Biblioteca Garcés. 2022 -2023

Hola, escritores del taller de escritura creativa de Chus Molina de la Biblioteca Garcés.

Se abre una nueva entrada en este blog para poder colgar los relatos que leemos en  la Biblioteca Garcés. Estamos escribiendo juntos antiguos compañeros del Ágora, Forum y de la Biblioteca Garcés bajo la dirección, siempre indulgente, de la profe Chus.

¡Ánimo y a publicar...!

108 comentarios:

  1. La lámpara de mi tía Geraldine

    Las vidrieras de los ventanales filtraban una luz que agonizaba con la melancolía que solo la campiña inglesa otorgaba al final de las tardes, y para seguir leyendo encendí la lámpara de pie de la tía Geraldine.

    El oporto que bebía a pequeños sorbos en la copa de cristal de Murano halagaba mi olfato con olores a madera y cuero viejo mientras la música sonaba muy suave en el equipo de alta fidelidad, reverberando los delicados nocturnos de Chopin en los muros revestidos de gruesos paneles de madera de lejanos países africanos.

    Estaba muy feliz leyendo en aquel bello salón, arrellanado en sus sillones de pieles suaves y acogedoras de antílopes, y siempre encontraba en su biblioteca joyas de la literatura encuadernadas con la habilidad de tradiciones milenarias con pieles de animales sacrificados por el disfrute de su tacto al abrir sus tapas.

    Cerré el libro por un momento y me di cuenta de que era de los primeros días que estaba sin angustia en la mansión de la tía Geraldine, sin que la policía me estuviera interrogando por la desaparición de aquella odiosa bruja. Caso cerrado, dijeron. Después de varias semanas habían encontrado su cadáver en una cárcava muy alejada y escondida de la enorme finca de caza que tenía la mansión. El forense dijo que el fallecimiento fue a resultas de la caída del caballo. En un principio se cree, me dijeron, que quedó malherida y sufrió muchísimo como indicaban los rictus que su cuerpo, rígido por el frio del invierno. También creían que fue atacada mientras vivía por los zorros que pueblan este coto de caza y que le arrancaron casi toda la piel a dentelladas.

    No fui capaz de expresar pena y dolor cuando denuncié su desaparición a la policía y eso me convirtió en sospechoso. Pero era natural mi odio por la tía Geraldine después de los muchos años de sufrimiento en compañía de aquella odiosa solterona que se había apoderado de la herencia de mis padres cuando fallecieron, quedando yo sometido a su tortura emocional y maltrato físico que hicieron de mí el joven atormentado y cruel que soy.

    Aquella enorme mansión me infundía miedo desde niño cuando al atardecer las sombras se apoderaban de sus pasillos y salones, y los muchos animales disecados provenientes de la etapa colonial y esclavista de mis antepasados proyectaban sombras terroríficas en los muros. Pero lo peor eran los bosquimanos disecados que amontonados en una estantería, acompañaban a nuestra familia desde épocas muy lejanas, con su piel apergaminada y las cuencas de sus ojos cosidas con bastos hilos. La tía Geraldine me hacía sufrir por mis miedos y yo pasaba las noches oculto entre las sabanas con miedo a que un bosquimano viniera del más allá para vengarse en mi persona y mojaba, hasta ya muy mayor, las sábanas de forma humillante. Así era la odiosa tía Geraldine con su oscura y horrible gran mancha de vino en su mejilla.

    Por eso desde su muerte había iluminado totalmente el castillo y siempre leía en mi sillón al caer la tarde con la ayuda de aquella lámpara de pie que tenía que girar un poco cuando daba sombras al libro la mancha de su tulipa de suave piel que tenía, curiosamente, la misma forma que la de la cara de mi tía Geraldine.

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  2. Dejo aquí mi texto del viernes pasado. Aunque no sea muy afortunado, lo pongo. A los hijos hay que quererlos a todos por igual aunque alguno te salga gilipollas.

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  3. BAJO EL IMPERTURBABLE CONO DE LUZ DE LA LAMPARA

    Era un hombre metódico. Algunos atribuían ese rasgo de su carácter a una tenacidad firme y abnegada, otros a un espíritu mediocre y mezquino. Todos los días al atardecer aquella mano, aquella mano que jamás había conocido la rudeza del trabajo manual, accionaba el interruptor de la lámpara. La lámpara y su imperturbable cono de luz, compañeros inseparables de sus noches, no emitían juicio alguno, al menos perceptible, sobre el alma del Patriarca. No era nada del otro mundo, la lámpara. Una lámpara de mesa como cualquier otra. El utilitarista espíritu burgués de su usuario nada sabía de diseños vanguardistas ni de estilos clásicos. Él se limitaba a leer bajo el imperturbable cono de luz de la lámpara. Leer ambiciosos proyectos de obras públicas cuidadosamente mecanografiados, que diligentes secretarios habían depositado sobre la impecable superficie de la mesa de caoba. De vez en cuando descolgaba un brillante teléfono negro, algunos decían que negro como su alma, para con su voz meliflua, hacer algunas preguntas y sugerir, algunos decían que ordenar, cambios. Luego tras las oportunas correcciones, su mano blanda, que algunos decían de hierro, que jamás había empuñado una herramienta, bajo el imperturbable cono de luz de la lámpara, firmaba el proyecto. Otras veces se trataba de benéficos planes industriales que sacarían al país del subdesarrollo secular. Otras, firmaba nombramientos, destituciones, quien prosperaría, quien se hundiría. Una vez, bajo el imperturbable cono de luz de la lámpara, él, del que algunos decían que tenía un salitroso espíritu de corsario, había vendido el mar. Otra vez, él, del que algunos decían que tenía alma de majestuosa ave rapaz, había vendido los cielos. Mar y cielos. Todo en beneficio de la patria.
    Otras veces bajo el imperturbable cono de luz de la lámpara, aquella mano firme que jamás había apretado un gatillo, algunos decían que con la indisimulada crueldad que había tomado prestada de los cabileños del Rif, firmaba sentencias de muerte. En defensa de la patria.
    Los habitantes del poblado cercano que divisaban aquella luz iluminando su ventana todas las noches, dormían tranquilos. La patria estaba en buenas manos. Bajo el imperturbable cono de luz de la lámpara.
    Si bien el fatal discurrir de los años no hacia mella en el imperturbable cono de luz de la lámpara, sí acabó haciéndola en aquellas manos que, con un incontenible temblor, firmaron las últimas sentencias de muerte. Todos sabían que no se trataba de escrúpulos seniles debidos a una improbable humanización de aquella inflexible alma vocacionalmente rifeña. No, era algo más trivial, expresado con la aséptica prosa de las enciclopedias: “Enfermedad neurodegenerativa crónica ocasionada por un déficit en la secreción de dopamina, hormona liberada por las terminaciones nerviosas de la sustancia negra”
    Cuando la lucecita del Pardo se extinguió para siempre, el país contuvo el aliento: Dolor. Incertidumbre. Miedo. Esperanza. Alegría.
    Pasado el tiempo, cuando una especie de heterodoxos historiadores u ortodoxos parapsicólogos, rescataron la lámpara del Patriarca del polvoriento almacén a que había sido confinada, intentando leer la historia grabada en la incandescente retina del filamento de tungsteno de la bombilla a lo largo de los años, esta se fundió estrepitosamente al conectarla, tiñendo el interior de la ampolla de vidrio de unas impenetrables terminaciones nerviosas de sustancia negra.

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  4. ¡PARA LAMPARITAS, ESTOY YO…!

    Quise, desde la cama, prender la lamparita de mi mesilla de noche para buscar el teléfono móvil y leer la lista de tareas para el día que comenzaba. Mi mano izquierda danzó sobre la mesilla con tanto brío que, al movimiento de vuelta, lanzo la lamparita al suelo. Se oyó un chasquido eléctrico, como cuando fundes los plomos, unido a una catarata de sonidos que presagiaban desastre. Y efectivamente: el pie de porcelana se había tronzado y la bombilla estaba rota. Afortunadamente, mi mujer, ni se enteró y seguía durmiendo. Me levante. La luz del baño no encendió; a tientas, levanté la tapa del wáter, apunté como pude y desahogué. ¡No aguantaba más! Enseguida fui a poner en orden el limitador que había saltado y, con la misma, intenté evaluar los daños que había causado mi torpeza. Cambié la bombilla rota y, aunque la lamparita tenía su pie quebrado, la enchufé para ver si respondía. Y sí, aquello funciono. .
    Repasé las tareas: > “Taller de Escritura de 11 a 12´30 h.” > “A las 11´30 h Revisión Quirón Ojos”
    Ya la teníamos armada: dos citas imprescindibles en el mismo tramo horario. A lo de los ojos no podía faltar, y volver al taller y reencontrarme con mis compañeros, después del apagón del verano, me hacía tanta ilusión… “Bueno (pensé) iré al Quirón y, si no llego al taller, al menos los veré tomando los vinos.”
    Me hice un café y decidí que era mejor arreglar la lamparita antes de que se despertase Carmen. Vi que el corte del pie de la lámpara era limpio y que sus mitades encajaban perfectamente. “Estupendo (me dije) con un poco de pegamento: ¡Como nueva!
    En el tubo que encontré en la caja de herramientas, se leía: “Pegamento Rápido Transparente.” “Aplicar, unir, y esperar presionando sobre la superficie pegada unos instantes.” Así lo hice, quedándome, al menos un minuto, apretando con una mano el pie de la lamparita por donde lo había unido.
    ¡Ay Dios…! Cuando quise abrir la mano y separarla de la maldita lámpara, fue misión imposible; se me había pegado a su pie tan fuerte como sus partes unidas, y era inútil intentar liberarla.
    El tiempo apremiaba. No me quedó más remedio que despertar a Carmen y contarle todo. Después de despacharse a gusto, e intentar desasirme, sin éxito, de la lamparita, pensó que no quedaba más que desmontarla. Le quitó la tulipa, la bombilla, el cable, el interruptor, todo. No paró hasta dejar el pie desnudo. Luego, poniéndome el brazo en cabestrillo, disimuló entre vendas mi nuevo apéndice corporal.
    Con tanto ajetreo, y después de perder el autobús, llegue tarde a la cita del Quirón.
    Cuando regresé a casa, ya era absurdo pensar en poder llegar al taller de escritura para saludar a Chus, la profe, y al resto de compañeros. Y también se hacía tarde para ir a tomar un vino con ellos. Además, me daba algo de vergüenza tener que contar la verdad sobre mi estupidez y todo lo relacionado con la lamparita y el pegamento rápido. Me consolé esperando el whatsApp de la profe, intrigado por saber cómo, y de qué, tendríamos que escribir para el próximo encuentro. Lo abrí en cuanto llegó. El mensaje decía: “Escribir un texto donde una LÁMPARA DE PIE O DE MESA tenga un papel o importancia decisiva en la historia”.
    No me lo podía creer. Ni que alguien se hubiese chivado. ¡Para lamparitas, estoy yo…! (pensé), y me tumbé en el sofá, frente a la tele, a ver “La Ruleta de La Suerte”.
    Alfonso Modroño Márquez. Taller Escritura. Creativa. (A Coruña, 28 de octubre de 2022.)

