRÁS

    Siempre está detrás.
    No es un ángel.
    No es un demonio.
    No es un monstruo.
    Pero siempre está detrás.
    Nunca me he atrevido a volverme para verlo.
    Pero sé que siempre está detrás.
    Y sé cómo es.
    Es asexuado. Ni hombre ni mujer.
    Y es muy pálido. Casi transparente.
    Y tiene cabellos negrísimos, grasientos.
    Y negros ojos inmóviles clavados en mi nuca.
    Y una tenue sonrisa de dientes afilados.
    Y unos débiles brazos suplicantes con dedos curvados como garras extendidos hacia mí.
    Y sé que siempre está detrás.
    Pero no sé qué quiere de mí.
    Solo una vez en la vida, en una soleada y solitaria playa sentí que las alas de una brisa dorada se lo llevaban lejos de mí.
    Entonces me atreví a volverme.
    Y no había nada.
    Pero retornó.
    Y sigue detrás.
    Y eso duró cinco minutos que, como todo el mundo sabe, es lo que dura la felicidad.

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  51. Axuda efémera


    Collinte da man unha mañanciña,
    un inverno que se volveu riseiro co teu espírito agradecido.
    Agasallos dun albor na mainiña pupila.
    Collinte da man e voamos pola vida dunha cativa raiola.
    Un intre de ledicia.
    Lóstrego que debeu ser eterno.
    Mais... migallas dun sustento efémero,
    que acenden miradas de complicidade,
    agasallos con folgos para ver un amencer,
    un raio de esperanza.
    Iso durou cinco minutos, que,
    como todo o mundo sabe,
    é o que dura a verdadeira felicidade.

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  52. La frontera de la muerte
    Había un gran punto negro. Brillante. A su alrededor, formando un círculo, miles de rayos en combinaciones de dorados, marrones y azules conformaban una trama única cuyo encaje de fibras custodiaba una identidad primigenia, blindada, inmune a cirugías plásticas o manipulaciones ideológicas.
    El vigilante se había dormido mirando a la pantalla, mirando fijamente. Desconocía cuánto tiempo lleva esperando ese ojo, si la pupila fuese un puntero láser apuntándole a la vista seguramente estaría ciego, aunque ya lo estaba del cansancio. “No hay punto fronterizo en el mundo con más movimiento que éste”, pensó. No exageraba en absoluto, salvo la condición sine qua non de no pasar equipaje, armas, drogas o semillas de plantas invasoras, daba igual la clase social, edad, profesión, procedencia y currículum, hasta el criminal más buscado por cualquier país era aceptado previa identificación. A los animales no se les requería nada.
    El vigilante intentó recomponer su postura y oficio, comprobó asombrado que en la base de datos no constaba dato alguno del poseedor del ojo. Esta situación nunca se había dado en su turno y que él supiese, jamás. La base de datos era permanentemente actualizada y universal, seguramente lo que fallaba era el sistema informático. Dudó que hacer, en principio no quería llamar a su superior. Recurrió al socorrido reseteo del equipo pero cuando se refrescaron todos los parámetros, el iris seguía esperando la autentificación biométrica para que el tránsito fuese posible.
    …“Name:…………” “Age:………”…
    Todos los datos en blanco. No se le esperaba.
    El vigilante estaba ya suficientemente despejado para concluir que él no asumiría responsabilidades que no le incumbían. Ni siquiera lo mencionaría en el informe de la guardia. Un problema que no existe deja de ser problema, al menos en su turno no se resolverían inconvenientes imprevistos. No se trataba de pereza ni de falta de diligencia pero el funcionario pulsó el botón que activaba el intercomunicador y pronunció con clara dicción: “Vuelva usted mañana”. El monitor recuperó el fondo de pantalla habitual con el logo corporativo: las dos llaves del reino de los cielos cruzadas.
    Galeno se sintió mejor cuando el gladiador abrió los ojos, había estado a punto de cruzar el umbral de la muerte, si hoy no había sido el día, solo se debía a que él estaba allí. Galeno se sentía satisfecho. ¡Tan joven y fuerte! Era un luchador que le hacía ganar mucho dinero en las apuestas. El pulso se le iba normalizando y Galeno se fue tranquilo y muy pagado de sí mismo como era habitual, ninguno de los gladiadores que había tratado había fallecido, no había un cirujano más efectivo que él en las urgencias de los ganadores.
    Volvió a escuchar el bullicio de la arena del Coliseo mientras un esclavo le servía vino, se merecía un descanso para paladear su orgullo.
    Y eso duró cinco minutos que, como todo el mundo sabe es lo que dura la felicidad.

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  56. LA VENGANZA

    Cuando visualizo, de nuevo, aquellos minutos desternillantes, todavía me parece sentir en la nuca ese dolor intenso que provoca la risa continuada. Creo que nunca me había reído tanto antes, y probablemente, esa escena forme parte del “top ten” de mis mejores momentos de regocijo guardados en el recuerdo.
    Corría el curso del sesenta y cuatro y hacíamos quinto de bachillerato en el instituto masculino. Al que más, y al que menos, se nos había atragantado las matemáticas, pero no por la materia en sí; todos coincidíamos que el culpable absoluto era Don Enrique, nuestro profesor.
    La fama de intransigente le precedía y todos nos referíamos a él como “el Inri”, mote que heredaba año tras año. Se lo había ganado merecidamente por su burlesca severidad y por su falta de empatía.
    Poco a poco fue creciendo el núcleo de una conspiración y todos nos conjuramos para hacerle pasar, al menos unos minutos, por el mismo trance de escarnio al que, él, nos sometía continuamente.
    Los recreos se convirtieron en asambleas improvisadas donde dirimir ideas de venganza. Alguien recordó que los padres de Santi tenían una droguería. Él nos podría suministrar materia prima para fabricar un emplaste resbaladizo y con ello conseguir que Inri perdiese el equilibrio y zozobrase. Todos imaginamos la situación y nos gustó la idea; sobre todo teniendo en cuenta su recia y pulcra compostura en el andar y en el vestir. Sometido a votación, todos estuvimos de acuerdo, excepto Santi que no estaba por la labor de robar en su propia casa. Pero, ante la presión general y el rango de héroe – de nuestro héroe— que logramos imbuirle, accedió, aunque de aquella manera…
    Santi, consiguió cera incolora, de las que se usaba para abrillantar los suelos de madera, vaselina liquida, aceite de copal y una anilina roja para teñir la mezcla. Hicimos pruebas y funcionaba, pero faltaba un ligero impulso detonador. Decidimos provocar la caída en el preciso momento que fuese a abrir la puerta de su coche, que siempre lo aparcaba en las inmediaciones del instituto. Lo dejaba en una pequeña cuesta abajo, para poder arrancarlo si le fallaba la batería, lo que nos venía de cine para hacer que perdiese el equilibrio.
    El día escogido para la vendetta, Santi y Bolón se saltaron la última clase para prepararlo todo. Extendieron la mezcla enrojecida sobre el asfalto y embadurnaron la manilla de la puesta del conductor con vaselina. Un plástico, disimulado en el suelo, haría de patín deslizante en cuanto lo pisase.
    Cuando Inri hubo llegado a su coche, ya estábamos todos posicionados en lugares diversos desde donde poder observar su descalabro sin ser vistos. En el preciso instante en el que se disponía a abrir la portezuela del conductor, Bolón, hizo estallar la traca de petardos que habían colocado, debajo del coche, a la altura de sus pies. Inri, dio un salto y, de caída, pisando el plástico con fuerza se precipito al suelo. Su traje gris, impoluto, se embadurnó en aquel viscoso mejunje rojo, y su cara, y su pelo… Cuanto más pretendía izar su larga figura, más resbalaba y más se embadurnaba. Se asía a la manilla untada con vaselina, pero en cuanto erguía las piernas se soltaba y volvían sus pies, como en una secuencia a cámara rápida, a precipitarlo al suelo. Acabó pareciendo un Ecce homo. Nuestra venganza estaba cumplida. Aquel momento de risas desatadas fue nuestra gran victoria; y eso duró cinco minutos que, como todo el mundo sabe, es lo que dura la felicidad.
    Quijote. (Taller González Garcés, 29 de octubre de 2021.)

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  57. Cuando piensas volver a lugares que fueron un oasis, un espacio perpetuo de felicidad o que el transcurso del tiempo los convirtió en lo mejor del recorrido, hay algunas voces que te dicen que, no es aconsejable que visites y menos que regreses definitivamente; ya que vas con unos recuerdos enaltecidos, unas expectativas ilusionadas y cuando llegas…, no reconoces nada de lo allí vivido. El reencuentro te desorienta, te entristece, te susurra “aquí ya no pintas nada, ¿Quién te reconoce? todo lo que flota en tu recuerdo es como una ola disuelta en el océano, agua pasada” Y el regreso a lo cotidiano se convierte en algo triste, acongojado, puro desamparo alocado. Alguien te arrebató de un plumazo parte de la fugacidad de esos cinco minutos de felicidad. Esa cantinela era como el tañido del badajo que atormenta a la campana.
    Ella estaba segura de que no podía ser exactamente así, tan inquietante, tan descarnado; que todo consistía en un ejercicio de saber conjugar, el pasado, un pequeño palmeral refrigerado a la sombra, del que echas mano como un salvavidas y el presente, fuerte, ante un recorrido de tiempo indefinido. Eran como dos buenos licores añejos con propiedades distintas que, hay que agitar con la habilidad de un barman profesional y revolver suavemente dándole el toque de gracia para que el coctel resulte delicioso, o menos rasposo.
    Era una asignatura que tenía pendiente y regresó a la remota aldea, abrazó el olor de la montaña y saboreó el silencio amedrentador que te reconcilia con aquellas escapadas que tenías prohibidas. Todo el paisaje estaba intacto, nada rompía los recuerdos. Las casas abiertas eran más o menos las que ella recordaba. La población había disminuido, apenas quedaban conocidos. Nuevos vecinos y algunos niños, pocos, insuficientes para una Escuela Unitaria en ruinas que permanecía como testigo, de lo que había sido la infancia de los chicos de hacía sesenta años. Todos los de aquella época recordaban a la maestra, Doña María Luisa, que se hospedaba durante la semana en casa del lugareño que podía ofrecerle más comodidades, dentro de lo que era, un lugar, en plena montaña y sin luz eléctrica.
    Aquella no era la aldea que durante dos años fue su hogar, claro que no. La electricidad hacía muchos años que había llegado, los vecinos eran distintos, todo estaba cambiado pero la esencia perduraba en cada rincón, en cada rostro desconocido, que te miraba con curiosidad y cuando te atrevías a decirle, allí viví yo, en aquella casa tan bonita, que antes no era ni la sombra de esta, los vecinos rápidamente empatizaban contigo queriendo saber detalles del pasado, a veces desconocido para ellos y el motivo de tu visita les causaba una especie de admiración o reconocimientos a sus orígenes. Disfrutó de todas las novedades y mejoras que fue descubriendo, los días que dedicó a saborear el pasado y la suerte del que descubre que todo es armonía cuando los ojos solo buscan, belleza, tolerancia errante y gratitud
    Se reafirmó íntimamente convencida de que, a su edad, regresar a la interinidad de su aldea había sido una felicidad recurrente a lo largo de su vida, que desgranó como las cuentas de un rosario infinito. Su experiencia la reafirmaba, nada que ver con aquel proverbio que dice: “y eso duró cinco minutos que, como todo el mundo sabe, es lo que dura la felicidad”

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  61. En días como hoy me siento como una anaconda: mi amor incondicional a las personas las ahoga, las asfixia, sorbe cada uno de sus pasos, sus palabras, sus ideas, hasta dejarlas como un zombi, como un adolescente con sus auriculares en su andar circunspecto por la ciudad. Para no hacerles daño, intento caer en un sueño profundo pero no sé dónde esconderme de mis propios demonios, que bucean en mi mente, destruyen mi plan meticulosamente trazado en mi agenda, me desplazan a izquierda y derecha de mi camino hasta que, ¡hala! mi amor convierte a las personas en un gran pez dorado y a mí, en una garza que lo engulle.

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  62. De pequeña quería tener una anaconda. Era una proyección de mis deseos más profundos de apretar hasta la asfixia a algunos seres indeseables. Mi situación de baja, torpe, gorda y fea me convirtió en el incondicional objeto de todas las burlas. El corrector de los dientes convertía las comidas en un sorbe de purés que hacía las delicias de mis compañeros para sus chistes. En los recreos me ponía los auriculares y fingía que escuchaba música. Con aire circunspecto, me sentaba en una esquina desde donde podía ver si alguien iba a acercarse a molestarme, al lado de los profesores que vigilaban el patio para que luego no pudiesen mentir a mis padres diciendo que ellos no veían cómo me golpeaban. Mi sueño era aniquilarlos a todos, a quienes me pegaban y me insultaban y a quienes lo consentian. A la hora de volver a casa me preguntaba por dónde debía ir. Sabía que fuera del colegio, los niños tenían vía libre para zurrarme, solo tenía que elegir quién quería que fuese cada vez, o me insultase o me desease la muerte. Si hacía buen tiempo, me gustaba y me sigue gustando, bordear el lago y ver cómo bucean los patos cuando les tiro comida. Observo con envidia cómo se sumergen y desaparecen de la vista por unos segundos: yo no pedía más. Cuando iba por allí, la tortura era tirarme la mochila al agua. Yo metía mis libros, mis libretas, mi agenda, en fin, todo en bolsas de plástico que cerraba muy fuerte para que no se mojasen. Rodeaba la alberca por la izquierda pues ese lado era menos profundo y podía recuperar mis cosas con menos esfuerzos. "¡Hala! ¡Ya se te cayó otra vez la mochila al agua, pero mira que eres torpe!" me gritaban entre risas. Yo me descalzaba, metía los pies en el reflejo dorado del sol y me imaginaba que era una garza pescando su comida. Esos eran los días buenos; los malos no quiero recordarlos.

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  63. PATIO TRASERO

    Joe Butcher es un supuesto ejecutivo de la Anaconda Copper Mining en Chile. Su fidelidad a la compañía es incondicional. Le pagan y tratan muy bien. Aunque sabe que la familia Rockefeller sorbe, cual moderno vampiro, toda la riqueza de las "venas abiertas de América Latina", le trae sin cuidado. Así que usa continuamente auriculares, escuchando música country de su añorado sur, porque como es un tipo circunspecto, enemigo de la violencia y los enfrentamientos frontales, estos le sirven para hacer oídos sordos a las quejas y reivindicaciones de obreros y mineros coléricos. Chusma vociferante. Así, nunca pierde el sueño. Frecuentemente visita un gabinete secreto en la embajada donde sólo tiene acceso cierto personal escogido. Allí eficientes funcionarios bucean en ficheros de información secreta y codificada. Y va anotando cosas en su agenda. La información reservada va siendo cada día más alarmante: parece que ganará la izquierda. Y acaba sucediendo. Malas noticias para la compañía: los jodidos comunistas en La Moneda. Y hala! nacionalizaciones y expropiaciones a todo trapo. “Como no nos espabilemos se nos acaba este" El Dorado" andino", ordena el viejo Mr. Kiss al otro lado del teléfono, “Contacta con los milicos, son de los nuestros y sirven para todo”. Así que unos cuantos tiros y asunto concluido. Luego cual garza migratoria, con su música country, satisfecho del deber cumplido, parte del aeropuerto de Santiago. Tiene un trabajillo en Guatemala.

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  64. ROMEO Y JULIETA

    La anaconda es, sin duda, un animal con muy mala fama, pero no os la creáis del todo. A veces puede ser capaz de un amor incondicional y hasta sublime. Cuando se enamora sorbe los vientos por el ser amado. Incluso su pobre corazón enamorado llega a padecer problemas auriculares y ventriculares ahogado por la pasión. Como reptil circunspecto y celoso de su intimidad que es, para disimular su melancólico mal de amores devora despreocupadamente algún que otro tapir y luego finge entregarse a un sueño profundo. Pero los tormentos del amor no le permiten descanso alguno y pronto se acerca al río donde plácidamente juguetean pirañas, roedores y ranas que bucean alegremente en busca de su condumio. Por un momento olvida el nombre de su amada, anotado indeleblemente en la agenda viva de su atormentado corazón, mira a derecha e izquierda, se relame , abre las fauces y hala!, se devora en un santiamén tres ranas, dos castores, cuatro tucanes y hasta alguna dorada piraña. Pero a despecho de tan pantagruélicos excesos alimenticios, no consigue olvidar a Julieta la Garza, que le ha dado calabazas. Apuesto a que este celoso y reptante Romeo acabará devorándola.

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  65. SUPERHÉROES Y VILLANOS

    Mr. Anaconda es uno de los superhéroes más acreditados de Gotham City. Lector incondicional de los cómics de la Marvel en su anterior vida de oscuro oficinista, ahora sorbe batidos de ranas y pirañas trituradas mezcladas con agua del Amazonas mientras escucha en los auriculares grabaciones que registran los bullangueros sonidos de la fauna tropical. Nadie sospecharía que un tipo de aspecto tan insignificante y circunspecto lo hace para sentirse inmerso en el medio primigenio de su personalidad secreta, y así estar listo para transformarse rápidamente en gigantesco reptil a su voluntad.
    Todo sucedió como en un sueño: una mañana se despertó asombrado de su asombrosa mutación. Su cabeza había adoptado una forma triangular y su lengua se tornó bífida. Donde flotaban sus flácidos michelines de chupatintas había ahora poderosos anillos constrictores a lo largo de un cuerpo cilíndrico de seis metros. Científicos estupefactos bucean en los tratados de mutaciones genéticas buscando una explicación a tan extraño fenómeno. No volvió a la oficina. Ahora es un superhéroe. Elabora una agenda anotando los nombres de los supervillanos de la ciudad en las páginas de la izquierda. En las de la derecha pega sus fotos. Y hala!... a la lucha contra el mal!.. Y va tachando nombres y fotos. Ya están fuera de la circulación, entre otros, La Momia, el Doctor Peste, la Mujer Araña, y hasta el temido Jóker... Va tomando la forma de un dorado y soleado remanso de paz en el que vuelven a jugar felices los niños la antaño siniestra y oscura urbe. Solo le queda ajustar cuentas con la maléfica Mujer Garza Radiactiva, pero esta ha desaparecido de Gotham. Los rumores aseguran que voló a la lejana España para asociarse a un famoso villano local al que allí llaman El Sacamantecas.

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  66. LAMENTO DE UNA ANACONDA DIGIRIENDO UNOS AURICULARES

    Es duro esto de ser anaconda en los tiempos actuales. Ya lo decía mi abuela, la vieja Ana Conde, incondicional de las tradiciones atávicas, vamos como quien dice, de la selva de toda la vida: “Esto va mal”. Y tan mal: el hombre tala árboles, construye poblados, sorbe con máquinas las aguas de nuestro rio ancestral dizque para depurarlas. Ya ni los indios son lo que eran. El otro día me merendé a uno que llevaba puestos unos auriculares. ¡¡¡Habrase visto… en taparrabos y con auriculares!!! La música, que seguía sonando dentro de mí, era bastante triste, por eso el pobre llevaba un semblante tan circunspecto. Pero para que atormentarnos, si la vida es un sueño efímero, tan efímero como va camino de ser este verde paraíso donde mal que bien aún sobrevivimos. Así que a la hora de la cena me deslizo sigilosa donde bucean las pirañas y las nutrias pero su sabor ya no es el de antaño desde que el hombre arruinó estas aguas sagradas con sus malditos artefactos. Lejos de aquí, un hombre tiene una agenda, una calculadora, un proyecto y una codicia desmedida. Tal vez esté en Manaos, en la margen izquierda del rio sagrado de mi abuela Ana Conde. Con su calculadora, su proyecto y su codicia toca teclas en despachos ministeriales: “¡El caucho ya no hace millonarios, idiotas, es la madera, la madera!”. “¡Y hala! ¡Ríos embalsados, arboles abajo, máquinas de explotación intensiva, carreteras, dióxido de carbono! Si se abre una época dorada de prosperidad para el país, y sobre todo para mi ¿Qué coño nos importan los guacamayos, los jaguares, los manatíes, y los indios?”
    Es por eso que a mí, pobre y trasnochado reptil, me gustaría tener alas como la garza para poder volar lejos de aquí. Aunque no sabría a donde ir. En todas partes hay hombres con memorándums, calculadoras, proyectos y una codicia desmedida.

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  67. EN MEMORIA DEL GRAN SAYAKI

    “¡¡¡El gran Sayaki y su anaconda!!!” anuncia con vivos colores el cartel ante la taquilla. Manolo, desde sus lejanos tiempos de Manolito, es un incondicional del circo. Así que sorbe su Coca-Cola por la pajita, la termina, tira la lata en la papelera, se quita los auriculares, se rasca la cartera, paga la entrada y entra bajo la carpa, se sienta en la grada y adopta el aire circunspecto de los entendidos. En ese momento la orquesta con su tatachin-tatachan interpreta un aire chapuceramente oriental para ilustrar los pases hipnóticos de un supuesto mago hindú (probablemente de Navalcanero) para inducir al sueño a un voluntario del público con aspecto alelado. ¿Bah, de donde habrán sacado a este tipo? se pregunta Manolo, masticando sus palomitas. Se aburre, ni siquiera le hacen tilín las ninfas que con sucintos trajes de lentejuelas bucean haciendo toda clase de cabriolas acuáticas en una piscina de plástico. Él está impaciente por ver al Gran Sayaki. Lo tiene anotado en su agenda, en la lista de grandes domadores de la historia circense. Nervioso, se rasca el cogote con la mano izquierda, hay algo que le da mal rollo. Y hala! Siempre acaba sucediendo lo que uno teme: el jefe de pista, con rostro muy compungido bajo su dorado sombrero de copa anuncia: “Distinguido público, lamentamos comunicarles que el número del asombroso Gran Sayaki queda suspendido por causas de fuerza mayor: Ha sido devorado por su avieso reptil amazónico. Le sustituirá nuestra garza malabarista haciendo volar simultáneamente un sinnúmero de bolas valiéndose de las alas y el pico. El espectáculo debe continuar”. Manolo-Manolito baja las gradas y sale del circo sollozando. “¡Oh no, el Gran Sayaki, no!

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  68. TRATADO DE CAZA Y COMERCIO DE LA ANACONDA A LA PRUSIANA

    Es duro el combate con una anaconda armado tan solo con un sable. Siempre fui un incondicional de los viejos tratados prusianos de esgrima. Estos dicen que, justo mientras sorbe una bocanada de aire se trata de acertar con la estocada en una de sus válvulas auriculares y se acabó. Luego adoptando el aire circunspecto de un avispado mercader se la vendo a los indios que estiman su carne muy sabrosa y utilizan su hiel para elaborar un filtro que induce a un sueño pesado pero placentero donde, ajenos a las pirañas, bucean con ninfas desnudas practicando insólitos coitos subacuáticos. Allá ellos. Yo me limito a anotar mis beneficios en la agenda, me alejo del rio tomando el sendero de la izquierda, y ¡hala! a disfrutar del retiro dorado de mi cabaña con mi hermosa “fraulein” guaraní. Cuando tenga bastante volaré cual garza migratoria a mi Konisberg natal. Con mi “fraulein” y mi oro.

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  69. FUXIDA

    Eu estaba alí, esperta, paralizada ante a visión da anaconda que rodeaba o teu corpo abrazándoo, mesmo parecía que a comuñón contigo era dun amor incondicional.
    Eu estaba alí, esperta, no medio daquela selva que sorbe o maxín como se fose a mellor melodía nos auriculares da vida.
    Eu estaba alí, esperta, vendo como ti te entregabas, circunspecto, á danza sensual da serpe para voar na húmida e esvaradía masaxe, desprazándose moi lentamente.
    O soño dunha viaxe reparadora, no seo do silencio, non fora a solución. A túa mente non era ese lugar pacífico e harmonioso onde pasear a eternidade. Souben, co tempo, que en ti mergullan lóstregos indómitos que fan dar reviravoltas á desexada e planificada axenda da existencia superficial da escena.
    Máis... eu estaba alí, inmóbil, vendo como a túa mirada ía da esquerda á dereita, agardando unha axuda que eu era incapaz de ofrecer. Non puiden reprimir un “hala!, acabouse o sufrir os teus delirios e sinrazóns dun maltrato dourado e mudo”.
    Os remorsos ían e viñan a min, pero o voo silencioso da garza axudoume a ver con claridade. Só quedaría na miña lembranza ese éxtase de ser libidinoso e cruel.

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  70. Anaconda era o seu nome.
    Incondicional nas súas costumes:
    Sorbe o ar e o sol cada albor,
    auriculares na cabeza,
    circunspecto o semblante
    para semellar deusa.
    Soño de muller,
    Onde? Onde dormen as ondas,
    mergullan as ideas aloucadas.
    Axenda melancólica.
    Esquerda e dereita tatuadas no vento.
    Hala! Unha imperfección. Dor absoluta.
    Dourado sacrilexio.
    Garza soñadora.

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  71. PIEL DE ANACONDA
    El traje elegido el día anterior reposa sobre la butaca del vestidor y su bolso preferido, verdoso amarillo, imitación autentica de una hermosa anaconda, es el que le brinda al conjunto, ese toque de elegancia atrevida y un gusto caprichoso incondicional. La marea baja no había dejado ni un tronco melancólico con quien entablar conversación; contempla el arenal y lentamente sorbe su té matinal.
    Repasa el alegato de defensa, caminando hacía el edificio que alberga el Tribunal de Justicia, utilizando los auriculares. Llega la primera, le gusta esa sensación virginal y fresca del silencio de laudes. Necesita mesura y solemnidad, ante su circunspecto compañero. Su cliente es un joven reincidente, bien parecido, de belleza decadente y altanera.
    Ejercía de abogada de oficio; para ella, era su debut. En la primera entrevista el joven la sopeso descaradamente de arriba abajo y le dedico una mirada de sueño resignado y penitente. No sabía gran cosa de él, necesitaba conectar con el detonante de su extravió, saber de dónde provenía y las expectativas que tendría. No tuvo mucha suerte a la hora de recopilar pruebas para su defensa y necesitó bucear a pulmón libre, entre los acantilados de una familia desestructurada, orillada en la cuneta. Consultó la agenda de remitente desconocido, en la cual, tras leerla detenidamente, lo más delictivo era su dialéctica de izquierda subversiva, dedicada al terrorismo informático. El samaritano no le brindó ni la más mínima luz al caso, debió de pensar, ¡hala! ahí te va esa biblia, para que te vayas desasnando en el oficio. El testigo de la acusación se quedó prendado, ante el sillón de oro dorado. La defensora reformulo las preguntas, dejando el caso zanjado, saludo a su defendido, y descubrió la garza real tatuada en su brazo izquierdo, que le hizo pensar en una sensibilidad oculta que no tenía permitido airearse.

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  72. ANACONDA

    Del río –sigilosa--, una anaconda
    surge con incondicional instinto
    y mi sangre ella sorbe, aunque a Jacinto,
    tras sus auriculares, ¡se la monda…!

    Circunspecto, él transita con la sonda
    que esgrime para hallar el lado extinto
    de su mente: su sueño más sucinto…
    ¡No hay norte a dónde va, patria, ni fonda!

    Ya los miedos bucean en el lodo
    de mi agenda del tiempo, que se acorta,
    y a la izquierda del margen tachan todo.

    ¡Hala! ¡Muero, Jacinto! ¿No te importa…?
    Tú sigue en tu Dorado; yo, a mi modo,
    moriré siendo garza paticorta.

    QUIJOTE.
    Taller González Garcés
    A Coruña, 5 de noviembre de 2021.

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  73. ¡ANACONDA MALVADA!

    Si tu propuesta fuera usar siete palabras ¡anaconda malvada!, escribiría un sermón de Viernes Santo, con fe incondicional. El discurso, hurgaría en las últimas palabras de un Cristo crucificado que sorbe de una esponja el vinagre con hiel que le dan a beber los mismos que clavaron una lanza en su costado. En fin, me encasqueto los auriculares del ordenador y me pongo a escuchar, con gesto circunspecto, la cabalgata de las valkirias de Richard Wagner para ver si así me inspiro y logro hilar una historia con las catorce enrevesadas palabras que me están quitan el sueño y que tú ¡anaconda malvada!, has ido a recolectar, quién sabe a dónde para rizar el rizo de lo más difícil todavía. ¡Ah! ¿Qué tus retorcidas maldades bucean en el diccionario para escoger las palabras más jodidas que se puedan enlazar coherentemente? Seguro que en tu agenda está anotado: “en el próximo taller, apretar tuercas”. Y luego, nos dirás que votas a la izquierda por afán de justicia social y de concordia. ¿Quién te podrá creer…? ¡anaconda malvada! ¡Hala! Qué le den a las catorce palabras y a la historias posibles. Yo me voy, con mi yelmo dorado de quijote, a decirle cosas bonitas a mi amada Dulcinea: la garza que me escucha cada tarde en la laguna de Mera.

    Alfonso Modroño Márquez.
    Taller de escritura creativa, biblioteca González Garcés.
    A Coruña, 5 de octubre de 2021.

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  75. FUGA ENCUBIERTA
    Habitualmente su despertar áspero, confuso, lo convertía durante un largo rato en un ser silencioso y taciturno que necesitaba adaptar su reloj biológico e incorporarse lentamente al día. Cada mañana salía al porche y abría el buzón de boca generosa y labios carnosos. Echo una ojeada y en su interior solo había un sobre de aspecto desconocido, como afligido, que no estaba dispuesto a abrir en ese momento. Su filosofía era que las noticias malas o regulares siempre podían esperar, eran un hecho consumado y poco se podía hacer. El papel luctuoso reclamaba su atención, pero lo dejó aparcado. Rara vez alteraba sus hábitos deportivos, empezó caminando, para terminar, corriendo a buen ritmo el tiempo qué tenía programado sobre un pavimento de piedra turquesa, rugosa, que añadía cierta dificultada al recorrido.
    De vuelta a casa recogió la carta, que ya tenía aspecto de ansiosa, pero, no obstante, la castigó demorando la apertura de su contenido. Cuando el calor ya era más benévolo, se acomodó bajo la pérgola de buganvilla con la bandeja. oro rosa, repujada con soplete orca de boquilla cóncava. Pensativo se decidió a leer el contenido de aquel envío aprensivo. El texto en formato telegrama decía: —Llego día 15, a las 18:30 horas. Estación de Sants. Te ruego me recojas. María—
    El árbol frondoso, selvático, que coronaba aquellos jardines privilegiados, herencia de sus padres, percibió la inquietud que asaltó al flemático célibe. El sol que lucía esplendido galopó, desapareciendo del horizonte y la tarde, oscureció somnoliente apoderándose de la masía.
    Se había olvidado de aquel fleco de su vida. Se enamoraron, ella nunca le había pedido nada. Y en su código moral la promesa fugaz, diminuta, nunca, había formado parte de su doctrina. Un día simplón, desnudo de emociones, se despidieron. Mas o menos, eso, era lo que él recordaba. Posiblemente los recuerdos no coincidían con la realidad, pero de repente se hizo la luz y el agua pasada irrumpía en su presente, porque siempre hay un reencuentro, un regreso. La separación había sido una fuente de alivio sudoroso, refrescante, sintió que recuperaba ese brío de libertino que creía perdido, y que de nuevo reinventaba caminos de suelo irregular, acharolado, que no dejan huella, que son una fuga encubierta.
    Llegó temprano a la estación, aquel tiempo de espera quería aprovecharlo, no sabía bien en qué, pero la realidad le demostró su incapacidad para retomar el pasado desvirtuado, aparcado en el olvido y sentía el vacío de la improvisación. El tren, triste, risueño o las dos cosas a la vez, todo dependía de la circunstancia que te llevara a la estación, despedida acongojada o espera ilusionante, lo convertía en un ciempiés gigante, siempre en movimiento hechizando el recorrido. El panel digital anunció que la llegada estaba prevista para dentro de cinco minutos. Dejó al azar el momento del encuentro. Y por primera vez, aquel recorte de su vida, lo hizo sentirse mezquino.
    Los pasajeros fueron bajando y la espera fue mínima. Una treintañera lo saludo con un —¡hola, aquí estoy! — y ante el mutismo encogido y patético de su interlocutor; a bocajarro le, dijo —¿Hombre no es tan grave? Yo soy, la otra María—.

