Biblioteca Garcés. Primavera 2022

Hola, escritores del taller de escritura creativa de Chus Molina.

Se abre una nueva entrada en este blog para poder colgar los relatos que leemos con  gran placer todos los viernes  de esta primavera del 2022  en el gran salón de actos de la Biblioteca Garcés  y que nos gustaría compartir con los amigos de todo el mundo que quieran disfrutarlos. 
¡Ánimo y a publicar...!

63 comentarios:

  1. UNA EXPEDICION AZAROSA
    -¿Porque llevas eso en la cabeza?
    Finalmente se atrevió a verbalizar la indiscreta pregunta. Pero su voz era tan débil e ininteligible que no obtuvo respuesta. Repitió la pregunta intentando gritar un poco más, pero sin ningún resultado. Tras lo que había visto, la curiosidad le quitaba el sueño. Sin duda tendría que averiguarlo saliendo de su confortable hábitat natural emprendiendo una incierta aventura. Era difícil abandonar la húmeda y cálida fronda en la que siempre había vivido tan a gusto, pero acordándose de grandes exploradores como Livingston, Stanley, Marco Polo o Ponce de León, salió de su refugio y recorriendo una vegetación cada vez más rala, finalmente se enfrentó a una vasta y ondulada zona desértica al fondo de la cual se perfilaban unas lejanas montañas. Respiró hondo y comenzó a caminar. Con la idea fija de llegar cuanto antes a aquella cordillera de la que no podía apartar los ojos y como intuía que la línea recta era la distancia más corta entre dos puntos, a mitad de camino estuvo a punto de perecer tras precipitarse en el fondo de una especie de pozo seco del que logró salir tras titánicos esfuerzos. La sed y el desaliento le atenazaron la garganta cuando llegó al pie de aquellas inaccesibles moles. Imposible pasar. Cuando, llorando, ya iba a volver sobre sus pasos vio el desfiladero. Era sombrío y amenazador. Pero no tenía alternativa, o rendirse y volver atrás o cruzarlo. “Tengo que hacer acopio del poco valor que me queda”, se dijo, y haciendo de tripas corazón, se internó en la peligrosa y estrecha hendidura. El terror pánico que la oprimía alcanzó su clímax cuando percibió que el suelo y las paredes de aquella siniestra angostura se estremecían rítmicamente como si una inmensa bestia subterránea los estuviera sacudiendo para aplastarla. Corrió y corrió buscando la salida y solo se detuvo brevemente para calmar su sed cuando percibió que un pequeño arroyuelo corría a sus pies en el suelo del amenazador y palpitante desfiladero. El agua tenía un sabor ligeramente salobre, pero reconfortante. Cuando al fin alcanzó la salida se encontró con un estrecho paso entre dos abismos que conducía a un promontorio de unas características topográficas mucho más irregulares que las de las montañas que acababa de franquear. Lo cruzó y trepó con una decisión y un vigor que solo pueden explicarse por su afán de alejarse del terremoto que dejaba atrás. Esfuerzo inútil, porque cuando bordeo una extraña grieta de bordes rojizos y la entrada de dos ominosas y oscuras cuevas, sintió que estas exhalaban una especie de cálido aliento que parecía brotar de las simas de algún volcán o peor aún, de las profundidades del infierno. Tras pasar por una zona más tranquila entre dos pares de unos extraños setos que parecían haber sido recortados primorosamente por un hábil jardinero, alcanzó la cúspide del promontorio.
    Y allí estaban los objetos de su curiosidad: Unos enormes tubos huecos en los que se enroscaba la espesura de los hermosos cabellos de la Bella Chelito, el secreto de sus hermosos rizos que añadidos a otras curvas más carnales y opulentas encandilaban a los calentorros burgueses durante el número de la pulga en la sala Chantecler.
    La bella, que en la sofocante canícula madrileña acostumbraba a acicalarse y luego a echarse la siesta desnuda en su pisito de Fuencarral, al despertarse, como siempre buscó en su pubis con mano perezosa a su partenaire. No estaba. “Pobrecilla – pensó – me habrá visto en el espejo poniéndome los rulos y habrá sentido curiosidad”. La encontró en su cabeza y la devolvió a la cálida y rizada espesura púbica que siempre había sido su morada.. “Hogar dulce hogar” suspiró aliviada la pobre pulga.

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  2. EL PARÁSITO
    -¿Porque llevas eso en la cabeza? ¿Tú también? ¿Qué es?
    - No lo llevo voluntariamente, se me ha instalado ahí, no sé cómo y me asombra que me lo preguntes con esa frialdad. ¿Es que no te aterra esa masa viscosa y negra, sus repulsivos tentáculos que me penetran las cuencas de los ojos arrebatándome los amaneceres esplendorosos, los tibios atardeceres otoñales, los altos trigales mecidos por el viento y el rojo y amarillo de las hojas caídas que mueren serenamente resignadas en el aterciopelado suelo de los bosques,? ¿Y estos otros que a través de los pabellones auriculares me desposeen de la buena música, la verdadera música que alienta el espíritu, el recuerdo del sonido de la acariciadora voz de mi madre y de los tiernos comentarios de mi padre, el dulce llanto infantil de mis niños y las delicadas palabras de consuelo de mi esposa?
    -Sss…sí. Desde luego los más repulsivos son los que te entran por las fosas nasales. ¡Qué asco!
    -Y este animal, o bestia del averno, o lo que quiera que sea, me está robando el aroma de los parques en primavera, el deliciosamente salvaje perfume del sudor del cuerpo de mi esposa, el vaporoso olor de las lluvias del verano y el tierno aroma de la piel de nuestro bebe. Y este otro monstruoso tentáculo de mi boca que me llega hasta la tráquea me despoja del precioso don de la palabra, de las conversaciones poéticas, de las arrulladoras palabras de amor, de los diálogos inteligentes con mis amigos, de las confortantes palabras de consuelo en las noches más oscuras. Y lo que es más espantoso: un tentáculo que no ves, que está bajo su cuerpo, perfora mi cráneo con un aguijón sustituyendo en mi cerebro todas estas cosas sublimes por la zafiedad, la estupidez, los lugares comunes, las consignas, las etiquetas irreflexivas y el adocenamiento más embrutecedor. ¡¡¡Por favor, mátalo, mata a este engendro aborrecible. Aplasta a este parásito!!! No te importe aplastar con el mi cabeza y matarme a mí también, porque yo ya estoy muerto.
    -¡¡¡Qué horror!!! Y yo que creía que era una moda, una mascota o algo así, porque había visto a muchos que como tú llevaban esos animales en la cabeza. Algunos hasta se mostraban satisfechos. Los llamaban algoritmos.

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  3. EPISODIOS GROTESCOS DE LA HISTORIA DE FRANCIA (CAPITULO XVI)
    -¿Porque llevas eso en la cabeza? ¿Acaso crees que es momento para frivolidades?
    -Te lo suplico…no me obligues a quitármela. Me sentiría ridículo sin ella ante tanta gente.
    -Bueno, venga bah…concedido… túmbate y abreviemos.
    La cuchilla descendió silbando y la cabeza cayó en el cesto.
    El verdugo, tomándola por la peluca empolvada, la levantó mostrándola a la rugiente multitud. Desde una ventana que daba a la Plaza de la Revolución Robespierre sonreía.
    Luego, deslizándose de la peluca, la cabeza calva del último de los Capetos cayó sobre el patíbulo y rodando fue a parar a los pies de la chusma enardecida ante el estupor del matarife que, con aquel ridículo despojo capilar en la mano, parecía implorar al cielo que se lo tragara la tierra. En su ventana, Robespierre se carcajeaba

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  4. Trapos sucios


    -¿Por qué no te sacas eso de la cabeza?
    ¿Por qué no te sacas eso de la cabeza?, me preguntas, y yo me quedo parada, con la boca mentalmente abierta, sin querer creer que esa pregunta está saliendo de ahí, de tu boca. Sin poder ni querer contestarte a ti, que poco a poco, lentamente, has ido metiéndome “eso” en la cabeza, en la piel, en la sangre, haciendo que forme parte de mí y sea más importante que todo lo que me rodea, que sea incluso más importante que yo misma.
    Y ahora pretendes que lo borre, quieres que lo sacuda como se sacude una mota de polvo, como se sacude un pelo de la camisa.
    Pero no, no voy a seguirte el juego, no voy a permitir que consigas lo que pretendes ahora que a ti y sólo a ti te conviene que me deshaga de “eso” como si fuera un trasto inútil, como si fuera un trapo viejo.

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  5. –Por qué llevas eso en la cabeza?- le preguntó extrañada Amalia cuando se encontraron. Era una mañana soleada y las dos amigas habían quedado para tomar un café. Por culpa del trabajo ya no se veía tanto como antes, aprovechando un puente, Marta decidió proponer una pequeña reunión para ponerse al día de las últimas novedades. Después de darse un abrazo se dirigieron a la que cafetería a la que llevaban años yendo. Sin intercambiar una palabra, movidas por sus recuerdos. Brazos enlazados, pasos sintonizados. Marta parecía no haberla escuchado así que le volvió a preguntar:–¿Por qué llevas eso en la cabeza?Marta la miró de reojo pero no contestó.–Oye, ¿me estás tomando el pelo? Esta vez Marta la miró frunciendo el ceño.
    –¿Qué pasa?Si no dije nada.
    –Pues por eso. Te acabo de preguntar que porqué llevas eso en la cabeza. Al ver que su miiga laa miraba aún más confundida, Amalia empezó a ponerse nerviosa-
    –Dime, ¿qué me quieres preguntar? Da igual, no es nada - le dijo y pasó a preguntarle por la reforma que sabía que estaba haciendo en su casa. Marta le estuvo hablando el resto del camino hasta que llegaron. En la vitrina había todo tipo de dulces desde los más clásicos como una napolitana de chocolate a otros más llamativos como donuts con glaseados de colores y chucherías o galletas encima. Marta pidió un capuchino y un donut cubierto de chocolate negro y que tenía toda la pinta de estar relleno de nutella. Amalia se decantó por un café americano y una porción de bizcocho de limón. Después de que la camarera se fuera miró distraída a su alrededor y aprovechó que Marta estaba contestando un mensaje para fijarse en ella: pelo rubio, ropa sencilla, poco maquillaje...guapísima, como había sido siempre. Pero...aquello... no estaba segura de qué era exactamente pero de la coronilla de su amiga salía una especie de brillo electrico, como si llevase una diadema con luz incorporada.
    Se dió cuenta de que le quedaba bien, no le parecía tan extravagante como cuando se vieron. Decidió probar suerte otra vez:
    –Oye Mar,estás muy guapa hoy- gesticuló con las manos, señalándose su propia cabeza- Estás...diferente, ¿qué te has hecho en el pelo? Su amiga la miró sonriendo con agradecimiento y sorpresa en los ojos.
    –Jo Amalia, gracias, pues no me hice nada, la verdad. Pero sí que hay algo que te quería contar, por eso te dije de quedar, prefería decírtelo en persona.
    –Claro, dime.

    Justo en ese momento el camarero llegó a la mesa con lo que había pedido. Después de revolver el café y probar el donut, Marta miró a Amalia, la luz ahora parecía inundarla por completo. Y le dijo:
    –He terminado el tratamiento.

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  6. NOITE DE SOÑOS

    -Por que levas iso na cabeza?
    E eu danzaba deixando que as estrelas pasasen ante min, e a súa luz era un aloumiño que esvaraba pola miña pel, lembrándome que estaba viva.
    -Por que levas iso na cabeza? Por que levas iso na cabeza?
    Eu continuaba o meu baile, sen dar resposta, oíndo sen oír, vendo sen ver. Só estaba a noite, as estrelas, a música e o meu corpo, que se sacudía freneticamente, intentando ir ao compás, marcando os movementos coa saia, con donaire, con ritmo.
    -Por que levas iso na cabeza? – Berrou ao meu carón o mozo.
    -Por que levas iso na cabeza?- Dixo tamén o meu pai.
    E o baile instalouse en min, e eu daba reviravoltas e volvía a saltar unha e outra vez. Aquel día vestírame cunha saia ben curtiña. Eu, que nunca quería levar saias! E veña a bailar no medio do campo da festa. Eu, que nunca bailaba fóra da casa! E todos arredor, aplaudindo coa voz apagada e mirando ao centro da roda, onde eu daba voltas. Eu, que nunca me gustaba ser o centro de atención.
    Pero aquela noite era especial. Un meigallo parecía entrar no meu maxín. Mentres o corazón seguía un ritmo irregular, acelerado e moi calmado, quentiño, con latexos moi de presa, ou lento, moi lento, tan lento que me facía vogar nun universo de felicidade.
    -Por que levas iso na cabeza?- seguían a berrar ao meu carón.
    Naquel intre no que os astros, reis da noite, relucían con máis intensidade, amainou a música , paseniño, mentres unha fermosa estrela candente se perdía para sempre no universo. O meu desexo fora concedido e puiden entender os berros da xente que me dicían que tivera tino.
    Caín ao chan, esgotada, desenrosquei a miña perna de plástico, chea de parafusos e púxena ao lado da diadema de brillantes e po estelar, que só aos meus ollos poñía ben clariño: Liberdade de soñar.