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  6. Dulces sueños


    Apaga ya...

    Te estoy mirando y sé que no voy a escuchar eso nunca más.
    Vendré a esta habitación como todos los días, me acostaré, y ahora con un suspiro, te encenderé, cogeré un libro y nadie vendrá... Pasará un rato pero al leer no escucharé
    Apaga ya...

    Apaga ya...

    Cada vez que me lo decía te miraba, sonreía, tú sí que me entendías.
    Y ahora, ahora amiga, al poco de encenderte, ya nadie nos dirá
    Apaga ya...

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  7. LA LÁMPARA DEL RINCÓN

    Estoy hasta las narices de ver ahí esa lámpara. Tiene una luz de mierda y sólo vale para iluminar el rincón donde no hay nada más interesante que la intersección de dos tabiques, ¡Vaya panorama!, encima, cada vez que le digo a mi madre que la voy a quitar se mosquea y dice que ahí está bien, que es su sitio y que en casa no hay otro lugar donde ponerla, y yo, me tengo que callar porque lo que quiero es tirarla, hacerla desaparecer de mi vista. Cualquier día me deshago de ella y se acabó el invento.
    Me siento en el escritorio, enciendo el ordenador y obsesionado como estoy con la puñetera lámpara de pie del rincón pongo el Google “Deshacerse de lámparas” y resulta que salen un montón de epígrafes, pinché uno al azar y me salió una dirección próxima y una recomendación: “Si quiere usted deshacerse de su lámpara cómodamente, tráiganosla, nosotros nos encargamos de todo”
    Aprovechando que mi madre no estaba, metí aquel armatoste en el coche y me acerqué hasta el lugar. Aparqué delante, cogí la lámpara pensando en la cara que iba a poner mi madre y fui hasta la entrada. Una señorita muy amable me dijo: “Pase y póngala encima de aquel montón”, señalando al fondo de la nave.
    Subí por encima de miles de lámparas hasta que el suelo se hundió y me encontré en el fondo con un grupo de gente en la más absoluta oscuridad que venía hacia mí. Entre los golpes de la caída y el miedo a aquellos seres perdí el conocimiento. Cuando me desperté estaba todo oscuro excepto una grieta por donde entraba algo de luz. Retiré lámparas y más lámparas siguiendo la claridad hasta que pude salir de allí a la carrera. La señorita de la entrada me dijo: “Adiós, buenas tardes”. No le contesté.
    Me metí en el coche a toda prisa y regresé a casa, a mi habitación, y allí me encontré a mi madre con una bayeta en la mano.
    - Pedro, tienes que limpiar mejor la lámpara del rincón que estaba llena de polvo.

    Luis M. Gurriarán
    Fonte Cuntín, 22/10/2022

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  8. Matrícula de honor

    -Has tardado mucho en llegar.
    -Sí, me he perdido en el bosque, es tan grande y tupido, pero por fin estoy aquí, ¡empezamos?
    -Imposible, ya es demasiado tarde y lo sabes.
    -Tú siempre tan exagerada, sólo me he retrasado media hora y, para lo que tenemos que hacer no me parece tanto problema.
    -¿Cómo que no es tanto problema? Estaba todo calculado al milímetro,;estamos en el punto exacto del bosque, justo debajo de la constelación adecuada, pero ahora, por culpa de tu demora ya no estamos en el momento preciso, todo se ha ido al garete...
    -Bueno, bueno, ya será menos, que sólo íbamos a invocar a los hados de los exámenes para aprobar el viernes.
    -Aprobar tú, yo quiero la matrícula.
    Ya, tú siempre tan exigente y, la verdad, no sé para que necesitas todo esto; ya sabes que tienes la matrícula, me hace mucha más falta a mí el aprobado...
    -Pues quien lo diría, eres tú la que ha tardado...
    -Mira, hacemos una cosa, empezamos el ritual que los espíritus no son tan tiquis-miquis como tú y seguro que no les importa el retraso, si eso échame la culpa a mí que ellos te entenderán y te darán la matrícula, además no he cargado con todo este material para volver a la residencia sin hacer nada...
    -Está bien, intentémoslo pero, ya sabes, como el viernes no saque matrícula...
    -Sí, sí, ya sé, toda la culpa será mía...asumo las consecuencias.

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  10. Claro oscuro

    En un miserable día de julio caminaba sola por la diáfana campiña.
    De vez en cuando daba breves patadas al polvoriento camino.
    Aunque se encontraba delante de ese bello paisaje que tantas veces admiraba, se sentía incapaz de apreciarlo en su grandioso esplendor.

    El verde de la hierba no conseguía sacarla de su desolado vacío.
    Siguió caminando introduciéndose en el casi inaccesible bosque. Quizás intentaba encontrar un alivio, puede que divino, a su, cada vez, más exiguo ánimo.

    Poco a poco se acercó con su hoy torpe andar al desnudo claro en el que siempre encontraba reposo, en esta ocasión sería inútil intentarlo.

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  11. La máquina
    Hamida sabía que no habría un mañana. El futuro no existe salvo que seas un condenado a muerte en tu última noche. Hamida con la serenidad impasible disfruta de su limitado protagonismo. Hace años que las ejecuciones no son públicas, solo unos pocos funcionarios de aquella cárcel de Marsella verán como la hoja oblicua de la guillotina concede al criminal más sanguinario una muerte piadosa. Torturador, violador y asesino confeso, Hamida no pensaba en el segundo fatal, las últimas horas se le iban en desear la presencia de su madre ajena a todo en su Túnez natal, pero no equivoquen ustedes el sentimiento, no había en aquella mente tiempo ni lugar para la añoranza, para aquel temporero mutilado sería un fallo de la justicia humana o divina que nadie sufriera en su ejecución.
    Cuando abrieron la puerta de la celda, entraron en silencio dos guardias y la jueza de guardia a la que le había tocado ser testigo y levantar acta. Escucharon que el condenado dormía, pero no dormía. La temblorosa mujer ordenó que lo prepararan pensando en sí misma y en las náuseas que le provocaba aquella extraña situación desde que se lo habían comunicado, rezando porque ella firmase el último informe de aquel tipo. El proceso se le hizo largo a todos los funcionarios, el condenado tiene una rudimentaria prótesis de madera con la que había solucionado un accidente laboral y había que colocársela, ninguno de los asistentes había visto una jamás salvo en las películas de los piratas franceses del Caribe.
    Nadie hablaba. Este silencio facilitaba amortajar a alguien que todavía vive. Una vez bien que Hamida estaba bien vestido se inició la procesión hasta una sala donde además de una silla lo esperaba el verdugo. Sus manos están encadenadas a la espalda con esposas. El verdugo soltó las manos del reo, no sin antes exclamar como una broma macabra “¡Ya ves! ¡Estás libre!”, provocando un escalofrío entre los asistentes. Un guardia le dio un cigarrillo y le preguntó si quería beber algo. “Ron, ron, ron, la botella de ron”. La jueza, desencajada, obseva y anota “Es joven. Cabello muy negro y bien peinado. El rostro parece hermoso, con rasgos regulares, tez lívida y círculos oscuros debajo de los ojos. No es un idiota ni un matón. Es más un chico guapo”.
    Hamida fumaba. Bebía lentamente. Entendía que su vida finalizaría cuando acabase de beber. Preguntó si le habían concedido su último deseo y la jueza dejó sus notas para sacar de un bolso un pañuelo rojo y parche para un ojo. Hamida se los puso, carcajeó y pidió más ron. El verdugo se lo negó, ya habían sido bastante “humanos”. Abrieron otra puerta. Apareció la máquina, junto a ella una cesta de mimbre marrón. ¡Levántese y camine!
    Y así fue como después de una noche sin pegar ojo, se levantó con la firme determinación de comprarse un guacamayo.