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  76. En aquella tarde consumida de septiembre, un cielo elegante seducía con oros y púrpuras al horizonte marino para hacerle el amor en la noche.
    Me descalzé para sentir en mis pies la calidez del suelo materno, la pertenencia al lugar en el que realicé mi Obra no la bendecía un documento de papel traidor.
    Frente a mí, hay un árbol señero que me llama, un pino solitario que crece rebelde desafiando al salitre a pocos metros del acantilado. Voy hacia él masticando la promesa convincente que consigo hacerme a mí mismo y la escupo para escucharla: “no sufrirás más”. Suena bien. Noto un alivio frío que me anima.
    La soga está tal y como la dejé ayer. Pienso si nadie la ha visto o si la vieron y adivinaron que era mía.
    Busqué una piedra acogedora para acostarme con añoranza infantil a esperar el cielo nocturno. Con solo cerrar los ojos conseguiría una gran bóveda negra donde colocar las dos constelaciones que mi padre me había enseñado y con suerte vería algún tren luminoso, que él llamaba cometa, surcando la oscuridad con los deseos apilados en los vagones, quizá esta noche, la última, me concedan uno. Libertad.
    Me incorporé incómodo al sentir que me observaban, “la Justicia” pensé “parece que hoy no quiere ser ciega”. En mi mente, en lugar de estrellas, me rodeaban miles de bocas sanguinolentas de vecinos que me acusaban de su desgracia. No convencí a nadie para ser como yo, solo les revelé mi secreto y uno tras otro me ofrecían su cuello en avariciosa bandeja a cambio de una juventud perenne y de someterse a las tinieblas. Me llamaron Maestro.
    Ahora estamos tristes y cansados, agotados de nosotros mismos. Ahora me llaman Vampiro y me exigen salvación. No fue un despertar ingrato, lo sé, mi conciencia también me sentencia, por eso sueño el fin de nuestros males y ensayo cada noche una forma de morir.


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  77. DESENGAÑO Y FUGA

    Aquel viejo papel entrañable, era como un tesoro para ella. Lo sacaba de su cajita de nácar; lo leía, lo releía, y lo volvía a guardar. Luego centraba la mirada en algún árbol lejano, con la frente apoyada en la traqueteante ventana, y de nuevo, más tarde, volvía a abrir su cajita de nácar.
    El tren irisado, cruzaba las llanuras de la huida bebiéndose los rojos y dorados de la tarde lastimera que perdía sus brillos lentamente. En el suelo, ondulante a cada curva, jugaban los colores y las sombras a pillarse, bebiéndose las lágrimas que a ella le caían; era como si una gigante bandeja policromada recogiese las piedras doloridas que se iban desprendiendo de su penar atormentado y que, a la vez, asfixiaban su garganta y alimentaban con sal descorazonadora el pensamiento de su boca maldiciente.
    Huir, como estaba huyendo, era un alivio engañoso. Nada podía resarcirla del despertar traumático a la cruda realidad. ¡No podía creérselo…! El traqueteo, que conducía su vida a un nuevo destino incierto, la llenaba de angustia.
    No hacia ni un año de aquella promesa eterna plasmada con sus sangres en el papel guardado en la cajita de nácar: “Te juro, ¡amor!, amor eterno”.

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  78. UNA “OBRA MAESTRA” Y OCHO VARIACIONES

    Tengo una tarde mierdosa. Tengo la sensación de que se me va a atragantar este relato.
    La página en blanco, ese papel desalmado, desértico de palabras, sonriéndome desde su vacuidad de albino sarcástico, murmura “No serás capaz de poblar mi desierto, estas acabado, la fuente se ha secado, hay que joderse”.
    El tren asmático sube la cuesta penosamente. La locomotora tose un humo negro como si fuera a reventar de un momento a otro. En su escondrijo, Jesse James murmura al oído de su hermano Frank: “Cuando llegue a la curva tú te encargas del maquinista con tu revolver paralizante mientras yo líquido a los del vagón correo con mi sable laser…”
    Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa tuvo un despertar cabrón, se encontró en su cama convertido en un monstruoso hombre. En hombre para siempre. ¡¡¡Oh no!!! Y comenzó a sollozar pensando que tendría que caminar erguido sobre solo dos patas para ir todos los días a la oficina.
    La señorita O’Hara en aquel atardecer escarlata comenzó a formular su promesa escarlata: “A este cielo escarlata pongo por testigo…” No tuvo tiempo de continuar. El rayo escarlata de la nave se la llevo infinitamente lejos de su llameante Sur escarlata a un incierto planeta tal vez escarlata.
    El suelo estremecido y voraz de Pompeya tragándose a centenares de romanos despavoridos. Por no hablar de los estragos de la lava. Mi mano también estremecida y voraz bajo su falda trepa hacia el húmedo templo de Venus, que no es precisamente el de la ciudad arrasada. No hay nada mejor que la última fila de un cine de barrio para el amor a la vieja usanza.
    El látigo abre surcos en su cuerpo desnudo, tenso, jadeante, el sudor resalta la tensión de sus hermosos músculos, su boca gimiente, anhelante pide más: azota senos, vientre, muslos, lomos, nalgas. Me detengo para besarla, muerdo sus labios temblorosos y sus ojos turbios, arrasados de lágrimas, piden más. “O” me pide, me suplica: “mas”.
    Salomé bailaba trazando arabescos con su mano izquierda. Los crótalos de las ajorcas de plata de sus graciosos tobillos hacían contrapunto a la lujuriosa melodía de los músicos sirios. Herodes se estaba poniendo bien. La mano derecha de la bailarina sostenía en gracioso equilibrio la ensangrentada bandeja labrada con la cabeza del bautista. Le quedaba un solo velo. Herodes se estaba poniendo aún mejor. Cuando se quitó el último velo, la cabeza, deslizándose en su propia sangre, cayó al refulgente suelo entre las esplendidas piernas desnudas. Entre el jadeante vientre de la mujer y los vidriosos ojos del bautista salto una chispa de amor. Herodes se sintió desfallecer.
    Sigue...

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  79. Continúa...
    La estatua de Horus comenzó a hablar. En la abigarrada multitud se hizo el silencio. De aquel pétreo pico de halcón salieron las peores invectivas contra el faraón: corrupción, sodomía, incestos, latrocinios, abuso de poder… La multitud, sobre todo los esclavos, jaleaban las palabras del dios. Los sacerdotes rasgándose las vestiduras, derramaban ceniza sobre sus cabezas. El faraón, lívido de cólera, ordenó a vigorosos canteros que demolieran la estatua. Pero aquella terca piedra parlante no cesó en sus improperios hasta que fue reducida a finísima arena. Había comenzado la decadencia de la XVIII dinastía.
    Tenía necesidad de aliviarse, pero no tenía tiempo que perder, su mente portentosa trabajaba a contrarreloj. Al fin, cuando localizó el escondrijo desde el que el profesor Moriarty se disponía a arrasar el palacio de Buckingham, todo Londres suspiro aliviado. Mientras Scotland Yard se llevaba a aquel granuja, él entró precipitadamente en el closet de la reina. Al otro lado de la puerta, Watson, oyéndole tirar de la cadena, murmuró para sí mismo “Hasta las mentes más prodigiosas necesitan de vez en cuando un pequeño alivio fisiológico”
    ¡¡¡Todo basura!!! Se dijo arrojando colérico la octava bola de papel a la papelera. “Verdaderamente la fuente se ha secado. Estoy acabado. Los lectores ya no me soportan. He de terminar con esto” Salió al jardín con la soga en la mano en busca del árbol adecuado.
    Cuando lo encontraron al día siguiente ahorcado en la rama más alta, el juez exclamo: ¡¡¡No lo descuelguen, no lo descuelguen!!!, ¡¡¡Es una obra maestra!!!

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  80. 1 / JESSE JAMES

    El sagrado suelo del viejo Dixie hollado por las groseras botas del yanqui. No podían consentirlo. Ellos no se plegarían al indigno papel de rendición firmado por los capitostes de Atlanta bajo la ilusoria promesa de que conservarían las ridículas cenizas de sus plantaciones. Ellos no. Ellos lucharían hasta el final. En aquella tórrida tarde de Alabama, ocultos tras un frondoso árbol, acechaban la oscura boca del túnel. El destartalado y jadeante tren correo de Birmingham no tardaría en salir tosiendo y reptando cansinamente por la cuesta al borde del colapso. La enorme piedra en la vía haría el resto para detenerlo. Entonces, se llevarían doscientos mil dólares yanquis en reluciente bandeja de plata. Que se jodieran aquellos patanes.
    Franz Kafka, oscuro burócrata, rellenaba cuidadosamente estadillos cuando Jesse James irrumpió con su Colt 45 en el vagón correo. Sus miradas se cruzaron: la del escribiente, que parecía un despertar desalentado de Dios sabe que gratificantes ensoñaciones, enfrentaba la del forajido, febrilmente ansiosa de los dólares del yanqui. Entonces, increíble efecto de aquella corriente visual entre los dos hombres, Jesse James se convirtió en un monstruoso pero inofensivo insecto.
    Los funcionarios de Washington respiraron satisfechos con la llegada de aquel tren cargado de dólares. Un imprescindible alivio para el exhausto tesoro federal. Estupefactos, en el vagón, vieron que había un Colt 45 en el suelo y que del contable que custodiaba el dinero no quedaba ni rastro. Pero no faltaba ni un dólar. Nadie reparó en una cucaracha que correteaba codiciosa sobre los billetes.

    2 / GREGORIO SAMSA

    Gregorio Samsa tuvo un despertar amargo aquella mañana. Tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso hombre. El hombre que siempre había sido. Había sentido una especie de alivio malsano en su breve vida anterior de monstruoso insecto. Pero el autor no había cumplido con su seductora promesa de dejarlo así para siempre. .Pero claro, los caprichos del autor con sus metamorfosis… ya se sabe, delirios de tuberculosos. Hoy de nuevo le tocaba interpretar el aborrecible papel de hombre. Resignado, puso los pies en el gélido suelo de la habitación. Su boca, pastosa por la intensidad del sueño, esbozó una amarga sonrisa al ver la bandeja desconchada en la que su madre le dejaba todas las mañanas pequeñas larvas, minúsculas hierbecillas, granos de alpiste y de azúcar para el desayuno. Ahogó un sollozo. Tendría que volver a tomar el atestado tren que le llevaba a su trabajo de chupatintas. Toda la mañana sentado ante interminables montañas de legajos, hasta que el culo se le quedara como una piedra insensible a su angustia de empleadillo. El emparedado del almuerzo bajo el árbol infestado de termitas del parque. La tarde interminable, de nuevo el culo pétreo, mas montañas de expedientes…
    “A ver si esta noche el autor se apiada de mí y me metamorfosea de nuevo. Aunque sea en rata de alcantarilla”

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  81. 3 / SCARLETT O’HARA

    Scarlett O’Hara. Su boca escarlata. El general Lee. Un tren lejano atraviesa los campos de algodón. La tarde abrasadora azota la espalda de los negros. Banjos en la noche. La bandeja atestada de pastitas danesas para el té en los frescos pórticos neoclásicos de piedra rosada de las plantaciones. Los prostíbulos de Nueva Orleans. El jazz. La nunca cumplida y eterna promesa de libertad para el negro. Barry Goldwater. Ley de acceso de negros a la universidad: papel mojado. El diablo al atardecer en las encrucijadas. El ilusorio alivio del góspel en las cabañas de los negros. El bourbon. Los coroneles que nunca fueron a una guerra. Pies descalzos en el suelo polvoriento de los guetos. El Ku Klux Klan. Billie Holiday cantando al siniestro árbol del que penden extrañas frutas. Vapores en el Mississippi. Rock sureño. Sweet Home Alabama. Braceros. El necesario despertar del negro Tío Tom. También el del pobre blanco “White Trash”. Elegancia. Decadencia. El “Solido Sur”. El fascinante y a la vez detestable sur. Scarlett O’Hara.

    4 / LOS ULTIMOS DIAS DE POMPEYA

    A las seis de aquel esplendido día estival se produjo el violento despertar del volcán. El suelo estremecido por la erupción derribaba casas humildes y suntuosos palacios.
    Una especie de benévolo alivio estremeció su trémula boca cuando el húmedo papel tembloroso de sus labios acogió a los míos con un suspiro.
    Un tren incandescente de magma, descendiendo por las laderas, devoraba ávidamente las exuberantes villas, las fértiles granjas y los venerables templos de piedra labrada de las afueras.
    Mis manos ascendían deslizándose codiciosas sobre sus muslos hacia la promesa húmeda de su templo de Eros.
    Mientras en el templo de Eros de la ciudad, bajo el crepitante árbol sagrado en llamas, en la bandeja propiciatoria se achicharraban las ofrendas dejadas al dios aquella misma tarde, una lluvia de brasas ultimaba a los pocos supervivientes que, buscando una ilusoria salvación, huían despavoridos hacia el puerto.
    Nosotros gemíamos ardiendo de gozo cuando una última y cegadora explosión del volcán terminó con todo.
    A las seis y media de aquella tarde veraniega, tras deslumbrarnos con los destellos de su linterna acusadora, el acomodador nos expulsó del cine.

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  82. 5 / HISTORIA DE O

    Le mostré la bandeja grabada en piedra volcánica. Representaba serpientes entrelazadas y contenía diversos látigos, cada cual de un aspecto más amenazador. El árbol sudoroso de su cuerpo desnudo cubierto de costurones, brazos y piernas como ramas extendidas, se retorció de placer en sus grilletes ante la perversa promesa del castigo inminente. "Escoge" le dije. Su boca anhelante temblaba cuando escogió uno con numerosas colas terminadas en bolas de hierro. Su hermosa y brillante musculatura se tensó a la espera del primer golpe, del salvaje despertar al dolor. Deliberadamente, demoré el primer azote, como si el tren cargado de sufrimiento que ella ansiosamente esperaba llegase con retraso. "Azótame ya, cabrón" exigió con voz ronca. "Cumple con tu jodido papel de amante torturador". Los tres primeros golpes arrancaron de su garganta tan profundos jadeos de lascivo y doliente alivio que no pude evitar una violenta erección. Pero sus nalgas estaban tan encallecidas que apenas conseguí sacarle unos pequeños regueros de sangre que, mezclados con sudor, resbalaban por sus muslos hasta el mugriento suelo bajo sus piernas abiertas. Mi látigo visitó, sin olvidar ninguna, otras partes más sensibles e íntimas de su espléndida anatomía. Cuando me sentía desfallecer y mi brazo ya apenas podía sostener el pesado flagelo, ella tras un ronco estertor se desmayó, no de dolor, sino en un agónico e interminable orgasmo, dejando su vicioso cuerpo desmadejado pendiente de los grilletes. Por la cara interna de sus muslos se deslizaba un viscoso líquido que se mezclaba en las losas del piso con su sudor y su sangre.
    La liberé de sus cadenas y a lo largo de aquella oscura e interminable tarde follamos incansablemente sobre el charco de miasmas de su torturado y esplendido cuerpo. Aún tengo en mi espalda las huellas sanguinolentas que me dejaron sus uñas. “O” siempre pedía más.

    6 / SALOMÉ

    La malévola promesa estaba casi cumplida. La entreabierta boca babeante que la había formulado sonreía lúbricamente. Hasta la bruñida y venerable piedra del palacio de sus antepasados parecía exudar las babas y la lascivia del rey. Los velos de Salome se agitaban acompañando su sensual y frenética danza como móviles ramas de lino del árbol lujuriante de su cuerpo al compás de la melodía de los músicos sirios y de los crótalos de las ajorcas de plata de sus graciosos tobillos. En su mano derecha sostenía diestramente la ensangrentada bandeja con la cabeza del bautista. De los vidriosos ojos del santo brotaban unas diminutas lágrimas escarlata, quizá de vergüenza por el indigno papel que le había tocado representar en aquella retumbante orgia. Un frenético tren cargado de libidinosos pensamientos atronaba el oscuro túnel de los deseos del rey: Al fin poseería a Salomé. Aquella tan largamente anhelada tarde, la voluptuosa putilla seria suya. Pero cuando la enfebrecida bailarina se despojó de su último velo, dejó deslizarse la lívida cabeza al taraceado suelo regado con su perfumado sudor. Entre aquellas voluptuosas piernas desnudas, los ojos muertos del bautista comenzaron a brillar en un anhelante despertar lleno de deseo ante aquel vientre convulso por los estertores de la danza. Ella percibió el lascivo apetito póstumo del santo y entonces un suspiro de perverso alivio agito sus hermosos senos jadeantes “Al fin te tengo. Ya eres mío, virtuoso y bellísimo santurrón” y sintió como se le humedecía el sexo en su rasurada desnudez. Al menos, los humores de su irrefrenable amor por el bautista lubricarían su entrega a aquel ridículo reyezuelo de los judíos.

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  83. 7 / SINUHÉ EL EGIPCIO

    La divina promesa del dios Horus iba a cumplirse. Hablaría al pueblo y al faraón. El pueblo y los sacerdotes se congregaban en torno al sicomoro, árbol sagrado de tan augusta deidad. La bandeja ritual con las ofrendas a la divinidad humeaba ante la estatua de cuerpo de hombre y cabeza de halcón. La placida tarde prometía grandes revelaciones. El larguísimo tren de literas portando a los notables del reino llegó al templo arrastrado por centenares de esclavos y se situó a la derecha del faraón. Los escribas, conscientes de su decisivo papel en el registro y conservación de los grandes acontecimientos históricos preparaban sus tablillas de arcilla y sus papiros. Se hizo el silencio. El ídolo de primorosa piedra labrada se estremeció como regresando, en un perezoso despertar, de un sueño de siglos. La boca pétrea del divino halcón se abrió. Pero ante el estupor de la multitud, comenzó a proferir una serie de improperios injuriosos contra el faraón: corruptelas, incestos, sodomía, rapiñas y toda clase de tropelías públicas y privadas. La multitud, sobre todo los esclavos, jaleaban los insultos del dios. Los sacerdotes se rasgaban las vestiduras y se cubrían la cabeza de cenizas. El faraón, un punto desconcertado, reacciono con rapidez y dio una orden. Vigorosos canteros armados de mazas redujeron a pequeños fragmentos al dios, silenciándolo. Los sacerdotes gritaban “¡¡¡Blasfemia!!!” arañándose la cara y retorciéndose espasmódicamente en el suelo polvoriento. Cuando los soldados dispersaron a la multitud a golpes con sus lanzas, y se hizo el silencio, el faraón se retiró a su Palacio Dorado y pidió a Sinuhé, el medico real, un sedante. Pero Sinuhé sabía que era un alivio insuficiente. Porque había comenzado el ocaso de la XVIII dinastía.

    8 / SHERLOCK HOLMES

    La rígida boca del genio del razonamiento deductivo estrujaba la pipa entre sus labios, como si quisiera comérsela, mientras leía el tembloroso papel entre sus dedos. Tras el estruendoso fracaso de su asalto al monetariamente opulento tren correo, el profesor Moriarty había jurado vengarse. Ahora, aquella lluviosa tarde otoñal, alguien, tras encaramarse al añoso árbol que había ante su ventana, había arrojado la carta atada a una voluminosa piedra que había aterrizado en el suelo alfombrado de su gabinete tras romper el cristal de la ventana. Contenía una inquietante promesa del archienemigo: se proponía arrasar el palacio de Buckingham con la familia real dentro. Había que actuar, y rápido. Pero aquel día había tenido un despertar infame y, como diríamos, ridículo: necesitaba aliviarse con una irritante frecuencia. Seguramente la maldita bandeja de pastas cingalesas que había traído Watson para la hora del té la tarde anterior estaba en mal estado. Pero aun diarreico, él era Sherlock Holmes y su mente portentosa trabajaba a contrarreloj. Al fin, cuando localizó el escondrijo desde el que el profesor Moriarty se disponía a destruir el palacio, todo Londres suspiro tranquilizado. Mientras Scotland Yard se llevaba a aquel granuja, él, sin atender a felicitaciones, entró precipitadamente en el closet de la reina.
    Al otro lado de la puerta, Watson, oyéndole tirar de la cadena, esbozando una sonrisa sardónica, murmuró para sí mismo “Hasta las mentes más prodigiosas necesitan de vez en cuando un pequeño alivio fisiológico”

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  85. O OLLO DETRÁS DA CÁMARA
    Estaba sentada naquel chan húmido e tormentoso. Non sabía moi ben como chegara ata alí. Non entendía como tivera folgos para ir andando e abrazar a árbore amiga, a árbore acolledora e curandeira que sempre lle servía de abrigo e calma. Aquela tarde lenta e misteriosa correra moito ao saír da escola. Non lle gustara nada atopar aquel papel maldito con verbas que a mancaban. As súas compañeiras poñían por escrito aquilo que non eran capaz de dicir abertamente diante doutras xentes. A súa boca quedaba muda, nin sequera bocexaba cando pasaban tempo soas na aula, coa mestra agardando a que lle dixesen a atrocidade que cometían con Pepa. Esta suplicaba na titoría. Ai, se houbese alguén que vise a súa mirada! Unha soa persoa con capacidade para ver dentro das meniñas dos seus ollos e viaxar ata o sufrimento.
    -Pois dillo á mestra, e, se non, pasa delas, deixa que corveen coma esas aves agoireiras!- dicía súa nai unha e outra vez.
    Pero nada, a promesa silandeira e sibilina feita entre elas, facía que o seu rostro semellara unha pedra afogada e sen alento. Nin as mellores intencións da mestra conseguían que o diálogo e a comprensión fose exposto na bandexa da xustiza, que era sempre muda e alentadora.
    Agora, ao abeiro da árbore, podía sentir o agardado alivio que lle supoñía oír ao lonxe o asubío do tren soñador que a achegaría á salvación.
    Mais ... cando o cámara se achegou a Pepa, esta abriu os ollos, como se se tratase dun espertar abrupto á vida. Ese home leu na nena a escena verdadeira da súa vida, máis aló da rodaxe planificada para a concienciación e prevención do acoso escolar.
    Ás veces, ficción e realidade están ben mesturadas.

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  86. No sería justo decir que estaba tan absorta en el movimiento sensual de aquella boca meliflua que no me importaba el mensaje que me transmitía porque sí, entendía que mi padre acababa de fallecer aunque yo no pudiese parar de pensar en el atractivo doctor que trataba, mejor dicho, había tratado a mi progenitor, y en la ausencia de anillo alguno en sus dedos. Tampoco voy a negar que sentí cierto alivio ante la noticia, culpable sin ninguna duda, pues era el fin de una enfermedad que, cual general implacable, no deja heridos. Supongo que mi cabeza no podía soportar que mi roca, mi piedra angular, el apoyo que nunca me había fallado, ya no estaba y necesitaba evadirse. En ese estado llamé a la funeraria para que se hiciera cargo. Cumplía así los deseos de mi padre que había dejado todo dispuesto, una vez más ayudándome cuando lo necesitaba, aun cuando eso fuese organizar su propio sepelio. Hasta supo que yo no tendría ánimos para conducir y me dejó un folleto con los horarios de los trenes. Le había prometido que esparciría sus cenizas bajo un determinado árbol del jardín de la vieja casa familiar. Y yo no podía más que pensar en cómo le explicaría a mi doctor (sí, ya era mío, ahora yo necesitaba sus cuidados) que una tarde soleada de abril, bajo aquel árbol, mi madre nos dijo que se moría y que quería que enterrásemos allí sus cenizas. Le contaría que, con el suelo áun levantado tras cumplir su deseo, mi padre me pidió ser enterrado con ella.
    Guiada por el protagonista de mis sueños, me enfrenté a un montón de papeles sin sentido. Entendí que tenía que firmarlos cuando mi príncipe encantador puso un bolígrafo al lado de mi mano y me señaló un recuadro. Amargo despertar, ahora estaba sola y sin una promesa creíble de que todo iba a mejorar. Firmé aquel papel maldito y me eché a llorar pero no por ello dejé de refrendar los documentos que tenía delante. Liberada de ensoñaciones, volví a casa. Nadie me esperaba pero eso no me pareció malo. Metí en el microondas un trozo de pizza que había en la nevera prometiéndome que era la última comida recalentada que tomaba, la puse en la bandeja y de camino al salón me fijé en lo anodina que era. Mi primer pensamiento fue que debía comprarme una nueva, una colorida y con patas para poder comer en el sofá sin estar pendiente de no tirarlo todo. Pero ese era mi viejo yo, la que siempre huía. A partir de entonces me enfrentaría a la realidad, ya no necesitaría una triste bandeja para dorgarme con la televisión mientras engullía lo primero que encontraba, desde ese momento comería en la cocina, sola, pensando en mi vida, en cómo disfrutarla, y en mis problemas que ya nadie resolvería por mí. Gracias Papá pero no necesito ningún viejo tren para despedirme de ti.

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  87. EL FRONDOSO ÁRBOL

    Aquel frondoso árbol junto al que pasaba mi tiempo en los largos atardeceres veraniegos donde, a veces, perdía la noción del tiempo, la tarde rojiza se convertía en noche y tenía que salir corriendo hacia casa, siempre con la firme promesa de que sería la última vez que me pasaba ésto, pero con el pesado despertar que me caracterizaba, por la mañana ya se me habían olvidado todas las buenas intenciones.

    Sabía perfectamente que cuando pasaba el viejo y lento tren con los ruidos que producía al arrancar y los pitidos avisando de su partida era el momento de volver, pero yo, sentado en aquella blanca y brillante piedra de cuarzo, que con gran esfuerzo había colocado junto al tronco, en el suelo inclinado, me olvidaba del mundo.

    En cuanto dejaba a mi pandilla de adolescentes me iba corriendo hacia allí con mi bolígrafo y mi papel impoluto que guardaba en un pequeño cartapacio y me ponía a escribir, sobre todo versos inconexos que dedicaba a Mari Juli, la chica que me gustaba y que con la timidez que dan aquellas edades era incapaz de decírselo, y escribía renglón tras renglón con lo que sentía un gran alivio porque me parecía que ella lo iba leyendo a la vez.
    Habían pasado más de veinte años sin saber de la chica hasta que la encontré de nuevo y nos llevamos una gran alegría, nos sentamos en una terraza y le pedí al camarero unas cervezas que nos sirvió en su brillante bandeja. Quise enseñarle mi secreto, mi árbol, mi piedra… Por el camino le conté mis escapadas a aquel lugar, los versos cuasi infantiles. Reímos. No dejé de mirar en ningún momento su sensual boca y sus bien perfilados labios que siempre había admirado.

    Paramos ante el árbol, me miró de arriba a abajo, me agarró con fuerza por la nuca y me dijo:
    - Pero mira que eres gilipollas, si a mí me has gustado toda la vida.

    Y me dio tal morreo que nos quedamos colgados de él para siempre.

    Luis M. Gurriarán
    Funchal, 10/11/21

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  88. El ansia del abrazo.


    Sintió el ansiado abrazo de la anaconda apretando de nuevo su cuerpo de esa forma incondicional en la que suele hacerlo, como cada noche desde que vuelve a dormir sola.
    Sorbe toda su esencia vaciándole del sinsentido del dolor que le atosigaba.

    Se gira y los auriculares que llevaba puestos caen al suelo trayéndole de nuevo a la vigilia. Circunspecta los recoge y tanteando con rutinaria calma los deja encima de la mesilla para, al poco rato, tratando de encontrarla otra vez, volver a sumirse en ese anhelado sueño.

    ¿Dónde estaría ella?, al ver el lago se acercó a la orilla e introduciéndose lentamente comenzó a bucear.

    Pero ya amanecía y le despertó la alarma del móvil: la agenda le recordaba la reunión que le espera.

    Al finalizar el día se acostó a la izquierda de la cama, como era su costumbre desde que había empezado a soñar con ella, pero esta vez no la conseguía encontrar. Comenzaba a desesperarse cuando, ¡hala!, al dar una última vuelta a la duna, allí estaba, esperándole bajo el dorado sol donde nuevamente volverían a fundirse, apretando con fuerza su cuerpo de garza en ese abrazo que tanto la subyugaba.

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  89. La promesa.

    En el fondo sabía lo poco que iba a tardar en romper la que él creía, sincera promesa.

    Sentado en el somnoliento tren que discurría por la campiña intentó fijar la mirada en el árbol solitario que aún se distinguía a lo lejos.
    La cabeza se le cayó sobre los hombros y en el brusco despertar, se dio cuenta de que la breve tarde de invierno llegaba a su fin y con ella también finalizaba su aún más breve palabra.

    Con la boca amarga por la propia decepción, cogió el aún blanco papel que pronto se cubriría de negras palabras, que el revisor le había traído en la fría bandeja al poco tiempo de pedírselo.

    Sintió las manos como una pesada piedra al empezar a escribir la carta desviando, cada pocas lineas, la mirada al alargado suelo del pasillo.

    Ningún falso alivio, ningún falso perdón, sentiría al entregar la cobarde carta en la estafeta de correos.

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  90. DESCARRILAMENTO

    Servida en bandexa prateada, o azar non deixou pasar a ocasión para outra vez regalarme unha tardía aventura de verán. Adoito andar por onde pisa o boi, fóra de chan esvaradío ou inestábel e tíñame feito a promesa firme de non recuncar, non tropezar dúas veces na mesma pedra aleve, non coller ese tren carallán, maldito verme ensarillado e lento; tamén meigo, un prodixio de paisaxes e sensacións de vertixe: O Tren da Costa.
    O temor estaba no tramo que rube dende Ortigueira ao Campo do Hospital, polas encostas arboradas de Mera, onde ás veces o convoi non pode co seu corpo articulado e, conscente e obrigado no seu papel tradicional, dá en facer paradiña de recuperación longa ou de alivio breve, un tempo de respiro para a máquina e de restauración para os viaxeiros, que, precavidos e nada sorprendidos, abren bolsas e friameiras, estenden mantelos, libran as viandas e poñen a boca presta, sen maior perturbación.
    Superada esa etapa que puideramos denominar como de montaña, e abocado o treito final xa camiño do mar, ilusionado porque tiña en Ferrol unha cita prometedora, púxenme a dar conta da comedela prevista para a clásica parada por avaría. Tirei o bocadillo de chourizo do seu envoltorio de papel alimentario e papeino tranquilo, ademáis de dúas mazás reinetas. Axudeime cuns grolos xenerosos da bota de viño do meu veciño do asento 2 da fila 21.
    Aturdido pola dixestión a deshora e o tremelar dos vagóns (e polo viño da bota) comecei a tarde solleira cunha soneca, abatindo a testa no soporte abandexado do asento. E foi aí o brusco espertar, unha sacudida súpeta, unha freada sonora e vibrante e un grave renxer das rodas no pétreo sendeiro de balasto. Desta vez era unha árbore caída, deitada indolente na vía, a cumprir así unha especie de obriga funcionarial que as árbores adoitan ter por aqueles eidos. Máis de tres horas tardou a vía en estar expedita, para desconsolación miña e para desbaratar o prometido encontro co meu amor ferrolán.
    Odio tanto como adoro o tren aleve, o tren lánguido, o convoi torda e algareiro, o que descarrila sempre para o lado contrario. O tren bromista e feliz.

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  91. LA TRAVESÍA

    Se lo puso en bandeja de plata y decidió arriesgarse; el amargo tren de sus recuerdos invadió su cabeza, y ese recorrido le ayudó a tomar esa firme decisión.
    La falsa y esperanzadora promesa producía un inmenso alivio en su existencia y no se lo pensó más. Sacó del bolsillo los ahorros de toda su vida y los canjeó por un dudoso papel que le llevaría a su ansiado destino.
    Dos días después de aquel encuentro, cerró por última vez las puertas de su desvencijada casa fabricada con tosca piedra local, y haciendo chirriar sus goznes puso punto final a su cotidiana vida.
    Se apoyó en su centenario y ahora desnudo árbol escuchando su corazón; se despidieron sin palabras ya que de su temblorosa y famélica boca apenas brotaba más que un sollozo.
    Fue el último viernes de enero, una tarde fría y lluviosa, cuando el cayuco tocó tierra; ninguno de sus tripulantes paracía seguir con vida. Pero milagrosamente un terrible y sordo despertar le devolvió su hálito vital.
    Con los pulmones encharcados y el cuerpo aterido, a toda velocidad en aquella ambulancia, un pensamiento nítido surgió en su cabeza. “Ya estoy en suelo español”.