    Mercedes García Filloy

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  7. Escola de escritura creativa, 11 febreiro 2022 Carlos Neira

    DISIMULO

    --Por que levas iso na cabeza?
    Aí estaba, a pregunta esperada. Neste caso, o profesor da escola obreira formulouna con tono neutro, sen intención. Era un home serio. Antes, os compañeiros xa tiñan feito a mesma interrogación, mais eles coa rexouba clásica dos maldicentes aprendices do asteleiro.
    --E que teño eczema capilar—dixo Covelo-- Xa el pensara o pretexto, e mirara na enciclopedia da saúde que había na biblioteca da sociedade recreativa da súa aldea.
    As risas dos compañeiros non se disimulaban. O profesor preferíu non seguir indagando sobre os avatares da súa cabeza e pasou a outra cousa. Pese a iso, durante un tempo chámaronlle ezema, e abondaba que alguén pronunciase esa palabra para que os aspirantes a operarios torceran o corpo coa risa.
    O que Covelo levaba na cabeza era un deses gorros de estame, que fora do seu tío, o aviador. Chámanlle pasamontañas, e abrigan moito, só deixan ver a cara e tapan pescozo e orellas. As orellas, hai está o problema. Podería alegar que levaba aquela prenda na cabeza para arredar do frío, se non fose que era un tempo moi bon, a primeiros de outubro, nun día solleiro –tanto que á tarde tiña previsto ir á praia—e non acaía tal xustificación.
    Na escola da aldea xa tiña pasado por aquelo. Con todo, axiña os colegas deran en esquecer aquela súa característica rara das orellas, xa non facía graza e estaba o asunto, como se di agora, naturalizado. Mais a escola de aprendices do naval, na cidade, era de temer.
    Confiouse a un dos compañeiros, o Freixomil, que lle pareceu amábel e atento cando coincidiran nos trámites de ingreso, aínda o axudou a preencher os papeis, un lote deles.
    --E que teño unha orella máis grande ca a outra—confesoulle—e Freixomil mirouno comprensivo, a expresar certa indiferencia e naturalidade. Non resultou verdadeira aquela actitude, porque dalí a pouco todo o curso parecía coñecer o defecto físico de Covelo.
    Veu despois a insistencia de varios compañeiros para que mostrase a orella.
    --Que mostre o pavillón, que mostre o pavillón! pasou a ser unha consigna habitual nos momentos de relaxo na aula. E o noso amigo, conscente de que debía acabar axiña co tema, accedeu un día a mostrar a súa peculiar dotación auditiva.
    --Cunha condición—esixíu—Que se acaben as risas, o cachondeo, ou me poño a dar hostias.
    Prometeron respecto e el apartou a poucos o gorro de estame, deixando ver a orella esquerda, que, así libre de súpeto e encarnada, pareceu descolgarse pescozo abaixo como a dos elefantes. Foi coma unha explosión, berros, risas, aprendices a subir polos pupitres, outros a rolos polo chan. Un balbordo, un estrondo, unha algarabía. Unha escea dantesca, de escándalo.
    --Ai si, eh!—berroulles—Pois agora non vos mostro a grande.

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  8. O mesmo día do Taller salíume de sentada e tendo en conta que era o Día Internacional do Cancro un relato que poño a continuación. Penséi que non esteba na liña porque era máis ben entre reportaxe e panexírico e fixen outro que copio despois e que é o que leín.

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  9. AL JAUME
    ¿Por qué levas iso na testa?
    - Iso chámase pucho e o levo porque agora mesmo saio para Calaf e ti ben sabes que alí caen boas xeadas. Pero como ainda é cedo e non quero coller xeo na estrada, si convidas a un café para facer tempo ata que quente algo o sol, gardo o pucho no peto e cóntoche.
    - ¡Veña!
    - Pois chamóume o fillo do meu amigo Jaume para dicirme si quería unha guitarra das do seu pai, recentemente falecido, que ma ragala, e saio para alí para decirlle que non a quero, que todas teñen que quedar na sua casa, penduradas na parede de aquil curruncho do salón onde se poñía a tocar e a compoñer, así él sempre estaría alí.
    Jaume era un vello amigo, tiñamos tocado xuntos nun grupo alá polos anos `60 e él seguío coa sua vocación de cantautor, aunque vivía de unha granxa de coellos endexamáis deixóu as suas actuacións, a mayoría sin cobrar. O seu era como un sacerdocio.
    Fai moitos anos eu vivía en La Molina, Jaume subía, esquiábamos xuntos e cada un o seu. As veces era eu o que pasaba por Calaf, xantabamos, bebíamos, tocabamos a guitarra e a correr.
    Co tempo, fúmonos alonxando en kilómetros que non en amizade e de cando en vez algún erguía o dedo e veíamonos o grupo de amigos, e como un rito, guitarra e cancións. Na sua casa, sempre na mesa coello: guisado, rustido, a brasa con alioli…
    E atacoulle o bicho, o puto cancro, e coa sua vitalidade loitóu pola vida, pasóu por todolos procesos e aguantóu con bastante boa calidade de vida máis de dez anos.
    Continuamos víndonos ata que entróu nuha fase de tempo de descontó. Funme a Calaf coa miña muller e outra parella de amigos. Tiña bon aspecto externo pero o seu corpo estaba minado, a metástase o tiña invadido. Metímonos na cociña e entre os dous preparamos un guiso de cigalas e coello (como non). Salíunos de fábula e alí xantamos todos, incluido un dos seus fillos coa parella. Na sobremesa cantamos acompañados coas guitarras, lembro o último tema, a sua versión en catalán de “La Casa del Sol Naciente”, aquela dura canción de The Animals. Mirabámonos cara a cara e sin palabras ámbolosdous sabíamos que nos estábamos despedindo, que o próximo encontro sería máis alá das estrelas ou nas fonduras do averno.
    Pouco despóois chegaríame a nova da sua morte, pero trala miña visita e ainda con forzas e voz, chamóu o seu amigo Lluis Llach para que lle xestionase un estudo de grabación, ben seguro que lle dixo: “Lluis, la meva estaca está ben corcada”. Púxose a elo e editóu un CD recopilatorio das súas composicións para repartir entre os amigos. Chegóume unha copia que gardo como ouro en pano.
    EN LEMBRANZA DO MEU AMIGO JAUME FONOLL O DÍA MUNDIAL CONTRA O CANCRO.
    Fonte Cuntín, 04 de Febreiro de 2022.
    Luis M. Gurriarán

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  10. Duplique uno y me cargué el otro de la memoria del PC. Por la tarde más. jajajaja. Que desastre.

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  11. PASEANDO POR LOS JARDINES
    - ¿Por qué llevas eso en la cabeza?
    - Por el frío, mujer, te crees que uso un gorro de lana por estética como los chavales quinceañeros que los ves abrigados hasta en verano por estar más a la moda, no llego a ese estado de idiotez y además tengo ya muchos años para esas cosas. Anda, ponme un cortado.
    Yo, sin el café mañanero soy incapaz de pensar, creo que es porque no se me colocan las neuronas sin una dosis de cafeína.
    Que invierno más soleado tenemos, del bar me fui a los Jardines de Méndez Núñez y empecé a disfrutar de la primavera avanzada, olía a hierba recién segada, veía los parterres con las marcas de la máquina cortacésped, como dibujados a tiralíneas, se distinguían perfectamente las idas de las vueltas, es curioso, porque siempre pasan cortando pero dejan esa señal marcando su paso.
    Seguí paseando despacio entre los árboles observando como la naturaleza andaba despistada. Estábamos empezando febrero y ya comenzaban a florecer los prunos, estaban las magnolias sulangianas en pleno esplendor y los rododendros con sus capullos reventones teñían de rojo sus copas como un paraguas floral que se despliega hacia el cielo.
    La gente se sentaba en los bancos que bañaba el sol, a veces veías carreras para situarse en buen sitio, a la sombra todavía no se estaba bien, con el frío y la brisa se aguantaba poco allí.
    Me consideraba un voyeur de la vida y no hacía más que observar para ver como reaccionaba la gente, saludaba a personas que no conocía de nada. A los Buenos Días” algunos contestaban de la misma forma, otra gente te miraba como a un bicho raro y lo más curioso es que según como fuese vestido eran amables o no y a mí me gustaba digamos que disfrazarme con diferentes atuendos precisamente para ver como se comportaban las personas que por algún motivo transitaban por el parque. Me importaban poco los que lo utilizaban como paso obligado, la mayoría tenían el mismo esquema: traje y corbata o con atuendo formal, muchos al teléfono continuamente y paso rápido, casi corriendo, seguramente para no llegar a ninguna parte, y en caso de llegar, jadeando y con la lengua fuera.
    Me acerqué a los rosales que ya estaban podados y los alcorques perfectamente trabajados, fijándome bien vi como los terminales ya empezaban a brotar, en nada tendrían hojas y flore, salvo que venga una helada tardía y pare todos estos adelantos primaverales.
    Ring, Ring.
    - Sí. dime. Qué sí, mamá, no te preocupes, cuando vuelva a casa te llevo una botella de aceite. Sí, de oliva virgen, Arbquina, sí, ya sé, te la compro de camino.
    Cierro un momento los ojos y me pregunto ¿cómo es que me llama mi madre si hace más de quince años que se ha muerto?
    Miro a lo alto y veo unas nubecillas que arrastra el viento.
    Fonte Cuntín, 06/02/22 Luis M. Gurriarán

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  12. A OS MARIÑÉIROS DO VILA DE PITANXO


    Ledos saían os nosos mariñeiros
    Poñendo rumbo a Terranova
    Esperando unha boa marea
    E poñéndose na proa
    Para despedirse das Cíes
    Ata chegada a súa volta
    Cargadiños de bo peixe
    Para vendelo na lonxa.

    Pero a mar brava esperaba
    Alén, alén desa terra
    Con aquelas ondas bravas
    Que gardan a súa riqueza
    De atún, fletán e platixa
    Que hai que arrincar dela.

    Pero as veces non se deixa
    E pubrican as súas esquelas
    Daqueles mariñeiros bravos
    Que deixaron a vida enteira
    Loitando contra tempestades
    Moi lonxe da súa terra.

    A mar cóbrase a súa peaxe
    Ben o saben os pescadores
    E alí vai o corpo pagando
    Eses tributos deudores.

    Isto non é como as segas
    Que volvían como negros
    Agora é que xa non volverán,
    Familia, amigos… a velos.



    Luis M. Gurriarán
    A Coruña, 17/02/2022














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  13. El sexto sabor


    Dicen que hay cinco sabores, el quinto y último se llama umami.
    Se equivocan, tendrían que añadir uno,el sexto, que no sé como se llama pero reconocería perfectamente, porque es el que sabe a ti, a ti y a tu cuerpo.
    Lo llevaba conmigo en todo momento, clavado en el cielo de la boca, en todas y cada una de mis papilas.
    Ahora lo busco en otras personas, en otros cuerpos, en una búsqueda inútil, vana.
    Sólo consigo encontrar los otros aburridos cuatro y, a veces, sorpresivamente, el quinto, el umami.
    Pero no el último, el último y más importante,el sexto, el tuyo.





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  15. SALSA
    ¡¡¡ Saaabooor !!! Exclamó enérgicamente Ray “Manos duras” Duvalier, comenzando a batir el cuero de las congas.
    ¡¡¡ A gozar !!! Casi aulló Ramsés Murillo empuñando el trombón.
    ¡¡¡ Aaaaaaaa…Uh !!! Remató contundente Wilfredo Prado a los timbales.
    Y así comenzó la gozadera.
    Abajo, el público, los hermanos que habían esperado la llegada del sábado noche para olvidar el duro trabajo de la semana comenzaron a bailar. Esperaban lo mejor de la banda y la banda de Ray “Manos duras” Duvalier esperaba lo mejor de ellos. Comunión latina.
    Y Ray también esperaba lo mejor de Juanita Guillot y su ajustadísimo vestido esmeralda de lentejuelas. Cuando salió, la multitud rugió enardecida. No era para menos. Aquella Juanita era mucha Juanita. Su cuerpo de venus tropical excitaba tanto a hombres como a mujeres. Y qué decir de su voz: estimulante, rompedora, jubilosa, en las guarachas parecía capaz de levantar a un muerto sin necesidad de los ritos vudú de su Haití natal. Y cuando llegaban los boleros… entonces se transmutaba en una especie de tratado de patética sensualidad, por no decir pornografía vocal, capaz de provocar llantos y erecciones simultaneas en los hombres y mojadas melancolías en las mujeres.
    Y en los merengues, cuando Wilfredo cambiaba los timbales por la tambora, el pobre Ray ya no sabía si el ritmo de sus congas era el suyo de excelente músico o el de las vibrantes caderas de Juanita a dos metros de sus narices. Oh, y aquel rio de sudor que corría por la vaguada de su espalda, perdiéndose tras el escotadísimo vestido entre la hendidura de las opulentas y contoneantes nalgas, lo volvía loco.
    Ofuscado, incapaz de llevar el ritmo, recurriendo a uno de los viejos trucos del oficio aulló: ¡¡¡ Sabooor !!! Y entre el estruendo de la banda agregó para sí: “…el delicioso sabor salado de ese torrente, como me gustaría probarlo. Pero las humedades de Juanita y la dulzura de su papaya solo se las come y bebe el maldito gringo”.
    Y en aquel momento clavó una mirada de odio en Reginald Baker, el rubio trompetista rescatado de un tugurio de jazz de Nueva Orleans para la salsa, que en aquel momento interpretaba un sabrosísimo solo mientras Juanita bailaba lascivamente ante él. “Indudablemente ese cabronazo está dotado para la salsa y no quiero ni pensar en lo dotado que estará de lo otro para tener tan encandilada a mi Juanita” pensó mientras batía las congas con una rabia incontenible.
    Terminada la función, regresaron al hotel y tras tomarse unos daiquiris soportando las pullas de sus compañeros acerca de sus lapsus rítmicos, subió a su habitación. En la contigua oía las roncas, sensuales y traviesas risas de la bella. “Sin duda el condenado gringo estará saciando su sed saboreando los manantiales de Juanita, por eso los muy pendejos ni siquiera quisieron quedarse a los daiquiris”.
    Entonces, abrió un cajón y sacando una tosca figurilla humana de cera con la cabeza coronada de algunos cabellos rubios, comenzó a clavarle agujas mascullando con voz temblorosa por la cólera: “Estos cochinos yanquis nos roban hasta a las mujeres”
    Queda al gusto del lector adivinar que parte de la anatomía del muñeco era la más castigada por las agujas de aquel enfurecido virtuoso de las congas.