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  12. Verde – Exiguo – Desolado – Torpe – Grandioso – Polvoriento – Inaccesible – Desnudo – Diáfano – Divino – Breve – Vacío –Miserable – Bello

    ESPEJISMO
    Con paso torpe había recorrido aquel camino polvoriento a través de un páramo desolado. Se sentía tan vacío y miserable como el paisaje. Cuando el hallazgo de lo grandioso y de lo bello ya le parecía inaccesible, diviso a lo lejos una mancha verde iluminando el horizonte. Entonces, esperanzado, el camino hacia aquel oasis aparentemente inalcanzable le pareció breve. Cuando llegó, vio que allí el aire era diáfano como si se tratara de un halito divino. Se despojó de los harapos que lo cubrían y, desnudo, se sumergió en un límpido estanque. Pero el aliento de Dios es solo un exiguo espejismo y pronto percibió que en realidad se revolcaba en el limoso e inevitable fango de la vida.

    EL VIAJE
    Buscaba el verde. Pero no el exiguo y perecedero verde corrompido de las selvas de este cada vez más desolado planeta. Se sabía demasiado torpe para emprender la búsqueda de lo grandioso. El camino era demasiado polvoriento y el ansiado verdor del absoluto le parecía inaccesible: aquel desnudo, diáfano y divino verdor de la luz de Krishna. Pero, aunque la vida es demasiado breve, el alma demasiado vacía y el cuerpo demasiado miserable, el fracaso es terriblemente bello. Así que en la hora de su muerte suspiró satisfecho de haber emprendido la búsqueda.

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  13. LA NOCHE, A NOITE, LA NUIT, THE NIGHT, LA NOTTE

    Pero no sé por qué tenemos que complicarlo tanto, porque al final, aunque haya pasado la noche en blanco, alguna cabezada habrá echado y habrá soñado, y al final resulta que se despierta y todo era un sueño. Pues no a mí no me gusta que las cosas acaben así: “Todo era un sueño”, sin más explicación, que bonito, me recuerda a algunas de las canciones de los años sesenta que decían “Era como un sueño, me desperté y la quería” y cosas así de cursis, y claro, también puede ser que amanezca con una resaca del quince o aún cargado presto a tomarse la penúltima antes de ir a comprarse un bicho cualquiera, me inclino más por esta última, y si estuvo con alguien que le prometió lo del guacamayo, ¡coño!, podía haberle dicho un pájaro, sin matizar, sólo le faltó ponerle colores para hacerlo más difícil todavía, como en los circos, pero hay gente que tiene muy mala leche y se aprovecha de las circunstancias para conseguir sus caprichos, no sé, ya me he perdido entre las palabras: las noches, los pájaros que no sé por dónde salir, porque uno, modestia aparte, de noches sabe un rato, son muchos años y mucho trote encima, y para más abundamiento tengo muchos amigos que me doblan en experiencia, me lo cuentan y a todos les/nos han pasado cosas raras porque desde que anochece hasta que amanece es un período muy curioso, parece que el mundo está muerto, que la ciudad duerme, que diría el cantor, pero nada de nada, se cuece de todo, en todos los rincones; el vicio, de hecho, es algo que lleva implícito la propia noche y la mayoría de la gente que se recoge a horas prudentes, que dirían ellos, no se enteran de lo que pasa de sus puertas para afuera: la ciudad muta, evoluciona a una velocidad increíble, salen al unísono todas las brujas, trasgos, duendes, hechiceras, adivinos, animales prehistóricos, bichos deformes, hasta personas sin raza, ni sexo ni condición y todos se juntan en el aquelarre de la oscuridad que por completo lo deforma y transforma, sin sentido ni orden ni concierto para llegar algún éxtasis o catarsis inesperada que no todo el mundo encuentra a su paso por la noche, sólo los muy avezados repiten una y otra vez sin transmitir sus conocimientos al común de los mortales y, claro está, a cualquiera que no esté inmerso en la sabiduría de las tinieblas le puede ocurrir lo más extraño como a nuestro amigo, y así fue como después de una noche sin pegar ojo, se levantó con la firme determinación de comprarse un guacamayo.

    Luis M. Gurriarán
    A Coruña, 11/11/22

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  14. OPERACIÓN FERROCARRIL
    - Has tardado mucho en llegar.
    - Sí, me he perdido en el bosque. ¡Es tan grande y tupido!, pero, por fin, estoy aquí. ¿Empezamos?
    -Vale. Escucha:
    “Apegada a mis brazos como una enredadera,
    Las hojas tu voz lenta y en calma.
    Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
    Dulce Jacinto azul torcido sobre mi alma”
    - Muy bien, Neruda, ya veo que te estás aprendiendo los versos del libro que te regalé pero no llegamos aquí para un recital poético ni para que me des exhibiciones de tus dotes de rapsoda, centrémonos y dejémonos de poesías. Llevo aquí más de una hora y las cosas están calentitas.
    Desde que observo han pasado cuatro trenes por encima del puente que se ve a la izquierda, desde el primero al segundo hubo un intervalo de dieciocho minutos, a partir de ahí han pasado cada diez minutos exactamente, se nota que van sobrecargados porque en la pendiente que hay a continuación descienden considerablemente la velocidad, esto podría ser muy interesante para nosotros. Nuestro objetivo se tiene que centrar ahí, a quinientos metros después del puente, es por donde van más lentos.
    - De acuerdo, observaremos otra hora a ver si las cadencias se repiten y actuamos en consecuencia. Te digo yo que esta vez nos coronamos.
    - Bueno, no cantemos victoria antes de tiempo. ¿Has traído todo lo que te he dicho?
    - Sí, lo tengo en la mochila.
    - A ver, extiéndelo sobre la hierba y hagamos un recuento que no me fío un pelo de ti desde que te dio por la poesía, te descentras y estas cosas son delicadas como para cometer errores.
    - Mira, ves, toda la lista, esta vez hice un checklist a fondo para no fallar.
    - Vale, recoge todo y descendamos hacia la vía, parece que los intervalos horarios no varían. ¡Vamos allá!
    Bajaron del monte con mucha cautela y escondiéndose de posibles miradas de los habitantes de aquella zona, que aunque muy poco poblada siempre podrían dar la voz de alarma. Se acercaron a la vía escondiéndose tras unas matas y cuando el tren pasaba a la velocidad más lenta, tal y como habían calculado desde arriba, se agarraron a una escalerilla de un vagón y treparon hasta el techo, agazapados y poco a poco porque el viento podría tirarlos a la vía pudieron abrir un tragaluz y entrar saltando sobre los paquetes que llenaban el receptáculo.
    - ¡Lo hemos conseguido, te lo dije, no podía fallar! Es que había estudiado todo minuciosamente, esto tenía que funcionar. Mañana por la mañana estaremos sobre el objetivo, que no te quepa la menor duda.

    EL CORREO GALLEGO - NOTICIA DE ÚLTIMA HORA
     
    Las fotos corresponden a dos enfermos que se han escapado del Hospital Psiquiátrico de Conxo. En principio no son peligrosos pero no se han llevado la medicación y ello puede acarrear problemas. Si alguien los ve, por favor llame urgente al 112 o al 061.

    Luis M. Gurriarán
    Braga, 30/10/2022

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  15. INTERCALAR LOS ADJETIVOS SUBRAYADOS

    Para llegar a aquel inaccesible lugar no tienes otro camino que pasar primero por un paisaje verde, fértil, pero enseguida, casi sin darte cuenta el firme se convierte en una ruta polvorienta que te reseca la boca, sin vegetación, desnuda, como si entrases de repente en un desierto muerto, desolado, y el camino casi desaparece ante aquel suelo entre arenoso y sucio, se hace exiguo, casi inexistente, monótono, miserable, vas tropezando con las piedras que no ves porque el ocre todo lo iguala y te conviertes en un torpe caminante pero sigues, sigues, sigues y en un espacio breve de tiempo te encuentras sobre aquel inmenso y alto acantilado, grandioso, donde el cielo se funde con el mar diáfano en el que , aunque allí abajo, en la lejanía, se adivina el fondo. Es un instante en que te encuentras divino, tocando la gracia, rayando con la gloria, incluso bello, pero enseguida aterrizas y y vuelves a encontrarte contigo mismo, necio como antes, haces una reflexión sobre tu persona, miras hacia abajo, al vacío, y piensas: ¡Pero qué difícil es suicidarse!

    Luis M. Gurriarán
    A Coruña, 04/11/2022

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  16. ESPÍAS

    Vaya mierda de habitación, y lo más curioso del caso es que la gente se cree que ser espía es como James Bond, licencia para matar, chicas explosivas a tu alrededor, correr por las calles con un Aston Martin y actuar por tu cuenta. Invitas a una chica aunque no sea muy Bond a subir a este cuartucho y lo más fácil es que acabes en Urgencias con un tacón clavado en la frente. Y encima voy a tener que trabajar en el baño que es desde donde puedo acceder a la longitud de onda en que transmite la embajada de Irán. La de horas que voy a tener que pasar ahí metido con el olorcillo que se filtra de las habitaciones de abajo porque la ventilación no funciona demasiado bien que digamos. Al menos la cama es ancha y si el colchón tiene algún muelle saltado podré cambiar de sitio.
    A ver cómo me acomodo en el baño y me agencio una silla más o algo para colocar el ordenador y demás aparatos, si no tendré que poner alguno sobre el bidé, creo que el cable de antena me da para acercarla hasta la ventana, que según las indicaciones es donde mejor se capta la onda.
    Mal no está pagada esta profesión pero tienes que ser muy discreto, mimetizarte con el medio, pasar desapercibido, una actitud distinta para cada caso, tienes que interpretar un personaje distinto cada vez, como un actor, porque si te pillan estás bien jodido, olvídate de derechos humanos, leyes, presunción de inocencia y demás. Lo mejor que te puede pasar en ese caso es que te maten pronto, sin muchas torturas porque lo que está claro es que te van a trocear y echar los trozos mezclados con pienso para que coman los peros y el gobierno pase una nota a tu familia dándote por desaparecido para que puedan arreglar lo de la póliza de seguros, pensiones y esas cosas.
    Aston Martin, Jajá, y yo con Opel Corsa alquilado.
    Bajaré al supermercado de la esquina a comprar un ambientador y algo de comer porque tengo que ponerme ya a la escucha y van a ser horas largas hasta capte algo.
    Tengo que reconocer que la habitación es un asco pero la recepcionista es un bombón y tiene una voz melodiosa, diría que llena de sensualidad. Pasaré despacio para escuchar lo que le dice a aquel cliente.
    - Lo siento mucho pero la habitación de los espías la tengo ocupada con uno americano.
    Luis M. Gurriarán
    Fonte Cuntín, 02/12/22