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  92. TREN VILOETA

    Nítidamente recuerda el día en el que, por su culpa, cayó de bruces contra el pedregoso suelo de la calle Mayor.
    Aquella fatídica y cálida tarde de agosto, resucita ahora en su memoria y siente un inmenso alivio de que ya no esté a su lado. De que no siga jugando el triste y mísero papel, que interpretó en su vida.
    Ha conseguido olvidar el tacto de su piel, sus amenazantes miradas... de igual modo que ha olvidado el amargo despertar entre sus brazos.
    Aquel día de agosto, con la boca ensangrentada y la dignidad encerrada bajo siete llaves se hizo a sí misma una firme promesa.
    Y después de derramar miles de lágrimas bajo la sombra del solitario y frondoso árbol que la viera crecer, gritó a los cuatro vientos que no volvería a tropezar jamás con la misma piedra
    Ahora observa, desde la distancia, el fascinante y evocador paisaje que refleja la ventana de su vagón, desde el asiento en aquel lujoso tren, con aperitivos en bandeja de plata, que la lleva camino a la felicidad.

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  93. DESACUERDO PREMATIMONIAL

    --No me gustaría quedarme a vivir con ellos, son demasiado anticuados, parecen del siglo pasado.
    --¡Pero mujer, si les queda un telediario y medio! En todo caso, ya buscaremos la forma de convencerlos para que quieran ingresar en una residencia.
    --¿Estos…? Estos no se van de aquí ni muertos; se quedan de fantasmas de palacio.
    --¡Cariño… qué son mis padres! No seas despectiva.
    --¿Tus padres…? Dos carcamales, diría yo, podridos de dinero; presumiendo de títulos y propiedades y regateándole a su hijo –a su hijo único-- el derecho de ser libre.
    --No seas injusta Julia. Nunca me ha faltado nada.
    --¿Nada…, cuando hiciste una carrera menor --eso sí, la que a ellos les convenía—por no pagarte unos estudios superiores fuera de tu ciudad?
    -- Pues no… Siempre deseé ser veterinario.
    --¡Qué ibas a desasear tú, ser veterinario! ¡No seas mentiroso! Lo que tú siempre quisiste, era ser médico. Pero claro, eso no se ajustaba a las necesidades de los señores marqueses. ¡Qué mejor que un hijo para velar por las caballerizas…!
    --¡Déjalo ya…! Lo que importa es que nos vamos a casar; que aquí, tengo mi trabajo y que el palacio es lo suficiente mente grande para que podamos vivir en él con la holgura e intimidad suficiente.
    --¿Intimidad…? ¿Con tú madre…? Con tú madre no hay intimidad posible.
    --Si fuera la tuya no dirías lo mismo. Pero ya se sabe, las suegras…
    --¡No, no! Por suegra no. Por ser una urraca carroñera; con su vestido negro, su cuello blanco, y esa maligna inteligencia suya… adaptativa. Y ojo ¡eh!, a mi madre: ¡Ni nombrarla!
    --¡Cuidado con la digna…! Pues, bien que presumen tus padres de emparentar con los marqueses de Villarobles…
    --¡Pero serás iluso…! ¿A ver si te enteras…?¡Engreído…! Digna; si, ¡a mucha honra! Que puedo presumir de ser hija de tenderos, con las manos tan limpias como el corazón y el alma. Y aunque humildes, muy decentes. Otros no pueden decir lo mismo de si mismos.
    --¡Estás insinuando algo…?
    --El que se pica… Yo sólo intuyo que muchos poderíos proceden de la explotación.
    --Pues yo me encuentro muy a gusto con ser le heredero de una familia con poderío y tu deberías de sentirte afortunada porque te aceptaran, siendo plebeya.
    --¡Quéeee…! ¡Vete a la mierda, marquesito! ¡Que te alimenten tus herencias! Yo me quedo con los míos. ¡Se acabó! Prefiero mi libertad harapienta, que ese futuro encorsetado que adivino aquí. Quédate tú a vivir junto a las telarañas. Yo me voy al aire limpio, donde cada mañana sea una aventura nueva.
    --Vete, sí, ¡Desagradecida! ¡Mejor así! Ya me lo temía… Siempre dude de si sabrías estar a la altura.

    Alfonso Modroño. (González Garcés, 19 de noviembre de 2021.)

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  94. DIÁLOGO

    “- No me gustaría quedarme aquí a vivir con ellos. Son demasiado antiguos, parecen del siglo pasado.”
    - ¿De qué siglo? Porque cuando alguien dice siglo pasado a veces pienso en el XIX.
    - Está claro que te estás volviendo viejo. Del XX, hermano, del XX. Eres el mayor y se nota. Ja-ja-ja.
    - Pues no viví mal lo que me tocó de ese siglo, había más ilusión, más entendimiento entre la gente, y mira que estamos en el momento de la comunicación total, en nada pasamos del correo postal al móvil y a Internet en todas sus facetas…
    - Ya, pero mira los tíos, no es que no tengan banda ancha, es que para hablar por teléfono tienen que subir a ese cerro y encima se les corta todo el rato por falta de cobertura.
    - Yo creo que tampoco lo necesitan demasiado, tienen sus tertulias con los vecinos, el panadero les hace los recados y se les ve felices.
    - Será porque no conocen otra cosa.
    - Yo te diría que sí, lo que pasa es que no escuchas cuando te hablan.
    - Habrán ido alguna vez a la capital o algo así, supongo, porque no te hablan más que de las cosechas y del ganado.
    - Es su preocupación actual, del día a día, pero conocen más mundo que tú y leen todos los días, algo que tú no haces, salvo ver los mensajes de whatsapp, claro, y aquí no tienes cobertura.
    - Pero estoy al día de todo a través de las redes sociales.
    - Será de todo lo que te cuentan y a saber quién te lo cuenta.
    - Vale, lo que tú quieras, pero ¿nos vamos o no?
    - Estoy pensando en quedarme unos días. Lo que voy a hacer es bajarte hasta la villa y te largas en autobús, lo tengo claro, me anclo al siglo pasado, me apetece y es la única familia que nos queda.
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    - No corras tanto que las curvas son muy cerradas.
    - Conozco muy bien la carretera y tengo ganas de dejarte.

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    (como no me sale el final por estar en un recuadro, lo copio a continuación)

    LA VOZ DE LA ESTEPA - TERRIBLE ACCIDENTE

    Dos hermanos se salen de la carretera en la llamada curva de la Paella cayendo al precipicio. El mayor que conducía murió en el acto, el menor fue trasladado en helicóptero al Hospital Provincial con lesiones vertebrales y diagnóstico de tetraplejia. Sus tíos que son de la zona se han hecho cargo de él y lo trasladarán a su domicilio para cuidarlo ya que nunca más podrá valerse por si mismo.






    Luis M. Gurriarán
    Fonte Cuntín, 14/11/21

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  95. CONVERSACION EN LA PLAYA

    - No me gustaría quedarme a vivir con ellos. Son demasiado anticuados, parecen del siglo pasado.
    - ¡Pero que simple eres, Gonzalo! ¿Tú sabes lo que es un siglo? ¡Pues sí que has hecho un gran descubrimiento! No es que parezcan del siglo pasado sino de muchos, muchos siglos más atrás.
    - Pues más a mi favor. Yo creo que deberíamos largarnos de aquí mañana mejor que pasado.
    - Me decepcionas, te creía un tipo más progresista, más solidario...
    - No te entiendo.
    - Pues es muy fácil. ¿No crees que deberíamos quedarnos con ellos y convencerlos, abrirles los ojos a nuestro tiempo, ayudarlos a salir de su rancia carcundia?
    - ¿A estos energúmenos? Francamente, me parece una tarea superior a nuestras fuerzas.
    - No seas flojo, coño. Además es una obligación ética y moral, hombre. ¿O es que te irías tranquilo dejándolos con su concepto tan jerarquizado de la sociedad y sus, como decirlo... bárbaras costumbres religiosas?
    - ¿Y a nosotros que? Allá ellos que se las arreglen.
    - Hombre, Gonzalo, es que aparte de hacer una buena acción no sé si sabes que podríamos hacernos de oro, joder.
    - No sé... No sé. Sigo pensando que deberíamos largarnos.
    - Pero Gonzalo, es que he quemado las naves. Ya no hay vuelta atrás.
    - ¡Serás cabrón, Hernán! ¿Y ahora qué?
    - Pues ahora, a conquistar, colonizar, civilizar y cristianizar a estos salvajes extirpadores de corazones, Gonzalo - y agregó acariciándose meditativo la barba - Pero como tampoco somos gilipollas, no vamos a hacerlo gratis. Nos llevaremos todo el oro que podamos.
    - ¡Ah, eso sí que sí!

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  96. DIALOGOS EN UN PISO DE USERA

    ESCENA 1 (En la alcoba)

    - No me gustaría quedarme a vivir con ellos. Son demasiado anticuados, parecen del siglo pasado.
    - Vaya hombre, no me digas que vienes a descubrirlo ahora, tras tantos años.
    - Ya, pero ahora es el momento de irnos. Cuanto más tiempo pase más difícil se nos hará.
    - ¿No será más bien que lo dices porque ya no los necesitamos? – suspiró ella, recelosa.
    - Si lo quieres ver así… Yo lo digo incluso por los niños.
    - Ah, sí. Qué bueno eres, hombre…
    - No empieces con tus ironías, por favor - respondió él, irritado - Te repito que, te pongas como te pongas, yo prefiero que nuestros hijos vivan en un entorno cómodo y distinguido, en lugar de en este barrio degradado en el que solo quedan viejos caducos como tus padres.
    - ¡Toma ya el ejecutivo! ¡El yuppie de nuevo cuño! No te mostrabas tan elitista, ni los veías tan anticuados, cuando no llegábamos a fin de mes.
    - ¡Bueno! Es que tiene cojones que ahora me vengas reprochando que tras tantos años de trabajo y esfuerzo me haya ganado una posición en la empresa y quiera lo mejor para los niños y para ti. ¡Vaya por Dios, mujer!
    - Bueno. Lo pensaré… Lo pensaré… - respondió ella, llorosa.

    ESCENA 2 (En la salita)

    - ¿Has oído Genaro? ¿Has oído?
    - Claro que he oído, querida. En estos pisos que ahora tanto desprecia ese mequetrefe, ya se sabe, se oye todo.
    - Quieren irse, Genaro, acabaran yéndose.
    - Al final ese gilipollas acabara imponiéndose, así que deja que se vayan, coño, - suspiró él cerrando el libro con un deje de tristeza - que se vayan con sus tablets, sus series de televisión, e-books y su mierda de videojuegos a ese Xanadú en el que creen que serán más felices. Nosotros seguiremos aquí, en nuestro siglo, je… que a mí, Angelita, que quieres que te diga, me parece mejor que el que propone ese cretino.
    - ¿Pero no te entristece, Genaro?
    - Claro que me entristece, Angelita, claro que me entristece - y tomó su mano surcada de venas azules - sobre todo porque perderemos la alegría de nuestros niños…
    - …Que son maravillosos seres ajenos al tiempo y a los siglos - agregó la pobre Angelita.
    Lagrimas él. Lagrimas ella.

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  97. ELLA SE VA DE CASA

    - No me gustaría quedarme a vivir con ellos. Son demasiado anticuados, parecen del siglo pasado.
    - Pero querida, quizá con el paso del tiempo aprenderás a comprenderlos. Son así, vetustos, pero su alma es noble y generosa.
    - No, madre, no. El corazón me dice que he de levantar el vuelo - respondió ella con vehemencia.
    - Sé que es ley de vida que el pajarillo aún tierno abandone el nido, pero aún es pronto. Tómatelo con calma, madura, búscate un novio, funda un hogar y entonces podrás irte. Mírame a mí. También soy vieja y anticuada pero soy feliz.
    - Oh madre, tus palabras parecen sabías y quizá sean válidas para ti, pero yo quiero decidir sobre mí propia vida. He de irme. He de irme...
    - Nos partirás el corazón. A tu padre y a mí. Y a ellos.
    - Lo sé. Lo sé. Pero también sé que hay unas lejanías azules, más allá de este lugar umbrío, que necesito conocer. He de partir.
    - No lo hagas hija, por favor. Espera.
    - Adiós. Adiós.
    Y se fue con la mañana otoñal.

    ****************

    - Oh, papá. Nuestra niña se ha ido, se ha ido - sollozó la madre - ya no oiremos más su dulce voz.
    - Ni sus canciones en la mañana, mama – respondió, triste, papá - Este hogar ya no será el mismo. Incluso ellos, tan severos, anticuados y circunspectos la lloran. Mira como caen como lágrimas, cubriendo el suelo, sus hojas doradas.
    - Si, papa, y su sollozo es aún más desconsolado que el nuestro. ¿No ves su llanto de resina deslizarse por la venerable corteza de sus troncos?
    - Pero estoy seguro, querida, que algún día volverá, cuando sepa que el azul no siempre es tan azul y a veces se convierte en un amenazador cielo brumoso y que hay árboles espinosos, no tan benévolos como nuestro hogar.
    - ¡Oh si, papá, como me consuelan tus palabras! Entonces, aunque nosotros ya no estemos aquí, nuestros dos ancianos robles recibirán a nuestra pequeña oropéndola, ofreciéndole su sombra, con el jubiloso canto primaveral de un rumor de hojas verdes mecidas por el viento.

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  98. CUM MORTUIS IN LINGUA MORTA

    - No me gustaría quedarme a vivir con ellos. Son demasiado anticuados, parecen del siglo pasado.
    . Me asombras con tu humor negro. ¡Pero si no es que sean anticuados, es que apestan a cadaverina!
    - Si, lo que pasa es que me temo que tendremos que pasarnos una larga temporada frecuentándolos.
    - Pues vaya coñazo, que quieres que te diga.
    - Ya, pero aunque sea una paradoja, o si quieres una parajoda, es absolutamente necesario que continuemos ensanchando y enriqueciendo nuestros espíritus con las balsámicas enseñanzas del maestro en este vetusto y hediondo lugar.
    - Cierto, pero tengo que confesarte que ya estoy un poco harto de convivir con esta especie de huéspedes momificados...
    - ¡¡¡Sopórtalo por tu fe, Androcles!!! ¿O es que preferirías salir a la rutilante y aromática luz del día y que te echaran a los leones en el circo?
    - Tus palabras, Pedro, no son demasiado alentadoras, que digamos.
    - Bien, bien, pero para consolarte te diré que he tenido una revelación: Nuestro credo será legalizado y admitido universalmente y sobre estas ruinas edificaremos nuestro imperio.
    - Largo me lo fías, Pedro. Porque me barrunto que para los que hereden esa era de opulencia, aunque nos canonicen y todo eso, no seremos más que unas antiguallas tan molestas y acartonadas como estas que nos rodean.

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  99. CHOQUE
    --Non me gustaría quedar a vivir con eles. Son demasiado anticuados, parecen do século pasado.
    --E a min que me di?
    --A ver, eu non quería aludir…trátase dunha situación hipotética.
    --Hipotética? Xa comezamos con palabras semánticas. En primeiro lugar, quen é vostede?
    --Eu? Pois non ten importancia, estamos a crear, miña señora.
    --A crear? Antes creabamos doutra maneira.
    --Claro, nos seus tempos, no século pasado. Por iso.
    --Non me líe. Estes tamén son os nosos tempos, que xa o dixo Mafalda.
    --Ten moita razón, e nunca é tarde se a ficha é boa, que coido díxoo Messi.
    --E non quere ir vivir con Messi, logo, porque é anticuado?
    --Non, ouh! Eu non sei de Messi, non digo iso. Digo que quizais non son tan anticuados.
    --Quen?
    --Quen o que?
    --Quero dicir, quen son os que non son anticuados.
    --Eses que dixo a profesora.
    --A profesora de Messi?
    --Non, señora! A miña profesora.
    --Ah! Xa vou entendendo. É un exercicio.
    --Iso, unha tarefa. O que pasa é que eu non sei que quere dicir anticuados. Do século pasado, si que
    sei, que dese século somos case todos.
    --Pois eu teño unha neta que naceu neste século. E si que son máis modernos, si.
    --Son novos, son mozos, algo mais actualizados…non sei eu.
    --Home, si. Son vexetarianos, andan na bicicleta, e fan surf, gostan da natureza, non se deixan
    enganar, sonche estritos coas cousas democráticas e as liberdades e iso dos dereitos da xente que lle
    din diversa…esas cousas.
    --Tamén lle son caprichosos, e refinados. Mira ti, vexetarianos…dos minikiwis de Australia, e das
    comidas asiáticas, do humus, e o falafel e as tortas mexicanas…e das redes sociais.
    --Boh!. Ao cabo todo eche o mesmo, andan rebuscando porque se aburren, igual ca nós.
    --Eu non me aburro. Eu estou creando.
    --Pois vaiche sair unha creación ben xeitosa, si señor.
    --Algo xa me ten axudado vostede, aínda que non o crea.
    --E non vou crer! Que non che manden vivir con Messi. E que che poña boa nota a profesora.
    --E vostede que o vexa, señora.

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  100. La herencia

    -No me gustaría quedarme a vivir con ellos, parecen del siglo pasado.
    -¿Tú crees?, realmente a mí no me causaron esa impresión cuando por fin me los presentaste.
    -¡Ya!, suele ser así, saben bien como aparentar delante de los demás, tan pronto como marchaste todo volvió a la normalidad, a su normalidad.
    -No sé, ¿crees qué merece la pena arriesgarte a dejar todo esto -hace un gesto señalando la lujosa estancia y las magníficas vistas que se ven a través de las ventanas- sólo por ellos?
    -Sí, para mí se está volviendo insoportable, tú viéndolo desde fuera no tienes ese problema, sólo ves el lado bueno de las cosas pero, soy yo la que tendría que convivir con ellos y no quiero pasar por lo mismo que pasó mi padre, por fin empiezo a comprenderlo.
    -Cielo, eso ya fue hace mucho, ¿no crees es hora de olvidarlo?
    -Ni creo ni puedo, sus prejuicios ya arruinaron su vida y no quiero que hagan lo mismo con la mía.
    -Pero mira que pueden...
    -Sí, ya sé, dejarme sin nada pero, todo lo que tú estas dispuesto a aguantar, ya que tan fácilmente te vendes, yo no voy a tolerarlo, es más, toda esta conversación sólo sirve para reafirmarme en mi idea. Mañana mismo hago las maletas y me voy, tú sabrás si vienes conmigo o te quedas con todo esto -dice repitiendo el anterior gesto de él.
    -Cariño, creo que te estás precipitando- intenta calmarla con dulce ademán.
    -Y yo creo que lo que se está precipitando es el fin de nuestro compromiso-responde dando un portazo marchándose con furia de la habitación.
    Tras la marcha de ella él se mete las manos en los bolsillos y piensa que todos sus esfuerzos por unirse en matrimonio a la heredera de los Goldsworthy se han ido por la borda.

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  101. LA DECISIÓN
    —No me gustaría quedarme a vivir con ellos, son demasiado anticuados, parecen del siglo pasado. Dos hombres solteros a los que apenas conozco. Acostumbrados a que todo gire a su alrededor, y con Carmen, complaciendo todas sus excentricidades. ¡Mamá no puedo ni planteármelo!
    —¡Hija claro que son del siglo pasado! Ninguno de los dos soplará una tarta con el número setenta— Y trasnochada ya te resulto yo, que podría ser su hija. Pero estamos aquí, tu familia, para hablar de algo que te puede interesar—
    —Lo siento no estoy preparada para seguir con esta conversación, hablamos en otro momento. Te llamo— y su imagen desapareció de la pantalla. Nosotros durante unos segundos quedamos aletargados contemplando el recuadro vacío.
    —Mamá ella necesita tiempo para decidir por su cuenta, yo tampoco aceptaría esa propuesta, ¿Desde cuándo tus tíos son tan generosos? Pero tienes razón cuando dices, que está sola, lejos y con un bebe y que su situación no es la mejor—
    —¡Vaya hijo, al menos, en algo tengo razón! — contesto sin mucho entusiasmo.
    —La ayuda que le ofrecen si realmente fuera sincera tenía que ser transparente, no un contrato con clausula disfrazada de caridad, con reembolso. Esos señores son unos oportunistas, se enteran por ti de la su situación de Elena y ellos la aprovechan para contratar, una sirvienta de entera confianza, a tiempo completo, no le cobran alquiler y le brindan un hogar con gastos pagos. Y si, su dedicación, es devota, abnegada, lisonjera con un rendimiento satisfactorio, a la hora de hacer testamento, puede…, que la tengan en cuenta. Piensan que para ella lo que le ofrecen es una lotería. Giró el taburete buscando la mirada de su hermana. ¡Yo creo que lo mejor es que regrese a casa, ya! —
    —¡Tú Carlos como siempre, tan animoso y chorreando ironía!, aquí no se trata de ser altruista, sino realista, tu hermana esta confusa, vulnerable ¿o no te das cuenta de necesita ayuda a largo plazo, que no se trata de echarle un mano en un arranque de buena voluntad, de amorosa euforia, de generosidad? y ¡hala, ya está todo solucionado! Pues no, es ella, su hijo y de su futuro de lo que estamos hablando —
    —Yo el “animoso”, se dirigió a su padre mirándolo de frente le pregunto — qué opinas tú de todo esto, porque dada tu actitud, parece que esto no va contigo —
    —Ya sabéis lo que pienso y no pienso de toda esta historia, — contesto con desidia mirando la arboleda que se divisaba desde la ventana.
    —¡Valiente respuesta, tú como siempre, escondiendo la cabeza debajo del ala!, y elevando el tono de voz. Le dijo: ¡Eres un impresentable!
    —Tu cállate mocosa, que todavía vas ondeando la bandera “del caballero andante como si fueras una permanente adolescente—
    Carlos se puso de píe con lentitud, como si todo el peso de su cuerpo se proyectara en su voz— Pero yo ya superé ese momento de juventud soñadora, de Quijote, que es a lo tú te refieres, cuando tratas de ridiculizar a Julia. Soy, creo, un buen padre, un hombre de peso, con criterio y considero tu postura bochornosa. —
    —¡Y tu madre, ya sabes lo que opinamos todos, ahora, aunque sea por primera vez en tu vida, la que tiene que mover ficha eres tú, con convicción y grandeza! No vale otear el horizonte con mirada perdida, cuando el presente nos atiborra y amenaza la riada. ¡Todos nosotros, incluido tú papá, somos Elena. —

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  103. Una noche oscura, silenciosa, paralizada, llena de paz o quizás incertidumbre.
    —No me gustaría quedarme a vivir con ellos son demasiado “anticuados”, parecen del siglo pasado —dijo Naty para sí misma mientras observaba su reflejo en el espejo.
    —Siempre existieron otras opciones, solo era cuestión de decisión —se escuchó a lo lejos una voz susurrante.
    — ¿Quién dijo eso? , ¿Mamá?, ¿Eres tú?
    —No, soy yo, mucho gusto, es un placer poder conversar contigo.
    Naty completamente estupefacta, se queda de pie mirando fijamente hacia la esquina del dormitorio.
    —Tú… eres tú, yo te conozco, ¿Cómo es posible que pase esto?... —pregunto despavorida — Ah claro, estoy soñando —dijo esta vez con voz serena.
    —Efectivamente, aún estas soñando —le dijo aquella voz, calmando su angustia — Te vengo observando desde hace tiempo, dime ¿Qué hizo que hoy decidieras salir corriendo?
    —Pues, desde que mi madre partió, he sido presa en esta cárcel de cristal, me siento atrapada detrás de estas barreras de oro, es insoportable, estoy vigilada las 24 horas del día, custodiada por unos carceleros que justifican este acto tan atroz llamando “protección”.
    —Así es como suelen ser los abuelos, es normal, la mayoría tiene un pensamiento demasiado antiguo, pero también sé que realmente intentaron protegerte y contigo lo intentaron aún más, porque no querían que se repitiera la historia —un incómodo silencio se apodero del ambiente —Pero fuiste demasiado testaruda.
    — ¿Fui?... Espera un momento, a todo esto, ¿Por qué decidiste hablarme?, te he visto en muchas noches de angustia, me has perseguido hasta en mis más oscuros sueños, siempre presente pero a la vez distante, y resulta que, ¿De un momento a otro decidiste por fin pronunciarte? —El silencio incómodo, se hizo mucho más largo — ¡Por favor, ya dime algo!
    —He seguido cada uno de tus pasos, te pusiste en riesgo a cada instante, como si no valoraras tu vida, tengo permitido estar cerca de todos, tanto como me lo permitan.
    — ¡Joder!, No entiendo que quiere decir eso, háblame claro —exclamo Naty con desespero.
    — ¡Venga pequeña hermosa, es hora!
    — ¿Hora de que?, espera un momento no entiendo. ¡Para!, ¡Te lo suplico!, ¡Suelta mi mano!, ¿A dónde vamos?, te lo ruego, ¡Respóndeme!, ¿A dónde vamos? —reclamaba Naty cada vez más exaltada.
    —Calma, respira y mira a tu alrededor, ya no estas soñando.

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  104. TRANSPOSICIÓN

    --Tiñas que pórte no meu sitio, non é doado dirixir isto.
    --A min non me pagan por dirixir, nin por suplantarte. A dicir verdade páganme por facer o que ti me mandes.
    --E paréceche pouco, porque quen che manda é unha muller, claro.
    --Non me digas iso!. Non me vexo no teu sitio de mando, mais si que me poño moitas veces no teu lugar como muller.
    Tal vez non andase descamiñada a miña Xefa. Ninguén nesta empresa pública estaba afeito a que viñeran mandar altos cargos femininos. E eu tampouco, coma miles de compañeiros, a grande maioría homes, mais a falla de costume non me impedíu considerar as boas maneiras de facer de Soutullo --Soutullo, Directora Xeral—anuncia o rótulo no bordo da súa mesa, sen despacho, sen cristais, exposta sen divisorias diante de todos nós, tres ducias de homes e unha soa muller, a vella compañeira Mucha. Un detalle de transparencia, novidade na fábrica.
    O meu desacordo constante coas maneiras de mandar dos seus predecesores, a miña natural predisposición a contradicir modos e contidos nas decisións dos mandos clásicos na factoría non foi obstáculo para que en moitos momentos viñera eu identificarme coas posicións de Iria, aínda que tivese reparos para demostrarlo, pola miña maneira de considerar a xerarquía.
    A cambio, e correspondendo tamén nunha especie de prevención emocional, ela pareceu a veces entender moi ben as miñas posturas fronte a temas moi clásicos, tanto nas materias típicas da organización do traballo coma no tratamento de temas sindicais que obrigadamente nos enfrontaban.
    Eu tiña a sensación de ser ela e ela tiña a sensación de ser eu.
    Foi así cando desbordou á comisión de delegados (e avergoñoume a min, que deixei facer aos compañeiros) mostrando a torpe defensa por eles de privilexios no sitio do interese xeral dos empregados. E cando ela desouvíu indicacións de superiores sobre o expediente de regulación.
    E foi así, mais á inversa, nun agochado intercambio de papeis, cando eu confrontei a Lourido, diante dunha das súas proclamas machistas na sala de xuntas, ou cando defendín a unificación das categorías de operadores de dados, que as mulleres tiñan unha e os homes outra, mellor pagada.
    --O que me namorou de ti foi a túa sensibilidade, esa capacidade de paciencia e de raciocinio. Ese algo de muller que tes.
    --Pois o que me gustou de ti é ese facer directo do que eu non me creo capaz, esa seguridade, esa autoridade natural que se manifesta sen acritude. Esas formas do home que me gustaría ser.
    --Vente—Apenas murmurou, solícita.
    E continuamos a nosa batalla de intercambios ubicuos no sofá de esquina do apartamento na praia, por momentos a contrarrestar con brío, gañas e vehemencia as delicadezas que provocou en nós a bendita transposición. E fun ela, penetrado, a encherme, a sorber. E ela foi eu, a empurrarme contra paredes da memoria, da razón de ser.

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  105. Nuestra amistad, si es que alguna vez se pudo llamar así, nació de mi necesidad de aguantar a Sabela para poder ser amiga de Anabel, quien, sin saberlo, o sabiéndolo y disfrutando de la situación, era acaparada por ella. No la culpo, Sabela sabía tejer, cual araña, una tela que te atraía y atrapaba, te hacía sentir adorada, querida, te daba la razón en aquellos grandes conflictos del fin de la infancia y el paso a una adolescencia aburrida en una pequeña aldea de montaña que, cuando nevaba, nos obligaba a permanecer encerradas en casa, como no, de Sabela. Solo buscaba ser el centro de atención, ocupar el lugar de la reina, y no hay forma más mezquina de hacerlo que ser su lacaya para después, anularla y convertirse en la cabecilla indiscutible, un peón de reina que le ayuda en mil y un batallas, que provoca ataques para ir derrotando, poco a poco, a todos sus rivales. Recorridas las siete casillas, hubo de afianzar la corona. Despiadada, dejó sola a la pobre Anabel, quien no entendía por qué había dejado de ser su favorita y ahora me alagaba a mí, con quien se había llegado a pelear. Yo me dejaba querer, al igual que había hecho ella, ¿quién no quiere ser la preferida? No veía que apartaba a todo el mundo de mi alrededor, no lo vi ni cuando me sustituyó por un novio pues me mantuvo como segunda para no quedarse sola ante la perspectiva de la inevitable ruptura con el pobre zángano. Ni siquiera él dejó de bailar a su alrededor cuando lo dejaron. Éramos dos tontos creyéndose los mejores. Hasta que un día, una de las dos se cansó de la otra. Ojalá pudiera decir que fui yo pero no estoy segura. Sé que una tarde, sentadas en la cafetería que sustituyó a su casa en los encierros invernales, Anabel me dijo "¿No te das cuenta de que Sabela solo te habla a ti?". Pobre reina destronada. En aquel momento, yo tenía la sensación de ser ella y ella tenía la sensación de ser yo en aquellas frías tardes de juegos y no pude más que compadecerle. ¿Cómo le podía contar que las dos fuimos víctimas de una mente desgraciada? Porque Sabela era una persona carente de amor, dolida por el trato que generaciones de su familia imponía a las mujeres, relegadas al último lugar, obligadas a rendir pleitesía a todo hombre que formarse parte de la familia. No es de extrañar que buscase ser la reina fuera de casa. Empecé a entender por qué no podíamos salir de su habitación cuando íbamos a visitarla, por qué no quería que jugásemos con sus hermanos, por qué callaba cuando nos encontrábamos con su familia en las fiestas del pueblo. Aunque me dio pena decidí que no era yo quien tenía que ayudarla, no después de todo lo que me había hecho pasar cuando fui yo quien, osada de mí, se echó un novio. Aquello no era amistad, nunca lo había sido. Pero sí era lo que me unía a Anabel así que, sí, yo sí había conseguido mi objetivo.

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  106. GEOMETRÍA

    ¿Cuál era mi identidad? ¿Cuál era la suya?
    ¿Tienen la misma identidad dos líneas paralelas que siendo exactamente iguales jamás se encuentran en su infinita longitud?
    Repito. Pueden estar muy próximas. Pueden estas paralelas incluso deslizarse a una distancia infinitesimal. Pueden observarse, estudiarse mutuamente, hasta llegar a comunicarse, incluso, con los ojos ardientes de las rectas, amarse. Aunque este no es un hecho muy habitual, porque los ojos de las rectas, de las aristas de los poliedros, de las superficies curvas de las esferas y de todos los elementos geométricos en general tienden a la frialdad precisa y calculada y a la distancia cartesiana. Repito, esta rara avis de rectas con ojos ardientes que se deslizan amorosas entre una multitud de otras rectas paralelas más o menos indiferentes entre sí, a causa de las inflexibles reglas de la geometría jamás pueden llegar a tocarse.
    Entonces, y a pesar de que conocíamos las reglas, yo tenía la sensación de ser ella y ella tenía la sensación de ser yo, y aunque sabía que yo pertenecía al universo geométrico, no podía negar que era ella, al igual que ella no podía negar que era yo.
    Pero aun sabiendo que éramos uno, no podíamos vulnerar las malditas reglas del espacio geométrico y del tiempo finito, ese tiempo que nos convertiría, con un final abrupto, en simples segmentos de recta condenados a detenerse y no encontrarse nunca.
    Pero, como Satán se rebeló contra los designios divinos, nosotros nos rebelamos contra el cruel Moloch geométrico y nuestras rectas paralelas huyeron fuera de esta esfera en que creíamos vivir y atravesando orbitas elípticas, parábolas de cometas, espirales de galaxias y cónicos embudos de agujeros negros, lejos de la geometría terrena, llegamos a converger en una única y gozosa recta resplandeciente, amándonos y viajando fuera de los límites del espacio y del tiempo.