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  16. BOCATTO DI CARDINALE (Parte 1)
    La llegada de aquel hombre, no sabría decir si para bien o para mal, cambió para siempre nuestras vidas. Antes vivíamos felices en la ignorancia y el respeto a las costumbres ancestrales de nuestros antepasados. Proveíamos a nuestra humilde subsistencia mediante la caza, la pesca y la recolección de los abundantes frutos de nuestra tierra. Los innumerables ratos de ocio los llenábamos tallando altísimos tótems con figuras que representaban lo que nuestra imaginación intuía como seres superiores a nuestra modesta condición de hombres. Al pie de estas policromadas figuras, mezclando la obligación de mantener el equilibrio demográfico con la devoción por los placeres carnales, celebrábamos nuestros deleitables rituales reproductivos. Así, de esta manera tan sencilla transcurría nuestra vida hasta que llego él.
    Como éramos gente sencilla lo acogimos lo más hospitalariamente que supimos. Aquel buen hombre se asombró de nuestras costumbres que el calificaba de salvajes, aunque no entendíamos muy bien lo que significaba esa palabra. Pero como éramos gente receptiva y algunos cambios que proponía nos parecían o bien intrascendentes, como la idea de cambiar nuestros artísticos tótems policromados por dos maderos cruzados de los que colgaba la figura de hombre martirizado, acabamos dejando que los sustituyera (Al fin y al cabo que importaba…tótem por tótem…) o bien cambios que mejoraban nuestra vida como el consistente en cocinar los alimentos porque (bárbara costumbre, decía él) hasta entonces consumíamos cruda o levemente socarrada en unas brasas la carne. En fin, poco a poco la presencia de aquel hombre fue cambiado nuestras vidas. En lo único en lo que no transigimos fue en su sugerencia de que en lugar de celebrar nuestros ritos reproductivos al pie del nuevo tótem lo hiciéramos en la intimidad de nuestras chozas y en sus exigencias de que cambiáramos la materia prima de nuestra alimentación. Si nosotros habíamos adoptado algunas de sus propuestas él tendría que aceptar algunas de nuestras inalterables tradiciones. Como hombre pragmático que parecía ser, tuvo que claudicar en esos asuntos. Como además de hombre práctico parecía ser un excelente cocinero nos enseñó maravillosas técnicas acerca de la preparación de los alimentos, que hacían las delicias de nuestros rudimentarios paladares:
    El inigualable solomillo Wellington sazonado con hierbas aromáticas y pimientas que tanto abundaban en nuestra lujuriante vegetación, las jugosas carrilleras que se funden en la boca llenas de sabor sazonadas con vino de palma, el exquisito lomo glaseado relleno de manzana y arándanos y tantas otras maravillas que excitaban hasta lo indecible la codicia de nuestros jugos gástricos. Pero lo mejor que nos enseño fue el aprovechamiento de lo que él llamaba “casquería” y que hasta entonces nosotros, “salvajes de mierda” decía él, echábamos a los perros. Indescriptible sabor el de los riñones al jerez (en este caso vino de palma añejo) o de los higadillos encebollados o al ajillo.

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  17. BOCATTO DI CARDINALE (Parte 2)
    Pero el plato más codiciado, el indiscutible manjar de los dioses, eran los sesos: rebozados, revueltos con huevos de avestruz o fritos con manteca vegetal, producían tales oleadas de placer en el paladar que hasta algunos le atribuían el prodigioso efecto de un considerable aumento del vigor sexual.
    Pero ya que citamos el vigor sexual no me queda más remedio que concluir diciendo que nuestro misionero gourmet comenzó, con el tiempo, a ponerse tan pesado con que abandonáramos la costumbre de utilizar los tótems como cabecera del tálamo conyugal y, lo que es aún peor, que renunciáramos a las sabrosas materias primas que obteníamos guerreando con las tribus aledañas, limitándonos a las correosas carnes de cerdo salvaje, que acabamos comiéndonoslo a él.
    Hay que reconocer que el pobre nos había enseñado muchas cosas. Lástima que no nos inculcara el concepto de democracia. Porque sus sesos salteados con jugo de limón, verdadero bocatto di cardinale, fueron devorados con fruición por el jefe de la tribu y el chamán. El resto tuvimos que conformarnos con los riñones y los higadillos.

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  18. SABOR, SABORES; GUSTO, GUSTOS.
    Tengo un lío de conceptos montado en la cabeza, se me mezclan. Tendré que recurrir al diccionario, o no. Me viene de repente la imagen de Isabel II de Inglaterra cortando la tarta del aniversario de su reinado y pienso en el sabor de aquel pastel, si será con gusto a fresa (strawberry, que diría ella) o tal vez a mandarina. Le presentarán a un alto mandatario extranjero que le dirá: “Es un placer, Majestad” y ella con toda su magnanimidad le contestará: “El gusto es mío pero no deje de probar la tarta a ver si adivina qué sabor tiene”.
    El sabor, el gusto, el placer. Cada vez más incógnitas. Ahora me viene a la cabeza aquella canción de The Beatles “Strawberry fields forever” que dice algo así como “deja que te lleve conmigo, no hay por qué preocuparse”. Tendrían intenciones de gusto, de sabor, de placer, ¿quién sabe?
    Y para mayor confusión empieza a sonar en la radio “Sabor a mí”. A ver si sobre la marcha puedo pillar algunas frases: “Que yo guardo tu sabor pero tú llevas también sabor a mí” y después cantan: “Pasarán más de mil años muchos más, y no sé si tenga amor la eternidad, pero allá, tal como aquí, en la boca llevarás sabor a mí”.
    Corre mi imaginación a otros tiempos, allá a mediados de los años 80, paseaba sola y me encontré fumando a la entrada de un local a una amiga que no veía desde hacía años, precisamente salía por la puerta el sonido de aquella misma canción “Sabor a mí”.
    - Pasa María Teresa, hemos organizado “La Marea del Amor”.
    - ¿Y eso qué es?
    - Una exposición tras una campaña que hicimos con charlas por los institutos para formar a los jóvenes sobre cómo practicar el sexo seguro, placentero y con respeto.
    Apagó su pitillo y entramos, la canción seguía sonando interpretada por un dúo con sus guitarras y me di una vuelta observando los carteles, vídeos, paneles explicativos,…
    Hice un repaso de mi vida, no me había enterado de la revolución sexual de los ’60, influida por mi educación monjil de aquel momento, los métodos anticonceptivos eran tan pecado mortal como la masturbación, además de malos para la salud, y los chicos podían quedarse ciegos.
    Mi experiencia sexual, aparte de algunas tímidas exploraciones por la entrepierna, se limitaba a soportar a mi marido encima, la cosa no iba más allá de una descarga de humores acuosos que no servían más que para apaciguar sus ansias ya que uno de los dos era estéril, achacándome a mí ese papel por aquello de los “usos y costumbres”. Desde que habían pasado los breves tiempos de las mariposas en el estómago todo el proceso era un suplicio, para más INRI, además de vivir en un piso que yo había heredado, el muy cabrón se iba con toda la que se le arrimaba.
    Mi cabeza y todo mi cuerpo dio un vuelco, me fui a casa e hice lo que tenía que haber hecho mucho tiempo atrás.
    Llegó él, tarde como siempre, no le abría la puerta, llamó al timbre y desde dentro le dije: “Pepe, cambié la cerradura, tus cosas están en el trastero, recógelas y no vuelvas por aquí, ¡no quiero volver a verte jamás!
    Me tumbé en el sofá y mientras recitaba una jaculatoria a Santa Rita de Casia, Patrona de los Imposibles, comencé a darme gusto masturbándome.
    Luis M. Gurriarán Fonte Cuntín, 12/02/22

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  19. SABOR A PARAISO

    Tus labios son como fruta madura;
    saben a paraíso…
    a manzana carnosa, tentadora,
    que amamanta mi instinto lujurioso.

    Son húmedos… Y blandos… Sonrojados,
    como nubes de luz
    en los atardeceres de los mares del cielo
    donde se acuesta el tiempo.

    Tus labios, en mis labios, son de miel;
    saben a flor sabrosa que endulza los sentidos
    y se adentra en mi boca,
    ¡loca!,
    como una primavera.

    Mariposas que juegan,
    son tu lengua y mi lengua, si te beso.
    Y van de boca a boca,
    como desesperadas,
    libándose humedades,
    robándose pasiones que saben a ternura…
    a blandura de amor…
    a momentos sin prisa…

    Tus besos son mi vida,
    el caudal de mi río,
    el aliento que alienta,
    que me llena, que empuja.

    Si en tus besos navego,
    todo el mar, de ese cielo que sueño, se aparece,
    y hay olas que acarician en tus labios;
    en tus labios que son:
    como fruta madura que sabe a paraíso…


    Quijote.
    A Coruña, 16 de febrero de 2022.

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  20. Palabra suave, baja, alta, muy larga, muy corta, amarga, feliz, gorda, delgada, azul clara, ruidosa, salada

    Visón – Depresión – Cumbre – Transiberiano – Ego – Divorcio – Arcadia – Obesidad – Esbelta – Diamante – Batalla – Sudor

    VLADIVOSTOK

    ¿Así que me comunicas que quieres el divorcio por el maldito WhatsApp? Vaya, vaya, veo que las dimensiones de tu ego corren parejas a las de tu obesidad. En fin, allá tú, tampoco creas que voy a pillarme una depresión por eso. En cuanto el Transiberiano llegue a Vladivostok me pondré en contacto con mis abogados. El abrigo de marta cibelina que te había comprado en Krasnoiarsk lo cambié por uno de visón en Irkutsk. Ya sabes que tú amiga Manolita siempre fue más partidaria de su suavidad. Así que ahora no se lo quita ni en la Arcadia feliz de nuestro lujoso y calefactado compartimento. Cierto que no lleva nada puesto debajo, lo que me permite así saborear, mezclado con vodka, el sudor de la espléndida cumbre de su monte de venus. Ahora ya puedo contarte lo nuestro. Pero no te preocupes, no tendremos ninguna batalla legal, puedes quedártelo todo: Las cuentas bancarias, la finca de Somosaguas, la colección de diamantes azules y todo lo demás. Ah, y lo seguramente más importante para ti: La bodega de jamones de Guijuelo. Buen provecho. Yo me quedaré en Vladivostok. A mí me basta con la esbelta y cachondisima Manolita. Jamón, jamón.

    Satén – Chaparrita – Mástil – Ultraconservador – Po – Agria – Exultante – Morcilla – Cable – Celeste – Barahúnda - Bacalao

    VENECIA

    No me importa un pepino que seas tan chaparrita e incluso algo morcillóna, ni que el gil de tu marido sea un cretino ultraconservador no se si de Vox o de la Fox, porque aquí en nuestro refugio bajo este celeste cielo de satén, lejos de la agria y mediocre rutina de la barahúnda política, solo funciona el tacto y no las medidas ni la estética y tú te muestras como la más exultante antisistema sexual que he conocido. ¡Ay Dios mío, que cosas me haces! Pero mira, el GPS nos dice que ya hemos sobrepasado el delta del Po, así que vístete, abandonemos el satén y la cabina y continuemos a vela hasta Venecia. Con lo maravillosamente bien que te manejas con los mástiles, seguro que sabrás izarlas muy bien mientras yo me ocupo del timón. ¡Y avanti con l’amore! En el Lido echaremos un cable, amarraremos y luego, como en estos mares no hay bacalao, nos zamparemos un risotto de almejas en cualquier taberna del puerto y después volveremos a lo nuestro bajo el satén. Y al diablo con la Plaza de San Marcos y sus palomas.