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  17. COITUS INTERRUPTUS
    - Has tardado mucho en llegar.
    - Sí, me he perdido en el bosque, es tan grande y tupido, pero por fin estoy aquí ¿Empezamos?
    - Bueno… pero “no te desnudes todavía, espera un poco más, no tengas prisa, el tiempo es algo que quedó detrás. La eternidad es un latido, un solo corazón, el tuyo, el mío, abrazados en perfecta comunión. Cuando el deseo estalle como rompe una flor, te quitaré el vestido, te cubriré de amor. Y en la espera, te pediría: no te desnudes todavía”.
    - ¡No te jode aquí el poeta! Al menos podrías largarme algún rollo que fuera tuyo en lugar de plagiar esa pasable y blanda letrilla de tu hit-parade de cursilerías ¿No? – dijo ella quitándose apresuradamente la ropa – a ver si te crees que tras haber sorteado el acoso de dos escarabajos peloteros y estar a punto de ser devorada por un hurón antes de llegar aquí, estoy para que me vengas con circunloquios. Venga, vamos al lio.
    Y tumbándose en su refugio, él con las orejas rojas, no sabríamos decir si por la vergüenza o por el deseo, y ella con una irrefrenable especie de furor uterino, se entregaron ardorosamente a la ancestral ceremonia del mete-saca. No llegaron al restallante orgasmo que culminaba sus frecuentes citas porque en lo mejor del asunto, un inopinado temblor de tierra y unas retumbantes voces provenientes de lo alto interrumpieron aquel carnal contubernio:
    - Has tardado mucho en llegar – oyeron como tronaba aquella impaciente voz de inflexiones salvajes
    - Sí, me he perdido en el bosque, es tan grande y tupido, pero por fin estoy aquí ¿Empezamos?
    - Ya estas tardando ¿No ves que estoy en llamas? Desnúdate, déjate puesto solo lo que ya sabes, túmbate y vamos a lo nuestro, mi deliciosa niña.
    Tras oír este estentóreo dialogo, nuestros dos frustrados amantes solo pudieron contemplar con terror como, tras una crujiente sacudida seguida de un frenético vaivén, se producía la ruina de su madriguera bajo el intolerable peso de lo que parecía ser un castigo divino a su concupiscencia. Cedió el techo, cedió la cama y cedieron aplastados, hechos papilla, los frágiles huesecillos y órganos de sus lujuriosos cuerpos desnudos.
    - Oh cielos – dijo él – Sic transit gloria mundi.
    - Hay que joderse con estos grandotes – exclamo ella, mucho más prosaica.
    Lo último que percibieron antes de morir fue un fragoroso trueno que hizo volar despavoridos a los pájaros de la enramada, seguido de un sordo quejido de agonía y el apresurado sonido de unos pasos que huían no menos despavoridos que los pájaros, mientras un líquido rojo y viscoso anegaba las ruinas de lo que había sido su nidito de amor.
    Al día siguiente, en la mañana otoñal, el juez de guardia, alertado por los madrugadores recolectores de setas, ordenó levantar el cadáver de la joven desnuda tan solo ataviada con una minúscula caperucita roja. No daba crédito a sus ojos cuando bajo un magnifico ejemplar de Boletus Edulis Mycelium aplastado por el peso de la difunta, la policía científica encontró dos cuerpos, también aplastados, y estos sí completamente desnudos, de una pareja de gnomos.
    De los otros protagonistas de esta tragedia forestal, el lobo feroz fetichista y el cazador bizco de pésima puntería, nunca más se supo.

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  18. EL COJO, EL MONO Y EL GUACAMAYO
    “Se venden guacamayos Ara Ararauna. Anillados. Sexados machos por ADN. Certificado libre de enfermedades. Con toda su documentación en regla”
    Se paró ante el cartel pegado en el interior de la vidriera. “Son la hostia, – murmuró para si – sí que le echan imaginación”. Miró, para asegurarse, la dirección anotada en el papel arrugado que llevaba en el bolsillo de la chupa. “Pues sí que es aquí”. Entró guardando el papel y acariciando el bardeo. “Por si hay que capar a algún julay que me venga con problemas”
    En el interior, lo recibió una cacofonía de fuertes graznidos, algunos agudos, otros graves, sobrevolando una mareante multitud de plumíferos adornados con infinitos colores tropicales que se agitaban inquietos sobre mugrientas perchas cubiertas de excrementos. Con la cabeza como un bombo y los ojos haciendo chiribitas en tecnicolor se dirigió al mostrador del fondo. Allí, una pibita, muy bien aliñada, al verlo, se quitó los cascos dejando de contonear las opulentas caderas al compás de una, al parecer, muy excitante música tropical.
    - Hola guapo – dijo con voz melosa – ¿Qué te trae por aquí?
    - Quiero comprar un guacamayo. Vengo de parte del Pijo.
    - Ah, tío bueno – dijo ella – Para los amigos del Pijo, lo mejor. Norma de la casa. ¿Qué quieres? ¿Guaca o Mayo?
    - ¿Eh? – respondió él, desconcertado – No entiendo…
    - ¡Serás pringao! ¿O es que eres gilipollas? ¿No te ha dicho el Pijo como nos lo curramos? Guaca es: Coca, perico, farlopa, merca… Mayo es: Caballo, jaco, Brown sugar, yo que se…Tú dirás, hay quien se prepara “rebujitos” con las dos cosas, nuestros mejores clientes le llaman “guacamayos”. Pero, venga que no tenemos todo el día, coño. Estoy loca por cerrar y perder de vista a estos pajarracos.
    - Ah, ya, perdona tía, tampoco te me pongas tan borde. Es que hacía tiempo que no venía a pillar por este barrio. Nada, solo quería un poco de jaco para hacerme unos chinos.
    - Pues venga, marchando. Ocho dosis por cien euracos y no se hable más. Y si le llevas este bonito paquetito al Pijo te queda todo en cincuenta. Oferta irresistible, oiga. – dijo ella, frunciendo los labios con un provocativo mohín.
    - Vale – solo acertó a decir él, impaciente por largarse y perder de vista a aquella especie de seductora harpía y su bullanguera fauna tropical.
    Cuando llegó a la esquina del callejón, toda la basca habitual se había esfumado: en lugar de los yonquis derrotaos que esperaban las cundas, las putas portaleras y los colegas que lo esperaban para colocarse, solo estaba la pasma. “Coño, el Cojo por aquí” se chotearon al trincarlo. Lo registraron y se lo llevaron al furgón.
    De las tres noches que pasó en el maco, la primera la pasó soñando con el canto de miles de guacamayos bajo una frondosa enramada verde. Muy bonito. Pero la segunda soñó con el burbujeante galopar del enloquecido caballo de la dama blanca espoleando sus venas y su cerebro, y durante la última, la del “mono”, insomne víspera de la libertad, solo pudo pensar en la chica de la tienda y en las malignas aves que vendía. Se tanteo los bolsillos. Le quedaban cincuenta euros. Si lo volvían a trincar que lo trincaran.
    Y así fue como después de una noche sin pegar ojo, se levantó con la firme determinación de comprarse un “guacamayo”.

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  19. LOS PROBLEMAS LABORALES DE “EL PHILIP MARLOWE”

    Las contraventanas dejaban pasar con un hilo de luz matutina los rumores del patio vecinal. El teléfono de factura años veinte, la cama de hierro forjado y las paredes de revocado irregular sugerían un cierto gusto por lo retro, o tal vez lo rustico, de la mujer. La cama cuidadosamente hecha y la ausencia de objetos superfluos a la vista revelaban también un espíritu ordenado. Cuando accionó el interruptor, la impoluta limpieza del cuarto de baño confirmo su primera impresión. Depositó sobre la mesilla de noche el llavín del apartamento que le habían dejado bajo el felpudo gruñendo para sí: “Demasiado ordenado todo. Un orden siniestro, diría yo. Aquí hay gato encerrado” Se acercó al inodoro y levantó la tapa. “Buscad en los inodoros, esos blancos podios en los que se asientan las sombrías miserias humanas” decía Georges Simenón. Un oscuro pelo rizado se dibujaba sobre la nívea blancura del asiento. “Vello púbico masculino” murmuró. “¿Pero esta mujer no vivía sola?”. Para confirmar su conjetura se dirigió a la coqueta y abrió los cajones. “Hurgad en los oscuros féretros en los que yace la ropa interior, en esos húmedos encajes que atesoran perversos aromas de placeres culpables” aconsejaba Raymond Chandler. Todo eran minúsculas braguitas de hilo dental. “Ella, ingles brasileñas, ergo, el rizo ha de ser forzosamente de un amante. Un macho. Aquí hay tomate”. Con una lobuna sonrisa triunfal, volvió al cuarto de baño. Abrió el blanco armarito de la pared. “En los botiquines, encontrareis todo lo que define al sospechoso. Arsenales en los que duermen los objetos que lo mantienen en el filo de la vida y tal vez en el de la muerte” decía Dashiell Hammett. Removió cosas inocuas: Aspirinas, tiritas, frascos de desinfectantes, y otras no tan inocuas… Codeína, Nembutal y una navaja de afeitar. “Puf… - suspiró – vaya, vaya”.
    No pudo evitar un respingo ante el imperioso timbrazo del teléfono. “¿Lo cojo? ¿No lo cojo?” dudó unos segundos y finalmente lo empuñó protegiéndose la mano con el pañuelo. “Nunca, nunca, nunca dejéis huellas” recomendaba Mickey Spillane.
    - Qué, ¿cómo va el trabajo? - rezongó una voz levemente irritada al otro lado del hilo.
    - Huy, aquí hay muchos puntos oscuros y diría que hasta sórdidos, jefe. Nuestra cliente no parece ser la serena y asentada mujer burguesa y respetable que creíamos. Tendencias suicidas, sexo, drogas y, perdone la broma, presumo que hasta rock and roll…
    - Pero ¿Qué cojones me estas contando? ¿Otra vez con tus fantasías, Felipe? Ya veo que te has dejado aquí el buzo y la caja de las herramientas y te has largado con tu ridícula gabardina a hacer de las tuyas.
    - Pero, jefe, el caso promete…
    - ¿Qué promete ni que leches? Te mando a reparar una fuga en la cisterna de la pobre mujer que, confiando en nosotros, nos deja la llave en el felpudo y tú te dedicas a hurgar en su vida privada. Me tienes hasta los huevos con tus chaladuras de huelebraguetas. Así que no se te ocurra volver por la fontanería ¡¡¡Considérate Despedido!!!