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  107. SONRISA

    Nunca fui muy amiga de las artes plásticas y, por qué no decirlo, de ningún tipo de arte, excepto del verdadero arte que es para mí el Rock and Roll. Pero el turismo, esa estúpida fiebre que corroe a esta adocenada sociedad actual hace “extraños compañeros de cama”.
    Así que un día, sin saber muy bien cómo - supongo que estaría un poco fumada - me encontré vagando por las galerías del Louvre sin saber muy bien para dónde tirar. Cuando iba a largarme, harta de tanta antigualla y de tanto papanatas boquiabierto ante aquellos pastelazos de color, me sentí atraída por una pequeña multitud que rodeaba un cuadro fingiendo prestar atención a las aburridas explicaciones de un tipo de rostro granujiento y gafotas de cultureta, que supuse sería un guía. Me abrí paso a discretos codazos entre aquellos bobalicones (Aquí he de decir que mi chupa de cuero claveteada, mis piercings, mis tatuajes y mi cresta resultan un tanto intimidatorios) hasta situarme ante el cuadro de marras.
    Entonces, hale-hop, me quede clavada. Aquella sonrisa y aquella mirada indescifrables las reconocí como mías. ¡Eran las mías, joder! Mis botas parecieron soldarse al suelo brillante de aquella especie de panteón. Yo tenía la sensación de ser ella y ella tenía la sensación de ser yo, sus ojos, su sonrisa y hasta la serenidad de sus manos apoyadas en el brazo del sillón, me lo decían. Los turistas se fueron, la sala se fue quedando vacía y allí quedaba yo, petrificada. Solas, ella y yo, hasta que llegada la hora de cerrar, un vigilante me echó con bastantes malos modos, el muy cabrón.
    A la mañana siguiente, tras una noche de insomnio que ni siquiera unos bien cargados canutos consiguieron vencer, acudí de nuevo al museo minutos antes de la hora de apertura. En la aun desierta sala ante el cuadro de mi “doppelganger” volví a petrificarme como el día anterior, pero por un motivo distinto: ¡¡¡Quien estaba en el cuadro era yo!!! ¡¡¡Yo, con mi cresta, mis tatuajes, mi chupa!!! Pero la sonrisa, la mirada, las manos serenas no habían cambiado. Sonaron las alarmas, parpadearon las luces, se cerraron puertas y toda esa parafernalia electrónica que sale en las películas malas. Naturalmente, los guardias despejaron el museo de los aun escasos visitantes y a mí me echaron con cajas destempladas.
    Al día siguiente, volví a madrugar. La prensa de la mañana se hacía eco del estupor de la Prefectura de Policía ante la prodigiosa mutación del cuadro inmortal, orgullo (al menos hasta ahora) del Louvre. No saben si llamarle robo o sustitución. Pero lo más asombroso es el dictamen de conservadores, expertos en arte y peritos del museo que aseguran que a pesar del estrafalario aspecto actual de la dama, su sonrisa, su mirada y la serenidad de sus manos permanecen inalterables, absolutamente fieles al original.
    Yo por mi parte, jamás volveré al museo, ya he dicho que no me gustan los panteones. Cuando hago mis paseos diarios, los viandantes se dan discretos codazos ante mi aspecto tan demodé, o como diría… vagamente renacentista. Los únicos que no se enteran - pandilla de subnormales - de que la Gioconda se dedica a vivir la vida tomando el fresco por el Pont des Arts y por los muelles del Sena son los cretinos de la pasma.
    Ya no fumo nunca canutos. Ni siquiera cigarrillos. Por no descomponer la sonrisa.

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  108. DISCUSIONES BIZANTINAS

    Sí, es una cuestión identitaria. Una maldita cuestión identitaria que ya me tiene harto. Y no hablo de las tan traídas y llevadas cuestiones identitarias de las que tanto se habla ahora y que al fin y al cabo pueden resolverse fácilmente con unos cuantos cañonazos. Hablo de mi cuestión identitaria particular, que es mucho más compleja que todas estas bagatelas que acabo de citar. Pero no por ser particularmente mía tiene nada que envidiar a estas últimas en cuanto a los interminables litigios y ríos de sangre que han hecho correr a lo largo de la historia. Y todo porque yo tenía la sensación de ser ella y ella tenía la sensación de ser yo. Sé que suena raro, coño, pero tampoco es para tanto. Peores contradicciones y trolas se ha tragado la especie humana a lo largo de la historia. Que si soy solamente humano, que si soy solamente divino, que si soy las dos cosas a la vez. Y por estas chuminadas… ¿Papas coléricos, herejes en la hoguera, brillantes teólogos excomulgados, tanto altercado y tanta revuelta sangrienta? Si yo tenía la sensación de ser la Santísima Trinidad y ella tenía la sensación de ser yo, ¿qué? Pues ya está.
    Sin embargo de lo esencial de mi doctrina de amor y paz universal, de lo de compartir con el pobre, poner la otra mejilla, amar a nuestros enemigos y todo eso, ni pum, de eso no queréis saber nada, os la trae al pairo, pandilla de gilipollas.
    No, claro. Vosotros tan a gusto con vuestras discusiones bizantinas.

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  109. ELLA Y YO

    Yo tenía la certeza de la existencia de ella y ella tenía la certeza de mi existencia.
    Pero yo no tenía una idea clara de la naturaleza de mi existencia y tampoco ella tenía una idea clara sobre la naturaleza de la suya.
    Sin embargo yo sabía que mi existencia era inseparable de la suya como ella sabía que la suya era inseparable de la mía.
    Éramos dos partes de un todo, inconcebible sin mi existencia y su existencia.
    Yo, sin conocerla, convivía con ella y ella sin conocerme convivía conmigo.
    Hasta que el impasible reloj del tiempo depositó el ultimo grano de arena en la ampolla de cristal inferior.
    Entonces nos conocimos.
    Entonces sí, por fin, tras su triste sonrisa y su helado beso, yo tenía la sensación de ser ella y ella tenía la sensación de ser yo.
    Y entonces comprendimos, ella y yo, nuestra naturaleza inseparable.
    Ninguna mano voltearía el reloj. La arena no se deslizaría nunca más por la garganta de cristal.
    Me tendió su mano gélida y yo, exhausto, la acompañe gustoso. La vida y la muerte son ejercicios vanos y agotadores. Quizá por eso intercambiamos una sonrisa. Ella y yo.

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  110. EL reflejo
    _Tú no conociste aquel sitio: el Pozo de la Señora.
    El agua del rio Esgarla brotaba escondida en el seno de una roca, y caía, resbalándose gota a gota entre las arrugas de la peña dibujando rastros verdes y marrones. Aquellas gotas, al desprenderse al vacío, brillaban como cristales de colores y sonaban alegres como las notas de un instrumento al reunirse en el pozo. La vegetación silvestre formaba un límite a las gotas juguetonas que brincaban susurrando unas veces risas y otras, suspiros. El rumor es indescriptible. Lamentos, palabras, nombres, cantares, lo que he oído en aquel lugar llena más de una vida.
    Todo allí era grande menos el silencio. La soledad, grande y sonora, me acompañaba cada día. No lo creías posible ¿verdad? Me regalaba leyendas de este mundo y de otros.
    También cada día me asomaba a la superficie del agua para ver a la Señora. Ella no era una mujer cualquiera. Su cara hermosa y pálida se ondulaba con los pliegues del agua, sus ojos eran joyas de brillo demente, su pelo de cobre en movimiento pertenecía más a la profundidad del pozo que a su belleza.
    Nunca sonreía y yo, mientras decidía si la Señora era más ángel o más demonio, tampoco. Nos fuimos acostumbrando a encontrarnos en el Pozo, nos mirábamos sin ansias y yo tenía la impresión de ser ella y ella tenía la sensación de ser yo. Nació la duda entonces de qué realidad era la verdadera. Quizá era la mujer líquida quien cada día venía a mirar la luz que entraba por el Pozo y me miraba sin gesto alguno, observaba mi rostro, mis ojos y mi pelo que pertenecía al viento, e intentaba adivinar si había bondad o maldad en mi mirada. ¿Quién sabe si yo no era para ella la Señora del Pozo?
    La duda y la curiosidad fueron ganando terreno a la serenidad que antes me regalaba el fluir transparente y susurrante del pequeño río que se represaba en el pozo y la ansiedad gestaba soluciones inútiles. Tiré una piedra, y otra, y miles, y siempre, tras los círculos plateados que golpeaban las orillas del charco volvía la Señora. Su semblante también parecía desencajado como seguramente estaría el mío. Fui consciente de mi locura sin saber desde cuando me poseía, ¿o era un hechizo de la mujer? Me até la mayor piedra que encontré a la cintura como garantía para entrar en su mundo y saber la verdad, de haber sido por vosotros lo habría conseguido.
    El doctor apagó la grabadora y anotó en el expediente: “Día 346 de ingreso desde la cirugía reconstructiva. La paciente no está preparada para ver su rostro”

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  111. Diálogo
    _No me gustaría quedarme a vivir con ellos. Son demasiado anticuados, parecen del siglo pasado. Antía ¿de verdad hemos pagado tanto por una semana en este lugar? Yo habría cogido un todo incluído en el Blue Origin de Bezos Junior, ¡48 horas en órbita! ¡Todo un fin de semana!
    _¡Cállate Anxo! ¡A eso venimos! A vivir como lo hicieron nuestros abuelos durante tres días, es lo que nos permiten estar aquí.
    _¡Menos mal! Tres días que se me van a hacer larguísimos, ¡menudo viaje! ¿Cómo se llamaba ese vehículo en el que subimos hasta el hotel? ¡Tenía ruedas!
    _Anxo, esto no es un hotel, es un monasterio del siglo XIV y el vehículo se llamaba autobús, shhhh haremos fila para entrar en esa sala a comer
    _Hacer colas es algo que no cambia en la vida del turista, tanto da que viajes al espacio o al pasado ¡ostras! Pero ¿qué es esto?
    _Anxo, baja el tono o nos echarán, aquellos monjes están rezando por nosotros, un respeto… y eso es una bandeja.
    _Una bandeja…y ¿para qué vale? ¡Oye! ¿No notas algo raro que entra por la nariz? ¡Coño, Antía! ¿Qué es eso?
    _Anxo, no sabes la suerte que tenemos, este lugar es exclusivo, secreto, clandestino es la palabra, y ofrecen experiencias únicas. Cállate y relájate, y cuando el monje empiece a cantar no preguntes como un niño y come, solo nos permitirán hacerlo mientras dure el canto.
    _¡Estás como una cabra! A saber lo que sería este bicho. Huele bien lo reconozco y eso que no estamos acostumbrados a oler nada, Antía pero ¿qué es esto? ¿qué vamos a comer?
    _¡Churrasco!
    _¿Churrasco?
    _Si, Anxo, churrasco ¡carne de un animal cocinado!
    _¡puah!¡cómo te pasas! ¿Y dónde está la composición? Yo quiero mis capsulitas con todos mis nutrientes ¡ostras! ¡Que lo están comiendo con las manos! ¡A que me paso tres días sin comer Antía!¡Cómo te pasas!
    _¡Mira Anxo! ¡Mira aquel monje con aquel gran cazo marrón de cerámica! ¿Ves eso azul que resplandece? ¡Es fuego!
    _¡Fuego! ¡pero que irresponsable eres, Antía! Ni me lo imaginaba de ti, yo he visto imágenes de fuego y es peligroso.
    _Pues mira, nos cambiamos de fila ahora mismo, a tí te hace falta empezar por ese brebaje del cazo, un par de tazas por lo menos, y si me quieres lo harás.
    _Venga cari, no te pongas así, de comer no te prometo nada que no sé si seré capaz pero de beber, probaremos.
    _¡Pues ya nos toca! Tomaremos dos tazas…mmm…creo que también es un refrán del siglo pasado…
    _¡Está caliente Antía! ¿no notas ese calorcito que baja por el cuerpo? Es agradable
    _Toma despacio, tonto, que no estamos acostumbrados.
    _MMM ¡que bueno! Ah no, voy a tomar todo lo que pueda antes de que se calle el monje como me dijiste, que calorcito por el cuerpo, Antía ¡me tiemblan las piernas! ¡Antía!¡Antía! creo que el calorcito me está sentando mal, se me están poniendo unas ganas de besarte que no es normal, ¿has visto imágenes de besos? ¿por qué sonríes así, Antia?

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  112. pois apéteceme agora facer unha queimada, con esconxuro medieval incluído. Diálogo incitante o de María.

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  113. Ella

    Todos quieren confundirme, hacerme creer que no hay ella, sólo yo. Me doy cuenta, ¡claro que me doy cuenta!,¿cómo no voy a notarlo?.

    Pero les voy a dar el gusto de que crean que ya no. Me comportaré como si les diera la razón, como si ya no me pasara nada, ya no.

    Quieren seguir tratándome, curándome, dicen.
    Llevaba tiempo hablando con ellos cuando, al final me confié, les dije que yo tenía la sensación de ser ella y ella la sensación de ser yo.
    ¿Qué ella?, me preguntaron, ella, ¿no lo veis?, ¿no sois capaces de verla? Después de tanto tiempo hablando con vosotros ¿no podéis entenderlo? Pero nada, ¿ella?, ¿qué ella?, ella, ella, la que tenía que estar aquí no yo.

    Así que, si es lo que quieren, es lo que tendrán. Ya no hay más ella. Les diré, ¿no lo veis?, sólo estoy yo.
    Y me iré, me iré para poder deshacerme de ella y quedar sólo yo.

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  114. Aquel lugar me resultaba extrañamente familiar ,no recordaba bien el tiempo que había estado allí. .Me sentía confusa ,mis pensamientos eran lentos como  mi andar  y ya no me reconocía .Formaba  parte de aquel grupo sin rumbo.

    Todos los días se hacía lo mismo, el reloj   era quien  marcaba las tareas. Aunque parecían siempre iguales me esforzaba en estar alerta  a los cambios en mi alrededor que pudiese darme la  razón de  mi existencia en aquel lugar.

    Sentía que era  parte de aquel teatro ,pero me faltaba el papel que tenían para mi .Nadie me lo explicaba ,tan solo  nos recordaban sus normas  consistentes en no molestar a nadie , cumplir los horarios y participar activamente en  las tareas .Dejjé pasar el tiempo, sin contar los días , esperando una señal.

    El momento más difícil era responder a una pregunta que me hacía aquella mujer tan compresiva conmigo ,parecía que quería ser mi amiga a pesar de mi desconfianza inicial.Comenzaba  el  ritual ,al poco de iniciar la conversación, preguntaba por mi identidad: - ¿quién eres?- .

    Era  muy difícil responderla en estos momentos, porque ya no lo sabia .Llegué siendo la Reina de España ,ya le había explicado que fue como el cuento del Principe y el  Mendigo .Ellos nos  visitaron para darnos el Premio  al Pueblo  más bonito de Asturias ,nos cruzamos las miradas y yo tenia la sensación de ser ella  y ella tenia la sensación de ser yo ,allí mismo se quedaría, en Santa Maria del Puerto .Ella quiso volver a su tierra ,no me extrañó ,los asturianos somos así , además mi pueblo es muy  bonito nos dieron el premio,. No me mire así ¡es cierto ! salió en las noticias .El problema fue que  a mí no me dejaron acompañar al Rey de regreso al Palacio Real , y solo recuerdo el ruido de sirenas  .

    Ella un poco desconcertada  me respondió muy amable que  me cambiaría el tratamiento porque no estaba dando los resultados deseados  y seguiría en el centro otro mes , pero que a la vuelta de sus vacaciones nos volvíamos a ver.Aquella  noche no dormí bien  pensando en lo que me  había dicho .

    Al día siguiente ya sabía cual debía ser mi papel en aquel sitio ya  familiar en cuanto vi a un compañero nuevo paseando en el largo pasillo Me presenté con calma y  decidida :
    -Buenos días soy la Dra. Argüelles ,pareces  inquieto .Ten y  toma estas pastillas a la noche ,son buenas para bajar el ritmo.Aquí lo quieren todo más lento.Puedes visitarme en la consulta número 101 , al lado del despacho .
    En unos días me darán la bata con el nombre bordado  y me trasladarán al despacho en cuanto se vaya de vacaciones mi colega.

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  115. No me gustaría quedarme a vivir con ellos ,parecen del siglo pasado - decía mientras atusaba ansiosa su rizada melena pelirroja .Recuerdo la primera vez que comimos con ellos ,no fui la dulce joven que desearían para ti

    ¡Pero qué dices querida!,ellos están encantados contigo ,me ven feliz a tu lado y eso es lo más importante .

    No lo percibo así ,son más afectuosos con el pastor alemán que cuida la casa desde su floreado y cuidado jardín . No estaría cómoda hay demasiadas normas que no compartimos , horarios ,comidas ,siempre perfectos ante cualquier visita inesperada….tú mismo sentías que te asfixiabas, ¿ya no lo recuerdas?.

    Eres una exagerada ,ellos están orgullosos de mi, ya no soy aquel chico inestable que conociste en el Máster de empresas, saben que me ayudaste junto al trabajo a dar sentido a mi vida .Te acogerán como a una hija ,dales tiempo.

    Yo prefería seguir en esta buhardilla ,nuestro refugio en el centro de la cuidad ,cerca de nuestro trabajo .Buscaremos otro cerca ,suspiraba

    Es cierto, este lugar fue perfecto hasta que decidimos dar un paso más en la relación ,pero se termina el contrato y se hará pequeño .Ellos tienen una casa grande y no les importa acogernos ,ya lo he hablado con ellos.

    Con el ceño fruncido responde secamente, en eso último tienes razón, porque a mí no me consultaste ,simplemente que tenía que tener las maletas con nuestras pertenencias para hoy.
    No te enfades cariño , sólo quise darte una sorpresa y no agobiarte con la búsqueda de un nuevo piso de manera apurada .

    ¡Odio las sorpresas! ,alzó la voz , cada vez más enfadada.

    Estás siendo egoísta ,no razonas ni piensas en nuestro futuro ,tenemos que que ser prácticos .Cuando tengamos hijos nos podrán ayudar ,estaremos más tranquilos en las afueras .
    Recordó que ya hablaba como ellos, ni la escuchaba ,no lo reconocía y dejó caer el peine de púas anchas ,abandonaba esa inútil batalla .Su alborotada melena era su carta de presentación ,actuó impulsivamente En cuanto sonó el timbre abrió la puerta y antes de que él pudiese entrar ,de su
    boca salió como un relámpago : ¡Toma ! aquí están todas tus pertenencias ,yo me quedo.

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    1. Aquí tenía que dejar claro que estaba desde el principio murándose al espejo mientras se peinaba … yo lo dejé así a propósito pensando que se entendía . Podía ser un diálogo con el o no y eso se descubre al final , pero no lo hice bien porque no se entendió …

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    2. No me salieron los guiones 😰

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    3. Perdón era para el relato del diálogo .

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  116. Era una melancólica tarde otoñal ,fuera llovía y se refugió unas horas antes de tiempo en el lugar de encuentro, una discreta cafetería cercana a la estación de tren .

    Mientras lo esperaba miró lánguidamente el recorrido de las gotas sobre el ventanal y gota a gota sus pensamientos la devolvían a su ansiada promesa incumplida .

    Analizó serenamente aquella relación y se sintió como un árbol caduco ,desprendida de sus hojas que antes florecían con esplendor .Cada vez más desnuda ,con escasa savia para mantenerse en pie ,ni ramas a quien dar cobijo.

    Cuántas veces escucharía en el ocaso despertar su deseo de vivir juntos .

    En su último encuentro se transformó en una fría y porosa piedra de mármol ,nueva Afrodita ,dejándose esculpir por aquella ardiente boca llena de estériles compromisos .

    El chocolate caliente le ayudó a reponer el ánimo ,ya no seguiría con aquel decadente papel secundario de su propia existencia.Comenzó a escribir en su cuaderno de notas ,ligeramente perfumadas, con la pluma que él le regaló .Dobló delicadamente las hojas que prendidas en la pluma dejó reposar sobre la rallada bandeja plateada .La llevó junto a la cuenta con generosa propina al viejo camarero ,le pidió amablemente que entregase así la pluma cuando preguntase por ella el joven que estaría a punto de llegar y se despidió con media sonrisa .

    Salió de aquella cafetería con determinación, pisando con fuerza el suelo húmedo y putrefacto por las hojas caídas .

    Comprar su nuevo billete de ida ,lejos de allí, fue un alivio liberador y con ese estado se acomodó en el asiento de aquel tren, fiel acompañante en su renovado despertar.

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  117. Quiso descubrir su temor infundado a las serpientes, en especial a la anaconda ,desde que regresaron de sus primeras vacaciones en avión a Brasil . Acudiría a su incondicional terapeuta quien años atrás le ayudó a vencer su aerofobia . Su marido la escucha con mirada perdida mientras sorbe su recién café expreso. Mantiene sus discretos auriculares,como un complemento más a su imagen de circunspecto hombre de negocios .No tenía tiempo para analizar aquel mal sueño ,que la dejaba sin respiración a ella y los despertaba a los dos inesperadamente cada noche. ¿Dónde estaba la mujer que que organizó y se enfrentó con éxito a su primer viaje en avión ?. Aquel terapeuta volvería a ayudarla ,ellos bucean en el subconsciente pensaba para sí. Buscó en su agenda y esa tarde tenía una hora libre podría acompañarla por primera vez . Entraron a la consulta ,la psicóloga al verla elevó su ceja izquierda y exclamo - ¡hala !Qué grata sorpresa , has regresado acompañada- mientras recibía un fuerte y seco apretón de manos durante la presentación de él . Tras escuchar el motivo de la consulta invitó a salir a amablemente al marido que de manera impulsiva miraba su lujoso reloj dorado . Ya a solas la tranquilizó ,empezaría las sesiones visualizándose como una torpe pero decidida Garza ,capaz de defenderse y escapar de cualquier tipo de serpiente que encontrase al salir por aquella puerta .

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  118. ESTRENAR LIBERDAD
    Su despertar se había convertido desde hacían meses en un silencioso aleteo de mariposas, que, revoloteando en su estómago migraban a su cabeza y establecían un paseo matutino, de ida y vuelta, como un vaivén anónimo, en un carrusel de feria. Su caminar ya era lento y la obligaba a rodear con sus brazos su abultado vientre, que agradecía el abrazo como un saludo cercano, protector, que aliviaba el peso de sus piernas varicosas.
    Respiró el aire fresco, cómplice, que de incognito inundaba el apartamento y repasó con mirada escrutadora la habitación. Todo estaba en su lugar y nada resultaba ostentoso, ni simplón. La estancia, era como, un amor acorazado, sin estrenar. Se asomo a la ventana y comprobó que un taxi discretamente aparcado, ya la estaba esperando.
    El ingreso en la maternidad fue sosegado, compartió habitación con otra mujer de edad similar a la suya. Las dos estaban, libres, solas, satisfechas de esa soledad abierta. Respiraban acompasadamente y durante unas horas, cada una estuvo pendiente de las señales que enviaba su cuerpo. Cuando llego el momento un relámpago fundió sus pupilas dilatadas en la línea donde, dolor y gozo se diluyen. Y yo tenía la sensación de ser ella y ella tenía la sensación de ser yo.
    La experiencia les marco la piel soterradamente y la aventura fue escarpada, de una soledad árida, pero nunca infecunda. Hubo cantos de sirenas, confusos, burlones que se camuflaron con una sordera natural que vibró en la lejanía sin dejar eco. Habían sido protagonistas de una desnudez decorosa, que engrandecía el desamparo osado de la valentía. Eran pioneras, rompedoras del tiempo que les tocó vivir; ayudaron a orear, refrescar y lapidaron los prejuicios asfixiantes, de una sociedad que no concebía la maternidad como un acto solitario, virtuoso, individual y decente.

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  119. Texto 6 : Afogando verbas

    - Non me gustaría quedarme a vivir con eles,
    Son moi anticuados,
    Parecen do século pasado.

    - Pois a min non me desgustan, Pedro,
    Mellor que no outro fogar,
    Tumba e dálle, tumba e dálle, música a escoitar
    Parecen fillos do demo!

    - Non sexas gato ruín, Xan!
    Penso que moito non nos queren,
    pero auga sempre nos dan.
    E a falta de abrazos xa non nos fere.

    - Pero ti dis que son anticuados,
    Porque o solpor non é sempre dourado
    Máis eu xa habito no silencio, amigo Pedro,
    E observo, e calo.

    - Os meus miolos de cadelo
    lévanme a absorber ideas.
    E a pesares do barullo e o medo,
    hai mansos albores nas longas melenas.

    - A miña cabeza xa non estoupa.
    Eu poño unha capucha máxica
    que transforma aquelas idas e vidas,
    en ilusión perenne, que non acouga.

    - Pois axudémonos nesta andaina,
    e saquemos forza das aventuras,
    para reflexar na escritura
    o acougo que nos falta.

    - E que non nos falte o arroubo animal
    porque as risas e aloumiños
    axúdannos a voar pola vida
    e aos vosos ollos, semellar mansiños.


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  120. Texto Número Sete: ELA
    Unha vez, fai moito tempo, aló cando había homes e mulleres que se xuntaban libremente para escribir, a min ocorréuseme unha historia. Ficción? Realidade?
    Había unha vez ...unha nena que xa era moza, ou unha moza que paseaba soamente uns escuálidos e tímidos anos de nena. O caso é que lle dixeron con voz libidinosa, suplicante e autoritaria á vez:
    -Déixame a lingua... dáme un bico así.
    Ela só sentiu indiferenza. Case tivo noxo. Os seus músculos de nena puxéronse en garda, sabedores que iso non era o correcto. Liscou dese banco cómplice e abusón onde estaba sentada. Aquela noite foi longa. Non tivo medo, pero tiña remorsos de nena, remorsos que vivirían nun corazón de muller.
    -Estou namorado de ti, non serei o último- pareceulle oír desa voz que só debía ser gardiá e protectora.
    Ela apartou o brazo que se estiraba cara os seus peitos, que se formaban alleos á beleza florecente da primavera da vida.
    Ela apartou o brazo muda.
    Ela apartou o brazo miserento, que, na soidade da noite, despois de grolos de viño, cobraba vida para ser buscador do pracer máis ruín e asasino da liberdade.
    Ela apartou do seu pensamento esa boca que lle contaba aventuras do seu brazo, aloumiñando eses lugares prohibidos doutras nenas.
    Ela quixo adormentar na súa mente esas confesións de sexo con adolescentes, e infidelidades cara a súa nai.
    Despois de anos eu vina: aloumiñaba amorosa ao seu pai, que, na cadeira de rodas, falaba fachendoso da súa familia. Nunca souben se ela esquecera ou perdoara, ou calara sentindo medo, ou quería ter ese segredo ben pechado, coma se eses feitos fosen só un intento do mal.
    Eu tiña a sensación de ser ela, e ela miroume, tiña a sensación de ser eu.
    Despois de anos eu vina tamén a ela: á nai que camiñaba amodiño, ao lado da filla que a sustentaba. Ela miraba ao chan, vendo nel un espello vergoñento da súa vida, vergoñento por non ser quen de erguer a súa voz. Os seus ollos estaban opacos, cegados polos feitos silenciados e polas verbas caladas que habitaban neles e lle viraban o sentido.
    Cando as miradas nosas, gardiás dunha vida mentireira, estiveron de fronte, eu tamén tiña a sensación de ser ela e ela tiña a sensación de ser eu.

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  121. DOBLE DE AZÚCAR

    Aquel trágico accidente marcó mi vida. Hasta recuerdo la canción que sonaba en la radio cuando el maldito camión se cruzó en nuestro camino.
    Mi madre y yo cantábamos al unísono, gritando y moviendo la cabeza de forma sincronizada. A continuación un fuerte golpe, sordo y seco.
    El coche dando vueltas a la vez que nos caíamos por la ladera de aquel monte.
    Gritos.
    Por fin el silencio, un silencio desgarrador.
    Mi padre gritando:-¿Estáis bien?-
    Otra vez silencio.
    Mi madre estaba embarazada de 7 meses, ninguno de los dos sobrevivió.
    Después llegaron tiempos confusos. Mis abuelos hacían lo imposible pero nada era suficiente.
    La vida fue gris hasta que mi padre apareció de nuevo y decidió llevarme con él a Barcelona.
    Por fin recuperé la sonrisa; hacíamos muchos planes: excursiones, recetas, películas, abrazos…
    Todo perfecto hasta que ella apareció.
    Al principio fue divertido… Parque de atracciones, parchís, regalos y aparente armonía.
    Sin darme cuenta un día se quedó a dormir, y luego otro, y otro…
    Las cosas cambiaron cuando empezó a desayunar en la taza de mamá.
    La rutina se convirtió en una competición por su cariño. No se lo puse fácil.
    Peleábamos por el tiempo, por las risas, por los besos… A las dos nos parecían insuficientes…
    Yo tenía la sensación de ser ella y ella tenía la sensación de ser yo. Las dos intrusas. Yo anhelaba como la miraba y ella como me protegía. Y ambas queríamos interpretar el papel de la otra.
    El día que tuve que volver al pueblo para que ellos pudiesen hacer aquel dichoso viaje lo planeé todo.
    Y no transcurrieron más que unas semanas hasta que sucedió. Nunca se descubrió, que fue por culpa de aquel te con leche y doble de azúcar
    Estaba hermosa el día que halló la muerte. En su suave tez se dibujaba de algún modo una tímida sonrisa.
    Y aunque mi semblante no lo reflejase ya que estaba repleto de falsas lágrimas de dolor; yo también sonreía.
    Era la sonrisa de una asesina matando por primera vez. Saboreando la eternidad de aquel instante.


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  122. RITMOS CARIBEÑOS

    Cuba es música, rezuma por los cuatro costados, y La Habana la capital de todos los ritmos: Salsa, Merengue, Bachata, Cha-cha-chá, Son, Bolero,…
    Cuando se entremezclan los sonidos de origen hispano con la diversa música negra es una explosión de movimiento, de vaivén, de armonía de cuerpos y almas.
    Es igual que pases por el Tropicana, por el Turquino con sus concursos de “Meneito”, por el Palacio de la Salsa o por cualquier local de la ciudad, todo se mueve con ritmo.
    Desde mi sitio veía las evoluciones de aquellos cuerpos morenos por los efectos del sol caribeño o de la raza y yo tenía la sensación de ser ella y ella tenía la sensación de ser yo, lo intuía, estaba seguro, aquellas vibraciones no podían decir otra cosa.
    Así noche tras noche, yo a un lado y ella a otro con la orquesta por medio y ambos latiendo con todo nuestro ser como unos corazones desbocados. Es el ritmo de la antigua Cubanacán donde miríadas de esclavos africanos desembarcaron de los navíos negreros trayendo sus costumbres y, como no, su música con la que no puedes detenerte ni un momento porque perece ubicua en la Isla: en las calles, en los restaurantes, en los bares y, especialmente en los locales nocturnos, y era allí, precisamente en el Aché, el night club del lujoso hotel Meliá Cohiba dónde realmente tuve la sensación de ser ella, con sus vibraciones sensuales acariciada por un musculoso negro. Tocaban los Van Van con su endiablada cadencia y fue cuando lo vi más claro: Ella, Tumbadora, quería ser Bongó y yo, Bongó, quería ser Tumbadora.

    NOTAS:
    Tumbadora.- También llamada Conga, es un instrumento membranófono de percusión de raíces africanas que fue desarrollado en Cuba.
    Bongó.- Instrumento musical membranófono conformado por un juego de dos tambores pequeños hechos de madera ligeramente troncocónicos.