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  21. Beso – Susurro – Farallón – Destripaterrones – No – Hiel – Gozosa – Tonel – Hambre – Arroyo – Trifulca – Arenque

    OKLAHOMA

    He tenido sueños, una boda, una granja, niños. Tras el beso ritual y los parabienes habituales de rigor ante el reverendo, pasados tres o cuatro años, nuestra gozosa luna de miel se trocó en una luna de hiel. Ya que el arroyo que surtía de agua a nuestra granja se secó cuando llegaron las tormentas de polvo del 36. Y llegó el hambre. Y yo era pobre pero no honrado. Porque cuando con nuestros últimos cuatro dólares fui al almacén a comprar un pequeño tonel de arenques, regresé con uno de brandy. Tras la trifulca inicial, ella y yo hicimos las paces bebiéndonoslo en una sola noche, mientras los niños lloraban, no sé si de hambre o de desolación. Entonces ella me susurró algo al oído. Gasté tres cartuchos de mi vieja escopeta y en la cabaña se hizo el silencio. Luego salimos tambaleándonos a aquel océano de polvo caminando hacia un lejano farallón en el horizonte. Nunca llegamos. Nos detuvimos a mitad de camino, cavé dos fosas y gasté los dos últimos cartuchos. Yo quedaría insepulto, a merced de los coyotes. Mejor así. Justo castigo de el Señor para un pobre destripaterrones fracasado como yo.

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  22. El regalo



    Una leve(delgada) brisa soplaba cuando caminábamos lentamente por la llanura(baja).
    En la rosada tez(corta) de Adela se reflejaba una sonrisa(feliz) que no tardaría en verse supuestamente alterada por el grito(alta) que salía de la pícara(salada) y animada Luisa que hoy, por insistencia de Adela, nos acompañaba en nuestro habitual paseo.
    Sus carnosos(gorda) labios comenzaron a temblar mientras señalaba un punto en la laguna en el que yo sólo apreciaba un ligero(suave) y extraño tono rojizo.
    Al irnos acercando me di cuenta de que lo que había en el agua era un cuerpo totalmente desmembrado(larga).
    Esta vez fue el gran dolor(amargura) de Luisa lo que sí vi en sus claros ojos(azul claro) al reconocer entre esos restos el rostro de Roberto, el marido de Adela.
    Sólo el estruendoso(ruido) graznido de los gansos al levantar el vuelo rompió la sonrisa que volvía a verse reflejada en el rosto de Adela.





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  23. Linguaxe primixenia

    O bebé expulsa o aire do seu interior e, como primeira manifestación ou chamada de atención, transfórmao nun son que busca o exterior, tropeza coa boca, empurrando os finos beizos, e abre paso á primeira sílaba intelixíbel -- oclusiva bilabial xorda— e ante a estupefacción dos proxenitores dí PA! ou MA! , e as repite para completar o inchamento oufano dos orgullosos culpábeis da súa existencia . Intúo eu que, a partir dese momento sonoro fundacional, a cousa foi ir nomeando os elementos da contorna que a natureza coloca tan sabiamente. Así, bautizámolos con monosílabos, apenas guturais, simples. O mar, esa palabra curta, e os ríos: Te, Da, Baa, Sar, Sor, Sil, Lor, ou, xa aventurándose na creación dificultosa, Eo, Tea…ata dar cos Miño, Mendo ou Mandeo, ou esas tres veces río que conviven no río Guadiana.

    O que sentimos como saudade --esa nostalxia do litio (que tanto lembra a pedra)-- non se pode berrar, ten de ser un murmurio, que se filtra co vento entre as lousas do tellado en finísimo axubío. A partir de aí cada palabra que deprendemos e imos usando tráennos a ledicia, a felicidade a cachos, o ceo limpo do día solleiro do inverno, a tormenta que volve chumbo o firmamento, que enche o mundo cun balbordo de tronos, levanta ondas que o inundan de brétema mariña, unha infindade de gotiñas de sal que logo secan e tornan máculas brancas nas follas das árbores, devolven na calma o brillo do sol, convirten a negrura en luz.

    E así medramos os homes e as mulleres, ate ser quen de incorrer de adultos en actuacións que son anticonstitucionalísimamente reprimidas. Nada hai tan odioso como o silencio imposto na dictadura que tenta encurrar o pensamento.


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  24. ROMANCE DEL RÍO DUERO

    Río Duero, río Duero,
    nadie a acompañarte baja;
    nadie se detiene a oír
    tu eterna estrofa de agua.

    Indiferente o cobarde,
    la ciudad vuelve la espalda.
    No quiere ver en tu espejo
    su muralla desdentada.

    Tú, viejo Duero, sonríes
    entre tus barbas de plata,
    moliendo con tus romances
    las cosechas mal logradas.

    Y entre los santos de piedra
    y los álamos de magia
    pasas llevando en tus ondas
    palabras de amor, palabras.

    Quién pudiera como tú,
    a la vez quieto y en marcha,
    cantar siempre el mismo verso
    pero con distinta agua.

    Río Duero, río Duero,
    nadie a estar contigo baja,
    ya nadie quiere atender
    tu eterna estrofa olvidada,

    sino los enamorados
    que preguntan por sus almas
    y siembran en tus espumas
    palabras de amor, palabras

    GERARDO DIEGO



    ROMANCE DEL DICCIONARIO

    Diccionario, diccionario,
    nadie, al consultarte, capta
    cómo poder descubrir
    una palabra azul clara.

    Indiferente o cobarde,
    la consulta nunca es larga.
    No quiere saber que hay verbos
    con tiempo y acción amarga.

    Tú, diccionario feliz
    de corta lista de erratas,
    puliendo significados
    la más baja duda aclaras.

    Y entre renglones de sierra
    y los signos con su magia
    pasas dejándonos, ¡gordas!,
    saladas de amor, palabras.

    Quien pudiera como tú,
    a la vez preso y con alas,
    mostrar siempre el mismo texto
    con exactitud tan alta.

    Diccionario, diccionario,
    nadie, al consultarte, capta
    que ruidosa puede ser
    una suave palabra,

    sino los más avezados
    consultores que se afanan
    en la delgada hermosura
    del amor por las palabras.

    Alfonso Modroño
    Taller González Garcés
    A Coruña, 25 de febrero de 2022.

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  25. TURISMO RURAL

    La lluvia repiquetea contra los cristales, parece que este invierno no va a finalizar, el frío penetra hasta los huesos por abundante capa de grasa que los cubra. Es que en la aldea no se puede vivir, nadie está contento, el siglo XXI no llegó a estas tierras con altitudes por encima de los mil metros, entre la población es endémico el bocio por falta del yodo y salitre que aporta el agua marina, y algunos niños los ves con raquitismo congénito por una alimentación deficiente de ellos y de sus progenitores, algunos, con una delgadez preocupante, enfermiza.

    Pero sale el sol, es fin de semana y los visitantes, ahora que se puso de moda el turismo rural y desplazamientos dentro de la península, llegan en manada a las aldeas, con sus ruidosos coches que rompen la tranquilidad del entorno, algunos con su mascarilla quirúrgica en el cuello cual bufanda para idiotas y que nadie sabe a ciencia cierta por que la llevan así, que no sirve ni para quitar el frío ni para protección del virus, alguien debería decírselo suavemente para que, sin ofenderlos y no quitarles la dicha de su excursión al rural, dejen de hacer el ridículo.

    Y, hete aquí, que entre todo este barullo de invasión turística apareció el supuesto “tonto del pueblo”, que es bien sabido por los urbanitas siempre hay uno en todas las poblaciones del campo, y un ciudadano le preguntó cuando bajaba del monte con el rebaño tras una tortuosa ruta desde los altos pastos:

    - ¿Cómo te llamas?
    - Nicanoreldeltambor, respondió solícito y con cierta parsimonia.
    - Pero eso no es un nombre, dijo sonriente el viajero.
    - Es que soy descendiente del que tocó el timbal en El Bruch e hizo huir a los franceses.
    - No me hagas llorar que me amargas la tarde. Jajaja.
    - Pero mire, si no se lo cuenta a nadie le voy a revelar un secreto que ha pasado de padres a hijos, yo soy el último, no tengo descendencia ni nadie de familia a quien contárselo. Se trata de un inmenso tesoro que dejaron los gabachos en su retirada.
    - ¿Y me lo vas a enseñar?
    - Yo no, que tengo que guardar el rebaño, pero tengo una cabra, aquella delgada, que le guiará mañana al amanecer hasta donde está escondido.

    El turista se fue a la casa rural donde estaba alojado y se lo contó a su mujer, ésta a su cuñada, su cuñada a unos amigos mientras escuchaban a hurtadillas los de la mesa de al lado, y así se enteraron todos los visitantes que a primera hora de la mañana estaban esperando al pastor.

    Apareció el muchacho cuando el sol estaba empezando a salir sobre los riscos, sus rayos daban directamente en los ojos y les dijo señalando al animal: “Es la del collar azul claro”. Dio una serie de silbidos y el animal inició una loca carrera con todos los urbanitas detrás dándose codazos. Al llegar al despeñadero, la cabra en cuatro saltos precisos llegó al fondo del barranco, los turistas deslumbrados por el sol y la codicia, fueron cayendo uno tras otro despedazándose contra las rocas.

    Nicanoreldeltambor, canturreando, prosiguió su camino con el rebaño hacia los pastos cual moderno flautista de Hamelín.
    Luis M. Gurriarán Fonte Cuntín, 19/02/22

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  26. DELICATESSEN

    Para un pobre destripaterrones fracasado como yo la vida era de lo más triste, una cicatera chamba, un poco de maíz, algunos tomates, raquíticos frijoles, algunas gallinas, dos guajolotes, una mujer seca, amarga y arisca y una caterva de escuincles eternamente hambrientos que no paraban de llorar. Un infierno doméstico en un paraíso tropical. Yo había oído que, en los años de la Gran Depresión en el norte, los granjeros gringos caían como moscas abatidos por los disparos de sus propias escopetas. Pero esta es una tierra de puros machos que ya nacimos chingados de siglos aguantando vara, así que ni modo de despacharnos a nosotros mismos. Además, tenemos a la virgen de Guadalupe. Y a ella me fui, mis carnales. Y le puse una manda. Y me dio un consejo: “Dedícate a las delicatessen”. Y qué bueno que me fue. Y me fui abriendo paso en la vida a chingazos. Y ahora tenemos una casa en la playa, una montonera de sirvientes y dos magníficos carros alemanes en el garaje. Y mis escuincles estudian en Yale, disque la mejor universidad del mundo. Y mi mujer y yo vestimos como reyes. Y mis clientes son brókeres de Wall Street, políticos y senadores de Washington, estrellas de Hollywood y toda la crema de este pinche mundo en que vivimos. Pero en mis adentros yo aún sigo siendo el campesino semianalfabeto de siempre. Solo que ahora en los recónditos valles de las montañas de mi Sinaloa natal cultivo amapolas. Que buenos consejos que da la virgencita de Guadalupe.

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  27. SENSIBILIDAD
    Al diablo con la Plaza de San Marcos y sus palomas.
    Al diablo con la sensibilidad del locutor que nos habla de colas interminables de refugiados mientras nos tomamos el café.
    Al diablo con la Torre Eiffel, con Paris y sus acordeones.
    Al diablo con la sensibilidad del banco que nos pide una aportación humanitaria de 10 euros mientras programamos las vacaciones.
    Al diablo con el Big Ben, el cambio de la guardia y Camden Market.
    Al diablo con la sensibilidad de los analistas de prensa que nos hablan de eternos buenos y malos mientras nos tomamos una caña.
    Al diablo con el Puente de Carlos y el castillo de Praga.
    Al diablo con la sensibilidad de las imágenes de la tele con niños que lloran la muerte de sus padres y padres que lloran la de sus niños, mientras ojeamos las cotizaciones de la Bolsa.
    Y al diablo con todos nosotros porque al fin hemos visto la luz que nos trae una nueva sensibilidad. Una sensibilidad al fin real y definitiva.
    La luz infinita y la sensibilidad de la oleada térmica que nos arrancará los ojos, fundirá nuestra piel y nuestros huesos y acabará con todo. Con la vida. Con el miedo.
    P.S. Pero ahora vamos a tomarnos unos vinos.

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  28. Quérote libre

    Nada hai tan odioso como o silencio imposto na ditadura que tenta encurrar o
    pensamento. E a ditadura silente da autocensura. Calar adrede, controlarte a ti
    mesmo, resulta ao fin a máis cruel das imposicións.
    O curioso das satrapías e que contan coa colaboración das persoas. Como
    aquela pintada mural que lembraba Galeano: “Colabore coa policía. Tortúrese”.
    Pégueme a min primeiro, patronciño!. Estáche ben, por non saber calar. Sempre
    houbo ricos e pobres. Podía ser peor e cala neno non fales diso serían variantes
    autóctonas.
    Quizáis eu non sexa o máis autóctono dos aborixes, xentes que adoitamos
    unha especie de mansedume particular, non exenta de utilidade. Se acaso podo calar,
    que xa é difícil, mais non someterei a miña mente a ningún encerramento. Non
    deixarei de pensar en ti, áinda que resultes prohibida e distante, imposíbel. Non che
    deixarei en paz no meu pensamento. Serei políticamente correcto, serei o máis
    respectuoso dos homes, mais todos os piropos (que me acabo de enterar de que esa
    palabra é un abrasivo, mira ti) pásanme pola cabeza, todas as palabras incitantes e os
    requirimentos máis incisivos que che teñen coma destinataria.
    Non cederei en quererte e reclamarte, querida liberdade. Ou República.

    Ou ti, que as xuntas e as levas contigo.

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  29. El último, el tuyo

    -Pero no el último, el último y más importante, el sexto, el tuyo.