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  20. LA CASA DE LA TIA JULIA

    Aún recuerdo la primera vez que estuve en esta casa; la primera vez que dormí en este cuarto de invitados. Tú eras la tía rica, la hermana de mi madre bien acomodada. Yo no estaba acostumbrado a la serie de lujos que aquí resultaban comunes. Recuerdo, por ejemplo, ese olor penetrante por toda la casa al jabón de sales de La Toja, con ese aroma dulzón entre canela y beso que acaricia. Estos techos altos; estos ventanales largos; esta cama ancha; El baño en la habitación… Me sentía un príncipe con todo este espacio para mí. Era -aun es-, tan elegante… tan acogedor a pesar de su sobriedad…
    ¡Qué veranos maravillosos…! Todo era nuevo en aquellos años de adolescente. Estar aquí, era vivir… Chocolate caliente y espeso con churros o cruasanes en el desayuno. Tus empanadas de bacalao y pasas. Tus guisos de pescado fresquísimo. Tus dulces, tus tartas, los helados de la Ibense. Y el mar. El mar, entrando exuberante por el iris del alma a cada latigazo explosivo de aquellos veranos cortos.
    Me fui acostumbrando a desear ser ciudadano de aquel bienestar que aquí se repetía. Cada vez me dolía más tener que volver a mi habitación pequeña y mi cama estrecha. A los desayunos de sólo Cola Cao y, pan de ayer. A las lentejas. Al arroz en blanco. A los bocadillos con Tulipán y azúcar. A las manzanas con bicho. Y al gris. Al gris de la lluvia, la humedad y el frio pegándose a los huesos, como un castigo crónico, durante el largo invierno.
    Ha pasado tanto tiempo y tantas cosas… Ahora, aquí, con esta soledad, la casa me parece un mausoleo de recuerdos, exclusivamente. Ya no huele, ni siquiera en el baño, al acanelado perfume de los barros del jabón. Ya no será posible volver a sentir sobre esta cama, fría ahora, la caricia de sus besos. Mis primeros besos. Los que no he podido olvidar nunca. No es posible volver a sentir lo sentido en el primer amor. Por más que pueda amar a quien más amo, o quiera a quien más quiera, Ella siempre será el amor de mi vida, mi diosa idolatrada.
    Ya ves tía, de nada sirvió tu ayuda alcahueta. De nada, mi absurdo complejo de pobre. De nada ser, al final, el dueño único de tu casa. Y aquí me tienes, después de todo: rico, en la más absoluta soledad, aparentando ser feliz en mi matrimonio con los negocios. ¡Qué estupidez…!
    Alfonso Modroño Márquez
    Taller Escritura Creativa (B. González Garcés)
    A Coruña, 16 de diciembre de 2022.

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  21. Como no tenemos tarea para las vacaciones cuelgo el monólogo que hice para fin de curso de Teatro e interpreto el lunes.

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  22. NAVIDAD, NAVIDAD, DULCE NAVIDAD.

    Estaban los mandamases de Marte mirando hacia la Tierra con sorpresa y claro, en estas fechas les llama la atención a lo mismo que a nosotros:
    -- Mira Marten-2 la que están montando en la tierra desde hace algunos años, esos ruidos y músicas extrañas, luces increíbles que llegan hasta toda la galaxia, tendremos que enviar a alguien que nos informe, además hace ya muchos lustros que no va nadie por allí. Recuerdas cuando fuimos tú y yo con toda la preocupación del mundo también por unas luces y que resultó que era un tío chalado en Roma, un tal Nerón que le dio por incendiar la ciudad. Vaya llamaradas que preparó el elemento. Y cuando fuimos con aquellas otras llamaradas y era que los muy brutos habían soltado dos bombas atómicas en Japón, pero lo de ahora parece distinto, no son explosiones y esto dura más de 30 días. Mandaremos una nave y que nos informe. A mí no me apetece bajar, si quieres acercarte tú e informas.
    -- Vale Marten-1, iré yo con ellos. ¡Nave Uno, preparados para viajar a la Tierra! Modo incógnito invisible.
    Aún estamos a 26 segundos/luz y ya se oye el griterío, Escuchad: Navidad, Navidad, dulce Navidad.
    -- Esto no es normal. Acerquémonos a las luces más potentes. Nueva york. Vaya lío tienen montado con todos esos tíos vestidos de rojo tocando la campanilla y riendo JOJOJO como si quisiesen asustar a los niños. Que baje uno de inmediato caracterizado de terrícola y pregunte a ver qué es eso.
    -- Atención nave, uno de rojo dice que estaba pidiendo en una esquina y le ofrecieron ponerse de esa guisa por 20 dólares y un perrito caliente al día para comer. Parece que aquí se comen a los perros. Vuelvo a la nave, aquí hacen mucho ruido con el soniquete de Navidad, Navidad,…
    -- Vámonos de aquí, a ver que es aquella luz más potente. Psssssss. Vigo, pone en el letrero. Qué baje alguien a hacer una exploración.
    -- Atención nave, dicen que tienen un alcalde que se dedica a poner luces y no se llama Nerón sino Abel y que las dispara con cuenta atrás como si fuera un cohete, y como en N.Y. altavoces todo el día tocando Navidad, Navidad. Aquí no hay tantos señores de rojo de los que se comen perros, pero dicen que los peces beben en el río y hablan de unos reyes que son magos.
    -- Vuelve a la nave y vámonos que esos ya los conocíamos, les llaman borbones y hacen la magia de desaparecer el dinero.
    -- Volvamos a Marte que esta civilización se extingue, ¡¡están todos como cabras!!

    Luis M. Gurriarán
    A Coruña, 13/12/22

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  23. VAMPIRESA EMBAUCADORA

    Mortífera sonrisa seductora
    que me sorbía el seso…
    Veneno embriagador
    que a mis labios sedientos le sugería besos…
    Y esa tierna mirada…
    que erizaba el instinto más profano
    de mi sexo salvaje.

    “¡Oh hermosa vampiresa embaucadora
    que me miras traviesa y me enamoras!”

    Una copa, en su mano,
    rezumaba al exterior el sudor de los hielos;
    y un festín refrescante de colores,
    bañándose en alcohol,
    reclamaba sus labios tras el cristal mojado.
    Una música loca compraba decibelios.
    Todo el mundo gritaba y no se oían;
    aun así, proseguían regalándose gestos,
    y risas contagiosas,
    y voces acalladas
    por un silencio impuesto, atronador.
    Los rayos de las luces bailarinas
    danzaban entre hormonas desbocadas
    de carnes en furor.

    Yo tan sólo miraba…

    “¡Ay…! El hombro desnudo.
    ¡Ay…! Su espalda desnuda como una playa virgen.”


    Quisiera, en ese instante, hacerme mar
    para alcanzar su arena;
    convertirme en espuma y morirme en su piel;
    ser el cordón delgado, alado, blanco,
    que cruzando su espalda
    sujetaba el vestido de seda anacarada
    que encendía sus pechos, sus muslos, sus caderas …
    como si fuera un velo meloso y plateado
    pegándose a las curvas de su cuerpo.

    Su piel: tersa, dorada,
    como un atardecer de primavera
    a la puesta del sol de un mes de agosto.
    Su melena: de diosa,
    como una catarata de agua fresca
    cayendo generosa por sus hombros.
    hoja/2

    Sus labios: blandos, rojos,
    como un río de lava que enajena
    y te atrapa en su fuego poderoso.
    En sus ojos de miel enverdecida,
    podía adivinarse el color del paraíso.

    Yo estaba en un espacio sideral
    donde sólo una estrella brillaba omnipotente
    y su luz latigaba mi corazón rendido.

    Por un momento, cerré los ojos para verla,
    con la mirada limpia de los sueños,
    cabalgando a mi lado
    sobre un caballo blanco del futuro:
    Ella, con su vestido de seda anacarado,
    yo, desnudo, trotando hacia un delirio
    de amor apasionado.
    Soñé, no sé qué tiempo…
    Y aunque soñé despierto, de pronto enamorado,
    sé que soñé, ¡soñé…!
    y un sueño tan hermoso…
    que lo creí tangible.