    Luis M. Gurriarán
    A Coruña, 22/11/2021

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  123. Cándido
    La discoteca Anaconda abre a las nueve. Está situada en el paseo marítimo, frente al Atlántico. A ella acuden pequeños grupos de turistas ingleses con ganas de beber, y algún incondicional que entra escapando del viento helado y la bruma húmeda que desprende la marea. El incondicional se llama Cándido. Lo observo mientras sorbe los mocos, habla por el móvil a través de unos auriculares inalámbricos y fuma un cigarrillo. Todo a la vez.
    Mi actitud debe ser la de un tío circunspecto. Debo de permanecer serio, reservado y comedido para que los tipos como Cándido no me tomen el pelo. No sé muy bien qué hago aquí. Mi sueño sería vivir en un clima cálido, ¿qué a dónde me iría? Sin duda al caribe. Todos mis amigos bucean desde niños menos yo pero me da igual. Lo cierto es que me olvidaría de la agenda, de mi jefe, del uniforme y del reloj. Por cierto, ya son las nueve menos cinco así que abro la puerta izquierda de la disco. En cinco minutos abriré la puerta de la derecha para que pasen los clientes.
    – ¡Hala! – exclama Cándido que ha dejado de hablar por el móvil al ver pasar por la calle a una mujer que lleva una falda corta y dorada. Es tan delgada que parece una garza. Tiene unas piernas esculturales aunque un tanto apolíneas.
    – ¡Qué pasa, men! – le contesta la garza con voz varonil mientras se abrazan como colegas.
    Señores, señores ¡por favor! entren de uno en uno – le indico a los clientes que se amontona en la puerta mientras Cándido me llama segurata de mierda por haberle dicho que las garzas también pagan entrada.

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  124. – No me gustaría quedarme a vivir con ellos, parecen del siglo pasado.
    – ¡Qué cosas tienes! ¿Te encuentras bien? – preguntó la madre.
    – ¿Por qué me preguntas eso? Claro que estoy bien ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? – dijo la chica mientras encendía un cigarrillo y exhalaba el humo.
    – ¿No estarás fumando?
    – Si mamá, pero eso que importa.
    – Nenita. Mira, oye lo que te voy a decir.
    – Te estoy oyendo.
    – Tú padre habló con el doctor Iglesias.
    – ¿Ah, sí? – dijo la chica.
    – Le contó todo. O al menos eso dice…tú sabes cómo es tu padre. Lo del cuchillo, el asunto del veneno, la pistola de clavos... Todas esas cosas horribles que hiciste cuando tu marido desapareció. Lo que has hecho con esas fotos tan bonitas de tu boda…to-do…
    – ¿Y qué?– dijo la chica.
    – En primer lugar, el doctor nos ha dicho que tu problema tiene solución pero nos ha recomendado que continúes ingresada una temporada más. Anímate. Los médicos son encantadores. No sé por qué te empeñas en decir que parecen del siglo pasado. Además nos hemos enterado que han contratado a un psiquiatra muy bueno.
    – ¿Si? ¿Quién? ¿Cómo se llama?
    –No sé. Doctor Pérez González o algo así. Se supone que es muy bueno.
    – Nunca he oído hablar de él.
    – Y eso qué, de todos modos se supone que es muy bueno.
    –Y ¿qué más os dijo el doctor Iglesias? Empiezo a estar cansada de este lugar.
    – Ah. Pues no mucho más, en realidad. O sea, estábamos en el bar y todo eso. Había muchísimo ruido.
    – Si pero…
    – Nenita, no empieces otra vez. Mira, otro día te llamo. Esta llamada me va a costar una fortuna.
    – Está bien pero no tardes dos años como la última vez. No me gustaría quedarme a vivir aquí. No con ellos.

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  125. SIMBIOSIS

    ¡Y mira que me caía bien el Marcelino este…! Pendiente de mí, constantemente, para que nada me faltase y creciera como dios manda. Daba igual que cayeran chuzos, que soplaran vientos racheados de un temporal insoportable, o que una tormenta amedrentarse con sus rayos espantosos…, él siempre estaba allí velando por mi suerte. Se ocupaba de mantenerme joven; me acicalaba: se llevaba cuanto me sobraba y procuraba traerme lo que consideraba más oportuno para que se me viese hermoso. Así que --orgulloso de ser como era--, se desarrolló en mí una cierta altanería, hasta que llegó la fecha maldita en la que se le ocurrió la infeliz idea de degradar mi virilidad.
    Yo vivía una vida feliz. Me sentía el más alto, el más grande, el más fuerte de mis congéneres. Gozaba de una libertad perfecta respirando a pleno pulmón el aire limpio y húmedo de mi Galicia verde. Presumía de raza, adornado con todas las virtudes inherentes a los atributos propios de los míos. Pero Marcelino, influido por la corriente ascendente de lo políticamente correcto, decidió tomar partido por las nuevas maneras de convivencia y convertirse en activista a favor de la diversidad.
    Así comenzó todo. Un buen día, intervino… y destrozo mi vida. Desde ese instante ya no fui el mismo. Perdí mi libertad, mi identidad. Sentía vergüenza de mí mismo. Hasta podía escuchar las carcajadas mofadoras que me traían las ráfagas de viento de aquellos que antes me admiraban. Y desgraciadamente, no me quedó más remedio que aceptar la situación y resignarme. Aprender a coexistir con aquella indeseable melancolía que trasmitía la nueva inquilina que Marcelino le había impuesto a mi vida. A todo te acostumbras…Y me fui mimetizando con el entorno hasta que llegó un momento en el que Yo, tenía la sensación de ser ella y ella tenía la sensación de ser yo.
    Se acabó el respirar el aire recio que respiraba, ahora llega con ese olor dulzón que ella desprende y que parece masticarse empalagosamente. Me vuelve loco verme en el espejo de mi sombra: medio yo y medio otra. No hay quien aguante las constantes bofetadas de su melena en mi cara cuando el viento azota. Tengo que soportar el constante revuelo de visitas que recibe la susodicha; ¡como es tan dulce su alteza…! Hasta la luna llena parece que me rechaza; tengo envidia de verla acurrucada en su lado o, a veces, resbalando romántica hasta sus sombras, tan sólo.
    Marcelino, con tanta obsesión por la diversidad, ha convertido el entorno en un carajal que mete miedo.
    Maldita la hora que se le ocurrió modernizarse. Con lo bien que estábamos, cada uno con su cruz, sin más peso que el de sus propias frustraciones.
    ¿Por qué iba a querer ser, yo, una higuera…? Yo, el macho más macho de la dehesa; al que todos envidiaban; el roble más alto, el más grande, el más fuerte… ¡El más hermoso de los robles!
    Mira. Marcelino, en que me has convertido, que ya ni los cerdos comen mis bellotas porque saben a miel. ¿A quién se le ocurre…? ¡Injertarme una higuera!

    Alfonso Modroño Márquez
    Taller González Garcés, 26 de noviembre de 2021.

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  126. EL RUIDO DEL FRIGORÍFICO

    Ahora dormía. Al fin dormía. No me atrevería a decir que era el sueño de los justos. Pero dormía. Yo acariciaba su indomeñable cabello encrespado, modelado por los vientos marinos. Deslizaba mis dedos por los profundos surcos verticales de sus mejillas tallados por innumerables temporales. Los mismos temporales que habían tallado los acantilados de nuestras desoladas costas. Siempre me había gustado acariciar los restos de barba entre aquellos surcos inaccesibles a la cuchilla de afeitar. Eran como los líquenes entre las rocas de los acantilados que había trepado en mi infancia de pueblo marinero. Siguiendo los innumerables y angostos desfiladeros de su rostro llegué a la comisura de sus labios. Al vértice de lo que habían sido sus deliciosas sonrisas. La gente de mar no es muy dada a las sonrisas. El mar de nuestras costas tampoco es muy dado a la sonrisa. Pero cuando él sonreía, ah, cuando sonreía con sus poderosos dientes de animal marino amarilleados por el tabaco, yo, amigos míos, me derretía por dentro. Y cuando sonreían sus ojos surcados de arrugas en las comisuras mientras descendía, con el característico balanceo de piernas semiabiertas de los marineros, la pasarela del barco, yo veía en sus pupilas todas las marejadas del Gran Sol y en mi bajo vientre se desataba un furioso temporal de olas y espuma.
    Ah, me olvidaba de la delicia de sentir sus manos callosas de bregar con cabos y aparejos, extrayendo de lo más profundo de los caladeros de mi cuerpo las más increíbles especies abisales de deseo que jamás hubiera sospechado existieran en mí. Y llegaba una semana de galernas de amor, de amor insondable, oceánico, atlántico. Durante las tres semanas de ausencia que sucedían a nuestros pequeños edenes salitrosos, solo me calmaba trepando, como de niña, por las grietas de los acantilados, creyendo recorrer los adorables surcos mal afeitados de sus mejillas.
    Pero tanta felicidad no puede ser duradera. No quiero ser prolija. No sé nada de psicología. No puedo explicar los mecanismos que acaban convirtiendo a un hombre en una bestia. Quizá el devenir de la luna y las mareas. Quizá la intemperancia característica de los marineros. Solo diré que los innumerables surcos marinos que antes modelaban su deliciosa sonrisa ahora parecían tallados por un herrumbroso arado surcando una tierra yerma, que en sus pupilas ya no quedaba rastro de las azules olas del mar irlandés sino las hediondas aguas de un neblinoso pantano, que los adorables dientes de su sonrisa eran ahora dientes de tiburón que solo sabían morder y herir, que sus antaño adorables manos callosas de marinero ahora se habían transformado en frías herramientas de golpear y torturar.
    Diréis que estoy loca, pero no he podido resistirme a guardar su mano derecha como testimonio de nuestra lejana felicidad y de nuestra cercana desventura. Quisiera explorarla serena, quisiera ver si en la frialdad de la piel muerta queda algún vestigio de las caricias de tiempos pasados.
    Y ahora estoy esperando la llegada de la policía y los forenses acariciando su cuerpo sin vida, ahora que ya no puede hacerme daño, intentando retener algo más de lo que había sido, de lo que habíamos sido.
    De vez en cuando voy a fumar a la cocina, pero allí me atormenta el ruido del motor del frigorífico. Me parece oír tamborilear de dedos y aullidos.

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  127. NATIONAL GEOGRAPHIC

    Pego altos trigales de Kansas occidental mecidos por el viento de la pradera, sostenidos por un majestuoso silo, cuerno de la abundancia de la américa profunda. A ambos lados del silo, dos oscuros y espejeantes lagos finlandeses. Debajo, cuidadosamente recortados, rojos arrecifes de coral de la gran barrera australiana. Todo enmarcado en el ovalo perfecto de la Venus de Botticelli.
    Pero no, no es ella. Ni su cabello, ni su nariz, ni sus ojos ni su boca.
    Tal vez probando con hebras de exquisito lino holandés para el cabello, quizá con algunas refulgentes estrellas de Orión o de Andrómeda para los ojos, acaso con la tersura de los glaciares australes para las mejillas, posiblemente con algún cósmico obelisco de los faraónicos adoradores del sol egipcios para la nariz. Y la boca… ¿qué hago con la boca?... probaré con pétalos de amapola para los labios y rosáceas plantas carnívoras para la lengua y los dientes.
    Pero no, no es ella. Ni su cabello, ni su nariz, ni sus ojos ni su boca.
    Frustrado, clavo furiosamente las tijeras en la madera del escritorio y clavo mis ojos enrojecidos en los innumerables collages que cubren las paredes de mi estudio y de un manotazo lanzo al suelo el pegamento y el montón de revistas recortadas, en las que ya no quedan ni soles, ni plantas, ni lagos, ni selvas, ni mares, ni obras ni de Dios ni del Hombre que puedan reproducir su incomparable belleza: el brillo sedoso de su cabello trigueño, la sombría profundidad astral del fulgor de sus ojos oscuros, el alabastro arrebolado de sus mejillas, las palpitantes aletas de su nariz al aspirar el urgente aire que reclaman los besos en la boca… Ay, su boca… sus labios más adictivos que el jugo de las amapolas y su lengua y sus dientes más ávidos de mi saliva que las más voraces plantas carnívoras.
    Maldigo la hora en que cuando se fue, yo, despechado, quemé su retrato.
    Porque ahora estoy condenado a interminables noches de insomnio intentando recuperar su rostro, elaborando inútiles, absurdos y desesperanzados collages con recortes de la National Geographic.

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  128. EL CANDIDATO

    Cabello abundante, abundantísimo. Un tipo peludo. Tan peludo que el pelo de la piel sin curtir que cubre sus vergüenzas se confunde con el suyo propio. Frente estrecha. Arco ciliar prominente. Ojos inexpresivos. Nariz gruesa, con amplias fosas para olfatear la caza. Acentuado prognatismo. Dientes poderosos que desconocen la sonrisa. Vigoroso tronco. Tren locomotor corto pero también vigoroso. Todo el cuerpo encorvado, como aun asombrado de haber logrado la verticalidad. Los brazos parecen sentirse aún atraídos por la tierra en la que sus ancestros aun apoyaban las manos. Pero no. Ahora las lleva ocupadas: en la derecha lleva la clava y con la izquierda arrastra por los cabellos a una mujer de una condición física parecida a la suya. Con las naturales diferencias, claro.
    -¡Este es nuestro hombre! - Los asesores, spin doctors, especialistas electorales y líderes del partido estaban entusiasmados - ¡Justo el candidato que necesitamos para los tiempos que corren! ¡La gente ya está harta de tanto progre, tanta feminaza y tanta tontería, coño! - exclamó el más vehemente.
    -Sí, pero ¿de donde vamos a sacar un tipo así? Es solo un grabado, Santi – objetó un ingenuo, echando agua al fuego de la euforia general.
    -Claro que es un grabado, hombre, claro que es un grabado; es que no vamos a poner a un tipo así en el atril de los mítines, pero lo importante es la idea, la idea a transmitir. Lo que los expertos llaman ideas-fuerza. La idea que debe transmitir nuestro candidato.


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  129. XOCO
    A veces, pienso si será la reencarnación, en cuerpo de perro, de algún ser querido que está aquí para ayudarme a ser más feliz. Él es capaz de saber lo que estoy pensando, lo que estoy sintiendo, lo que voy a hacer.
    Xoco es el perro más guapo de toda la ciudad; al menos para mí. Es un Golden Retriever; no dorado, como debería de suponerse, sino blanco y peludo como un osito achuchable. Su cara trasmite serenidad y refleja toda la bondad que es capaz de regalar, a cambio, tan sólo, de una caricia. Me mira con sus ojos grandes y castaños y veo en ellos la profundidad interminable de su fidelidad. Tiene unos dientes perfectos, blanquísimos, que causan envidia y cuando me sonríe, con la punta de su lengua roja entre los colmillos, me lo comería a besos.
    Tiene la suerte de ser un perro con pedigrí. Yo creo que él lo sabe, porque es un auténtico Don Juan que no para de tirarle los tejos a cuanta perra se le pone por delante. Además, le encanta chulearse con cualquier cosa. Coge, por ejemplo, un palo y se pasea altanero delante de todos contoneando las caderas, con el cuerpo estirado, la cola floreada y la cabeza muy alta. ¡Es un payaso…!
    Pero, así como es de bueno, es, a menudo, más terco que un tornillo oxidado que no quiere salir. Si pretende ir a donde no le dejo, se sienta o se tumba y no hay quien lo arranque de su posición hasta que cedo o me enfado. Come, si lo dejase, cuanto esté a su alcance. ¡Así está de gordo…!
    Por otro lado, con todo lo grande y majestuoso que aparenta es un auténtico cagueta. El viento racheado, las tormentas, los fuegos artificiales, los petardos, el zumbido de un moscardón… cualquier ruido extraño le da miedo. Pero eso confirma, de alguna manera, el carácter que tiene: ¡es un pedazo de pan! En toda su vida –y ya lleva siete años conmigo--, sólo lo he visto enfrentarse a un perro --vecino nuestro-- al que no traga. Por defecto, rehúye de cualquier confrontación; hasta de los mismísimos gatos escapa.
    Xoco se ha incrustado en mi vida de jubilado como un bastón que ayuda. Gracias a él, me levanto antes para sacarlo a la calle o doy largos paseos que no daría. Haga frio o calor, esté nublado o luzca el sol, inexorablemente, él me arrastra a respirar la vida cerca de la naturaleza. El muy coñazo, me mantiene joven. Y es que no me lo quito de encima, a donde voy el viene. ¡Es una pesadilla! Pero, una vendita y hermosa pesadilla que echaría en falta.
    Me mira: como se mira al mar. Me llama: como llama un sol naciente. Me quiere: como yo lo quiero. Hay verdadero amor, en su amor sin condiciones.

    Alfonso Modroño Márquez
    Taller de Escritura Creativa (Biblioteca González Garcés)
    A Coruña, 3 de diciembre de 2021.

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  130. CARLOTA


    I


    Carlota es como un rayo de luz blandito y suave que te acaricia.
    Cuando la llevo de la mano, siento su ternura...y toda su inocencia entrando por mi piel.
    Está en esa edad donde el mundo es un libro, todavía, por leer; pero sus ojos grandes, de pestañas largas, están abiertos a la vida como un amanecer de primavera.
    Habla poco: Mamá, Papá, Tete… y a mí me dice Abú. ¡Suena tan bien esa dulce palabra en mis oídos…!
    Le gusta jugar, en el parque, junto a los niños grandes, como si tuviera prisa por crecer.
    -- “¡Si tú supieras, ¡Carlota, lo rápido que pasa la vida…!” --
    La llamo extendiendo los brazos y ella viene, con su particular forma de correr, a fundirse en un abrazo ¡tan entrañable!, que me quedaría así, prendido a su blandura, permanentemente.
    ¡Como disfruto mirándola…! Cuando hecha la cabeza hacia atrás imitando una larga carcajada; cuando dice no, moviendo de lado a lado, varias veces, la cabeza; cuando frunce los labios hacia la nariz para oler las margaritas blancas como le enseño Mari Loli; cuando extiende las palmas de sus manos y dice: ¿ta taaa…? por qué no encuentra algo; cuando se duerme, y ves la inocencia de un ángel en su rostro rosado.
    ¡Es tan guapa…! Su pelo, castaño y rizado, es como un bosque de sueños. Sus ojos son dos mares cristalinos de miel enverdecida. Su cara, redonda y graciosa, es una fuente de luz y de belleza. Su cuerpo es una nube esponjosa y cercana flotando en el regazo de mis entrañas. Se ríe, como le ríen los girasoles al sol. Se mueve… Se mueve como se mueve la vida. ¡Ay…! Se mueve lenta, como la boca en un bostezo de siesta.
    -- “¡Es mi nieta!” – Presumo, orgulloso, cuando voy con ella –.


    Quijote. (La Coruña, 2 de noviembre de 2.009)

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  131. El trepa

    -Tía, ¿sabes a quién vi el otro día?-pregunta Paco mientras cuelga las prendas del burro que le pasa María en el camión.
    -No, pero me lo vas a decir ahora -sonríe.
    -A Pedro.
    -¿Qué Pedro?¿ el que chimparon hace unos meses?
    -No mujer, al otro. Al que ahora está de encargado en pantalones.
    -¡Ah!, ese Pedro-dice mientras el gesto se le endurece.
    -Sí-contesta sin darse cuenta de ello- me invitó a unas cañas.
    -¡Claro!, ¡qué amable!-el sarcasmo se nota en la voz-él siempre quedando bien.
    -María, ya sé que a ti nunca te cayó bien pero...
    -Pero nada-le interrumpe-siempre quedando bien con todos, así llegó donde llegó tan pronto.
    -Bueno, él es un currito, como nosotros.
    -¡Cómo nosotros nada!, lo que es, es un jeta. Raja que te raja, sin mover un dedo cuando no hay nadie cerca y tan pronto llegaba el encargado ¡hala!, a fingir que curra más que nadie. Si fuera como nosotros seguiría cargando camiones.
    -No seas así que el día de la huelga en marzo el tampoco vino a currar.
    -¡Y una mierda!, lo que pasa es que los piquetes no le dejaron entrar ¡qué no te enteras de nada!, ¿o lo viste con nosotros o con alguna pancarta?
    -No, no lo vi, pero pensé que se quedara en casa.
    -¡Ya!, tú siempre pensando bien de todos. Ya verás como dentro de nada es el encargado de toda la sección. Ese es de los que sabe como pasar por encima de los demás.
    -Mujer, no es tan prea como tú lo pintas.
    -¿Qué no? Mira, sólo sé que si un día me lo cruzo y me invita a una garimba ya sé yo por donde..,
    -¡Eh chicos daos prisa!- les dice el encargado que acaba de llegar- el camión tiene que estar en diez minutos.



    Alicia

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  132. UN PRIMER ESBOZO

    Nació prematura, el día de los santos inocentes.
    Yo estaba allí extasiada, delante de un ser diminuto con ese punto de inmadurez que la convertía en un ente escuálido, con ojos de asombro ante un motín inesperado que la había expulsado sin previo aviso.
    Hoy, a punto de traspasar el umbral en la madurez, sigue siendo flaca, casi anoréxica, de tez tirando a albina, salpicada de múltiples pecas, y conserva la interrogación de unos ojos teñidos de azul añil, que la obliga a ir siempre, con la cabeza cubierta, protegiendo su mirada y ocultando sus cabellos arenosos. Es una joven alta, ligeramente desgarbada, por el balanceo desacompasado de sus piernas y brazos. Su aspecto, aparentemente inservible es su única compañía.
    Este sería un primer esbozo.
    Pero el pintor tras una ojeada discreta y a la vez quisquillosa, descubre a una mujer:
    Abanico.
    De figura enjuta, espartana.
    De tez blanquecina, suave como la piel de topo.
    El poder visual de sus pupilas intuitivo y certero, hechiza.
    De sus piernas flacas e interminables, la elegancia; legado de su madre.
    Y del cabello prisionero, el ansia de respirar flotante en el aire.
    El pincel se congela y se posa en su mirada que se prologa en un abrazo emocionado, abierto a callejones, en el que caben todos y algunos se refugian.
    La inmadurez de aquella muñeca de papel, de un veintiocho de diciembre, apodada llufa de futuro turbio e ilusiones opacas, se convirtió en la musa viviente de una exposición antológica sin precedentes; “Mujeres In” carentes de belleza exótica, que, a través de un marco, elegido cuidadosamente, observan con mucha atención a los visitantes de la galería.

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  133. A tía Antonia vivira na nosa casa dende eu que teño recordo, non imaxino a vida sen ela. Pasaba moito mais tempo comigo que os meus pais.
    Era unha muller rechoncha coas pernas un pouco tortas e os xeonllos avultados, pero movíase con moita gracia; semellaba un paporrubio choutando na herba ao apañar vermes do chan.
    Tiña o nariz pequeno e as meixelas sempre encarnadas. Os seus beizos eran gordos, coma as verbas que saían deles e que non soaban precisamente a poesía. Falaba aos poucos, berrando e utilizando o seu propio dialecto, do que eu era aprendiz.
    Pero si había algo que a caracterizaba eran os seus ollos. Tiña o ollo dereito da cor das améndoas e o esquerdo tan azul coma o ceo despexado dos dias do verán.
    Non saía moito da casa, dicía que non pagaba a pena saír da aira para que catro lagartas despotricaran dela.
    Os meus amigos chamábanlle “A Bruxa”, e de seguro que copiaban o que escoitaban na casa. A verdade é que tiña unha mirada endemoñada, ademais vestía sempre de rigoroso negro; e non era por gardar loito. A tía Antonia quedara solteira. Miña nai espetoulle un día que “con eses fumes non lle estrañaba que non a quixera home ningún”.
    Bruxa, bruxa non creo que fose pero coido que algún meigallo tentaba facer. Sempre andaba con candeas acesas, fume de incenso, follas de loureiro, allos no peto…disque para espantar o mal de ollo. Unha vez cacheina cunha ra morta metida nunha pota, e non me quixo dar explicacións...
    Á noitiña na lareira contaba penurias do pasado: molladuras no monte cando ía co gando que pastoreaba dende os sete anos, os arrepíos cando tiña que subir ás árbores para escapar do lobo, os traballos que pasara para axudar a críar a seis irmáns. Cando todos durmían ela cosía, tecía e calcetaba ata altas horas e moitos días marchaba coa máquina de coser na cabeza enriba dun mulido a facer arranxos aos veciños por catros patacóns. Tralas súas confesións eu notaba os desprezos que recibira de nena.
    Eu creo que por iso era tan arisca; ela non podía dar o que nunca recibira.
    Nunca ninguén mirara por ela, menos mal que meu pai a trouxera canda nós cando tódolos irmáns decidiron vender a casa ao morrer os avós.
    Nunca pensei que estrañaría tanto a aquela muller medorenta, lóbrega, misántropa e seca coma un toxo, que me facía tomar a tona do leite, e me asoaba cos panos noxentos que gardaba no mandil.
    Pola contra canto me gustaba que nas xélidas noites de inverno me sometera as mantas, que ben ulían aquelas sabas; porque iso si, era a muller mais limpa que coñecín na vida. Se pecho os ollos aínda podo percibir ese cheiro a limpeza da roupa que deixaba ao clareo do sol ou no orballo das noites de luar.
    Sento morriña dos poucos aloumiños que me daba cando enfermaba e pasaba a noite sentada nunha banqueta ao meu carón.
    A tía Antonia marchou como viviu, sen pena nin gloria, sen présa por quedar e sen présa por marchar. Non se despediu de ninguén e ninguén se despediu dela.
    Onte no enterro non esquecín levar os cornos de vacaloura e meterllos na caixa, tal como me pediu. Seica para descansar en paz e que non a levara a Santa Compaña a vagar eternamente polos escuros camiños da aldea.

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  134. FUEGO

    Alucino… Alucino como un desquiciado, al punto de ser incapaz de distinguir la realidad de este sublime sueño. Es eterno. No la suelto. No quiero.
    Vivo atrapado en el recuerdo.
    La pienso… La pienso tanto, que me basta con cerrar los ojos para sentirla de nuevo, estoy atrapado en el limbo de sus besos.
    No sé decirles si estaba enamorado, obsesionado o encaprichado, pero algo tengo totalmente claro, aún la necesito a mi lado.
    La conocí hace un par de años y me basto con verla para saber cómo era. Inalcanzable, autentica, tan llena de vida, tan adictiva. Tiene la dosis perfecta de sensualidad y locura, el equilibrio exacto entre ser amorosa y perversa, ¡Joder!, es perfecta.
    Estar con ella es como soñar despierto, entras en estado de éxtasis todo el tiempo, hubieras oído su gemido, tan parecido al canto de Ángeles en el cielo, el insaciable vaivén de sus caderas, como olas que reventaban en mi abdomen llenándome de su rio caldo. Los caminos que marco en mi espalda, en su expedición hacia mis nalgas mientras arremetía contra ella, era mágico. Por instantes entraba en razón y no estaba soñando, estaba haciéndole el amor.
    ¿Y ella?, pues yo tenía la sensación de ser ella y ella tenía la sensación de ser yo, éramos, ¡NO! corrijo, somos el complemento perfecto. Al menos me reconforta creerlo.
    En la oscuridad, dormía en sus costillas, hipnotizado con su olor, en la oscuridad se hinchaba los labios de la dicha y las manos observaban sin prisa, me tomaba el tiempo necesario, tiempo que no fue en vano, el tiempo en que nos exploramos, hasta llegar juntos a la cima. Rico ritual de intimidad. Poníamos todo en el ritmo, ya del resto, se encargaba el instinto.
    Nos dedicábamos a amarnos, supimos ser uno, pero también supimos ser por separado.
    Guardo con afán sus diarios, lleno de relatos irreproducibles y detallados, me transporta, hace que la conozca más de lo que se conoce ella. Es extraño, produce en mí, una especie de excitación y celos, es amargo.
    Alucino, pienso, vivo atrapado en el recuerdo.
    No la suelto, no puedo, no quiero, la quiero de regreso, pero espero, paciente pero inquieto.
    La espera alimenta mi fuego.

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  135. Esperanza, un nombre tan sublime como su mirada, tan plena, tan llena de vida, pero sobre todo de futuro.
    Una nómada con 20 primaveras, recorre el mundo para encontrar su camino, de aquí para allá, día y noche, sin parar, intentando encontrar el lugar al cual por fin, podrá llamar hogar. Grande o pequeño, lujoso o con un simple sofá, no le importa, le basta con sentir que es suyo, le basta con sentir paz, le basta con sentirse ella misma y abrigarse de seguridad, quiere el calor de la alegría, le resta importancia a la soledad.
    Es pequeña pero solo de edad, cree tener la experiencia de una de 50, pero aún le falta vivir más.
    No piensa como las chicas de su edad, está partida en mil y un pedazos, pero se fue reconstruyendo a través de los años.
    Esperanza viaja por el mundo llevando consigo sus recuerdos, unas cuantas mudas de ropa, su guitarra y un par de fotografías rotas, aire en los pulmones y esperanza, le sobra la esperanza.
    Su presencia es imponente, camina con tanta seguridad que parece no dolerle nada, pero su cabeza es un mundo incesante de memorias que arremeten contra ella. Su carcasa es impresionante.
    No sólo tiene sublime la mirada, su canto encanta, hipnotiza, oírla, es como si el alma entrará en un estado de frenesí. Gran talento nato.
    Cinco canciones cantadas con fervor, le sirven para sobrevivir un día más, cinco canciones que la detallan, algunas escritas por su admirado mentor, otras escritas en la oscuridad de su habitación. Rompe en llanto cada que interpreta una de las suyas, se siente desnuda frente a un montón de extraños que siguen tan maravillados con su melodía.

    "¡Serás grande Esperanza!, Serás tan grande que quizás se me haga imposible alcanzarte, pero te seguiré a donde sea que vayas para poder admirarte"

    Son las dulces palabras que retumban en su cabeza, palabras que la mantienen de pie, palabras que se volvieron su sostén. Palabras de aquel mentor al que admira con locura y al que también llamaba papá.
    Esperanza tiene una alma soñadora, pero también tiene miedo porque está rota.
    Descubre el mundo sola, pero la persiguen sus demonios disfrazados de recuerdos, aprendió a lidiar con ellos.
    Esperanza busca un hogar, no como aquel barrio oscuro que la vio crecer, busca una cama cómoda, pero que está vez no traiga un monstruo debajo de ella, quiere dormir tranquila sin miedo a ser lastimada de noche.
    Esperanza busca sentirse plena estando sola, porque sabe lo que duele amar tanto y depender de alguien y que de un momento a otro se lo llevé el cáncer.
    Esperanza lleva sobre su piel con tinta negra una lista de palabras con mayor significado para ella, libertad, mundo, hogar, papá. Pero retiro de su léxico, casa, adolescencia, familia y mamá.
    Esta última dormía con el monstruo que la espantaba en las noches.
    Explora el mundo con tan solo 20 primaveras y cada noche mirando al cielo, repite con una lágrima recorriendo su mejilla.
    ¡Nunca perderé la esperanza papá!

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  136. RETRATANDO

    Desde luego, curiosa sí que era una persona curiosa, te fijabas bien y los contrastes entre su vestimenta y su porte eran evidentes, a veces hasta parecían contradictorios, porque debajo de aquel sombrero de ala ondulada y un poco destartalado con el que acostumbraba a deambular por la ciudad, destacaba su blanco cuello alto rematado por una pajarita que desviaba tu atención de lo que podríamos llamar su prominente nariz. Todo muy bien estudiado.
    Nunca lo vi pasear con los botones superiores de la camisa desabrochados, ni siquiera con corbata, no, siempre con el lazo negro a juego con su chaqueta.
    En el capítulo gastronómico se llevaba la palma: refinado, buen gourmand a la par que gourmet, pero daba gusto invitarlo a comer, pues a pesar de que en algún momento podía ser selectivo, comía de todo y, como las personas de viejas costumbres, lo que se le servía en el plato lo acababa, como mandan los cánones de la buena educación, no como aquellos que se sirven en demasía y después no son capaces de acabarse las cantidades a donde les ha llevado la codicia. Se ve con frecuencia en los self-service de los hoteles, que salen con los platos rebosantes y casi asimismo se van a la basura, una pena, y otros remilgados que parece desmonten el plato: echo esto para un lado, lo otro para el contrario y me como lo del medio. ¡No!, nuestro amigo se come todo, a veces es una cuestión de tiempo pero no deja absolutamente nada, da gusto compartir mantel con él y verle comer, siempre con ese apetito y buena conversación, especialmente sobre lo que se sirve en la mesa, su sabiduría sobre los alimentos es infinita, ni Paul Bocuse, Adriá y Arzak juntos atesoran tantos conocimientos gastronómicos como él, es la filosofía pura del buen yantar, lo más de lo más, el “rien ne va plus” de las ruletas de Montecarlo, en cuestiones de comida nada va más allá, está en el tope.
    - ¡Pero tú eres gilipollas! -me dijo José Escobar un poco mosca- me vas a contar a mí quien es Carpanta si fui su creador.