    Estas sin saberlo, fueron las últimas palabras que oiría decirte.
    Había mucho ruido en el local en el que volvimos a encontrarnos después de tantos años y no lograra entender el inicio de tu conversación. Sabía que querías seguir hablando conmigo pero tus amigos vinieron a reclamarte y llevarte a otro lugar.

    Nunca volvimos a vernos, a los pocos días me enteré de tu brusca muerte en un accidente esa misma noche y, a partir de ahí, esas palabras, a las que no dejaba de darles vuelta, se me grabaron a fuego. ¿Qué querías decirme con ellas? Realmente no podía entenderlo. El sexto, el último, el tuyo. ¿Sexto?, ¿último?, ¿mio por qué?

    Y ahora me castigo inútilmente por no retenerte, por dejar que tus amigos te llevaran de ahí, de mi lado y así comprender lo que decías y así, sobre todo, poder impedir tu muerte.


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  30. Tardes de sol en la piscina

    ¿Realmente podíamos ser felices?
    Siempre me lo pregunto cuando veo esa foto y he llegado a pensar que sí, que en ese preciso momento, en ese instante que captó nuestro padre con la cámara en uno de esos raros días en los que lo vimos sonreír éramos felices, a pesar de las molestias que solía causarle nuestra presencia, a pesar de las constantes peleas con nuestra madre que a veces terminaban en palizas que ella inútilmente intentaba disimular con maquillaje.

    Ese día, en esa tarde en la piscina, flotábamos por encima de esas peleas, por encima de sus ausencias, por encima de su mundo de ventas, cenas de negocios y mujeres.

    En un mundo en el que sólo estábamos nosotras, la nada y nosotras, flotábamos por encima de nuestra existencia.

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  31. ARRIBA Y ABAJO (1ª Parte)

    Me pregunto qué demonios hacemos aquí. No tengo ni idea, pero creo que me he caído del cielo y aquí estoy. Vaya, que coincidencia, sin embargo, yo creo que acabo de emerger de las profundidades. Así que aquí estamos las dos, lejos de las leyes de la gravedad. Si, cosas del principio de Arquímedes. Ese Arquímedes era un famoso científico de la Atlántida, mi país de origen ¿no? Ah ni idea, en mi lugar de origen había un tal Ganimedes que era alguien sin principios, así que no creo que tenga nada ver con el tuyo. Tengo la sensación de que viniendo yo de arriba y tú de abajo nuestra conversación puede ser, sino apasionante, al menos complementaria. Bien, pues entonces, como exiliadas que somos, tú de los cielos y yo de las profundidades, podríamos contarnos nuestras historias.
    Bueno, empezaré yo: Allá arriba yo era novelista, escribía historias románticas, bonitas historias de lunas que se enamoraban de los planetas sobre los que gravitaban y se casaban en fastuosos esponsales en los que los anillos de boda eran los de Saturno y los viajes nupciales eran gozosas cabalgatas a lomos de refulgentes cometas que los transportaban por toda la galaxia. Cuando regresaban a su lugar de origen, cegados por la insoportable perfección de tanta meteórica belleza y volvían a la opaca mediocridad de la vida cotidiana, la Señora Luna comenzaba, con el tiempo, a sentirse hastiada de orbitar continuamente en torno al Señor Planeta. Pero yo me ocupaba siempre de terminar la novela antes de que terminara en tragedia. Así los valores familiares planetario-burgueses permanecían incólumes y el cosmos continuaba en paz su anodino viaje en el Tiempo. Hasta que un día decidí salirme de tan almibarada rutina, y escribí algo sobre una Enana del Can Mayor que se enamora de La Vía Láctea, y esta, cansada de vagar solitaria a través de los infinitos abismos del Tiempo, la acepta. Un amor suicida, porque tan lubrica explosión de amor, luz, materia y energía produce tal cataclismo cósmico que ambas galaxias son tragadas por un agujero negro y desaparecen. No sé si sabes que este orgulloso planeta en que flotamos ahora es un irrisorio, casi inadvertido, fragmento de la Vía Láctea. Así que, ante mi atentado contra las leyes del universo, Los Guardianes del Orden Cósmico me arrojaron al lugar que, aunque fuera solo literariamente, quise destruir.
    Sigue…

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  32. (2ª Parte)
    Oh, qué casualidad, los que me desterraron a mí a la superficie también se llamaban Los Guardianes del Orden, en este caso, de las Profundidades. Y más casualidad, yo también era novelista allí. Pero mis relatos versaban sobre amores imposibles: jardines de pulpos que con su espesura de lujuriosos tentáculos acariciaban lascivamente a tiburones, atunes, peces espada, rayas y cualquier otra especie que pasara por allí. Pero entre los seres de los abismos no existe la fidelidad y el amor, de manera que una vez saciados de aquellos exuberantes placeres, abandonaban a tan gelatinosos amantes, que como Cyrano o Quasimodo, quedaban llorando la superficialidad del amor que solo contempla la belleza externa. Esto enternecía mucho a mis lectores, e iba de éxito en éxito, hasta que quise dar un giro a mi carrera y escribir algo sobre amores sólidos. Entonces escribí dos historias paralelas: una sobre una lamprea y otra sobre una rémora. La primera, seducida por el imponente aspecto de un enorme pez metálico con forma de pepino que llevaba en su parte superior una especie de torre con una estrella roja pintada, se dijo: “Oh mi gran amor, mi eterno amor”, y adosando la ventosa de su boca circular al frio acero añadió: “Jamás te dejare”. Historia similar la de la rémora, que también adhiriendo el disco de su cabeza a otro brillante coloso muy parecido al de la lamprea, con la salvedad de que este tenía en la torre un rectángulo con estrellas y unas líneas paralelas rojas, inició otra historia de amor imperecedera, acompañando ambas a tan fríos e indiferentes amantes a través de infinitas distancias submarinas. Estos, demasiado ocupados en vigilarse mutuamente, no prestaban la más mínima atención a tan amorosas y absorbentes criaturas. Amores solidos pero imposibles. Ni que decir tiene que los Guardianes, ante esta subversiva alteración de las relaciones naturales entre los seres de las profundidades y los humanos, me expulsaron a la superficie.
    Así que aquí estamos las dos, flotando lejos del hogar. Oye, la verdad es que tienes muy buen aspecto. Y tú también. Este cuerpo de los humanos que tenemos ahora no esta tan mal. Hasta parece apto para el amor. Y ya que las dos éramos autoras de novelas de amor ¿Por qué no nos amamos eternamente aquí, entre el cielo y las profundidades? Si. Jamás saldremos del agua porque intuyo que el mundo de la orilla es terriblemente hostil.

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  35. MARINA Y ESTRELLA

    - ¿Qué tal te va con Paco?
    - Bah… más o menos. Mucha rutina. Aburrimiento. Estoy harta de su barbilla mal afeitada, sus besos mal dados, sus dedos torpes y su eyaculación precoz. En fin, ya sé que es un buen chico, pero… ¿Y a ti con Manolo?
    -Uf, pues más o menos, como a ti. Estos tíos de ahora parecen cortados todos por el mismo patrón. ¿Qué te voy a contar que tú no sepas?
    - Allí los tienes en la orilla. Soltando siempre las mismas sandeces y fanfarronadas, hablando de futbol y política.
    - Tiene que haber otra cosa…
    - Si. Oye, ahora que estamos aquí suspendidas entre Helios y Neptuno ¿Por qué no formulamos un deseo?
    - Que tontería… pero hagámoslo, a ver qué pasa.
    Entonces, como si Helios y Neptuno tuvieran oídos, un cono de luz procedente del azul se llevó a Estrella elevándola sobre el agua mientras una ávida membrana arrastraba a Marina a las profundidades.
    Ni Paco ni Manolo pueden explicarse su misteriosa desaparición. Ni ufólogos y parapsicólogos. Ni mucho menos las autoridades policiales.
    En las fosforescentes profundidades, los gruesos y viscosos labios del hombre pez, su extraño órgano genital y su ondulante cuerpo enroscado lujuriosamente en el suyo, obtienen de la garganta de Marina tales gemidos que las burbujas de sus orgasmos irrumpen crepitantes en la superficie ante el asombro de los pescadores de altura, incapaces de encontrar explicación a tan extraño fenómeno.
    A millones de años luz, Estrella ha perdido la capacidad de hablar. Solo sabe sollozar de gozo bajo los infinitos dedos gelatinosos de los tentáculos de su alienígena, por no hablar de las caricias de sus aterciopeladas antenas y de la infinita ternura que emiten sus tres ojos irisados. A veces, las radiosondas espaciales registran una especie de gemidos procedentes del espacio exterior a los que ningún astrofísico es capaz de atribuir una causa científica. Pero algunos experimentan involuntarias erecciones.
    En la Tierra, Manolo, Paco y otros deudos lloran la desaparición de Marina y Estrella. Que idiotas.

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  36. NICANORELDELTAMBOR
    “”Nicanoreldeltambor, canturreando prosiguió su camino con el rebaño hacia los pastos cual moderno flautista e Hamelín””
    Enseguida dejó de canturrear para empezar a soplar el caramillo. Había leído en la escuela el cuento de los Hermanos Grimm y había asumido el papel como propio, aunque los únicos seres que le seguían al sonar de los esquilones eran las cabras y ovejas, bien ordenadas por los perros perfectamente adiestrados, si no fuera así, hubiera sido el mal flautista solitario paseando por el monte, porque su música no era muy armoniosa, me da la impresión que el ganado corría más de la cuenta sólo para alejarse y no escuchar aquellas notas disonantes.
    Sabía Nicanoreldeltambor que tardaría al menos dos días en llegar a los pastos de altura donde quedaría hasta el otoño junto a los pastores de otras aldeas, le subirían con un mulo el suministro cada quince días y allí atendería los partos, recogería cada noche el rebaño en el aprisco, si merodeaban los lobos le tocarían unas horas de guardia nocturna con los mastines y dar aviso al resto de pastores si las alimañas se acercaban demasiado y ahuyentarlas con gritos y antorchas.
    Y así iban pasando los días con la tranquilidad de la rutina continuada, los animales estaban hermosos porque los pastos eran abundantes y Nica, que así resumían los compañeros su nombre, cada vez dominaba mejor la flauta a fuerza de insistir y el sonido rebotaba con eco por los valles.
    Pero la edad no perdona y cada una tiene sus problemas y al zagal le hervía la sangre, cada vez se ponía más loco cuando entraba al chozo y veía aquellos calendarios caducados con chicas ligeras de ropa.
    No se atrevía a preguntar sobre el particular a los compañeros, todos veteranos, pero no aguantaba más y llegó un día en que rompió su timidez y se lanzó:
    - Me tenéis que explicar cómo resolvéis el problema sexual, porque después de un mes yo ya me estoy volviendo loco y a vosotros os veo tan tranquilos.
    - Mira chaval, le contestó el más veterano, cuando encierras el rebaño al atardecer te coges una oveja, la agarras bien por la lana y ¡zasca!, descargas ahí tus ansias, así es como siempre se hizo en la montaña.
    Al día siguiente estaban todos disimuladamente a la expectativa cuando Nica salió del chozo y siguiendo las instrucciones que le habían dado tuvo su encuentro sexual en un rincón del vallado. A su vuelta todos estaban muertos de risa en una carcajada unísona. Al verlos, Nica con el correspondiente mosqueo les increpó:
    - ¡Sois unos cabrones, me habéis engañado!
    A lo que uno de los veteranos le contestó sin dejar de reir:
    - Es que pareces tonto, teniendo tanto donde elegir fuiste a escoger la más fea. Jajajaja.
    Luis M. Gurriarán Fonte Cuntín, 26/02/22

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  37. MAR NEGRO

    Aquellas playas de Odessa que algún día fueron solaz de turistas que llegados del frío ocupaban sus arenas bañándose en las cálidas aguas del Mar Negro respirando salitre y colmándose de yodo y Vitamina D, tan escasas en sus tierras gélidas del Norte, son hoy los que atacan la ciudad, los que la bombardean, los que la arrasan, o tal vez no san los mismos, que más da, el problema es que no va a quedar piedra sobre piedra, sin respeto para los humanos ni para el arte, porque a golpe de misil también caerán aquellos museos, los hermosos edificios modernistas, por no hablar de las instalaciones estratégicas para la propia vida de sus habitantes.
    Allí estaban estas dos chicas, voluntarias, venidas de no se sabe donde que se ocupaban de prestar primeros auxilios a los afectados por los bombardeos del sátrapa Putin, barriobajero venido a más por obra y gracia del señor Yeltsin, supongo que pillado en buen estado de “conciencia” proporcionado por los excesos de vodka. Y ellas, con su buen hacer, en un puesto volante de la Cruz Roja vendaban, desinfectaban heridas y demás, con los escasos medios que les iban quedando.
    Y llegó lo que era previsible que llegase, un artefacto balístico explotó en las cercanías y el puesto sanitario con todo lo que había dentro voló por los aires. Las dos chicas sin nombre ni procedencia que sólo les unían sus conocimientos sanitarios y su solidaridad frente a la desgracia, fueron juntas a parar a aquel mar que durante tantas décadas había acogido a gentes de paz.
    Quién llorará a estas víctimas de genocidio semejante, quién llevará unas flores al lugar donde murieron, quién las sacará del agua donde aún parece que estén vivas, quién las enterrará, si las entierran, y, por último, quién pagará por tantos crímenes, ¿o tal vez queden impunes?
    La historia nos lo contará por capítulos cual serie televisiva.