    Levante la mirada y… ya no estaba.

    La busque entre el desastre de copas en la mano,
    de gestos regalados y risas contagiosas,
    de cuerpos sudorosos, decibelios,
    de rincones oscuros, en la barra, en la pista…
    Y grité como un loco, aunque nadie me oía:
    ¿Dónde estás… chica de los ojos verdes?

    Y nunca apareció…

    Ahora he vuelto a los sueños no tangibles
    donde todo es posible;
    y sueño noche a noche,
    y sueño día a día la misma pesadilla:
    Aparezco cruzando por un paso de cebra.
    Una chica me mira,
    y tiene su mirada,
    sus mismos ojos verdes,
    su piel tersa y dorada,
    sus labios blandos, rojos,
    su melena de diosa…
    Yo la miro… ¡Y es ella…!
    Nos paramos. Me abraza. Yo la abrazo.
    Me besa… Y yo la beso como nunca besara.
    hoja/3

    El semáforo cambia.
    Aún seguimos besándonos.
    Por el paso de cebra no está cruzando nadie;
    solamente nosotros
    permanecemos parados en el medio y medio.

    Hay un chirriar de frenos.
    un claxon estridente que se clava en el sueño
    y un golpe gigantesco como una bomba atómica
    que explota en el cerebro.
    Un autobús urbano está parado
    sobre el paso de cebra.
    Yo levito, y me veo, desde lejos,
    arrollado y sangrando sobre el asfalto; muerto.
    Ella está bien, y llora sobre mi cuerpo frío.
    Llegan dos ambulancias.
    Una se va con ella;
    otra también se lleva mi cuerpo ya sin alma;
    y entonces me despierto del sueño no tangible;
    y entonces sé que he muerto
    aunque despierte vivo.

    Si ni siquiera sé cómo se llama…
    ¿Y si nunca la encuentro…?

    Volveré, prisionero de mis sueños tangibles
    al bucle de las horas sin consuelo.
    Volverá a atormentarme la misma pesadilla
    que hiere noche a noche,
    que hiere día a día
    y que me roba el alma.


    QUIJOTE.

    A Coruña, 20 de enero de 2023.

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  24. EL TIEMPO DE LAS CEREZAS (Cuento para melómanos y lectores de “Rayuela)

    Héctor Oliveira continúa dando erráticas pataditas al tejo de la rayuela tratando de alcanzar la última casilla pintada de azul: el imposible e inalcanzable - él lo sabe - cielo. Desalentado, se hunde en las sombras de los muelles bajo los puentes del Sena. Allí conoce a una clocharde. Ella si ya ha alcanzado el absoluto nirvana de la borrachera ininterrumpida. Se trasiegan dos botellas de vino y una de calvados compradas por Oliveira y mientras ella le hace una muy poco higiénica e insatisfactoria felacion son sorprendidos por un gendarme. Tumbada en el suelo del atestado furgón que todas las mañanas recoge, diligente, a los desechos humanos de los muelles, la mujer estalla en etílico llanto mientras, con voz ronca, canta entre hipidos “El tiempo de las cerezas”. Oliveira, resignado, levanta la cabeza al resto de los detenidos: dos pederastas, un argelino y una banda de gitanos del este con sus instrumentos. Herzegovinos, moldavos, ucranianos o algo así. “Cantaremos cuanto llegue el tiempo de las cerezas, los amantes tendrán ganas de hacer locuras y los enamorados sol en el corazón” farfulla más que canta la clocharde antes de quedarse dormida entre ronquidos. Los pederastas y el argelino, ante la abrupta interrupción del recital, burlones, intentan despertarla propinándole leves pataditas en el costado. Pero uno de los gitanos, con lágrimas en los ojos, tras propinar un enérgico bofetón a uno de ellos, comienza a entonar un áspero, pero conmovedor cantico de añoranza de un mundo inocente de padres, hermanos y amigos, perdidos tal vez en las heladas riberas del Dnieper o del Donets. “Che, expatriados como yo” piensa Oliveira. El resto de los gitanos, también llorosos, comienzan a acompañar con sus instrumentos al cantor. “Ellos también añoran su tiempo de las cerezas” se dice. Comienza a verlos, quizás efecto alucinógeno producto de la mezcla del mate, el calvados y el vino peleón compartido con la clocharde, encerrados en un reloj de arena queriendo recuperar los inocentes y ya inalcanzables granos de la ampolla inferior. Empeño inútil, imposible cruzar la angosta abertura por la que se desliza inexorable la arena de la inocencia y los sueños perdidos. Un céfiro helado estremece el interior del maloliente furgón. Solo la clocharde ronca apaciblemente. “Las reglas del juego de la rayuela no permiten patear el tejo hacia las casillas iniciales” sentencia Oliveira.
    Entonces, atronador, suena un disparo. ¿Quién ha sido? Las ampollas se rompen y en el interior del furgón se desata una furiosa tormenta de arena. El cantor, la mujer que lo acompaña, el violinista, el acordeonista y el guitarrista se ven envueltos y azotados por un simún en el que se mezclan los punzantes granos de nostálgica desolación por lo perdido con los de la desazón de lo por vivir. Tal vez Oliveira ha pateado el tejo fuera de los límites de la rayuela y nadie sabe, ni el mismo, a donde ha ido a parar, si al alto e inescrutable cielo o al profundo y no menos inescrutable infierno.
    Pero los gendarmes nada saben de inocencias, rayuelas, nostalgias, cerezas, ni mundos perdidos. Ellos solo aplican el reglamento. Ante la barahúnda desatada en la parte trasera, paran el furgón, abren las puertas y aplican una severa tanda de palos a sus vagamente metafísicos pero bulliciosos ocupantes. Sin acabar de entender de donde ha salido la enorme duna de arena que cubre el suelo del habitáculo, se retiran y reanudan la marcha. Tras el fragor de la batalla se despierta la clocharde entonando con voz aguardentosa: “Cuando llegue el tiempo de las cerezas silbará mucho mejor el mirlo burlón”. Hutz, el cantante de la banda, restañándose la sangre de un labio partido, le acaricia la mejilla murmurando: “Tengo que aprenderme esa”
    Oliveira, fuera del tiempo y de la rayuela, canturrea “Confusion will be my epitaph”

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  25. ZAFARRANCHO EN LA CATEDRAL (Parte 1)
    Aquella mañana la catedral estaba muy concurrida. No eran los devotos feligreses de toda la vida. Llevaban pancartas y banderas rojas. Unos leían manifiestos, otros gritaban consignas que desagradaban profundamente al Archidiácono que los contemplaba desde el altar mayor. Uno de los más exaltados, asomándose a los bajorrelieves del pórtico, gritaba a los “grises” que, sin atreverse a violar el lugar sagrado, los esperaban en la plaza: “¡Desde la catedral luchamos contra el capital!”. “Para esto sí que les servimos los curas a estos rojos de mierda” murmuró el Archidiácono al Deán. “Ese lenguaje, eminencia, ese lenguaje” le reconvino el otro. En la penumbra de una de las capillas de la nave lateral cuatro caballeros cubiertos de hierro y sudor hacían picadillo con sus pesadas espadas normandas a un arzobispo que había osado enfrentarse a los designios del rey Enrique Plantagenet. Cuando nuestros dos religiosos se acercaron al lugar solo quedaba el mutilado cadáver del santo. “¿Pero esto no había ocurrido ya en el siglo XII, en Canterbury?” se preguntó el Deán. “¿Acaso ignoras que el recoleto y santo clima del interior de las catedrales es ajeno al paso del tiempo e indiferente a las limitaciones del espacio?” le reconvino con tonillo didáctico el prelado. “Si su eminencia lo dice…” respondió el otro, no demasiado convencido. Cuando regresaron al altar mayor, al pie del sagrario, un adusto caballero castellano tomaba juramento a un rey con la corona de castilla, acerca de su inocencia con respecto al asesinato de su hermano. “¡Sopla!” murmuro incrédulo el Deán. Uno de los manifestantes de la entrada que había reparado en tan insólita escena, sin reparar en lo extemporáneo del asunto, atrajo la atención de los concurrentes, exclamando jubiloso: ¡Ole tus cojones Mío Cid, leña a la puta monarquía! Pero la incipiente turbamulta antimonárquica quedo abortada ante el estruendoso sonido de vigorosos cascos de caballería ascendiendo por la escalinata que conducía al pórtico de la catedral. “¡Los “grises”, son los “grises” que vienen a caballo!” gritó uno. Entonces cundió el pánico entre los revoltosos, que se parapetaron tras los bancos de las naves laterales. Pero, quia, no eran los “grises” los que venían a caballo sino unos asiáticos de tez amarillenta cubiertos de pieles, armados con lanzas, pesadas espadas corvas y contundentes mazas. Avanzaron comandados por su imponente jefe a lo largo del pasillo central hasta el altar. Solo el eco de los cascos de los caballos en los venerables muros rompía el silencio de los circunstantes. Estupefacto, el Archidiácono acertó a murmurar “Joder, lo que nos faltaba, ahora aparece el Atila”. “Ese lenguaje, eminencia, ese lenguaje” le corrigió, medroso, el Deán. Pero, el prelado, mientras el caballo del huno mordisqueaba perezosamente las flores del altar, haciendo acopio de valor y empuñando enérgicamente una cruz, se enfrentó al bárbaro exclamando “¡Vade retro Satán!”. Brilló una sonrisa despectiva en los ojos crueles del Guerrero, que sacando un pie del estribo empujo el pecho de su eminencia que fue a dar estrepitosamente con sus huesos en el suelo tras destrozar una antiquísima imagen de San Pancracio. Como si fuese una señal, entonces comenzó el saqueo. Luego, cuando aquella horda cruzaba el pórtico cargada del sacrosanto oro del altar, en lo alto de las torres comenzaron a sonar las campanas. “¡Son las campanas de la libertad, camaradas!” gritó, exaltado, uno de los manifestantes ¡“A la calle que ya es hora de pasearnos a cuerpo”! (esta última le sonaba de algún poema). Claro que en la plaza aquellos cuerpos – indefensos – eran esperados por las ávidas porras de los “grises” que se aplicaron a su tarea con un vigor y un entusiasmo digno de mejor causa. Los hunos, que pasaban por allí, y que como todo el mundo sabe se apuntan a cualquier tangana, también comenzaron a repartir palos equitativamente con las mazas y las astas de las lanzas, tanto entre las fuerzas del “orden” como entre los incipientes “mártires” de la democracia.