    Fonte Cuntín, 27 de noviembre 2021
    Luis M. Gurriarán

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  137. Dorinda.

    Hay nombres que asocias a una persona y ya nunca más puedes verlo en otra. Dorinda es para mí, uno de esos nombres. Dorinda no era nadie, era una vieja maloliente con la sonrisa de estúpida que la ignorancia borda en la cara de gente como ella. Era el fruto de muchas generaciones de trabajadores y maleantes, de gente que sólo comía lo que criaba o cultivaba con sus manos, que bebía vino malo y aguardiente los días festivos, que no podía ahorrar porque todo se necesitaba. Dorinda no tenía nada más que su cuerpo y eso fue lo que vendió. No, Dorinda jamás pisó un burdel de moqueta roja y luces bajas para que no se viesen los clientes y la mugre, no creo que supiese lo que eran esos bares de tubos de neón con una chica encima de una copa. Dorinda era el último recurso de gente como ella, de hombres con su misma sonrisa a quienes sus mujeres le daban la espalda de noche, bastante tenían con trabajar en la huerta, cuidar de los cerdos y cocinar para todos como para de noche, alegrarle la vida a aquellos vagos. Iban a su casa, escondiéndose de sus vecinos, me los imagino casi como animales, pidiendo una taza de leche caliente después, o una copa que Dorinda también les cobraría para disimular con alcohol el olor a suciedad de ella. Dorinda no tuvo hijos, de eso se encargaron las perchas. Nos reíamos de ella, por vieja, por sucia, porque nos correspondía amenazándonos con un palo que jamás le sirvió para otra cosa que para apoyarse al andar. Dorinda pasó por este mundo con mucha pena pero sin ninguna gloria y es ahora, buscando un personaje a quien retratar, cuando me acuerdo de ella y soy capaz de darle el valor que se merece.

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  138. Eu achegábame ao acantilado cando o sol lle pide permiso ao universo para o seu descanso nocturno. Ía acompañada dun amor discreto, dun amor manso e duradeiro. Aquela tardiña, o astro rei agasallábanos con cores infinitas e doces, que nos invitaban a voar polos soños dun futuro esperanzador. E, de súpeto, a nosa vida mudou para a eternidade. Ante nós, erguéronse do medio das rochas uns ollos negros que amosaban un mundo de sabedoría e decisións. Eu quedei coa vista prendida naquela inmensa mirada que provocaba e calmaba, que invitaba a seguila e poñía balado no medio. Só aparecían ante nós uns ollos con imán, con tanta forza que quedamos amarrados a eles, quedámonos a vivir na súa fondura e humanidade.
    Cando a emoción lle deixou poñerse de pé, xa non nos importou os escasos farrapos que aínda quedaban por vestimenta, só eramos conscientes de que a noite e o día que habitaba na súa ollada levaríanos por un mundo de sensacións infinitas.
    Foi unha impresión tan forte, que non importou a súa extrema fraqueza, non importou que as súas pernas indecisas non permitisen brincadeiras infantís. Só estaban eses ollos negros que invitaban a unha vida de amor e dozura e a un mundo de aloumiños.
    -Pero como era cando o vistes chegar?- preguntaban curiosos familiares e amizades.
    E nós non sabiamos como explicar que o seu corpo era unha luz dourada naquel solpor de verán. Non sabiamos como dicir que da súa pel, a mais dela espida, emanaban cores e dozura que nos aletargaron os miolos. Non sabiamos que esas mans escuálidas, que se amarraban ás rochas para subir polo acantilado, serían as mans meigas, capaces de amasar os mellores doces e sabores das tardiñas que quedaban por vir. Mentres eu facía esta apreciación, en segundos, o meu amor só vía un corpo infantil con ollos fermosos, ollos negros que invitaban a unha vida conxunta.
    Non importaban os temores nin tremores da súa pel escura. Non importaban os seus pés nús nin o pelo crencho e negro cheo de salitre. Só quedou en nós a mirada de medo e ilusión, ese sorriso dos ollos nunha cara muda e seria. Pero os dous soubemos que, naquel mesmo intre que vimos os anacos estragados da miserenta barca que achegaba á beira a un montón de seres humanos, convertémonos en pai e nai dunha persoa excepcional.

    Mercedes García Filloy

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  139. El agua gentil


    Me la negaron.
    Quizás, desde aquí, ahora, no sea necesario decir más.
    Me la negaron.
    Me la negaron y estaba ahí, ¡ahí!, a dos, tres pasos de mí...
    Y yo la veía...la veía manar risueña y gentil.
    Y yo la oía...la oía manar alegre y gentil.
    Y ellos...ellos bebían y se reían de mí.

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  140. EL AGUA GENTIL

    Había llegado a sus oídos que en algún lugar lejano había un agua diferente.
    Un agua que no era como las demás. A su contacto se abría un camino hacia lugares inefables ajenos a este oscuro mundo.
    Aunque no era hombre dado a especulaciones metafísicas, espoleado por la curiosidad cabalgó y cabalgó siguiendo el camino del sol, hacia el oeste.
    No le preocupaba la devastación y la oscuridad que iba dejando a su paso. Él solo pensaba en alcanzar aquella agua excelsa, gentil, que abría las puertas de algo distinto.
    Cuando llegó al suntuoso edificio que guardaba el agua benéfica, sin bajarse del caballo ascendió la escalinata y cruzó el umbral. El eco de los cascos turbó el silencio de aquel lugar en penumbra.
    En su tierra siempre habían sido amantes de los animales, así que dejó que su caballo abrevara antes que él en aquella prodigiosa pila tallada en piedra. El animal, sediento, se lamió satisfecho los ollares.
    Luego, sin bajarse de la silla, inclinándose, hundió la cara en el agua y bebió.
    "Bah - pensó Atila - no mejora en nada la de los frescos arroyos que recorren las estepas de mi Asia natal"

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  141. EL AGUA GENTIL

    Nací en un mar lejano. Tras una misteriosa transmutación ascendí a los cielos y adquirí la facultad de volar. Como Ícaro con sus alas de cera. Sobrevolando otros mares, islas y continentes, llegué hasta aquí, sobre esta tierra desolada. Si a Ícaro lo precipitó a tierra el calor del sol fundiendo sus alas, a mí me precipito a tierra el frio de las alturas. Y los soldados que chapoteaban en el fango de las trincheras injuriaban mis gruesas gotas, que caían sobre ellos como una maldición, otra maldición, del cielo. No era un agua gentil para ellos.
    Pero sí era un agua gentil para los cadáveres que yacían en el campo de batalla, porque limpiaba sus rostros cubiertos de barro devolviéndoles los nobles rasgos que sus madres podrían reconocer si pudieran verlos desde las lejanas y atribuladas ciudades en que rezaban por sus vidas.
    Juraría que en las inmóviles pupilas de algunos de ellos brillaba un destello de gratitud.

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  142. EL AGUA GENTIL

    El agua de la charca era fresca y apacible y sus alrededores también. El tiempo y el lugar no importan porque la historia se repite siempre. Allí convivían en pacifica armonía los habitantes de la charca. Las ranas posadas en los nenúfares croaban alegremente, las luciérnagas prestaban efectos luminosos a sus conciertos nocturnos, a los que se sumaban algunos grillos de la orilla. Porque no decirlo, sus armonías o inarmonías resultaban ligeramente fastidiosas para el resto de los ciudadanos, pero como el clima general era de tolerancia, no había demasiadas protestas. Los menos melómanos, pequeños pececillos y renacuajos se refugiaban en la intimidad del barro del fondo huyendo de la molesta melopea. A los pequeños insectos que caminaban sobre la tersura del agua, sordos por naturaleza, no les molestaba en absoluto. Si bien la paz se veía de vez en cuando alterada por las bajas que causaban en el censo las depredaciones de alguna garza que aparecía de vez en cuando por allí, ello se consideraba como una circunstancia favorecedora del equilibrio demográfico y ecológico.
    Toda aquella armonía estaba presidida por el Rey Camaleón que, arropado por una guardia de corps de laboriosas y, en caso necesario, agresivas abejas, gobernaba con mano firme, pero benévola, a la heterogénea población.
    Hasta que apareció la araña parlante.
    Nadie concebía como una araña podía ser parlante, ni sabia en que idioma se expresaba, pero el caso es que era muy elocuente y los habitantes de la charca entendían sus peroratas. Encaramada en su tela tejida en unos arbustos de la orilla, pronunciaba largos discursos hablando de igualdad, justicia social, democracia y otras cosas que arrancaron algunos murmullos de aprobación en aquella híbrida concurrencia. Hasta las filarmónicas ranas y grillos interrumpían su interminable concierto para prestarle atención.
    El Rey Camaleón, soberano prudente, tuvo que refrenar con un enérgico movimiento de su cola a las agresivas abejas que, emitiendo amenazadores zumbidos, se disponían a restablecer el orden establecido. “Laissez faire, laissez passer”, pareció decir el monarca.
    Pero ya la vida en aquella agua gentil no era tan apacible. Crecía un runrún de descontento en la ciudadanía. El rey estaba inquieto, pero al mismo tiempo confiaba en que se trataría de una fiebre pasajera. Pero en el apogeo de aquella excitación libertaria, cuando la araña en una de sus más encendidas soflamas pronunció la palabra “Republica”, el camaleón, aun cuando no comprendía demasiado bien su significado, murmuró para sí “¡Hasta ahí podíamos llegar!” y extendiendo su rapidísima lengua retráctil se tragó a la araña y gran parte de la tela que la sustentaba. Las primeras en mostrar su alivio y un apoyo incondicional a aquel golpe de autoridad del monarca fueron las moscas, cuya población había disminuido considerablemente a causa de los voraces hábitos alimenticios de la brillante oradora. El resto de la ciudadanía tras algunas minoritarias protestas regresó a sus quehaceres cotidianos.
    Así, al cabo de unos días todo volvió a la normalidad: las ranas, grillos y luciérnagas a sus festivales de luz y sonido, pececillos y renacuajos a retozar felices en el fondo, la garza a sus hábitos cinegéticos y los insectos a sus paseos sobre el agua tersa de aquella charca gentil y evidentemente apolítica, que los acogía con júbilo.
    En fin, una ciudadanía que vivía feliz, pero siempre dentro de un escrupuloso respeto por las instituciones.

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  143. A AUGA XENTIL

    Baixan as augas frías como o xeo da neve das outas cumes da Serra de Trevinca polo río Xares onde os cervos, corzos e muflones abrevan mansamente lonxe das escopetas dos cazadores, hoxe mudas polas neviscadas aventadas que percorren os montes e cegan os humáns, que non as bestas salvaxes afeitas as inclemencias extremas do tempo invernal.
    Eu, no interese de salvar os animaliños dos tiros, vagaba atravesando a treboada facendo ruído e axubiando cun pito coma os dos árbitros de fútbol. Non era a primeira vez que facía isto e no bar da aldea onde as veces entraba a tomar algo quente, sinalábanme decindo: “Xa está aí outra vez o tolo ise”, ou ameazas como: “Calqueira día vai levar un tiro e non o van a atopar, hanno papar os lobos”. Pero a min non me asustaban, tiña tanto dereito como eles a andar polo monte e axubiar como me dera a gana.
    Con iste mal tempo xa sabía que os cérvidos baixaban perto dos pobos e a nada que se ergueran os neboeiros sairían os cazadores ben pertrechados de munición coma se foran a guerra.
    Saquei o mapa 1:50.000 e vin unha paraxe do río chamado “A Cántara da moura”, penséi que podería ser un lugar para que aqueles homes que eu xa chamaba asasinos foran cos cans a acorralar algún daqueles animaliños indefensos.
    Perdín o camiño varias veces pero o marmullo das augas bravas, augas xentiles que guiaban o meu camino, non no sentido que lle daba o francés (doce) en Yoga, si non amables, que facían retornara a boa ruta pola ribeira.
    Cando cheguei aquil lugar quedéi abraiado, o Xares formaba unha fervenza que caía con forza cara unha lagoa con un son rítmico e atrainte. Fun pouco a pouco ata un pequeno prado perto da corrente onde pastaban unha corza con duas crías, quedéi parado ante o espectáculo que me agasallaba a natureza. Levantóuse algo de vento e foise despexando o día, ben sabía que logo sairían os cazadores en busca de alguha peza. Axitéi os brazos con enerxía, berrando, e os animaliños sairon a carreira pero non irían lonxe e serían fácil presa para que os localizaran os cans.
    De volta o río, agora poiden ver o conxunto con claridade, debaixo da fervenza parecía que había unha cova, ¿sería a chamada Cántara? Eu algo lera sobre as mouras, eses seres mitolóxicos que enfeitizaban os homes. Funme fixando ben e dinme conta que por un lado da pingueira había un estreito paso cara a espenuca sin ter que cruzar pola auga. Fun para alá e ben pegadiño a pena metinme e poiden vela e oir o seu canto mesturado co ruido da caída da auga, ó fondo, entre a penumbra. Sentéime nun sainte da rocha, estaba esgotado e quedéi coma un parvo vendo os seus movementos. Era loira, os cabelos chegábanlle a cintura, espida, foise poñendo o meu carón. Veía todo borroso entre a escuridade do lugar e o cansancio. Entréi nun estado de semimareo, quieto, deixándome facer, perfectamente consciente de que estaba enfeitizado.
    Cando saín desa fase de durmevela dinme conta que o estado de excitación era tal que tiña nubrada a vista e seguía oíndo o canto da moura coma un ulular lonxano mentras os ladridos dos cans facíanse cada vez máis fortes. Temín polos corzos pero xiróuse un vento forte e a moura cantóu como unha sirena fabril con un son forte e variado.
    ¿Sería aquil mitolóxico ser, ou o vento que axubiaba ó penetrar polos buracos das rochas?
    O que estaba ben seguro era que os animaliños do monte espantados non se iban a poñer a tiro das bestas perseguidoras.

    Luis M. Gurriarán
    Fonte Cuntín, 5 de Nadal de 2021

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  144. Auga xentil

    De auga é o meu país fermoso
    de auga son os seus homes líquidos
    estes son mollados ripios
    sacados frescos do meu pozo

    lugar onde o meu amor aniña
    nereida das humidades
    avenida das saudades
    lagoa morna da retina

    caudal raudo de turbina
    corrente alegre do muiño
    transparente aloumiño
    que na ribeira termina

    cordeis arxentinos na onda
    que van na crecha de escuma
    morrer en parte algunha
    océano azul que contorna

    a donda costa do país
    cadoiro que a veiga inunda
    e a terra amada fecunda
    sortidoiro de chafaríz

    pérolas de suor no leito
    pétalos do humedén
    nadando nús coma quen
    renace ou revive a xeito

    auguiña de chuvia mansa
    poeira sutil do neboeiro
    rego de mirar primeiro
    ondiña que non descansa

    na limpa mirada túa
    aura do fogo mortizo
    na vela do teu sorriso
    no fío lumioso da lúa

    a da insólita riada
    a de lagarteiras mareas
    das longas gavias das vereas
    das dalas nesgas da estrada

    da fontiña e do caneiro
    auga queda do encoro
    auga salgada do choro
    que brota no amor primeiro

    laberca que anda agora
    a pescudar o abanqueiro
    xerra a verterme enteiro
    xa cabalo sen espora

    esvaíndome a entrar en ti
    ou na ría ou no mar de fóra
    en remate morrer así
    fluíndo a serte na hora

    líquida e mol do meu fin
    auga morna, auga xentil



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  145. EL AGUA GENTIL

    Les contaré un poco de mi historia, un diminuto estrato de mi vida, parte de lo que me hace ser Paola.
    Vivo en un constante vaivén de inestabilidad, causado por mis miedos, me persiguen demonios de mi pasado que, por más que intento, no logro alejarlos, pero tranquilos, casi siempre consigo manejarlos.
    A mis 30 años he pasado por un sin fin de experiencias que me han hecho dura pero a la vez temerosa, me creo fuerte y lo soy, aunque por momentos caiga, me pongo de pie y sigo avanzando, es lo que me enseñaron.
    Escribir siempre ha sido liberador, pero, hay algo que me libera aún más, el mar y si, lo sé, puede sonar al típico cliché, pero es real.
    Soy peruana, pero también soy chalaca, nací en el puerto más importante de Perú, mi amado Callao, me crié al lado del mar, por lo tanto, tener una playa cerca es fundamental.
    Se preguntarán a que viene toda esa introducción, pues allá voy.
    Vivo enamorada de Madrid, porque además de crecer al lado del mar, soy de la capital, amo las ciudades grandes, llenas de caos, llenas de movimientos incesantes, pero hay algo que Madrid no tiene y que La Coruña si, pues si, agua por doquier, entre mil cosas más, claro está.
    Playas, muchísimas playas, con un clima tan húmedo, que, al principio fue difícil adaptarme.
    Vivo a miles de kilómetros de lo que era mi realidad, sin el abrazo de mi padre, sin las carcajadas exageradas de mi madre, sin la complicidad de mis amigos, sin compartir la mesa con mis hermanos, vivo, pero no en mi mundo.
    Estoy creando una nueva vida en una tierra que me abrigo desde que la pise, con una vibra gallega impresionante.
    Les confieso que amo caminar bajo la lluvia, aunque esta siempre arruine mi pelo liso, es como si el clima se adaptará a mis estados de ánimo.
    Cuando estoy a punto de tocar fondo, corro hacia la playa, de verdad, les juro que me reconforta, da igual si es verano o invierno, da igual si voy sola o acompañada, estar sentada frente a ese mar tan inmenso, es como sentirse en casa.
    El agua gentil, La Coruña es mi agua gentil, me costó muchísimo poder interpretarlo, no tenía ni idea de cómo abordarlo, pero aquí estoy, sentada en Riazor, escribiendo con los dedos congelados.

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  146. EL AGUA GENTIL
    El abandonado molino centenario de la hacienda familiar cobró protagonismo de manera inesperada.
    Isaías llevaba dos horas caminando por los alrededores de su casa silbando y llamando a su perro y estaba empezando a preocuparse porque siempre, siempre acudía a su llamada. Argos, el perrito tuerto que había recogido hace 13 años abandonado en la carretera comarcal que lindaba con la finca, no había dejado un solo día de recibirlo al llegar a casa por la noche para agradecerle rebosante de cariño ser parte de la familia.
    Para Isaías, el cariño y la familia, se había reducido a Argos, su hijo había nacido ese mismo año pero lejos de sentir el efecto poderoso de unión y pertenencia, el pusilánime hombre fue observando como la decepción crecía en su interior por más que intentaba negarla.
    A medida que el chaval crecía, notaba con impotencia que sería incompatible con su carácter; caprichos, arrebatos y egocentrismos que para él no cabían en el concepto de infancia eran cada día rebajados por su esposa al nivel de chiquillada y así se fue creando un estado de inquietud en su alma en el que se alternaban vergüenza, temor y culpa, heridas que solo Argos lamía.
    Isaías ni habría echado en cuenta el molino hasta que vio la puerta abierta y quiso averiguar porqué. Al entrar, a sus pies, descuartizado con pericia, estaba su Argos del alma, y sentado frente a la puerta, su hijo con un gran cuchillo en la mano, esperando para aguantarle la mirada.
    A la semana siguiente, en el mismo molino que tan olvidado había estado, Isaías se ahorcó. La verdad es que llevaba días muerto.
    A los pocos días, el hijo de Isaías volvió al molino, él ya había planeado ahorcarse allí antes de que lo hubiera hecho su padre. Cada vez que pequeño había llevado algún animalito al molino para hacerle daño se había dado cuenta de que si no se acababa con su vida sería capaz de matar hasta a su madre. ¡Qué pena que su padre no hubiera aguantado un poco más! Fue lo último que pensó antes de tirar al suelo con el pie el mismo taburete que había usado Isaías la semana anterior.
    Volvió el sonido del agua gentil que mueven las aspas del molino, ya no existe la rueda de moler el maíz, pero giran incansables buscando sentido a la vida.

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  147. 10 de diciembre 2021


    EL AGUA GENTIL

    Nació un día de pleamar y la casa yacía como siempre, confiada justo a los pies del límite de la marea. Su signo pertenecía al grupo del agua. El embrujo del mar, su sonrisa franca, sin atisbos de sombras la dejo crecer en un mundo de monedas con una sola cara, en la que se leía: ¡Felicidad! Su infancia y juventud fueron un espejo luminoso, el agua gentil y gallarda marcaría su vida.
    Llegado el momento dejó su casa, sus mareas se ampliaron y le mostraron las caras de agua de la lluvia, que su mar natal le había ocultado, celoso, de los reclamos que alertan la curiosidad de lo que se oculta, tras el crepúsculo vespertino y el ocaso del sol.
    Los comienzos fueron de zozobra y ahogamiento. Perdida entre la lluvia suave de los sentimientos; el agua tormentosa ahogaba el campo de los recuerdos que levitaban, como los murciélagos en la oscuridad. Al atardecer fatigada por la contienda se refugiaba en el malecón del puerto, con la esperanza de poder detener la evaporación del agua. Escuchaba el latido de su corazón y rezaba por él. La felicidad se había esfumado de su vida.
    Las visitas a su padre, enfermo de párkinson, eran un forcejeo con un presente en ciernes. Juntos en éxtasis, contemplaban el rompeolas, que destrozaba el ímpetu ardiente de las olas espumosas, que se engalanaban, dejando el rastro salitroso de aquella pleamar estampado en los ventanales. En ese momento, sentía las manos temblorosas de su padre, que, con fuerza incontrolada le estrechaban los hombros.
    El agua gentil la ayudó a renacer, como Ave Fénix, aparco sus huellas, acompaso el paso de su signo controlando sus riendas y consiguió conciliar los sentimientos encontrados: miedo, angustia y sueños. Ya era una moneda acuñada, legal, acta para circular. La pleamar no podía condicionar su navegación. Ella además de agua, era tierra y fuego.

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  148. El agua gentil.

    Sentía el agua corriendo entre sus pies, primero hacia atrás, después hacia adelante. La mano de su madre sujetaba la suya como hacía siempre, con fuerza pero sin apretar. Rodeaba su cintura un flotador rosa con pequeños volantes. Con el tiempo sabría que era lo más peligroso que se podía poner para entrar en el mar pero ahora le daba seguridad. Le molestaban las cangrejeras, can-gue-jre-ras decía ella entre las risas de sus padres que así hacían caso omiso a sus quejas. Miraba el agua con ojos grandes, siempre preguntándose que había cuando se acababa, si un hueco enorme donde las aguas no caían, como en la película que ponían siempre en Semana Santa, o si tocaba el cielo y salpicaba a los ángeles. Su padre le intentaba explicar que la tierra era redonda y ella quería creer a su padre pero la veía plana, o con montañas, y le decía que sí pero no lo entendía. Así que le hacía prometer a su madre que no se iban a meter mucho sin confesarle su miedo a caerse al vacío. Cuando sus pequeños pies se habían acostumbrado al frío, daba un pasito hasta cubrir los tobillos y volvía a mirar a las olas, que eran bajitas porque la bandera era verde, y se preguntaba por qué el día anterior la habían puesto amarilla y las olas habían sido grandes y no le dejaban bañarse, que ya era ser malo, con lo que a ella le gustaba meterse en el agua gentil del océano. Otro pasito lograba que se cubriesen sus rodillas, y otro sus pantorrillas, y ahí ya se podía agachar para que su flotador la hiciese flotar. Entonces echaba para atrás sus piernas, su madre le soltaba la mano y ella movía los brazos como nadan los perros y se reía. Podía pasarse horas así pero pronto empezaba a tener frío. Su madre le volvía a dar la mano y así, agarrada a ella, salía del agua sonriente, cansada pero feliz ante la promesa de un bocadillo.

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  149. VUELO NOCTURNO

    “Feliz Navidad - se oyó por los altavoces - el comandante les desea un feliz vuelo, una feliz nochebuena y una grata estancia en su destino”
    -¿Este tío nos está tomando de coña o qué? – dijo a su compañero de asiento.
    - No creo, será que es un tipo amable y considerado, digo yo. Ya sabes que esta gente con estudios superiores es así de gentil.
    -Venga ya. Lo que pasa es que ese cabronazo se está cachondeando de nosotros, te lo digo yo - repuso malhumorado.
    -No seas tan negativo, hombre. ¿No estamos en navidad? – respondió el otro, conciliador.
    -Sí, pero…
    -Pues ya está.
    - Pero calla que ya se enciende la luz sobre la puerta.
    Se levantaron. Eran tipos curtidos. Engancharon las cintas de apertura del paracaídas en la corredera y sin dudar se arrojaron al gélido y rugiente vacío. Mientras descendían entre copos de nieve, explosiones de las baterías antiaéreas, haces de luces de los reflectores y de las balas trazadoras, uno de ellos, el más huraño, masculló:
    - Joder, para las luces navideñas que tenemos este año…y mierda para el cochino sentido del humor del comandante.

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  150. CASTING EN LA BUSINESS CLASS


    No sabía cómo enfocar el asunto. Yo quería hablar de lo nuestro. Pero ella, evasiva, solo quería hablar de fastidiosos asuntos intrascendentes para mí, pero dizque trascendentes para ella: todo ese rollo del sentido de la vida, quienes somos, de dónde venimos, a donde vamos, y otras zarandajas.
    Cuando yo quería ir a la concreción de ella, de sus curvas, de su boca, de sus ojos, me hablaba del zen, del tao y de filósofos chinos.
    Si yo quería hablarle de cálidas noches tropicales propicias al amor, ella me contraatacaba con Nietzsche.
    Si yo posaba mi mano en la seda de su rodilla, me decía no sé qué de Platón.
    Si ya en el colmo del ardor lubrico mi mano ascendía por sus muslos, me aniquilaba con Erasmo y los humanistas.
    Si mis cálidos labios pretendían acariciar el lóbulo de su oreja, quedaban instantáneamente congelados por los fríos razonamientos de Descartes.
    Y así, todo el tiempo. En mi fuero interno comenzaba a cagarme en la madre que pario a Descartes, Aristóteles, Ortega, Kant y hasta en la de los cabronazos de Marx y Engels, de los que mi hermosa “rojilla” era tan devota.
    Cuando, en medio de tanta filosofía y tras un último intento de aproximación anatómico, derrotado por algunas citas de Schopenhauer, comenzaba a desalentarme, vino a salvarme el ding-dong de la megafonía:
    “Les habla el comandante Minglanilla, en quince minutos tomaremos tierra en el aeropuerto internacional de Liliput, en nombre de la tripulación y el mío propio, les deseo una feliz estancia y como no, una feliz navidad y próspero año nuevo”
    Despertando a la realidad, tras aquel interludio erótico-filosófico, mire ya más fríamente a la chica y le dije: “Venga; Belén, ya que parece que nuestro amor es imposible, al menos montemos un Belén”.
    Soltándome el cinturón, me alcé en el asiento y mire a la concurrencia, allí estaban todos, eran fáciles de identificar, porque viajábamos en Business Class. Al fin y al cabo éramos escritores y la literatura no deja de ser un “Business” como otro cualquiera. Además, no queríamos mezclarnos con la caterva de guiris tirando a horteras de la Clase Turista.
    “Vamos, Belén, ya que tu pones el lugar y el contexto; vete repartiendo los papeles”
    “Que chorrada” murmuró ella torciendo el gesto. Pero, finalmente, apelando a su espíritu filosófico, asumió el papel de maestra de ceremonias.
    “A ver que tenemos por ahí…” - dijo recorriendo con la mirada a los colegas que la miraban expectantes - “Ángeles, tu ponte sobre el portalico con tu coro cantando alabanzas al Señor, María, tú te me pones de improbable Virgen a la derecha del pesebre, José María tú tachas el “Maria” de tu nombre y te pones a la izquierda; bueno venga, como compensación por esa perdida, quedas nombrado ayudante de escenografía, que sabemos que te gusta mucho” – siguió pasando la mirada por la compañía y concluyó – “En fin, ya no quedan más con nombres adecuados, así que el resto tendréis que repartiros los papeles de pastores, lugareños, mercaderes y todo eso, algunos incluso podéis tomar el papel de ovejitas o corderos. El papel más agradecido de Reyes Magos os lo podéis sortear”
    Hubo algunos murmullos de protesta entre aquellos relegados a papeles secundarios, sofocados tajantemente con el filosófico argumento de: “Haber protestado a vuestros padrinos por no poneros nombres más navideños”
    Yo, también de la casta de los anónimos, como autor de la idea, tuve el privilegio de infiltrarme entre los pastores como espía del cabronazo de Herodes.
    Así se iba montando aquel Belén de afectuosos amigos en la Bussines Class de Liliput Airways.
    Pero ¡¡¡Oh cielos!!! Hubo un amago de zozobra, cuando descubrimos que faltaba el personaje principal del asunto: el ocupante del pesebre.
    Tras acaloradas discusiones, algunas incluso teológicas, llegamos a la conclusión de que en estos tiempos bisexuales, andróginos, transexuales o como queramos llamarle, la solución adoptada, aunque ciertamente atrevida, era válida.
    Y así fue como en el pesebre pusimos al Niño Chus.

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  151. EL DIVINO COMANDANTE


    El bueno de San José se acariciaba la barba cana con gesto preocupado murmurando “La verdad es que ya no estoy para estos trotes”. La Virgen muy en su papel de dulce sumisión a los designios del Señor, callaba. Sin embargo una lágrima de desconsuelo o quizás de temor corría por sus mejillas. El Niño, como es natural por su edad, no decía nada. Los ángeles ensayaban con tal desgana sus himnos que más que hosannas jubilosos parecían canticos de réquiem. Una pastosa desolación reinaba en la clase Vip de aquel vuelo a Tierra Santa. Los reyes magos que acompañaban a la divina familia tampoco las tenían todas consigo. En la clase turista, el pueblo sencillo y los pastores, ajenos a cualquier preocupación, bebían aguardiente y tocaban la zambomba. En la bodega, la mula y el buey, bien surtidos de forraje, tampoco participaban de la zozobra de sus Sagrados Compañeros de portal.
    Finalmente los reyes celebraron un conciliábulo.
    “No parece de recibo que este año tengamos que ir a Belén de esta manera” – gruño Melchor con la cólera característica de los nórdicos.
    “Desde luego que no, seguro que esa chusma vociferante, no tendrá el mas mínimo respeto por nuestra sagrada jerarquía” asintió Gaspar.
    “Sera mejor hablar con el Comandante” sugirió el negro Baltasar, que aunque era siempre el último en decir algo, era el que aportaba soluciones prácticas dentro del augusto trio.
    Reunieron a los pajes y en majestuosa comitiva se dirigieron a la cabina entre la multitud de pastores de la Turista, que respetuosamente silenciaron durante unos segundos el estruendo de zambombas y canticos. Cuando abrieron la puerta de la cabina quedaron casi cegados por al halo de luz divina del interior, pero aun así se atrevieron a entrar.
    Al cabo de un rato salieron, envueltos en una aureola de luz que traían del interior, con radiantes sonrisas bajo la barba. Era tal su satisfacción y facundia que algunos hasta se permitieron el gesto democrático de pellizcar a algunas de las más opulentas pastoras del lado del pasillo.
    Ya en la clase Vip comunicaron a San José la buena nueva. El Comandante había accedido a desviar el vuelo a Madrid. El sitio idóneo para el Belén. El santo varón respiro aliviado, la Virgen se enjugo las lágrimas y dio las gracias al Señor y hasta el niño pataleó contento entre las pajas.
    “Es que con todo respeto a tu sublime voluntad, oh Señor y Divino Comandante - musito el páter familias - ¿Cómo íbamos a ir a montar el Belén en plena Intifada?”

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  152. Y todos se fueron de cañas en eufórica, musical y sublime libertad.
    Pero mira como beben los Reyes en el río,
    Pero mira como beben y se va al Retiro,
    Beben y beben y vuelven a beber
    Y qué buena cogorza la que van a coger.