    Luis M. Gurriarán
    Encamp (Andorra), 10/03/22

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  39. TRATADO DE DIETETICA PARA TIGRES
    Tres tristes tigres comen un plato de trigo en un trigal.
    Qué tontería.
    Y tanto que es una tontería, además antinatural. Así que tratemos de refutar, desmontándola, tan asertiva como estúpida aliteración, por otra parte terriblemente traumática para el prestigio de la casi extinta estirpe taxonómica de las panteras, penetrando en la atormentada intimidad dialéctica de la triste tertulia de nuestros tres felinos.
    - “Si al menos fuéramos cuatro podríamos recitar los tan traídos pronombres: “Tú, te, ti, contigo” pero, tate, en este hostil e inhóspito trigal tan solo somos tres, porque naturalistas, ecologistas, animalistas, y toda esa caterva de supuestos conservacionistas, so pretexto de protegernos, nos tienen, expatriados de nuestras exóticas junglas, en este tétrico retiro experimentando una alimentación alternativa para nosotros: este detestable, intragable y repugnante cereal transgénico”
    - “Ya que tan arteramente nos han arrebatado nuestros ancestrales hábitos cinegéticos privándonos de las tiernas tajadas de antílope, de las deliciosas, palpitantes y sanguinolentas carótidas de bisonte o de los consistentes aperitivos a base de suculentas tapas de rodajas de serpiente y tratan de adaptarnos a una dietética más cultivada, doméstica, cocinada y condimentada, al menos podrían prepararnos alguna que otra tortillita de testículos. Tampoco exigiríamos, rebozadas en el trigo, las exquisitas criadillas de robustos “brahmanes”, atletas eróticos adeptos a tortuosas sectas practicantes de sexo tántrico, no, tampoco se trata de ponernos exquisitos ni gourmets. Como muestra de buena voluntad nos contentaríamos tan solo con unos modestos tamales de trémulos testículos de “parias” recolectores de té en los tremedales del delta del Ganges, o unas costilletas estofadas de un triste y grotesco titiritero tullido de las atestadas travesías de la multitudinaria Calcuta, o en su defecto, de pantorrillas salteadas con tocino de “intocables” trabajadores-esclavos en las factorías del capitalismo occidental en Bangla-Desh”
    - “Si. Se me antoja que a estos desposeídos de la tierra es a quien tendrían que dedicar su trabajo y su tiempo estos estúpidos conservacionistas. Así que como asome por aquí la jeta uno de esos cretinos supuestos amantes de la fauna indostánica nos lo tapiñamos en un festín pantagruélico y en un tris tras nos largamos y retornamos a nuestra selvática y natural dieta asilvestrada de toda la vida.
    - “Eso. Si nos extinguimos que nos extingamos. Pero constantemente sustentados de tiernas tajadas arrebatadas a otras bestias hermanadas con nosotros en el eterno, brutal, pero ineluctable equilibrio alimentario de la naturaleza”
    De tan tajante modo dio termino a la irritada asamblea Riki-Tiki-Tabi, el más provecto veterano de los tres tigres, devotamente respetado por los otros, porque durante una breve estancia en el remoto occidente, tomando parte en una atracción circense, sus titánicas mandíbulas se habían tragado de una sola dentellada, junto con el restallante látigo, el tarso, metatarso y antebrazo de un arrogante y teóricamente intrépido domador.
    Las espigas del trigal se estremecieron aterrorizadas ante el atronador concierto de rugidos del ya no tan triste sino exultante triunvirato, que transmitió a los cuatro vientos el reivindicativo grito:
    “¡Antes muertos que vegetarianos!”

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  40. Touporroutou, touporroutou, tronaba o tambor.
    Touporroutou, touporroutou, tremen as teas no tendal.
    Titiritá, titiritá a nena na pandeireta.
    Titiritá, titiritá, o infante non ten valor.
    Trapecistas tocando os tronos,
    cores tecendo ansias de amor.
    Tocan as nubes no tormento
    viaxes tenues do corazón.
    Tensas, torturadas, mentireiras.
    Tocan trompetas de vento
    que anuncian a tempestade.
    Tapan tocas e tellados,
    tapan tempos e humanidade.
    Ton ton ton nas vidas alleas.
    Touporroutou de ametralladoras,
    entrañas tecendo o aceiro
    mortífero,
    tolo,
    trapalleiro.
    Tocan trompetas no vento
    almas de tempestade.
    Titiritá voou todo.
    Titiritá: soidade.


    Mercedes García Filloy

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  41. TEMPESTADE ATEMPORAL

    -Son tempos tolos, díxolle Antón ao seu avó Tobías
    -Dilo ti, que tés poucos anos. Se conto eu o que sinto...
    -Teño pouco tempo de traballo na agricultura, mais é tempo dabondo para saber que a terra é fartura, é semente do porvir, é futuro... Pero sei que políticos e mandatarios non contan con nós. Semella que trigo, tomates, leitugas e outras colleitas, nacen nesas tendas enormes, no plástico ben colocadiño.
    -Oes, Antón, ti falas coma un ministro. E tamén es competente coma eles nas contas. Pensaches en meterte a político?
    Antón foise alonxando, cunha insistente risa que contaxiaba ansias e folgos mozos, teorías de festas e traballos.
    As ideas tamén foron semente, e Antón traballou na política e na mente da agricultura moito tempo. Antón soñou vitorias, pero sentiu a tempestade da impotencia para atrapar vontades e cartos.
    Mentres os esforzos de Tobías afogaban no tempo, Antón non plantou máis tomates.
    Antón tirou a tapa da leiteira. Antón tirou o teto. Antón tirou o leite.

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  42. Travesti trasnochado


    Soy un triste travesti tartamudo.
    Trabajo en un tosco tugurio.
    Los timoratos atónitos titubean totalmente atontados.
    En la turbia sala tanteo las tendencias de los últimos trasnochadores.
    Termino aturdido, siento termitas taconeando en los tendones.
    Salgo tarde y me tengo que levantar temprano.
    Mientras duermo el tiempo tergiversa mis temores.
    Mi tiempo termina, mi tiempo termina, mi tiempo termina, mi tiempo termina, mi tiempo termina, mi tiempo termina...

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  43. Julia, querida Julia


    Siempre me han gustado las carnicerías, desde pequeño.
    Sólo quería ir a la compra con mi madre cuando íbamos a la carnicería de siempre.
    El olor las gotas de sangre en la bandeja, los pedazos de carne colocados en orden y, sobre todo, el ver al carnicero cortando esos filetes tan finos..., esas chuletas tan gruesas...
    Me imaginaba a mi mismo cortando a Pepe que me había tirado a propósito jugando al balón-pie, o a Julia que siempre que la llamaba en clase no me hacía caso o me echaba la lengua.
    ¡Cuanto disfrutaba al cortar a Julia...!
    Quizás esperaseis que con el tiempo me hiciera carnicero, pero no, no fue así, di un paso más allá y ahora soy forense y Julia, ¡ay querida Julia!, nunca sabrás lo que disfruté al verte ahí, tumbada, cuando levanté la sábana y comprobé que el cadáver con el número trece atado al pie era el tuyo.

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  44. CARNICERÍA MANOLO
    El inspector Martínez y su ayudante Antonio --un recién incorporado a la
    comisaría--, vigilaban, desde el interior del coche camuflado de policía, aparcados frente a la Carnicería Manolo del número 97 de la calle Progreso. El inspector instruía a su joven ayudante que no paraba de tomar notas. No hacía ni un mes que había completado su formación y, con su placa sin estrenar, esta, era su primera actuación en la calle.
    --¡Fíjate en aquel cartel! Antonio.
    La carnicería Manolo era uno de esos establecimientos de barrio que vienen de padres a hijos y que con el paso de tiempo logran asentar su prestigio. A través de su amplia fachada acristalada, podía reconocerse toda clase de carnes de primera calidad: Ternera, cerdo, pollo, pavo, conejo, cordero, carnes de caza, morcillas, embutidos, preparados precocinados… y en lugar destacado, aquel sorprendente cartel:

    HUESOS DE CAÑA
    HOY, REGALO POR COMPRA

    --¡Venga Chico! –increpo el inspector—entra ahí y compra dos o tres huesos de esos que ofertan. ¡Toma! Lleva 20 €.
    Enseguida volvió el ayudante; se sentó en el coche y temerosamente resolvió:
    --Dicen que los huesos, hoy, no están a la venta. Que son de regalo.
    --¿Eres tonto…? Pues vuelve y que te los regalen ¡Cojones!
    El pobre Antonio, que no entendía nada, volvió a la carnicería preguntándose que tenía que ver una inspección policial con conseguir huesos de carne. No tardó mucho en regresar; se sentó de nuevo y con voz temblorosa dijo:
    --¡Qué no! Que no me los regalan si no compro nada.
    --Pues compra ¡Hostias! o saca la pistola o haz lo que te salga de los huevos… ¡pero sálteme de aquí y no vuelvas sin los putos huesos!
    Esta vez tardo más, pero al menos traía una bolsa con productos de la carnicería.
    --¡Tenga inspector! –le entregó la bolsa—Dentro van los tiques.
    --¡Pero chaval…! ¿Qué traes aquí…? ¿Gastaste 36 €…?
    --Usted me pidió tres huesos, y como solo daban uno por compra, compre tres morcillas de Burgos.
    --Te dije dos o tres. No tres, taxativamente… ¡tonto lava! Y viéndote obligado a comprar, con dos cositas de nada, más que suficiente ¡coño! Se piden dos salchichas o dos hamburguesas… Algo baratito ¡gilipollas! Así que ¡hala! entra de nuevo en esa carnicería; devuelves lo comprado, y te traes ¡sólo dos huesos…! y una vuelta abundante de los 20 €.
    Antonio, se marchó maldiciendo la hora que se la había ocurrido solicitar al Inspector Martínez como compañero. “Es el más veterano y el mejor” decían todos. “¿El mejor…? ¡El más cabrón…! diría yo.” Enseguida volvió. Algo escondió bajo su asiento antes de decir con voz segura.
    --¡Tome! dos huesos y 16 € de vuelta.
    --¡Vale! Esto está mejor. Ya iras entendiendo con el tiempo que, a veces, es necesario esconder la placa y actuar con prudencia. Tenemos el chivatazo de que el hijo de carnicero podría estar implicado en el asesinato de una anciana que ha sido descuartizada. Hemos encontrado su cuerpo, pero sin sus extremidades. ¿Quién te dice que eso de los huesos de regalo no tiene algo que ver con los no encontrados…?
    Ahora empezaban a ajustársele las cosas a Antonio. Hasta pensaba que el inspector Martínez podría llegar a caerle bien. De lo que si estaba seguro es que nunca podría olvidar lo mal que lo paso en esa carnicería y lo caro que le había salido su primera salida oficial como subinspector titulado de policía. Claro que, su madre, estaría encantada cuando le llevase las tres esplendidas morcillas de Burgos que había tenido que comprar, más los consiguientes tres hermosos huesos de regalo.
    La investigación termino concluyendo que el hijo del carnicero nada tuvo que ver con el asesinato de la viejecita. Pero los huesos no encontrados, jamás aparecieron.

    Alfonso Modroño-
    Taller González Garcés.
    A Coruña, 25 de marzo de 2022.

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  45. Taller de escritura creativa, 25 marzo 2022 Carlos Neira Suárez

    Canibalia
    Pasar por diante da porta desa tenda dábame calofríos. Todo son chismes surrealistas, historias para non durmir nestes tempos procelosos. Nunca pensamos que a guerra aparentemente lonxana afectara tanto as vidas do noso paìs, na nosa cidade. Mais así é. A carnicería do baixo apenas ten materia que despachar, e o langrán cortador –dereitoso, machista e racista pronazi- fecha varios días da semana. Cando abre, a oferta é variada en toda clase de despeces cárnicos, agás o que entendemos popularmente por carne neta: bistés, costeletas, agulla, solombo, pernil, raxo etc. No seu sitio, corazón, fígado, riles, sesos, calos, ventrullo, liviáns, tripas, molexas… Á vista de tanta miudeza, un non pode senón mirar de esguello a bandexa da carne picada, sen preguntar cales son, logo, as partes que foron seleccionadas para triturar.

    Nos últimos dous meses, sempre no sábado, aparece no taboleiro do carniceiro unha oferta de anacos de certo volumen, talladas de cor e testura moi apetitosas, que axiña son despachadas a unha clientela expectante e pouco exixente, que recolle a súa encomenda sen pararse en elucubracións de procedencia e clasificación sanitaria dos elementos sangrantes.

    Non tardou moito en circular a hipótese de ter algo a ver con esa disponibilidade alimentaria a ausencia de animais domésticos, a desaparición de cans e gatos que antes pululaban polas rúas do barrio. E xa, máis punxentes e ousadas, as insinuacións sobre a coincidencia significativa coa ausencia dalgún veciño dos que moraban nas trinta e dúas vivendas do predio.

    Todo son rexoubas. Emporiso, non poido quitar da miña testa a lembranza de Silvina, a ucraína que botou pouco máis dun mes no sexto A, e marchou sen dicirme ren, simplemente desapareceu. E aquí estou, a mirar para uns bistés colorados, brillantes, que chaman por min e prodúcenme remuiños gástricos e, alén diso –case non me atrevo a darlle expresión--, un remexer de pulsións recónditas de erotismo absurdo.