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  26. ZAFARRANCHO EN LA CATEDRAL (Parte 2)
    Desde lo alto de la escalinata el Archidiácono y el Deán contemplaban aquella escabechina con maliciosa sonrisa. “Las campanas de la libertad… las campanas de la libertad… -rezongaba su eminencia- Que pandilla de cretinos. Seguro que son Quasimodo y Esmeralda haciendo cochinadas balanceándose enredados entre las cuerdas del campanario” y añadió compungido: “Joder, Deán Comotellames, y yo que quería a esa preciosa gitana para mí”. “Ese lenguaje, eminencia, ese lenguaje” le amonestó el otro, circunspecto, mientras pensaba: “Y yo, no te jode”

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  30. Julia, querida Julia
    Siempre me han gustado las carnicerías, desde pequeño.
    Sólo quería ir a la compra con mi madre cuando íbamos a la
    carnicería de siempre.
    El olor las gotas de sangre en la bandeja, los pedazos de carne
    colocados en orden y, sobre todo, el ver al carnicero cortando esos
    filetes tan finos..., esas chuletas tan gruesas...
    Me imaginaba a mi mismo cortando a Pepe que me había tirado a
    propósito jugando al balón-pie, o a Julia que siempre que la llamaba
    en clase no me hacía caso o me echaba la lengua.
    ¡Cuanto disfrutaba al cortar a Julia...!
    Quizás esperaseis que con el tiempo me hiciera carnicero, pero no,
    no fue así, di un paso más allá y ahora soy forense y Julia, ¡ay
    querida Julia!, nunca sabrás lo que disfruté al verte ahí, tumbada,
    cuando levanté la sábana y comprobé que el cadáver con el número
    trece atado al pie era el tuyo.
    Alicia

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  31. MÚSICA, VINOS Y OTRAS HIERBAS

    Bordello, Gogol Bordello. Me confunde la fonética, me lleva a Godello, a bodega valdeorresa, a la cata del vino nuevo.
    ¿Gogol da vueltas en un reloj de arena sin arena? ¡No!, es una copa sin fin, el caldo fragante entra y no sale del recipiente, no pierde sus aromas florales y de fruta verde.
    El líquido no se agota nunca en esa copa sin fin, no pasa el tiempo medido en ese reloj de arena sin arena. Será que hemos descubierto el infinito bodeguero, el éxtasis enológico, el rotar, rotar y rotar envuelto en aromas indescriptibles, perdurables, intemporales.
    Mientras seguía sonando la música machacona de Godello, Ah no, de Bordello, ¿o era de Iron Butterfly?
    Con los efluvios del vino en la atmósfera densa de la bodega ya se me cruzan las músicas, los aromas, los colores, los sabores. Entro en un trance etílico maravilloso, todo está bien, el viejo casette que está al pie de la cuba sigue sonando con Bordello, ¿o era Godello? Seguro que era Iron Butterfly.
    De repente un entendido suelta una frase lapidaria: “La calidad no está en lo que es el vino sino en lo que el vino te da”.
    Remonto a duras penas mi letargo etílico-lisérgico y contesto al ritmo de Iron Butterfly, Gogol Bordello, o Godello, o quién coño sea: ¿Por qué me tienes que hablar ahora de la resaca, ¡so cabrón!

    Luis M. Gurriarán
    Fonte Cuntín, 14/01/23

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  32. LA CATEDRAL DE SAN MARTIÑO

    Hacía tiempo que no iba a Ourense. Llegué sobre las tres de la tarde y me propuse tomar unas buenas tapas, como tenía mi recorrido bien conocido me fui a la Praza do Ferro, al Bar Orellas. La cosa empezaba bien, el apéndice auditivo del puerco condimentado con un excelente pimentón y regado con aceite de oliva fue una delicia. Seguí por la Rúa Lepanto recalando en varias “estaciones” que no por ser conocidas dejan de sorprenderme siempre, todo regado por un buen vino del Ribeiro, y llegué a la Catedral, la puerta estaba entreabierta, pensé que a aquella hora no habría nadie y podría disfrutar tranquilamente de la visita y entré.
    La capilla del Santo Cristo, aquel que la leyenda dice que le crecía el pelo, estaba en penumbra, le eché una moneda para encender las luces y fue como un fogonazo de oro que me deslumbró. Me quedé observando el conjunto gótico hasta que se apagaron y seguí mi recorrido hacia el increíble Pórtico del Paraíso. Pasé un buen rato observando las pétreas figuras policromadas intentando adivinar quién era quién.
    Cansado, me senté en un banco de la parte derecha de la nave y oí unas voces lejanas, no veía a nadie, agucé el oído, me levanté y caminé hacia donde procedían. Mi curiosidad me llevó a una entrada como de una bodega, una escalera en ángulo. No entendía las conversaciones y bajé el primer tramo, desde allí veía un grupo ataviado con túnicas blancas alrededor de una mesa ovalada que iban a dar buena cuenta de un asado que estaba en medio en una cazuela de considerable tamaño. Me fijo bien desde mi oscuro observatorio y me da la impresión que la vianda no es un lechón sino un niño. De repente uno se levanta y dice: “Creo que no hemos cerrado la puerta”. Con el movimiento veo la cabeza de un infante sobre un plato presidiendo la mesa.
    Echo escaleras arriba procurando no hacer ruido y no ser visto. Salgo corriendo de la Catedral y llamo a mi amigo Pedro, Inspector de Policía especializado en homicidios.
    - Pedro, tienes que venir urgente, creo que se cometió un asesinato. Estoy en Ourense, junto a la Catedral. Tomamos un café y te cuento. ¿Vale?, ¿En el Latino?
    - Oye, salgo a tomar café contigo cuando quieras pero no me cuentes películas.
    - De acuerdo, tú ven y juzga por ti mismo.
    Le cuento con todo detalle lo que he visto y oído, no me cree. Nos acercamos a la Catedral y dónde había visto la entrada de un subterráneo no había nada.

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  33. La reina ha llegado.
    La transcripción del mensaje encriptado estaba claro para el agente secreto. Notó el aumento de la tensión, el final de la misión estaba cerca.
    Cada día a las 13:00 horas se acercaba la furgoneta de la lavandería. El agente García notó una salivación excesiva en una respuesta primaria al pensamiento, recreó en su mente percebes del Roncudo, chuletillas de cordero burgalesas, vinos selectos y otros olores. Las viandas a capricho solían llegar en condiciones óptimas desde España en un cátering encubierto. No llegarían más. García y su relevo Gutierrez sabían que una sonda nasogástrica había sustituido a los mejores chefs.
    Los horarios y visitas del furgón se mantenían como tapadera para despachar asuntos de toda índole sin levantar sospechas. Los carritos de la colada se descargaban en el exterior de la finca, a la vista de teleobjetivos potentes o paparazzis camuflados, se entraban en las dependencias del servicio y una vez dentro, del carrito de “limpio” podía salir un presidente, un banquero, una señorita cariñosa o una infanta.
    García tragó saliva de nuevo mientras empujaba la valiosa carga. “Ha llegado la reina” pensaba y mismo se imaginó que la sombra que proyectaba en el suelo era la muerte acechando. Profesional primero y republicano después, García había creado un vínculo de amistad con su patrón aquellos últimos años entre copas de vino y partidas de cartas, como amigos de taberna que se encuentran solos en país extraño.
    Subió con esmerado cuidado la rampa de acceso al interior y bajó sin miramientos el carrito de “Sucio”. Luego, a salvo de miradas indeseadas, respiró profundo y manipuló el mecanismo de almacenaje para abrir una especie de puerta. Sacó un falso panel de estantes de ropa blanca que olían a desinfección y plancha y allí, sentada en un taburete en aquel cubículo de reducido espacio, apareció para sorpresa de muchos el último deseo de un anciano.
    _Espero que esta vez haya llegado a tiempo_ dijo sin disimular gestos de dolor al incorporarse_ No me quiero acordar de las que pasábamos para visitar a mi suegro en Abu Dabi.