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  153. ME VOY A CASA POR NAVIDAD

    A mí estas fiestas de Navidad me repatean, además es que soy ateo y no creo en nada de estas historias que se han pasado la vida contándonos, prefiero ir a ver a la familia en verano, es mucho más divertido, la gente está de mejor humor se puede estar en el exterior, no tienes que ir a ver a una serie de gente para saludarla porque sí, porque es la costumbre en estas fechas. De hecho no pensaba ir este año a casa de mis padres pero me llamó mi madre diciéndome que mi padre había tenido un amago de infarto y que no se encontraba nada bien, que puede que sean las últimas navidades que pasemos todos juntos y otros argumentos parecidos que te desarman aunque me suene a puro chantaje, pero la verdad es que al teléfono daba la impresión de que hasta estaba echando la lagrimita. Y todo a última hora.
    Empiezo buscar billete y en internet ya daban todo completo, parece que todo Portugal vive en Azores, o al menos en Faial, y a todos se le ocurrió ir a su casa en los mismos días. Llamo directamente a las compañías aéreas para conseguir un pasaje que al menos me lleve a la península: Ryan Air, Tap, Air Açores,… nada, ni siquiera admiten lista de espera. No me queda otra cosa que alquilar un aerotaxi, sólo hay una pequeña compañía y me dicen que les queda un avión, de hélice y con una tripulación mínima de un piloto y una auxiliar de vuelo. Resoplo pero no le podía fallar a mi madre, le aseguré que no faltaría, así que cerré el trato para que me llevasen hasta A Coruña y quedamos que saldría al día siguiente por la tarde.
    Cuando llegué al aeropuerto y vi en lo que tenía que volar me entró un cosquilleo especial, y eso que experiencia en vuelos de todo tipo no me faltaba, pensé que tal vez fuese por las pocas ganas que tenía de ir, encima, con la amabilidad que caracteriza a los portugueses, al subir al aparato y sabiendo mi nacionalidad me recibieron con el Ropoponpón de Raphael. Empezaba bien la cosa y le pedí a la azafata que cambiara de música.
    Despegamos sin problema y ya a bordo, con otra música y con una copa de “espumante” portugués en la mano la cosa ya iba de otra manera. Me enfrasqué en la lectura y después de algo más de dos horas y haber merendado muy bien, la azafata me dijo que ya estábamos bajo el control de la torre de Oporto y que pronto sobrevolaríamos tierra firme. Esto me animó y me tomé otra copa más. Seguí con mi novela y pasado algún tiempo llegó de nuevo la auxiliar de vuelo muy nerviosa:
    - ¿Usted no sabrá pilotar un avión?
    - No, no sé pilotar un avión, pero ¿me puede decir qué pasa?
    - Fue como un fogonazo, al piloto lo cogió de frente y quedó ciego.

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  154. - Pero vamos a ver, ¿dónde estamos? Miré por la ventanilla y vi una tremenda luz que iluminaba el universo. Ahora lo entiendo, ¡VIGO!, la madre que los parió, Abel Caballero no mentía, cuando lo escuchaba en la tele pensaba que era un bluf, pero no.
    - Acérquese a hablar con el piloto, por favor, nos vamos a morir -dijo la azafata-.
    Fui hasta la cabina y rogué que me explicase qué estaba pasando exactamente y cómo se podría resolver aquello.
    - Mire –dijo el Comandante- de momento y mientras no bajemos yo puedo ir pilotando a ciegas, ya avisé a la torre de control del aeropuerto de Peinador para que nos vaya guiando, ya nos tiene en su radar e intentaré hacer allí un aterrizaje de emergencia con instrucciones desde tierra. Mejor que vuelva a su asiento y se ponga el cinturón.
    Volví a mi asiento, la azafata se sentó a mi lado y se echó a llorar. Yo pensé que esto era el fin.
    El avión no llegó a Peinador sino que cayó sobre el cementerio de Teis rompiéndose en mil pedazos. Enseguida se da la voz de alarma y el Concejal de Parques y Cementerios con dos coches patrulla con la sirena puesta sale a toda prisa hacia el lugar mientras desde la emisora moviliza a toda la plantilla de enterradores para que acudan al lugar del accidente.
    Pasan horas y la prensa, radio y televisión rodean el Camposanto controlados por los guardias que el edil había apostado en el exterior y al fin sale a dar explicaciones:
    - ¿Nos puede explicar con detalle lo que ha pasado? –pregunta una reportera de la Telegaita.
    El Concejal hace señas con las manos pidiendo silencio y cuando todos callan dice:
    - No podemos calcular la magnitud de la catástrofe, de momento ya hemos desenterrado doscientos ochenta y siete cadáveres.

    Luis M. Gurriarán
    A Coruña, 12 Diciembre 2021

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  156. UN DESEO DE NAVIDAD
    Sentada sobre aquel sofá frío de color marrón, me dispongo a abrir mi alma frente a esta mujer con gafas, su mirada es penetrante.
    —Hace muchos años que no veo a mi madre, creo que el recuerdo más feliz que tengo de ella es de cuando la veía sonreír mientras observaba a mi padre, eran almas gemelas, un amor inigualable.
    A mí no me miraba de esa forma, es más, no consiguió plantearme los ojos encima en su último adiós, creo que no tiene idea que la echo de menos.
    Tengo un gran trabajo, un hermoso piso en el centro de Madrid, un sueldo jugoso, un esposo que más que un esposo, es mi mejor complemento, pero me falta ella.
    He decidido buscarla y después de muchos meses de incesante búsqueda la invite a casa, tengo comprado su boleto de avión, necesito un poco de su amor.
    El árbol de navidad es enorme, a sus pies, muchos regalos, mi reluciente mesa llena de la mejor comida, pero sobre todo, su silla está lista.
    La imagino a ella, haciendo maletas sin cesar, peina su enorme cabellera negra, coge su abrigo y se dispone abordar el avión con la ilusión de volverme abrazar.
    En cuando se coloca en el asiento, espera impaciente que despeguen, es tanto su nerviosismo que pide una copa de champagne, su pierna derecha no se deja de mover, la carcome la culpa, supongo que los recuerdos invaden su mente, la muerte del amor de su vida, nuestra cruda despedida, mis llantos incesantes acompañados de gritos de desesperación, ¡por favor mamá, no me abandones acá!.
    De pronto se pone de pie intentando bajar del avión, se lo hace más fácil huir que afrontar la realidad, arma un escándalo tan grande, con la esperanza de cumplir su cometido, escapar.
    No lo consigue, el vuelo se le hace eterno. .
    Encerrada en el baño prende un pitillo, grave error, la que está liando, parece una chiquilla de 15 años.
    Un joven apuesto se coloca en el asiento de al lado, mi madre llamo su atención, y como no, si es una mujer hermosa.
    Se siente más aliviada, aquel caballero hizo que su viaje fuera más ameno, está tan relajada que hasta se olvidó de mi.
    Su vuelo ha llegado, terminan de salir todos los pasajeros, pero a ella no la he ubicado, ¿Será que no la he reconocido?, Normal, no la veo hace más de 20 años —termine diciendo con los ojos inundados.
    —Pero Valentina, ¿Que haces?, ¿Por qué rompes el avión de papel que te he dado? —Dijo aquella terapeuta de mirada penetrante.
    —Lo siento doctora, está terapia no está funcionando.

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  157. Feliz Falsedad


    Va de cráneo el viejo si piensa que voy a volver, esta es la última vez que me la juega.
    Siempre con el mismo rollo, la familia, la puta familia y el que dirán los demás, como si le importara una mierda lo que piensan los demás.
    Pero no, hay que aparentar, estar hay con una sonrisa en la cara, como si no pasara nada y fingir, que es lo único que sabemos hacer, fingir.
    ¡Qué no! ¡qué ya está bien joder!, a mí no me vuelve a pillar en otra mierda de esas y si este avión fuera más lejos y yo tuvieras más pelas que las que ese agarrao me da me iría al culo del mundo con tal de no ver su jeta, ¡la hostia!
    Y además el chantaje, siempre el chantaje...”piensa en tu pobre madre hija, no sabes el daño que le haces” como si a ese mierdas le importara algo el daño que...
    María Eugenia, que es así como padres le llaman, al notar unos toque en el hombro baja los cascos desde los que suena atronadora la canción “Me cago en la Navidad”* y mira a la azafata que con sonrisa de circunstancias le dice que el resto de los pasajeros quieren disfrutar de la película “Un padre en apuros”.

    *El verdadero título de “Me cago en la Navidad” es “Feliz Falsedad” del grupo Soziedad Alkoholica.





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  158. Ilena/Halina. 1.
    Nunca se permitió pensar en todo lo que sucedió cuando los guardas del campo se rindieron, cuando la mujer que la había acogido le apretó muy fuerte su mano y le dijo que desde ese momento se llamaba Ilena. Con el tiempo, los recuerdos difusos se convirtieron en un mal sueño, una pesadilla que acudía a ella cada vez menos noches en una nueva casa, un nuevo país y un nuevo continente. No había fotografías de antes, su madre sonreía tristemente en los documentos de identidad, sus hermanas le decían que ella se parecía a su padre. Su infancia fue feliz, tenía un techo bajo el que no pasar frío, una familia que se la adoraba y nunca le faltó comida, no siempre buena, no siempre abundante, pero sí riquísima, como siempre le agradecían a su madre. En la escuela había muchos niños huérfanos y una algarabía de idiomas que los profesores respetaban, imponiendo sin que se dieran cuenta, uno nuevo, que fue calando en ellos como una nueva piel, un nuevo traje, unos zapatos cómodos para andar por otros barrios de la ciudad. En la sinagoga rezaban por los que no pudieron salvarse. Nunca ocultó aquellos números de su brazo, intuía que significaban algo más, algo distinto de ese pasado que no escuchaba como propio. Sus hermanas y ellas estudiaron para secretarias, para costureras, para cualquier cosa que no implicase entrar en una fábrica, fue la imposición más firme de su madre. Se enamoró de un chico sin números, con un pasado feliz que la alejó más de aquella pesadilla que apenas la atormentaba ya. Pensaba que su vida siempre había sido buena, que su única pena había sido la muerte de su madre quien, rodeada de nietos, por fin había recuperado la sonrisa.

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  159. Ilena/Halina. 2
    Por eso le extrañó tanto aquella llamada, preguntando por un pasado que no era el suyo. Sí, Ilena Thomas, antes Ilena Shimanskaya, no, Halina Kowalska no, sí, 168873. ¿Otto? No conocía ningún Otto y solo tenía hermanas, "Lo siento mucho, no soy la persona que busca, le han informado mal". Su mundo se tambaleó, se derrumbó y la zarandeó cuando su reflejo en forma masculina le llamó un día a la puerta. Los niños estaban en el colegio, su marido estaba de viaje y ella se estaba preparando para salir. Aquella copia suya le sonrió mientras unas lágrimas le empezaban a caer por las mejillas. No entendía nada, ella no tenía hermanos ni sabía de la existencia de primos, ¿quién era aquel hombre que le mostraba una carpeta llena de papeles en sepia? Cuando recuperó la compostura le pidió perdón por sus modales y le invitó a pasar. Mientras preparaba café, se dio cuenta de que sus voces eran muy parecidas. Con una taza entre las manos de la que no llegó a beber, escuchó la historia de Otto, de sus padres y su hermana, de cómo los separaron, de cómo su padre nunca dejó de buscarla allá en la vieja Europa, de como por casualidad encontró el certificado de fallecimiento de la verdadera Ilena aunque su nombre aparecía en el listado de pasajeros de un barco con destino a Nueva York, de cómo la había buscado en su nuevo país y de la emoción, la alegría, la decepción y la esperanza vividas cuando la llamó unos días antes. Leyó los documentos que aquel hombre le fue dando, de un lugar que había enterrado en la memoria y que ahora volvía a salir a la luz. Le contó su historia, al menos la que ella creía que era, la que era tan cierta como podía ser esa nueva. Le dolió ver el certificado de defunción de Ilena porque ella era Ilena, pero no lo era, según el número de su brazo, era Halina. Estuvo mucho tiempo en silencio, viendo a una niña sin madre que otra mujer acogió como suya, viendo a sus hermanas tan distintas a ella pero siendo la preferida de todas, viendo a su madre peinarlas a todas igual, ponerles los mismos vestidos, celebrar su cumpleaños con la misma sonrisa, coger su mano en las celebraciones de Hanukkah, vio a un niño algo mayor que ella, tan parecido a su propio hijo que pensó que se estaba equivocando, que su mente quería recordar algo que no era pero que empezaba a poder ser porque Otto se había quedado mirando a las fotografías que adornaban su salón y había sacado de aquella carpeta una con su padre y se parecían. La historia podía ser real, tenía que serlo, no podía no serlo. Cuando sonó el timbre de la puerta recordó que había quedado con su hermana, pero ya no lo era y, sin embargo, seguía siéndolo. Le abrió la puerta sin decir nada, sin indicarle que le siguiera aunque ella lo hizo mientras preocupada le preguntaba qué le pasaba. Una tercera historia salió a la luz para hacer encajar el puzzle en que se acababa de convertir su vida, rellenando sus propios huecos y completando una historia que nunca había sentido como incompleta. No sabía si debía estar triste por una madre que no recordaba y por un padre que nunca tuvo pero que nunca dejó de quererla. Comprendió la verdadera dimensión del amor que su familia le había dado, se sintió una intrusa entre los suyos, una estafadora involuntaria un cariño que no le correspondía pero que aún así le fue dado sin reproches. Jamás le hicieron sentir que no era una de ellas, la mirada de su hermana se lo recordó y le disipó cualquier duda que pudo tener. Porque era su hermana, y aquel hombre era su hermano, y ella era Ilena, antes Halina.

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  160. SOBRE LA MARCHA
    INICIO TALLERES ENERO 2022

    ¿Qué van a derogar la Ley Mordaza? Cómo es posible si llevamos años amordazados con mascarilla en ristre como quijotes en plena batalla contra los molinos de viento.
    Pensábamos desamordazarnos este año, al principio, pero llegó el Omicrón a tirarnos por el balcón, encima Chus nos dice que leer sin el “trapo”, ¡nada!, que subas la voz, no a la tarima sino el volumen. ¿Dónde vamos a parar?, perderemos los agudos a golpe de grito o nos callaremos para siempre por mordaza impuesta.
    Qué lío mental nos estamos haciendo, ¿podremos deshacer el nudo gordiano o tendremos que acudir a clases de canto para poder dar nivel en la lectura del relato?
    Y yo sin saber muy bien que es el Omicrón
    Qué llegó de África en patera o en avión.
    Volveremos a la caverna del señor Platón
    Y no sabremos salir sin máscara o sin morrión.


    Luis M. Gurriarán
    Biblioteca González Garcés, 14/01/22

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  161. Tan cerca, tan lejos

    La veo ahí, despidiéndose de la ciudad —tan fría como ella— de la que nos alejamos, a la que ella no va a volver y a la que yo renuncio sin demasiado pesar, y sé que ella no está ni estará tampoco conmigo.

    Me acerco con cuidado, procurando no romper su silencio. Puedo tocarla, tan cerca, tan lejos...

    Poco a poco gira la cabeza, lentamente sonríe, sigue intentando que yo también me aleje del todo.

    -Vamos —me dice queriendo mostrar en su mirada hacia mí un calor que no siente—, llegaremos tarde al aeropuerto.







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  162. con que pouco texto describes unha situación. Con que palabras sencillas logras intensidade. Parabéns

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    1. Moitas grazas Carlos.
      Me alegro de que disfruteis con lo que escribo, igual que disfruto yo al escucharos,graciñas de nuevo.

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  163. Paradiña

    Aí quedas, co teu dúplex, o teu moderno crossover, os teus negocios confusos, a tua amante torda, os teus amigos de pescozo ancho e cara colorada e os teus clubes (os que non che valen para nada, o de tenis, o de golf, o náutico, e o que aproveitas a fondo, o de cosecheros de la Rioja). Aí quedas coas toneladas de caspa na americana escura. Aí quedas, na outra banda.
    Veño co posto, pantalóns e blusa, abrigo e un bolso. E o coche vello, o carro que sempre foi meu, porque co meu diñeiro o compramos. Total, tocábame a min porque é vello e máis barato, mentres o teu había de ser bon e seguro, que tiñas que andar moito na carretera. E presumir na rúa da outra, non foran a pensar. Este vai vello, si, pasado de moda, fáltanlle prestacións, pero faime o mesmo que me facía cando o compramos, o que a min me gustaba. Todo o contrario ca ti agora, que non fas nada e contigo non se pode ir a ningures, por moito traxe de Emidio Tucci (ás veces fas a broma de dicir que son de Miluco, mais sei eu que pensas que se chama Emilio) e boxers Calvin Klein que poñas por fóra. Por dentro non hai ninguén, non hai nada.
    Aquí estou, na outra banda, mar por medio, e abonda. Porque non eres de mollar os pés, de pillar gamela, de remar. Eres más de mandar e que cho fagan, que estean atentos todos ao señorito fillo único. A ti só che importa ter quen che faga as beiras, mentres ancheas o cu e a andorga en acordos de colaboración e concesións administrativas a medio prazo, todo ilo a comisión.
    Parei nesta banda, porque agora es ti quen fica na outra, e esta será a miña para sempre. Retirei todo o saldo da conta común, e o diñeiro está a bon recaudo. Levo semanas preparando isto. Tamén fixen unha pequena desamortización na empresa, aproveitando un poder antigo e ocasional que me fixeras, un achique de activos, como adoitas dicir ti: vendín o barco. Ben vendido, que ao fin serei eu quen o use e goce. Arestora xa ten borrado o nome hortera que lle puxeches, Céfiro, e agora chámase en letras grandes Manuela II, por min e pola miña nai, que era a primeira manuela. Para que che manque dobremente, para que máis che doa.
    Esta paradiña, vendo a certa distancia a cidade que dis querer tanto, sábeme a gloria.

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  164. HIELO Y FUEGO
    ¿Qué hago con este amor desaforado? ¿Dónde lo pongo? ¿Dónde lo escondo? No quiero compartirlo con nadie, ni tan siquiera que se conozca su existencia. Que nadie sepa de las noches en que nuestro fuego podría fundir este hielo que me rodea ni de los días en que nuestras palabras cálidas y llenas de luminosos significados como soles podrían disipar esta bruma y rasgar el eterno velo que cubre esta ciudad, en la que con nuestro amor hicimos de nuestro sórdido apartamento colectivizado una lujuriosa Babilonia nocturna, una erudita Alejandría matinal, o una sabia Atenas en los atardeceres, alargando las escasas horas de los días y eternizando las noches tras el embrutecedor trabajo en la fábrica de tractores. Los camaradas vecinos aseguraban que el gris y fangoso rio que discurría bajo nuestras ventanas era el Volga, pero nosotros cuando hacíamos el amor apoyados en el alfeizar lo transformábamos en el verde Éufrates de las viejas leyendas y trocábamos el aluminoso cemento de los bloques en terrazas de los Jardines Colgantes. Así nos construíamos, día a día y noche a noche, nuestro Paraíso intimo dentro de este dudoso “paraíso” socialista.
    Ah, pero todo tiene su fin, hasta un amor tan fieramente sublime como el nuestro. No utilizo la palabra “fieramente” como un recurso poético ni retorico, sino en el sentido literal, porque he de confesar que en mí, mujer posesiva por demás, de los rescoldos de nuestra agonizante llama se avivó, sustituyéndola como maligna Ave Fénix, otra distinta: la llama de la destrucción del ser amado. No podía soportar la idea de que otros brazos, otro cuerpo, otra alma, pudieran transportarlo a otra Babilonia, otra Alejandría u otra Atenas que no fueran las mías.
    Por eso estoy aquí, con él y con mi espíritu aullante, sin saber qué hacer, ante la que fue nuestra Babilonia y que ahora solo es lo que siempre fue, una triste ciudad a las orillas del gran rio y de la que quise huir con él para siempre.
    Pero tendremos que volver. Imposible cavar una fosa en este hielo duro como el acero, así que tendré que volver al apartamento, confiar en que la omnipresente policía no registre el maletero, y quemarlo en el incinerador de basuras. Es triste, muy triste que sus restos vayan a alimentar la eterna bruma, que alguna vez nuestro amor soñó disipar, de esta maldita ciudad. Luego, para apagar esta llama maligna, volveré para alejarme estepa adentro y dejarme morir al mismo tiempo que nuestro viejo automóvil sobre esta helada desolación.

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  165. ARDOR ESTADISTICO
    - Me pregunto cuanta gente estará en este momento haciendo el amor tras esas ventanas y esos muros de hormigón…
    -Uf… ¿Y yo que coño sé? Es que tienes cada cosa…
    -… y cuántos de ellos estarán practicando sexo oral… o anal…
    -Pufff…Vaya, mujer. Tu erre que erre con lo tuyo. Porque digo yo que también habrá muchos que estarán currando de carpinteros, fontaneros, funcionarios, electricistas, en fábricas, talleres y todo eso.
    -… y cuantos corazones solitarios estarán masturbándose con webs pornográficas. Dicen que casi el cuarenta por ciento de la población las usa diariamente.
    -Eiiins… Uufff…que fijación la tuya, eh!!! ¿Por qué coño no piensas en corazones solitarios que matarán el tiempo leyendo a Dostoievski, a Julio Verne o que se yo, los más simples haciendo crucigramas o sudokus?
    -Y ni quiero pensar en los sórdidos internados en los que educadores pederastas arrebatan a los pobres adolescentes el preciado tesoro de su inocencia…
    -Buff… Buff… Ahí sí que te me has puesto abyecta, querida. Sería mejor que pensaras en los que les enseñan el teorema de Pitágoras, o trigonometría o incluso la insufrible lista de los reyes godos.
    -…por no hablar de los homosexuales o de esos pervertidos que se dedican al sado-maso tan en boga desde el auge de esas tontas películas de la serie “Cuarenta sombras”.
    -Umpfff…Umpfff… Si, mujer, sí. Y cuantos “masoquistas” habrá firmando autoliquidaciones de Hacienda, de Plusvalías, contratos leoninos de trabajo o de alquiler, que se yo… ummmm… ummmm…
    -¿Y cuántos habrá…?
    -¡Ya basta, coño. Ya basta! ¿Por qué no te dejas de tonterías y vienes a ayudarme de una vez a aflojar esta maldita tuerca de la rueda trasera pinchada que me está haciendo echar el bofe? Y como además me has puesto cachondo con tanta guarrería, aunque yo no sea un amante tan completo como para abarcar el amplio espectro de tus fantasías erótico-estadísticas, al menos te propongo que en cuanto la reemplacemos nos echemos un “kiki” en el asiento trasero antes de continuar viaje.

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  166. EL SISTEMA DEL PROFESOR CHICKEN Y LA DOCTORA HEN (1ª Parte)
    El profesor Chicken y la Doctora Hen eran dos seres diametralmente opuestos, científica y físicamente opuestos.
    Él opinaba que las zozobras del ser humano obedecían a causas meramente físicas o mecánicas: impulsos eléctricos desajustados, conexiones neuronales imperfectas o vísceras y órganos disfuncionales. Incluso, como los antiguos babilonios, creía que el hígado ejercía una función primordial en las pautas de conducta humanas. A pesar de su rostro atractivo y afable y sus ademanes refinados, cualquier observador atento podía percibir un destello acerado de crueldad en sus perfectos ojos negros.
    Ella estaba convencida de que la conducta humana estaba regida por algún ente indefinible de innumerables nombres: algunos le llamaban alma, otros espíritu, los más anticuados corazón (órgano irrelevante para Chicken) y consideraba que aunque intangible, la realidad de los actos inexplicables que a veces provocaba demostraba de forma irrefutable su existencia. Su indudable belleza quedaba ligeramente empañada, nunca mejor dicho, por un eterno velo húmedo, que nunca llegaba a desbordarse en lágrimas, cubriendo sus hermosos ojos azules.
    Él se definía como mecanicista en psiquiatría. Ella como espiritualista en psicología. Él hablaba de cerebros e hígados y ella de almas y corazones. A pesar de sus discrepancias científicas (en otro capítulo hablaremos de sus afinidades sexuales) su gabinete psiquiátrico de Houston marchaba viento en popa. Un rio de dólares inundaba aquel gallinero mental.
    Su método terapéutico era tan increíblemente exitoso como sencillo: Un simple puzle. Siempre el mismo puzle.
    El paciente tenía que construirlo, según su agilidad mental, en una, dos o tres sesiones de terapia. Si las piezas que colocaba más fácilmente se correspondían con las que constituían el automóvil, los edificios del fondo o las ropas de la mujer llegaban a la conclusión de que los problemas del pobre tipo eran del campo espiritual que preconizaba la Doctora Hen y era esta la que dirigía el tratamiento. Si por el contrario, las piezas que colocaba el individuo con mayor facilidad eran las de carácter más evanescente, como el cielo brumoso, el smog sobre la ciudad o el suelo congelado, resultaba evidente que los desajustes mentales del paciente entraban dentro del campo científico-material del Doctor Chicken, así que era este el que se ocupaba de la terapia.
    Así de sencillo era como se deslizaban en el tobogán del éxito los dos pollos Chicken y Hen. A su gallinero, aparte de los sustanciosos pagarés, llegaba multitud de mensajes de reconocimiento de pacientes agradecidos. Reflexione el lector que esto no es tan increíble para alguien que conozca mínimamente el esquematismo de la sociedad tejana.

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  167. EL SISTEMA DEL PROFESOR CHICKEN Y LA DOCTORA HEN (2ª Parte)

    Hasta que un día acudió a la consulta un indio cherokee. El pollo y la gallina arrugaron la nariz ante su aspecto, pero cuando supieron que se trataba de un opulento petrolero enriquecido merced a un rico yacimiento encontrado en la reserva india, le ofrecieron el mejor de los lujosos sillones funcionales de la consulta. El tipo, con la concisión característica de los de su raza, expresó que no consideraba tener ningún problema mental ni anímico pero que deseaba encontrar la Verdad, así con mayúsculas, y que pagaría lo necesario para obtenerla. Acto seguido extendió un cheque por adelantado. Una cantidad astronómicamente mareante. Ni que decir tiene que nuestras dos ávidas aves le dieron cita para el día siguiente.
    “Joder para el indio, quiere alcanzar la Verdad, nada menos. Esto nos sobrepasa ¿no? Deberíamos mandarlo a un gurú oriental de esos o a un reverendo evangelista” masculló el Profesor.
    “¿Y perdernos toda esa pasta? No te preocupes mi querido pollo. Le pondremos el puzle y le diremos que en la última pieza que coloque encontrará la Verdad que tanto ansía” dijo la doctora con un brillo de codicia en sus ojos lacrimosos.
    Al día siguiente, tras explicarle al estrafalario paciente la mecánica de la terapia, quedaron boquiabiertos ante la rapidez con que aquella especie de patán con chaqueta de piel de búfalo resolvió el rompecabezas. Luego, su asombro se trocó en una mueca de terror ciego cuando el cherokee, lívido de cólera desenfundó una Magnum 44 de la sobaquera, encañonándolos con una mano derecha firme como una roca. Con la otra, entre el índice y el pulgar, sostenía la última pieza del puzle. Su voz tronó: “¡Por Manitú que los rostros pálidos siguen aun utilizando su vieja lengua de serpiente! ¿Acaso queréis hacerme creer que la Verdad está en la cabeza de una mujer y lo que es peor, vuelta de espaldas?
    Y disparó dos veces. Un cuadro de Rothko que decoraba la pared tras la mesa de caoba quedó definitivamente arruinado por rojos cuajarones de sangre y grises restos de masa encefálica.
    Cuando el indio abandonó el lujoso gallinero, algunas plumas descendían oscilando en el aire sobre el no tan infalible puzle.
    La pieza con la cabeza de la mujer jamás fue encontrada.

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  168. GRANDES ÉXITOS
    “Otra vez el invierno ha llegado. Otra vez el fuego hay que encender. Con un vaso de vodka en la mano nada hay amigos que temer”
    - Joder, que frio mortal hace en este inhóspito lugar…
    “Dame veneno que quiero morir. Dame veneno que antes prefiero la muerte que vivir contigo. Dame veneno, ay para morir”
    -Pero tenía que hacerlo, tenía que hacerlo, no podía soportarlo más…
    “Ayer se fue. Tomo sus cosas y se puso a navegar. Una camisa, un pantalón vaquero y una canción. ¿Dónde irá? ¿Dónde irá?”
    -Tal vez esa ciudad sea un lugar habitable para mí. No se…
    “Eva María se fue buscando el sol en la playa con su maleta de piel y su biquini de rayas”
    -Cualquier lugar será mejor que el de dónde vengo…
    “Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor. Y el que tenga esas tres cosas que le dé gracias a Dios”
    -Quizá en ella pueda reemprender una nueva vida…
    “¿Qué le pasa, que le pasa a mi camión, que le pasa, que le pasa que no arranca, con tan buena, con tan buena dirección y la rueda y la rueda se le atranca?”
    -¿Pero cómo llego si este condenado cacharro se me ha muerto en este paramo? Lo único que le funciona es el maldito reproductor de casetes que él cuidaba con tanto esmero. Y claro, la música que ponía era tan gilipollas como él. No se cómo pude aguantarlo durante veinte años. En fin, tendré que caminar sobre el hielo. Hablando de hielo… espero que tarden mucho tiempo en encontrar su cuerpo. Sera difícil que miren en el fondo del congelador.

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  169. Dez anos! Xa van aló dez anos da miña vida! Que quen son eu? Por que estou aquí con este xeo que asolaga os miolos e todo o meu ser? Xa non teño resposta. Terei que agardar a que un amencer riseiro borre dez anos de brétemas, e fuxan as lembranzas, igual que se borraron e fuxiron as ilusións postas na viaxe. Cheguei a esta cidade con ansias de vida nova, e si, tiven unha vida nova, pero peor do que eu soñara. Día tras día, minuto tras minuto, soportei as verbas degradantes que fixeron unha costra nos meus oídos ata conseguir indiferenza. Todo, todo, soaba na mesma sinfonía que aldraxaba o sentir e esmagaba as ansias de vivir. Porque eu, disposta a un traballo digno, de servicio, acabei soportando unha cárcere ficticia, con chaves, si, pero que non me abrían a porta da liberdade. E aquí estou, con este frío que conxela as esperanzas. Estou aquí, ao outro lado. Estou enfronte, á outra beira dun mundo que disfraza de aloumiños e ben querer as peores humillacións e chantaxes. Estou aquí, enfronte, separada por un mar de xeo que conxelou a miña vida durante dez anos. Dez anos! Pero tamén sei que este xeo serviu para conservar, nun recuncho pequeniño, as ansias de liberdade.
    Eu non son ninguén, un ente anónimo, que enganou ás súas fillas a distancia, enviando as miserentas sumas de euros, dicindo que todo ía ben. E eu non son ninguén, porque non teño identidade. Se eu non existo, son invisible. Pero, neste mundo de contradicións, se alguén se da conta da miña presencia vanme deportar. Tanto sufrimento para nada!
    Ai, canto poder ten a maldade! Que fácil é a chantaxe nunha terra allea! A soidade pesa tanto que se muda o sentido nunha nube de cinza, que baila poñéndose diante, impedindo ver o camiño de saída.
    Malditos papeis! Non quero saber como me chamo! Xa non quero que me digan máis que son ilegal. Ilegal? Dende cando hai persoas ilegais?
    Ai, canto poder teñen os cartos! Estou oíndo a súa voz, sempre baixiña, xogando coa escuridade que se achegaba no luscofusco de cada día:
    -Se te portas ben, fareiche un contrato.
    -Se te portas ben, aumentarei o teu soldo.
    -Se es boa moza, logo che devolverei os teus papeis con permiso de traballo.
    E eu portábame ben: casa, comida, maiores... Pero cada noitiña pechábame no cuarto e atrancaba a mesiña de noite diante da porta. Non se podía entrar sen que caesen ao chan os obxectos que eu colocaba con mimo e precaución, nun ritual diario, que me consolaba, porque me salvaba daquelas mans que algunha vez se pousaran en min.
    Dez anos de servidume! Por fin! Ata que esta mañá un ser anxelical, unha veciña que veu o sufrimento nos meus ollos, preguntoume se sabía conducir.
    -Son poderosos. Eu non podo acompañarte.
    E puxo nas miñas mans as chaves do seu coche vello.
    -Vaite de aquí, ben lonxe. Despois xa falaremos- dixo nun suspiro sinalando o auto.
    E aquí sigo, lonxe, sen saber que facer. Miro a cidade que me torturou. Algunha desas luces será a dos meus amos. Estarán xogando a contratar outra muller prisioneira dos seus caprichos.
    E aquí sigo, sen saber que facer.
    Eu non son ninguén.