    (referencia ao filme “Delicatessen” de Jean-Pierre Jeunet e Marc Caro)

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  47. Bordado y lágrimas


    La luz daba al balcón iluminando la aguja con hilo. Finalizaba la labor con la costura para los domingos.
    La lluvia irrumpió con sus lágrimas mojando al bordado. Los suspiros brotaban por la garganta a la par las añoranzas.
    Volcaba con cada una las amarguras, la aflicción acumulada por años.
    Cuando la última lágrima tocó la labor acarició la gargantilla y con un suspiro puso su más luminosa sonrisa, pasó al salón y abrazó al marido dormido con un jornal caído tapando las zapatillas.

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  48. LA LÁMPARA

    Bajo una cúpula octogonal, paraguas mágico para la boda, nos disponíamos a almorzar. Una grandiosa lámpara, hacía notar su magnitud. Amarrada con mimo a una viga oblicua, ponía a volar sus brazos luminosos por la sala principal. Murano, había firmado su cristal puro y traslucido. Como si un racimo, formado por irisadas gotas voladoras, fuera; irradiaba una luz policromada, tamizándola por sus lágrimas acristaladas con un brillo singular.
    Tras unas tupidas cortinas, al fondo, sonaba una banda. La música bañaba con sus notas rumorosas las palabras acaloradas por los diálogos cruzados. Todos hablábamos a viva voz para trasmitir las cosas y lograr la audición más allá, justo al otro lado. Al Final, como pasa con asiduidad, acabas hablando sólo con tus contiguos a ambos lados o como mucho, con signos, con los oídos sordos más próximos.
    Acabados los platos anunciados por la cartulina nupcial y, por lo tanto, la programada comida principal, irrumpió al salón, con bombo y platillo, acompañada por fanfarrias tocando la marcha clásica ajustada al ritual típico: la Tarta Nupcial, con sus dos figuras plásticas coronándola. Los novios, posando para la foto, la cortaron con una catana mora. Por otro lado, Champán y licor alcanzaron su protagonismo con un regocijo contagioso, brindis, y algarabía. La farra subía a un listón, a cada paso, más alto. Volaban los corchos hasta la lámpara, tras voladuras sonoras propiciadas a bocas rotas por cascadas blancas y doradas con sus burbujas locas y sabor a champán. No podría soportar, por muchos minutos más, a las abrumadoras gargantas, alcohólico – dinámicas, gritando a viva voz por tandas prolongadas, unísonas y machaconas: ¡Vivan los novios…! ¡Vivan los padrinos…!
    Por fin, una pausa aliviadora llegaba con un vals. Un clásico Danubio Azul sonaba llamando a los novios a la pista para abrir, con su danzar ondulando, la invitación a bailar y al paso la barra para adquirir las copas: combinados, gin-tonic, cubatas…
    Tanto novios como invitados, sin zapatos algunas, sin corbata otros, todos, con mucho calor, bailaban sin parar, sudando, bajo una titilante luz a color. Cuando nada impulsaba a adivinar lo acontecido, cayó, rauda, la lámpara a la pista. Con sus acristalados brazos rotos ciscando las losas con invitados sangrando, y sus divididas lágrimas traslucidas abrillantando los diminutos lagos rojos, simulaba --a simple vista, vista-- una foto fija, una macabra foto trágica; un amargo final.
    La luz apagada. las ambulancias iluminaban los rostros sangrados con sus impulsos cíclicos sonoros y un brillo rojo y gualda. La boda había concluido de súbito. Los más, irían a sus casas. Los novios a su luna… A su luna nupcial, con dolor, anticipada. ¡Ay… sus rostros abatidos, sonando la ambulancia camino al hospital!

    Alfonso Modroño Márquez
    Taller Escritura Creativa
    Biblioteca González Garcés
    A Coruña, 1 de abril de 2022.

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  49. Confusión

    Xunto ao bar Baía, no paso de pións marcado coas raias brancas na calzada, agardaba un nacho o cambio do sinal lumioso. Vindo por atrás, saltarico, o Bouza largou unha pancada no lombo do agardador, saudándoo oufano
    --Ola, Caamaño!
    --O paisano, asustado, abatíu cara a un lado, dando coa cara no gardabarros dun auto alí aparcado, tronzando na caída os incisivos de riba.
    --Ostia, amigo, disimula —dixo o Bouza— Crin atopar a Caamaño.
    --O abatido cidadán, alzando o corpo coa dor, sangrando pola boca, como puido murmurou:
    ---Fffora Caammannho….ooou non forha, nonnn?

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    1. A l final le eliminé el entonces, termina con "las introduje en la cerradura y entré"

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  51. Inmiscusión

    Primeiro foi o ruído dun moble ao caer, unha cadeira probablemente. Despois comezaron os berros, máis nidios os dela, máis repetidos , con frases inintelixíbeis e, como marcando o ritmo, voces do varón, curtas e imperativas, e sons de novos impactos, uns xordos, apagados, e outros
    secos e vibrantes, en medio de choques e arrastres de cousas polo chan.
    Foron moitos minutos así. A discusión parecía interromperse ás veces, nun silencio que me resultaba máis preocupante aínda, máis axiña recomezaba o balbordo.
    Tiña visto a esa muller, algunha vez cun neno da man, no portal ou no elevador, unha rapaza –comparada comigo—calada e un tanto triste. A el, en cambio, non o vira nunca. Nin sabía que tiveran eses encontróns.
    Agora, era evidente que había unha pelexa, e que nela a muller levaría a peor parte, así que decidín sair ao relanzo da escaleira e petar na porta. Sen resultado, e o alboroto continuaba. No entanto, pensei en todo, na miña insolvencia para entrometerme nos líos dunha parella, nese delito que significa irromper en casa allea…e aínda así empurrei a porta tras bater nela varias veces. Pareceu daquela que paraban as hostilidades, e sobreveu un silencio que me fixo estremecer. Reparei na miña incapacidade para a violencia e dei a volta, acobardado e pisando con pés de paxariño.
    Mais nese momento a porta abríu, moi a modo e sen ruído algún.
    O neno asomou apenas a súa cariña de ollos chorosos e suplicantes.
    E, entón, entrei.

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  52. Regreso a casa



    Llevábamos mucho tiempo sin vernos, en mi caso era totalmente intencionado.
    No tenía ganas de ver esos ojos, esa mirada a la que tenía tanto que reprochar.
    No quería enfrentarme a ese momento, ese instante en el que de mi boca saliesen todos esos reproches, todas esas quejas y encontrarme ese muro inquebrantable, en el que todo eso se estrellaría, con ese muro que se mantendría firme antes de reconocer su culpa.
    Pero tenía que hacerlo, tenía que dar ese paso que llevaba tanto tiempo postergando.
    Cogí el tren que me llevaría a la ciudad que sólo abandone por ella.
    Al encontrarme delante de casa estuve a punto de dar media vuelta, de renunciar a ese enfrentamiento, pero había llegado hasta ahí, no podía permitirme hacer eso.
    Cogí las llaves, las introduje en la cerradura y entré.




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  53. Sofá nuevo, vida nueva

    Nunca tomaba yo las decisiones, siempre me dejaba llevar, la carrera que estudiar, el primer trabajo, el momento de ir a vivir en pareja, la casa que comprar, el primer hijo...
    Realmente me encontraba a gusto así, es tan fácil dejarse llevar por los demás... primero padres, después compañeros y profesores y por último pareja y jefes.
    Pero, aún no sé por qué, un día al ver el sofá todo eso cambió, algo me decía que era hora de que empezara a tomar mis propias decisiones, de que comenzara a llevar las riendas y pensé que lo mejor sería empezar por el principio.
    Por fin una tarde me decidí a comprar el sofá verde y blanco con la absoluta certeza de que mi vida cambiaría.
    No se lo dije a mi pareja hasta que la decisión estuvo tomada y el sofá comprado.
    Al principio puso cara de sorpresa y rechazo, después pasó a la extrañeza y a la recriminación, ¿cómo había comprado algo así sin consultarle.
    Opté por no darle una respuesta obvia, el viejo sofá necesitaba un cambio, sería lo más fácil y cómodo, pero no, como ya dije, lo que quería era ir llevando las riendas de mi vida así que dije la verdad, que esa era la primera de una serie de decisiones que iba a ir tomando, así que sólo tenía dos opciones, o lo aceptaba o el fin de nuestra pareja iba a ser uno de los primeros grandes cambios, siguiendo por el trabajo, lo que hacía en mi tiempo libre...
    Respiró hondo, creo que en ese momento nuestra vida en común se le estaba pasando por la cabeza y no pudo aceptarlo, tal y como yo esperaba.
    Y ahora estoy aquí, disfrutando de mi nuevo sofá y de mi nueva vida.

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  54. MUTACION A VERDE

    Siempre me había fascinado el color blanco, aunque yo no sea un espíritu luminoso. Precisamente, porque como es el color de luto de nosotros los orientales, el blanco es mi color. También es el de Keiko. Nuestras habitaciones y mobiliario son inmaculadamente blancos. Nuestras ropas, incluso en los meses más inclementes del invierno, también son blancas. Cuando practicamos el sexo, ha de ser en sabanas de impoluta seda blanca. Incluso la vista del escaso pero imprescindible césped verde de nuestro jardín japonés, que cuidan escrupulosos jardineros vestidos, como es natural, con uniformes impecablemente blancos, produce una especie de incomoda ansiedad en nuestras hipersensibles almas. Las escasas veces que nos acercamos a la ciudad ha de ser ya bien entrado el blanco invierno. Entonces, mimetizados con la nieve que cubre las amplias avenidas, nos regocijamos perversamente con la miseria multicolor de los objetos y las personas que frecuentan los locales comerciales. Pandemónium cromático: Azules, rojos, amarillos, ocres, verdes, que horror. Nos sentimos como dioses arrogantes contemplando el infortunio ramplón de abyectas criaturas inferiores. Creo que el lector ya habrá intuido que bajo todo nuestro universo blanco se ocultan unas almas de un color tirando a negro profundo.
    Un día, nos paramos ante el escaparate de una mueblería y allí había un hombre espantosamente trajeado de gris al que una atractiva dependienta, vestida con un no menos espantoso traje chaqueta verde, mostraba un sofá tapizado en rayas verdes y blancas. “Vámonos ya de aquí” dijo Keiko, riendo burlona. Aquella noche hicimos más fieramente que de costumbre el amor, nuestro amor tan blanco. Ella, riendo el recuerdo del traje gris del hombre y yo llorando el del traje verde de la dependienta, pero durante el llanto de mi orgasmo ella no advirtió que era provocado por una imprevista añoranza de la trémula y palpitante blancura del macizo y atlético cuerpo que adivinaba bajo aquel abominable traje verde. No fui capaz, en lo sucesivo, de olvidarlo.
    Así que, finalmente, una tarde me decidí a comprar el sofá verde y blanco con la absoluta certeza de que mi vida cambiaría. También compré a la dependienta, so pretexto de un jugoso contrato de redecoración de nuestra suntuosa y blanca residencia. Keiko acepto de buen grado la ofensiva intromisión de los verdes del sofá y de la chica en nuestro lubrico infierno blanco porque intimamos muy pronto y le gustaban los juegos perversos. Ella era esa clase de chica sencilla y sumisa, de las que a Keiko gustaba incorporar a nuestras extravagantes depravaciones. En la primera de nuestras orgias, Keiko, escandalizada por el negro vello púbico de la muchacha (el nuestro nos lo habíamos teñido de un blanco impoluto) sugirió que se lo rasurara. Tuvimos que animarla con unos tragos de Sake, pero finalmente accedió.
    Entonces por primera vez comencé a odiar el blanco de las cosas. Comprendí que el níveo rizado del sexo de Keiko resultaba patético ante la desnudez, chocantemente agresiva, y la dulzura y suavidad de aquel sedoso melocotón que se me ofrecía bajo el palpitante vientre de la muchacha de verde.
    Con el transcurso de los días, los colores del sofá que está cambiando mi vida también están sufriendo una ineluctable mutación: las franjas verdes van devorando lentamente a las blancas hasta casi hacerlas desaparecer. Hasta Keiko parece resignarse a ser engullida por la lasciva humildad del sexo rasurado de la muchacha del traje verde.

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  55. ESPACIOS VACIOS

    A ella le gustaba vivir en lugares vacíos. Las paredes desnudas y las ventanas pequeñas. Tan solo una cama, una pequeña cocina, una mesa de pino y dos viejas butacas para leer.
    Desde que se fue trato de llenar los rincones de su ausencia con muebles.
    Un día compré en un anticuario un bargueño de caoba taraceado de marfil con la absoluta certeza de que me devolvería el color de sus cabellos y la albura de su sonrisa. Contemplando aquel precioso ejemplar del siglo XVIII me parecía oír sus pasos ligeros subiendo la escalera. Pura ilusión.
    Otro día compre una suntuosa cómoda de palisandro segundo imperio. Acariciando la elegante curvatura de sus cajones me parecía recuperar la tibieza de su palpitante vientre. Y hasta creía oír su cálido jadeo cuando entraba en la estancia. Tan solo un sueño diurno.
    Sobre la cómoda puse unas preciosas figuras de alabastro que me devolvieran la fresca y transparente vibración de sus pequeños senos. Pero el alabastro era demasiado frio para devolverme su calidez ausente.
    Luego compré para los techos suntuosas arañas de las que pendían cristales como rubíes, esperando que el rojo húmedo de sus labios descendiera a consolar los míos, secos y agrietados por la desesperación de no tenerla. Vana y estúpida esperanza.
    Finalmente, una tarde me decidí a comprar un sofá verde y blanco con la absoluta certeza de que mi vida cambiaría. Así, necio de mí, pretendía sustituir los espacios vacíos llenos de plenitud de nuestra vida perdida.
    Los días transcurrían en aquella especie de suntuoso y siniestro museo en que, en mi locura, había acabado convirtiendo nuestro prístino y ya lejano Shangri-La.
    Un día en que, más abatido que nunca, lloraba tumbado en el sofá, sentí en mi nuca la inconfundible calidez y el aroma de su aliento susurrándome algo. Supe que esta vez su presencia era real, y comprendí. Toda aquella majestuosa belleza que me rodeaba era tan solo materia. Materia muerta.
    Mi última compra no fue en ninguna mueblería ni en ningún anticuario.
    El fuego no era materia muerta como aquellos trastos que me rodeaban, sino el heraldo de una nueva vida. Regresé con una lata de gasolina y con ella rocié, vaciándola, todos aquellos inútiles tesoros. Luego, desnudándome me tendí sobre el sofá, acariciándolo. Acariciando en él la blancura de su cuerpo y el verde de sus ojos, arrojé un fosforo encendido sobre toda aquella vana magnificencia.
    Al fin volveríamos a estar juntos. ¿Qué importa si en el cielo o en el infierno? Pero juntos.
    En nuestros espacios vacíos.

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  56. Las cicatrices de mis sueños


    No me despiertes nunca.
    Déjame dormir en esta cama, blanca, blanda.
    Déjame dormir en esta cama donde el despertar me duele.
    Déjame dormir porque cuando despierto la vida vuelve.
    Déjame dormir, despierta los sueños hieren.
    Déjame dormir, aquí, por siempre.

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  57. LAS CICATRICES DE MIS SUEÑOS 1

    Al principio no quiso creerme. No me extraña. Ni yo mismo podía creérmelo. Aquella noche había llegado tarde y ella ya estaba profundamente dormida. El curro en la hostelería es así de cabrón. Se sabe cuando empiezas, pero nunca cuando acabas. Así que me entregué, sin apenas tocarla, a mi refugio de sueños. A esos sueños que me rescataban de nuestra sórdida vigilia de currantes mileuristas, ella de keli y yo de camareta. Una vez que le había preguntado cuáles eran sus sueños me contestó: "¿Qué pasa? ¿Es que estas borracho? Que preguntas… si alguna vez la fatiga me permite soñar con algo, es con trapos, mopas, detergentes, limpiacristales y camas sucias. No remuevas mis puñeteras e higiénicas cicatrices laborales, por favor. Déjame dormir". Jamás volví a mencionar el asunto de los sueños. Sin embargo, yo no podía evitar soñar, aunque me guardara mucho de hablar del asunto con ella. Porque soñaba siempre con diamantes, con costosísimos diamantes para ella. La imposibilidad de acceder a aquellas refulgentes piezas de carbono, que lucían en lujosos escaparates, atormentaba mis despertares como si sus afiladas aristas fueran trazando profundas cicatrices en mi alma. "Sólo bisutería. Ella y yo solo somos pobres seres de bisutería con el espíritu lleno de pequeñas heridas". Pero aquella noche soñé algo distinto y me desperté cubierto de cicatrices. Cicatrices reales, palpables, dolorosas. Arañazos en la espalda, dentelladas en un muslo y en una oreja, un hematoma en el labio inferior... "¿Con que clase de fogosa gata lercha has estado jugando antes de volver a casa, so cabrón?”, me interrogó, llorando indignada. Inútil explicarle que lejos de huellas de una placentera batalla erótica, los arañazos en la espalda eran consecuencia de una feroz lucha con un leopardo, las dentelladas, de un combate cuerpo a cuerpo con una horda de zulúes y los hematomas resultado de las embestidas y coces de un búfalo cafre. Su cólera alcanzo el paroxismo propinándome inofensivos golpes y arañazos en el pecho y la cara con sus adorables manitas deterioradas por la lejía y los detergentes, cuando le conté pormenorizada la naturaleza de mis sueños, tan increíbles eran.
    Pero al final tuvo que creerme y nos abrazamos y besamos llorando.
    Porque en mis últimas noches, por ella, solo por ella, había viajado a las Minas del Rey Salomón. Y no solo se habían materializado las cicatrices de mis sueños.
    Entre las sabanas, revueltas por la refriega, brillaban centenares de diamantes.

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  58. LAS CICATRICES DE MIS SUEÑOS 2

    “De pensamiento, palabra y obra”. Es un asunto teológico que siempre me ha atormentado desde niño. ¿Se peca con el pensamiento? Porque si bien las palabras y las obras pueden gobernarse o reprimirse desde el consciente ¿Cómo contener los indómitos pensamientos surgidos del insidioso e impío inconsciente? “Con la oración, hijo mío, con la oración” me decía mi director espiritual mientras acariciaba mi tierna nuca de niño en la culpable oscuridad del confesonario.
    No quiero recordar las larguísimas noches en que, tras recibir el perdón de los pecados mediante el sacramento de la confesión, esperaba impaciente la llegada del amanecer que me llevaría a la primera misa del día, siempre con la incertidumbre de si alguna ineludible imagen lasciva elaborada por las inevitables hormonas de mi pubertad durante la duermevela, habría mancillado mi alma impoluta, indispensable para recibir la comunión, trocando así la gracia que me otorgaría la sagrada ingesta del cuerpo de Cristo en un horrible sacrilegio que me condenaría a las eternas penas del infierno.
    Así crecí, entre el placer, siempre culpable, de desenfrenadas escenas eróticas elaboradas por mi fértil imaginación nocturna, y el dolor anticipado de las penas del infierno que las castigarían. Doble pecado, porque, oh señor apiádate de mí, la representación de aquella multitud de brillantes cuerpos desnudos entrelazados, retorciéndose lujuriosamente en las llamas, me parecía infinitamente, quizás por la infinitud de sus aullantes orgasmos, más estimulante que cualquier depravada orgia en este perecedero mundo terreno.
    Tenía que hacer algo para salvarme y con veinte años ingrese en un monasterio de clausura. Allí, en la paz de los claustros creía estar a salvo del pecado. El voto de silencio me impediría pecar por la palabra. La reclusión en la desnuda celda imposibilitaría que mis obras me condenaran. Y la oración ininterrumpida ahuyentaría aquellos tan temidos como placenteros pensamientos que me acosaban en el mundo exterior.
    Durante las horas de vigilia todo parecía ir de acuerdo con los designios del Señor. Pero pronto, con indescriptible zozobra, descubrí que me había olvidado de los sueños. Ah, los sueños, esos malditos e indomeñables sueños de los que tan solo parece amo y señor el abominable Satán. Ya no poblados de las lejanas y casi inocentes mujeres desnudas de mis primeras confesiones, sino de súcubos de devoradoras vaginas con las que te extraían el alma, e íncubos de insaciables falos con los que te inyectaban toda la perversa lujuria del maligno al que obedecían.
    Entonces comprendí que solo me quedaba la penitencia, el dolor de los azotes de las disciplinas de siete colas de cáñamo, y el horrible dolor de la emasculación de los genitales.
    Ahora que soy muy viejo y siento el aliento de la Parca, solo me queda presentarme ante el Supremo Juez con mis sueños pecaminosos trocados en las cicatrices de mi virilidad perdida y las de mi espalda y nalgas encallecidas. Al menos me consuela pensar que al fin se desvelará el enigma teológico que me ha atormentado toda mi vida, pero aterrado, intuyo que sea cual sea la respuesta, seré arrojado al infierno.
    En el caso afirmativo, si con el pensamiento o los sueños se peca, sus cicatrices le parecerán insuficientes y me condenará.
    Si la respuesta es negativa, también me condenará por gilipollas.

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  60. TETRALOGIA WAGNERIANA

    Me llamo Hermann Schultz y soy violinista en la Berliner Philharmoniker. Ahora, estoy en el escenario con un ruso que toca el Libertango de Piazzolla al bandoneón. Bueno, no sé si es exactamente un ruso, un tártaro, un cosaco, un kirguís, o algún otro de esos bárbaros de las estepas del este. Paradojas o parajodas del destino.
    Pero empecemos por el principio: Me siento profundamente alemán, pero nací en Buenos Aires. Tampoco es que a mi padre le atrajera mucho el clima y las tierras australes, pero, cuando acabó la guerra, él y otros colegas tuvieron que salir pitando de Alemania. El coronel Perón era de los nuestros y el país necesitaba inmigrantes competentes, así que allá se fueron en busca de una nueva vida. Se conoce que el clima europeo resultaba perjudicial para los wagnerianos y los arios puros. No sólo los judíos se adaptan bien al exilio, mi padre, con su talento para la mecánica, la ingeniería aeronáutica y las finanzas prosperó muy rápidamente y en muy pocos años cambió la desolada Patagonia por el fascinante Buenos Aires. Allí nací y crecí entre nostalgias de Baviera, El oro del Rin, Sigfrido, Wotan, Valquirias y batallitas de mi padre. Me aseguraba, muy serio, que se había establecido en la Patagonia tras desembarcar de un submarino en Comodoro Rivadavia, acompañando al Fuhrer y un pequeño sequito de incondicionales. Chocherías. Probablemente trampantojos, embelecos de la memoria de un anciano nostálgico. Aun así, decía que crecí, recto como un abedul, en las convicciones de mi padre: Alemania volvería a ser grande. Pero mi temperamento, menos marcial que el suyo, me llevó al conservatorio y a la música, a la gran música de la inmortal Alemania. Pero, aun así, pecados de juventud, para huir de un clima que a veces me asfixiaba, de vez en cuando huía a los boliches del Boca. Sin abandonar del todo el credo de mi viejo, me sentía fascinado por el humo del tango, del malevaje feroz y el pucho en la oreja.
    Pero ahora que estoy en Europa, olvidado todo aquello, músico consagrado y wagneriano inquebrantable, cuando la orquesta interpreta La Valkiria o Sigfrido me conmuevo recordando a mi padre y sus ideales.
    Pero hoy, coño, hoy, estoy tocando con este oriental y su bandoneón me transporta al Buenos Aires malevo de mi juventud. Y se me eriza la piel.
    Joder, parece mentira, pero hasta las razas inferiores pueden estremecer los puros corazones arios. Este cabrón me está destruyendo, está demoliendo pieza a pieza el edificio de mis convicciones más profundas.
    Ay papá, que ya estás en el Walhalla, me temo que a partir de hoy empezará a retumbar en mis oídos “El Ocaso de los Dioses”.

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  61. EL IMPERIO CONTRAATACA

    “A partir de hoy empezará a retumbar en mis oídos “El Ocaso de los Dioses”, aquella vieja música de nuestros antepasados es muy apropiada para este día histórico – pensé – Ya es hora de que caigan de una vez”
    “Tengamos valor. Tú y yo acabaremos con su opresión – dije a la princesa – este es el momento de acabar con la tiranía del Imperio”. Las naves de las flotas de Orión, pilotadas por infalibles androides de combate y los gigantescos cruceros interestelares de Andrómeda, repletos de patriotas cósmicos sedientos de libertad, esperaban el instante decisivo en perfecta formación. “Es la hora. Ha llegado el tiempo de luchar”, dije mirándola con los ojos brillantes de excitación ante la inminente liberación universal. Ella respiró hondo y asintió decidida. Cuando a través de los radiofaros laser de la Enana de Pegasus nos disponíamos a dar la orden para desencadenar la ofensiva, apareció mamá.
    Rezongando: “Demonio de críos, os tengo dicho que estas no son horas”, y tras atizarnos un par de coscorrones, arrojó desconsideradamente desde la mesa a la cesta de los juguetes nuestra majestuosa flota interestelar y nuestros sueños de libertad, para desplegar el mantel de cuadros para la cena, agregando: “Y tú, Manolo, apaga esa música insoportable, que me está volviendo loca la cabeza”. A papá, resoplando resignado ante aquella intolerable ofensa a sus idolatrados Sigfrido, Brunilda, Wotan y otros dioses de su panteón, no le quedó más remedio que, en aras de la paz doméstica, silenciar las sublimes, pero quizás algo estruendosas notas del Wagner.
    Aquella noche, antes de irnos a la cama, mi hermana y yo, contemplando las estrellas desde el jardín, juraríamos que, allá en lo alto, titilaban sollozando apesadumbradas. Y hasta las errantes Lágrimas de San Lorenzo recorrían el profundo y enlutado azul con un llanto más inconsolable que nunca, ante la debacle de la Alianza Para la Libertad. Entonces, sumando las lágrimas de nuestros ojos a las de las estrellas fugaces, hicimos una solemne promesa a aquella gimiente y desolada inmensidad nocturna: Algún día no lejano reconstruiríamos la flota y acabaríamos con la ominosa dictadura del Imperio Matriarcal.
    Eso sí, adelantando el comienzo de la ofensiva a un par de horas antes de la cena.

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