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  170. SIETE DE ENERO

    Cada siete de enero a media mañana voy al mismo sitio, no puedo remediarlo, haga el tiempo que haga, es como un imán que me atrae hacia aquel punto, el punto exacto donde pasó todo.
    Amaneció soleado después de varios días de nieve y frío, la mañana estaba templada. Aunque hacía bastantes años que vivíamos en Canadá seguíamos las costumbres que desde niños nos habían inculcado nuestras familias y a pesar de no ser creyentes, continuábamos con los ritos de Navidad y especialmente con el de los Reyes Magos, intercambiábamos regalos sorpresa que dejábamos la noche del cinco de enero al pie del árbol que, por supuesto, instalábamos antes del día veinticuatro con sus estrellitas, bolas, luces, etc.
    El invierno se hace interminable en Toronto, siempre con temperaturas negativas de dos dígitos lo que te empuja a pasarte encerrada siempre, tanto en el trabajo como en casa, a veces la convivencia se hace difícil y surgen problemas que en otro clima ni se plantearían. Y así meses y meses porque el invierno es largo, ¡muy largo!
    Mi pareja se estaba aficionando al patinaje sobre hielo y aquel año me pareció una buena idea regalarle unos patines. El día cuatro habíamos tenido una bronca descomunal, como tantas que se repetían durante el encierro invernal y al desempaquetar el regalo quedó encantado. Yo recibí un robot de cocina pero él, a la vista del suyo, ni se percató de la cara de asco que puse al verlo.
    No pudo aguantar mucho tiempo sin estrenar las “cuchillas” y al siguiente domingo, día siete, cogimos el coche y nos fuimos hasta un lugar del lago apartado de la ciudad, se las calzó y empezó a deslizarse por la superficie helada en viajes de ida y vuelta haciéndome exhibiciones de sus habilidades aprendidas recientemente.
    Yo, en el coche con la calefacción puesta le hacía señales de aprobación aunque me importaba un bledo. Estaba a unos cien metros de la orilla donde me encontraba y en uno de sus giros bruscos se agrietó el hielo, se quedó como paralizado y empezó a deslizarse muy despacio hacia mí, pero la superficie ya estaba dañada y empezaba a salir agua por las grietas, poco a poco fue hundiéndose, salí del coche y me puse a observar el momento: como el agua pasaba de su tobillo a la rodilla, cadera, pecho,… chillando y agitando las manos como un poseso mientras yo con un leve movimiento de brazo le decía adiós.
    Se unió de nuevo la placa de hielo y llamé a la policía que con varios tecnicismos me informó que hasta primavera, con el deshielo, no se podría hacer nada por recuperar el cuerpo.
    Volví al calor de casa, cambié el robot de cocina por un fular y, como un ritual, cada siete de enero vuelvo a aquel lugar y con una sonrisa y un leve movimiento de mi brazo vuelvo a decirle adiós para siempre.


    Luis M. Gurriarán
    Fonte Cuntín, 15/01/2022

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  171. HAY SOL SOBRE LAS NUBES
    No podía volver. Me subí al coche y conduje, sin destino prefijado, como una autómata. ¿Qué podía decir al llegar a casa…? Había apagado el teléfono, y el caso es que ya estaba despertando la vida en la ciudad después de una noche en la que había estado desaparecida. La inmensa llanura helada --la que me separaba de los edificios caldeados, a lo lejos, por un sol que se abría paso entre las nubes densas-- se me antojaba una barrera absoluta ente mi yo desconcertado y la realidad que latía esperándome en uno de esos edificios de la ciudad. Era extraña la sensación; como si el sentido de culpabilidad y el de felicidad estuvieran librando una batalla descomunal en mi conciencia.
    En medio de la inmensa soledad blanqueada, paré el coche, puse la palanca en punto muerto, ajuste el freno de mano y, con el motor encendido, baje. Mi viejo amigo con ruedas, mi compañero fiel, parecía querer acariciarme con la calidez del amarillo senil de sus luces cansadas. Me quedé parada delante de él, de pie, absorta en la nada blanca que me rodeaba, escuchando a mi pensamiento.
    A lo lejos, bajo esa masa gris pesada y húmeda cargada de monotonía estaba mi rutina diaria; los proyectos frustrados, la apatía, la soledad; la espiral envolvente que te devuelve cada día al mismo sitio: un marido que se lava los dientes, desayuna, se va al trabajo, vuelve al anochecer, te saluda, cena, lee, se acuesta, se levanta, se ducha, se lava los dientes, desayuna --a veces te da un beso-- y se va; de nuevo se va al trabajo… Pero también los niños; bueno, los niños… las dos mujercitas y el hombrecito, que ya caminan solos, con sus líos de vida, sus dudas y sus aventuras.
    A mis espaldas, un desconocido conocido. Los ojos azules de mirada tierna que se iluminan al mirarme; la voz agradable que saluda y me invita a un café y me hace reír; esas manos grandes, cálidas, suaves donde anide mis manos frías. A mis espaldas, ese desconocido conocido y un olor a sabanas limpias desbaratadas bajo un fragor apasionado de caricias, de sonidos de amor, de palabras de amor, a media voz, vibrando en los oídos.
    A mis espaldas: lo desconocido… De frente: lo conocido… En medio: mi viejo amigo de cuatro ruedas acariciándome con sus manos de luz… y el desconcierto.
    Había dado un paso. ¡Inesperado…! Sí, inesperado, pero gigante.
    Parada en medio de aquella nada helada, de pronto lo vi claro: No iría ni hacia adelante ni hacia atrás, sino hacia mí misma. A partir de ese momento afrontaría el dolor que hiciese falta, pero mi felicidad sería suficiente motivo para enfrentarme a lo que fuese.
    Me subí al coche y volví a la ciudad.

    Alfonso Modroño
    Taller González Garcés. 21 de enero de 2022.

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  172. De título, quizais "Reivindicación do ruído"

    Esta música que me chegou da túa parte, é como unha venganza. Non sei que me queres dicir con ela, nin coas imaxes que a acompañan. Nada do que sei de ti está acó, neste irresoluto caleidoscopio de grises e negros tímidos, sombras que saen subreticias da casca.
    Dormirme, quizais esa foi a intención. Que me durma. Ou peor, que vaia macerando amodiño, esa forma de pudrición. E o consegue, si. Entro nunha fase de adaptación gasosa, de amolecemento consentido, gasa de seda a aloumiñar a perturbación.
    Nada te me lembra nesta auga quieta. Ti non es así, tan meliflua, tan deliberadamente meláncolica. Ti és de humidades prontas, si, mais con base en acontecementos súpetos nas emocións, en chimpos cordiais, dentes de serra arriba e abaixo que descolocan, exaltan ou abaten, emporiso nunca esparexendo xelatina do ánimo, paisaxes chumbos e figuras en nebulosa.
    Mira, esta música é xélida, é un aglomerado insulso, unha friaxe de baleiro, unha apreta de mans secas, unha pátina visguenta de pesimismo, berniz da nada.
    Non podo senón añorar as cores, a furiosa avalancha de trazos directos, de aristas esguías, e de franxas perfectamente marcadas, todo iso que te define mellor. Prefiro os estoupidos e os tremores, a ameaza dos foxos escuros e os pinchecarneiros de chafarís das túas alegrías, prefiro os teus sons desaforados, os de cantar. Estes, mais ben encollen, engurran, son música para escoitar en posición fetal.
    E, ademáis, resulta perniciosa porque acomoda, engancha na permanencia e na repetición. Faite mol. A min faime mol, irresoluto, tan triste como para gozar da tristeza, ponme nostálxico da morriña, orfo da nostalxia. Tráeme unha saudade gris, con figuras inanimadas ou de cadencias robóticas, sen presa. Que diaños de urxencia van ter, se non van a ningures!
    Ou sí van. Van deixarme só, quedo, sen azos, sen nervos, anulándome sen remisión.
    Mais en lexítima defensa póñome a enxergar o balbordo das tómbolas, os coches que chocan nas feiras, ou o carrusel de selas colgantes. Mesmo chego a atisbar o frenesí de nádegas libertas do reggaeton.

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  174. BAILANDO CON EL PRINCIPE AZUL
    Acaricié la depresión de las tenues venas azules de sus manos. Acaricié los profundos surcos de su frente, en los que el tiempo, inflexible labriego, va más sepultando que sembrando esperanzas, sueños e ilusiones jamás recolectadas en jubilosa cosecha, porque la tierra es más abierta y más generosa que el hermético y mezquino espíritu humano. Acaricie sus blancos cabellos de lino devastado por el paso de los años y no pude evitar mover mi mano, como si aún dirigiese la orquesta, al compás de la música. Aquella música.
    No era ni mucho menos mi favorita pero llevábamos dos días ensayándola por exigencias del repertorio. Era algo repetitiva y llena de vagos sentimientos melancólicos, ya superados en su tiempo por Beethoven, Schubert, Brahms y tantos otros clásicos. Yo amaba el frio dodecafonismo de Schoenberg, Webern, Berio y otros innovadores. Por eso sabía que mis músicos, a mis espaldas, irónicamente, me llamaban “Batuta de hierro”
    Pero aquella música ahora, con mi mano, acariciaba los cabellos de mi madre. Como atendiendo a su llamada, despertó de su letargo, abrió levemente los parpados y entreabrió los labios como queriendo hablar. Se los humedecí levemente y musitó: “¿Sabes? en la granja de tus abuelos, enfrente de la ventana de la cocina había un bosque de abedules. De niña, todos los días en los atardeceres, tras las tareas del campo, apoyada en el alfeizar de la ventana atisbaba ansiosa la penumbra entre los árboles. Sabía, lo sabía, que un día del bosque saldría un príncipe azul que vendría a buscarme llevándome lejos de aquel pobre lugar y bailaríamos, viviríamos bailando en un torrente de luz”. Tras humedecerle de nuevo los labios aun tuvo fuerzas para murmurar: “Pero nunca llegó… nunca llegó”. Luego se sumió de nuevo en su sopor.
    Pase varias horas velándola, mientras repasaba las partituras. Cuando comenzaba con la de Aquella Música oí un leve estertor. Me acerque al lecho. Tenía los ojos muy abiertos y murmuró como en un suspiro “Ha llegado… al fin ha llegado”. Y entonces, lo juro, no sé si por efecto de la vigilia, oí Aquella Música y la vi ascender joven y lozana bailando jubilosa, abrazada a una hermosa figura azul resplandeciente hasta desvanecerse en el oscuro techo del cuarto.
    Cuando cerré sus parpados, sus vidriosas pupilas clavadas en el techo parecían contemplar serenamente aquella infinita ascensión.
    Sí, lo sabía. Sabía que “batuta de hierro” no podría contener el llanto ante sus músicos durante el próximo ensayo.

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  176. PARA MI PROXIMO TRUCO NECESITARÉ UN VOLUNTARIO
    “Para mi próximo truco necesitaré un voluntario” dijo el mago señalando a un jovenzuelo entre el público. El muchacho, con las orejas coloradas, rehusaba haciendo gestos negativos con la mano, pero ante la insistencia del ilusionista y animado por su novia, al pobre chaval no le quedó más remedio que subir al escenario donde fue conducido ante un cajón en él que, tras ser mostrada su absoluta vacuidad al público, fue introducido gentilmente por el artista que dándole palmaditas en el hombro le dijo “No voy a serrarte por la mitad, no te preocupes”. Lo cerró, dio unos pases mágicos y, tachannn, cuando volvió a abrirlo salió intacto el desconcertado colaborador sosteniendo un enorme violonchelo entre sus manos temblorosas. Ajeno a los “ooohhhs” asombrados del público, el mago sentó en una silla al muchacho haciéndole sostener el voluminoso instrumento entre las piernas.
    Luego, de la mesa del fondo del escenario tomó un sombrero de copa e inclinándose gentilmente ante el respetable se lo encasquetó ceremoniosamente, pero siendo las dimensiones de este excesivas para cualquier talla humana, el sombrero se deslizo sobre las orejas y quedo con las alas apoyadas en los hombros ocultándole completamente la cabeza. Quitándoselo con un gesto de impostada contrariedad el mago dijo dirigiéndose al público: “Pues ya que me queda grande, tendré que hacer algo con él” y tras unos pases con la varita mágica saco del interior, no un conejo que es lo habitual en estos casos, sino nada menos que un hermoso violín.
    -Ahora ya tenemos los instrumentos necesarios para nuestro dueto - dijo acercándose a su desconcertado partenaire que sentado en su silla sostenía tembloroso el violonchelo - es muy fácil, solo tendrás que pulsar la primera y tercera cuerdas en un “pizzicato ostinato” que se repite durante toda la pieza.
    - Pero si no sé nada de música… - respondió casi llorando el muchacho.
    - Ah, no te preocupes, yo tampoco - confesó el mago con una encantadora sonrisa - pero nos dejaremos llevar por la magia.
    Y tomando el violín comenzó una melodía tan hermosa que la bullanguera sala enmudeció conmovida. Las precisas pulsaciones del chelo acompañaban tan a la perfección a nuestro mago-violinista que pronto el silencio de la sala se trocó en una sinfonía de suspiros. Pero no fue ese el único prodigio: la novia del inesperado violoncelista tras levitar sobre su asiento, voló sobre las cabezas de los circunstantes y fue a reunirse con el transportado músico, fundiéndose los dos en un larguísimo “pizzicato ostinato” de caricias, besos, música y, valga la redundancia, amorosos pellizquitos.
    Pero, eso no es todo, distinguido público, aún hay un “más difícil todavía”: El mago-violinista, desplegando unas hermosas alas de plata ascendió lentamente sobre el escenario, desapareció y la música fue extinguiéndose poco a poco.
    Algunas mentes racionalistas se resisten a creerlo, pero es un hecho incontrovertible que en los días posteriores sobre aquella ciudad se abatió una contagiosisima epidemia de “necesidad de amar”.

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  177. RITORNELLO
    Cuando el tiempo lo permite, me gusta caminar a la orilla del mar. Allí, a veces, muy raras veces, ante el eterno ritornello de las mareas hasta soy capaz de creer en un padre eterno. Sería la hostia que realmente existiera.
    En un paraje que frecuento, al fondo de un barranco casi vertical, entre las rocas, cuando la bajamar, las olas agitan los herrumbrosos restos de un naufragio. Siempre me paro allí.
    Sin saber demasiado bien por qué, identifico aquellos derrotados hierros con mi vida. Sin saber demasiado bien por qué. Porque no tengo ninguna razón concreta para sentirme desgraciado.
    Pero cuantos sueños extinguidos, ahogados, tras aquellos oscuros ojos de buey, cuantos miles de balas diminutas que han ido desangrándome cada día acribillan aquellos mamparos podridos por la sal.
    Pero hay que componer el gesto feliz, la sonrisa con la que has engañado y te has engañado toda tu puta vida, aunque no sepas, nadie lo sabe, su significado.
    No sea que en este mundo donde todos dicen tenerlo todo, incluso Paz de Espíritu y Felicidad, lleno de orgullosos veleros bajo un cielo luminoso, se sepa que tú pugnas por mantenerte a flote entre los restos de un naufragio.
    Solo la belleza, el hermoso ritornello de esta música, me hace volver de vez en cuando, como las tercas mareas en los días de sol, a acariciar los restos de mi naufragio.

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  178. MAR DE FONDO

    Puede ser que haya mar de fondo. No me atrevería a asegurarlo. En la superficie, las olas, onduladamente largas, se dejan cabalgar fácilmente. La navegación fluye impenitente hacia altamar con un agradable balanceo constante. El barco, exige a su proa que vaya a buscar las olas para remontarlas y, enseguida, permite que sus crestas anchas le acaricien la quilla hasta la popa mientras baja al encuentro de la siguiente ola. Él, asido al timón, mantiene el rumbo fijo hacia el punto infinito que se pierde más allá de donde puede alcanzar su mirada mortecinamente fija. Parece una rígida estatua de cera anclada a la cubierta del barco, moviéndose, sin inclinación, hacia adelante y hacia atrás, hacia arriba y hacia abajo, de acuerdo a los vaivenes constantes de las olas.
    Puede ser que haya mar de fondo en su cabeza. ¡Quizás…! No; quizás no; estoy seguro… En su cabeza hay mar de fondo. Ese mar temido que no se manifiesta pero que engulle y arrastra en las profundidades procelosas del pensamiento atormentado.
    La costa, que se había ido empequeñeciendo a sus espaldas, ya no se ve ni siquiera en el punto lejano donde acabó de perderse. El horizonte es ahora la línea de una majestuosa circunferencia completa que cierra el vasto circulo de agua salada por el que navega. Agua, nubes, horizonte y nada más. Al fondo, por el precipicio de un lado de ese círculo inmenso en el que él siempre está en el centro, se está cayendo un resplandor rojo empujado por la oscuridad que se abre paso desde el lado opuesto.
    Definitivamente, la noche se ha consolidado. No hay luna; no hay estrellas que se puedan ver debajo de las tenebrosas nubes de tormenta. Aquí, al nivel del miedo –no de su miedo—todo es agitación y sobresaltos. Las olas han dejado de serlo y son murallas de agua derrumbándose con estruendo. El viento ha dejado de ser viento y es una fiera que ruge huracanadamente. Hay relámpagos explotando de repente, abriéndole las carnes a las nubes y dejándose ver, como venas con sangre de centella, esparciendo su luz zigzagueante al tiempo que sobrecoge el estrepitoso estampido de traca que provocan.
    El barco es un juguete de la furia del mar. Él ya no puede mantenerse firmemente sobre la cubierta; pero no suelta el timón. Aunque ya no obedezca, el timón es el símbolo de su determinación. Espera que no falte mucho, que esté cerca la puerta de entrada al olvido. Él sabe que los cascarones de nuez se pueden hundir si un golpe de mar los tronza.
    Ahora si lo puedo asegurar: Hay mar de fondo. Es triste verlo, como un pez marioneta, arrastrado por un hilo de agua asida al anzuelo de su timón, en medio de la profundidad de un agua en movimiento.
    Sus ojos, abiertos, parece como si hubiesen recobrado vida y una sonrisa parece haberse petrificado en sus labios inertes. Se le ve relajadamente reconfortado.
    Probablemente, en su abisal consciencia marina, haya encontrado un resquicio por el que adentrarse al camino de vuelta y ser capaz de admitir que, aunque la desease con locura, nunca podría permitirse amarla.

    Alfonso Modroño
    Taller de Escritura Creativa, González Garcés.
    A Coruña, 28 de enero de 2022.

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  179. 17 de diciembre 2021
    VIAJE SORPRESA

    Era uno de esos proyectos que sabes casi con seguridad, que, no lo vas a realizar, porque nunca te atreverás a romper los moldes establecidos. No obstante, sigue ocupando un lugar en tu mente ¿de ilusión o de frustración? Tampoco lo puedes cualificar, él sigue ahí insistente y paciente, esperando su día que se magnifica cada final de año.
    Se hizo esperar, pero el día llegó. Y de forma natural embarcas, sin dar explicaciones en un avión con destino a Menorca a pasar las fiestas más emblemáticas, bautizadas familiarmente con el seudónimo de “La Dama de Noche y La Diva de Día”. Esas eran las Navidades. Al fin las iba a pasar tranquilamente. ¡Sola! Te olvidarías de las dos, de La Dama de Noche egocéntrica, que acapara todos los recovecos exigiendo bullicio, sin reparar en el silencio de las sillas vacías. La Diva, después de una velada asfixiante, ojerosa, era más tolerante a pesar de revelarse altiva ante la mansedumbre de los comensales. Ese año ella y su ausencia sería el tema de comidilla y chismorreo de la sobremesa.
    Traspasó tranquila y airosa el escuálido pasillo de embarque, flotando como si se tratara del túnel del tiempo, sabía que su billete era fila 7/A y ventanilla. Quería ver las luces de la ciudad al levantar el vuelo y sentir esa sensación tan irreal: ¡despegar, dejar atrás las indecisiones y romper su propia horma!
    No reparó en sus compañeras de asiento, no quería distraerse con nada, era su momento y lo estaba acariciando y estrujando con mimo. No tenía por qué ser una explosión de felicidad, se conformaba con ser una valiente. Podía incluso añorar aquellas fiestas familiares en las que siempre se sintió perdida, podía llorar, pero no sería de soledad. Ella hacía mucho tiempo que caminaba sola y firme. El vuelo duraría más o menos dos horas y media, eran las veintitrés cuarenta y cinco. La Noche Buena la pasaría entre las nubes adormecidas, que emiten un resplandor blanco azulado.
    Cuando les sirvieron el menú tradicional, pavo trufado con frutas exóticas, y un popurrí de turrones y mazapanes, regado con un buen cava burbujeante, cruzó con sus compañeras de asiento una mirada risueña, festiva, llena de complicidad, de fuga compartida. El silencio se rompió, el avión cobro vida propia y se produjo una explosión de alegría entre fina y grotesca. Las conversaciones de verborrea incontenida le recordaron otros escenarios y otros comensales. La escena podía ser idéntica pero el escenario flotante la convertía en actriz secundaria, disfrutando del papel qué le habían repartido.
    El día de Navidad, pasaría tranquilamente inadvertido.

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  180. 14 de enero 2022
    LA ESTEPA
    La única tía superviviente que nos quedaba en la familia celebraba su noventa cumpleaños y convenimos en acompañarla, en ese aniversario encabezado por el emblemático número nueve. Solo la pequeña de sus sobrinas, después de varios años de ausencia, decidió prolongar su estancia.
    En la entrada de la finca rezaba, La Estepa. La casa era de estilo inglés clásico, escrupulosamente cuidada. Las lámparas y la tapicería, hermoseaba los salones y la biblioteca principal era una joya con luz hipnótica. Deambuló y curioseó por los rincones ¿realmente que buscaba algo?, no lo sabía. Tal vez podía encontrar algo que, sin desafinar la melodía del ambiente, la sorprendiera. Y de forma inesperada encontró un salón íntimo, doliente pero saludable. Formaba un ángulo recto de pared, el resto era todo ventanal. Aquel rincón era como un grito sordo, no perfectible a cualquier intruso, pero que embelesaba. El recoveco estaba cubierto en su totalidad de fotografías, eran en blanco y negro, o color sepia. Una de tamaño poster que ocupaba un lugar privilegiado; otras grandes, más pequeñas y algunas en formato postal. En todas se entreveía una despedida o una llegada. Estaban sacadas en aeropuertos, estación de ferrocarril, salidas de hoteles, estación de esquí, puertos para grandes cruceros, algunas en bicicleta, todas, en distintos momentos de la vida de Elisa. Esa parte de su vida que ella desconocía y con la que fantaseaba a su antojo.
    Sabía de sus dos grandes amores, la escritura y un amor inconcluso. Su profesión le permitió llevar una vida itinerante, de ahí venía la temática de las fotos. No fueron los mejores años, pero seguramente los más ilusionantes y prolíferos de su carrera, que le permitieron seguir el señuelo de una felicidad infecunda. Persiguió el amor con obstinación y fue feliz, disfrutando de los intermedios, hasta que el hastío de la distancia y las despedidas enturbió su enamoramiento. Esa era la historia que circulaba entre la familia. Siguió dando unas cuantas vueltas por los jardines, ordenando el viaje de sus propias alucinaciones antes de entrar en la pequeña biblioteca.
    Allí estaba su tía, disfrutando de la suavidad de un sol otoñal. Observó sus ojitos tras unas lentes de montura color salmón, que le devolvieron la mirada con una sonrisa burlona, sabedora de su descubrimiento y esperando las preguntas, que llegaron como disparos—La foto tamaño poster fue la última, ¿verdad? — La tía asistió con un leve parpadeo. —Fue tomada desde la ventana del hotel. ¡Era un buen fotógrafo! Ese día, primero bajamos el equipaje más ligero y él subió para recoger la caja más pesada, la de mis libros, yo me quedé esperándolo en la calle de espaldas a la ventana contemplando el gélido paisaje del que yo hacía mucho tiempo formaba parte. Estaba sola, acompañada por el tibio calor que desprendían los faros encendidos de mi coche, en esos momentos eran mi salvavidas. No lo dude y con un ímpetu inesperado para mí, decidí desterrar el continuo titubeo que había zarandeado mi destino. Se hizo un breve silencio y ella pregunto—¿Así, sin más, no hubo una despedida, una explicación posterior, una conversación airada, sosegada, reproches mutuos, nada de nada? —¡No…, no hubo nada, de nada! Él me envío la última fotografía, la que me saco desde la ventana, la del poster. — Y si, yo le conteste en el reverso de la misma foto, con una elocuente y simple misiva:
    ¡Adiós mi vida! ¡Hasta el próximo sábado!
    ¡Nos vemos ya…el tiempo pasa raudo y veloz! —
    Me sonrió sin un atisbo de rencor o melancolía y me dijo: — ¡Me bajé en mi parada, no la podía dejar pasar! ¡El espíritu del tiempo de la mansedumbre, se había diluido en la estepa de las despedidas!

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  181. 28 de enero 2022
    LA PARTIDA

    La tarde era radiante y el sol se derramaba igual que la leche de un hervidor incontrolado, que se quema fuera del recipiente y su olor a tostado, se expande por toda la casa. Con esa misma intensidad se inundaba de música el edificio en donde vivía, los sábados sobre las cuatro de la tarde.
    Esta novedad que había alterado la vida de la comunidad se le atribuía al nuevo inquilino del ático, al que pocos conocían personalmente. Durante las dos horas, a lo que podíamos llamar un concierto, nunca le faltaba aquella su última banda sonora, que parecía un “bis”, que se dedicaba asimismo y a una audiencia invisible, pero incondicional.
    Ese día de la semana lo esperaba casi con ilusión de preadolescente, relajada en el sofá con un buen café irlandés suave en nata, con el oído puesto en modo de escucha centinela, esperaba el cierre de su última melodía. Los instrumentos de cuerda, violín principal, violonchelos, la viola y el contrabajo cargado de una profunda gravedad, marcan el compás de un eterno vals, con su —¡Un, dos, tres! —¡Un, dos, tres! —, en donde se pasa, de un estado de gracia divina a la realidad de los sueños mutilados. Ahí, camuflado, estaba el cartucho en la retaguardia junto al azucarillo que se diluía en los últimos compases terrenales.
    El tema sugería la evocación del paso del tiempo: que trasforma la realidad en humo.
    El retorno: que busca la puerta; llama, y se encuentra con un amor desdibujado sin rostro…
    Y la inevitable partida: el regreso al salón en donde te espera la soledad y el deleite del tercer café irlandés, cargado de wiski y nata.

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  182. OJOS, OJOS, OJOS…

    Estaba en un matadero y veía ojos por todos lados. Ojos, ojos y más ojos: de cordero, de cerdo, de vaca,… ¿De qué sería el de “Le Chien Andalou”? De humano no creo, seguramente de vaca, a la vista de ellos, el corte era más limpio en uno de vaca. ¿Y si fuese de humano? Porque aquella gente se le iba un poco la pinza y puede que tuviesen acceso a los cadáveres del Hospital Clínico porque cerca de ellos andaba el doctor Negrín y sus discípulos. Yo qué sé.
    Continuaba andando por aquel pasillo siguiendo un reguero de sangre hasta un sumidero, allí desaparecía todo, ¿Sería un verdadero sumidero o tal vez un agujero negro? Porque estos pueden aparecer en cualquier lugar, no sólo en el cosmos, allí es donde los descubrieron pero pueden estar entre nosotros haciendo desaparecer todo lo que se les ponga a tiro.
    Yo seguía la música con ritmo cadencioso, pum, pum-pum, marcándome el paso como en un desfile, acabé acomodando mi andar a aquel compás con la mente en blanco y recordando los desfiles interminables de la mili: un-dos, un-dos; izquierda-derecha-izquierda. Tal vez ahora iba algo más lento que aquello, sí, puede que fuera un 3x4 en lugar de un 2x4, pero como no paraba de sonar yo tampoco paraba de andar, como en una danza interminable balanceándome a uno y otro lado, idiotizado, con los ojos –los míos- medio cerrados, con poca luz y seguía, seguía, seguía…
    - ¡Paco, eres un hijo de puta! Nos has dado un buen susto, pensábamos que te ibas para siempre. ¡No nos vuelvas a hacer esto!
    - Os lo juro, no lo haré más, yo también lo pasé mal. ¡Jamás volveré a mezclar el hachís con la absenta!

    Luis M. Gurriarán
    Fonte Cuntín, 21/01/22

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  183. Leve paso


    Arrastra los pies lentamente.
    Los siente pesados, casi como piedras, pero poco a poco, delicadamente, intenta que ese peso, ese arrastrar, quede detrás de cada huella, quede detrás de cada marca.
    Ahora deja tras de sí, esa huella cada vez más leve, esa marca cada vez más borrosa.
    Casi como si bailara, casi como si flotara.


    Arrastra los pies lentamente.
    Los siente pesados,
    casi como piedras, pero
    poco a poco, delicadamente,
    intenta que
    ese peso,
    ese arrastrar
    quede detrás de cada huella
    quede detrás de cada marca.
    Ahora deja tras de sí
    esa huella
    cada vez más leve,
    esa marca
    cada vez más borrosa.
    Casi como si bailara,
    casi como si flotara.

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  184. PERFUME DE POISON

    Siento una excitación indeseada, próxima a la desesperación, cuando percibo un intenso perfume en una mujer: es como un veneno. Hace unos días volvía del trabajo cargado de cansancio. Mis pies –autómatas-- me conducían a casa. El cielo oscuro habia absorbido todas las sombras posibles; era un mar, del revés, de negros nubarrones. Ni una luz. Desde hace años, cada vez que vuelvo a casa, paso por delante del Cine Central. Voy con las sombras oscuras del trabajo en mi cabeza y siempre pienso: “tengo que entrar a empaparme de luz de celuloide”. Y nunca entro. No sé por qué. Soy adicto a las indecisiones. Acepto mis karmas adquiridos. Supongo que no tengo valor para indagar en mi otro yo desconocido. Probablemente, algo andaba descompensado en mi ese día porque, al pasar por delante del cine, supe que tenía que entrar o no entraría nunca. Así que me dije: “Venga”. Y entre. Traspasado el cortinón de terciopelo granate, la oscuridad era total. Una luciérnaga zigzagueante me condujo hasta la butaca. A mi lado, el perfume embriagador de una mujer hirió mi pituitaria. Un hueco a mis espaldas lanzó, por encima de las cabezas, un chorro de colores sobre la pantalla y el león de la Metro rugió. Yo cerré los ojos para mirar en la pantalla de mi pensamiento. Aquel aroma de alado removía sin piedad la masa hormonal de mi masculinidad. Otra película --mitad drama, mitad comedia de lo absurdo-- se estaba reestrenando en mi interior después de muchos años. Un invisible puente cruzaba el tiempo. Estaba recreando las viejas sensaciones. todo estaba iluminado y resplandecía. Su perfume: Poison, me derrotaba. Sucumbía a su imán como un perro atraído por una perra en celo. Éxtasis. Orgullo. Felicidad. Mi vida junto a ella era un paseo por el paraíso. Había árboles repletos de frutos maduros del deseo. Abejas, libando en nuestras almas, polinizaban los sueños compartidos. Ángeles cruzando el firmamento de nuestras esperanzas, nos arrojaban flores blancas de azahar. Ella, era la hermosura gentil. Yo, ya era un imbécil. Abrí los ojos. Ahora, el chorro de luz sólo ofrecía un haz de grises que oscurecían la pantalla. Escenas de guerra. Soldados derrotados retornando del frente bajo una lluvia pertinaz. De pronto entendí: debo abandonar la guerra en la que lucho; retroceder. Volver al paraíso. “En la inconsciencia del soñador hay muchas posibilidades de vida –pensé-- en el pragmático muy pocas”. Supuse que aquel momento podía ser el punto de inflexión que, sin saberlo, estaba deseando encontrar. Aspiré profundamente el aroma que flotaba alrededor de la butaca de alado, pensando en el perfume irresistible de Poison y salí del cine. Había anochecido fuera, pero ahora, el cielo dejaba ver las estrellas. Volví a mi despacho y escribí una carta dimitiendo de todos mis cargos y funciones. En casa vuelve a oler a Poison.

    Alfonso Modroño Márquez
    Taller González Garcés. (A Coruña, 4 de febrero de 2022.

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