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  34. LA REINA HA LLEGADO
    - La Reina ha llegado, ya sabéis lo que hay que hacer, exactamente lo que dicta el protocolo y, para los nuevos, nunca la miréis a los ojos, no pasméis, Su Majestad Isabel II es magnánima, buena y bien considerada con el servicio, pero le gusta que se cumpla con las normas. Ya os llamaré para llegado el momento forméis ante S. M. y os vea a su llegada en vuestro sitio. Y los veteranos que informen bien a los nuevos
    - María de las Mercedes, ¿cómo tienes tú a las chicas del servicio? no tienes personal nuevo así que no te darán problemas. Yo tengo a un jardinero y a un caballerizo jovencillos que elegí personalmente y espero le gusten. Hoy cenará con el Rey, que vaya marcha lleva desde que la Reina salió de viaje, hay días que se ha traído a dos y hasta tres julandrones a la vez, y no quieras saber cómo dejan los aposentos reales, como una verdadera pocilga. ¡Ay, Su Majestad Don Francisco de Asís!, después en la corte se extrañan que le llamen Paquito Mariquito y otras cosas peores, si es que no para y, claro, no es de extrañar que S.M. la Reina se entretenga con esos jovencillos que le vamos poniendo de escaparate para que elija, porque siempre le gusta ir cambiando de uno conocido a uno nuevo. Caprichosa sí qué es. Mira, yo preferiría que tuviese un favorito y era más fácil.
    - Sonsoles, yo al principio, cuando S. M. quedaba embarazada, echaba cuentas para ver si me enteraba de quién era la criatura, pero por más que tenía apuntados los días que había estado con uno u otro me era imposible precisar, se me amontonaban, me salían tres o cuatro posibles. Miraba para la criatura y para a los que creía yo que podían ser el padre, a ver si les encontraba algún parecido, pero nada, salían todos a la madre. Menos mal, porque al que debería ser el padre difícilmente.
    - Sonsoles, quiénes son esos chicos, tienen muy buena presencia. Me parece que tienes el mismo gusto que yo para seleccionar al personal.
    - Majestad, son los nuevos jardinero y caballerizo, son fuertes, muy limpios y hacen muy bien su trabajo.
    - Esta noche que venga a verme el rubito, caballerizo has dicho, pero antes que se pase Sor Patrocinio que tengo que consultarle algunas cosas sobre mi viaje, y poned una sábana limpia en el sillón que con eso de las cinco llagas me deja todo lleno de sangre.
    - ¿Cómo te llamas?
    - Pedro Majestad.
    - Muy bien, desnúdate y pasa a la cámara que te estaré esperando sobre el lecho. Uy, tienes un pene espléndido, me parece que esto va a funcionar.
    - Si quiere aplicarse…
    - Aquí como allá la que dispone y da las órdenes soy yo. Tú a obedecer y a cumplir, y más te vale que lo hagas bien. Primero vas a acariciarme todo el cuerpo empezando por los pies, pero con la lengua y ya te diré dónde tienes que emplearte a fondo. Ahí, justo ahí, cómete mi mariposa hasta que yo diga basta, después entrarás como un torero a matar, cuando te dé la orden.
    Y así fue pasando los días con unos y con otros hasta que tuvo que exiliarse en Francia tras unas buenas vacaciones en San Sebastián. Después vino a reinar su hijo Alfonso XII, después su nieto Alfonso XIII, etc.

    ¡¡¡Ay Froilán, de aquellos polvos vinieron estos lodos!!!

    Luis M. Gurriarán
    Fonte Cuntín, 21/01/23

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  35. EL CUARTO PALO DE LA BARAJA (1ª Parte)

    - ¡¡¡La reina ha llegado!!! ¡¡¡Ha llegado la Reina de Corazones!!!
    Al ya de por si enrarecido clima por el humo de las tagarninas de los mineros y tahúres del Salón, se sumó el de la pólvora de los disparos al aire de algunos borrachos incapaces de contener su entusiasmo. El Rey de Diamantes levantó una ceja displicente. Después también levantó su regio culo de la silla y abandonó la partida de póker para dar cumplido recibimiento a su reina. Haciendo sonar la campanilla de plata que hacia compañía al reloj de oro que colgaba de la cadena, también de oro, que cruzaba su destellante chaleco bordado con volutas y flores de lis, impuso el silencio, abriéndose paso majestuosamente hacia la puerta del Salón, más que como un rey como un emperador, entre aquella bulliciosa concurrencia de desharrapados. Antes de que la Reina hubiera podido dar dos pasos en el interior, ya el Rey le besaba untuosamente la blanquísima mano diciendo: “Bon soir, ma belle dame, ¿Voulez vous to have a drink conmigo y los gentlemen que me acompañan?”. La Reina de Corazones, accedió sin palabras, tan solo emitiendo un perezoso suspiro afirmativo que hizo temblar voluptuosamente el lunar negro que, sobre el generoso escote, ornaba el nacimiento de su seno izquierdo, mientras pensaba sonriendo: “Serás capullo… capullo multilingüe”. En aquella sonrisa, aquel cretino chapado en oro, creyó ver una húmeda promesa de lascivas noches entre las cálidas sabanas de satén de su mansión de la colina, que dominaba las destartaladas cabañas de los gambusinos de la ciudad minera. La Reina tomo asiento entre los atildados granujas que constituían la timba, no sin antes enviar un subrepticio pero sugerente guiño a la Sota de Picas, que acodado en el fondo del mostrador le correspondió con la brillante y pícara sonrisa de su diente de oro. Indefectiblemente, las partidas siempre resultaban favorables al opulento Rey de Diamantes, que insaciable en su codicioso empeño por engrosar el caudal de pepitas de oro y dólares del Banco local, su Banco, situado cien metros más abajo de la nevada calle mayor, no reparaba en valerse de cartas ocultas bajo la manga o en pequeños bolsillos camuflados en su dorado chaleco. Naturalmente, ninguno de aquellos petimetres de la mesa tenia arrestos para formular ni la más mínima acusación al poderoso nabab.
    Como nada cambia, aprovecho para, abandonando mi puesto entre los silenciosos mirones, acudir al lecho de dolor en que yace mi madre. Las cosas pintan mal, fiebre muy alta y respiración estertórea. Ansioso por volver al Salón, tan solo se me ocurre suministrarle 600 mg. de ibuprofeno.

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  36. EL CUARTO PALO DE LA BARAJA (2ª Parte)

    A mi regreso, algo había cambiado: ¡¡¡Oh, cielos, el Rey había perdido una partida!!! La Reina de Corazones recogía satisfecha la montaña de pepitas de oro y dólares que brillaban sobre el tapete verde. Cierto, que todos habían visto que, usando las armas del otro monarca había extraído veladamente de su generoso escote una Sota de Picas para construir una Escalera Real, pero como en el caso del Rey, ninguno de los circunstantes osó decir ni pio. Los rumores de admiración que atronaron el local y la tumultuosa corriente de sanguínea ira que ascendiendo desde el pecho enrojeció la calva del Rey de Diamantes, mientras la Reina triunfante, con el pretexto de ir a empolvarse la nariz, abandonaba la mesa, le impidieron percibir la sorda explosión que retumbó en la calle mayor, cien metros más abajo. Entonces, la Sota de Picas, con paso elástico y sin abandonar su dorada sonrisa, salió a la calle. En la orilla del rio, frente al Banco, el Seis de picas (Raoul Walsh), el Siete (John Ford), el Ocho (Sergio Leone) y el Nueve (Howard Hawks) esperaban impacientes su llegada, mientras cargaban las pesadas sacas repletas de pepitas de oro, monedas de plata y billetes de cien dólares en la barcaza lista para zarpar. Cuando llegó, el Nueve gruñó nervioso: “Larguémonos antes de que el rio comience a helarse”. “Esperad, aún falta lo más importante” replicó la sota de Picas. Entonces, la delicada silueta de la Reina de Corazones se recortó en el helado fulgor del sol de medianoche y entre hurras y canticos obscenos subió a bordo. La barcaza, sueltas las amarras, se deslizó suavemente Yukón abajo.
    Mientras, en el Salón, el Joker que había ocupado la silla vacante de la Reina de Corazones, con su gélida sonrisa, palmeaba el hombro del burlado Rey de Diamantes, murmurándole al oído: “Parece que en un par de horas el rio se helará y ya nadie podrá salir de este dorado agujero”
    Terminado mi relato de hoy, abandono la Underwood y acudo de nuevo al lecho de mi madre. Pero ya no necesita mis cuidados. Ella, el único palo de la baraja ausente del relato, pobre Reina de Tréboles, tréboles siempre mustios y que nunca fueron de cuatro hojas, ya se desliza serena, como meciéndose en un vals, en la corriente de otro rio: el negro rio de la eternidad incierta.
    Maldita literatura.

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  37. LA CASCADA
    - Estoy un poco harto de tus caprichos, Paco, siempre igual, te pasas la vida queriendo ir a sitios imposibles, ver cosas que no existen, ya no sé qué hacer para que estés contento.
    - Pues ahora lo que te pido no es nada extraordinario, Antonio, creo que fue mucho más complicado lo de saltar en paracaídas, que tuve que hacer un cursillo previo de tres semanas y esperar a que pasase la borrasca aquella que no recuerdo como se llamaba, porque desde que le han puesto nombre a las tormentas, encima tenemos que aprendérnoslos, qué peñazo. Ves El Tiempo y lo primero que te sueltan es aquello de se acerca la borrasca Dominique que traerá lluvias intensas empezando por el Noroeste. A mí siempre me gustaron las cosas más serias, porque podían decir “se acerca un tormentón que os vais a enterar”, y todo el mundo a coger el paraguas y el impermeable. No hay más que comentar.
    - Pero volviendo al asunto, porque me dejas el tema y cambias para volver más tarde a darme la murga, a ver, a qué sitio es exactamente al que quieres ir, porque das rodeos y más rodeos y no te entiendo, chico.
    - Está claro, donde los ríos fluyen verticalmente, dónde va a ser.
    - Vamos a ver, ya hemos estado en Fonmiñá, en Fontibre, en el Valle de Arán para ver el nacimiento del Garona, en la Sierra de Albarracín que hacía un frío que pelaba y no contábamos con ello, y no sé cuántos nacimientos de ríos más.
    - Es que no lo has entendido, mi amor, lo que más quiero en el mundo en la verticalidad, deberías saberlo, y la busco con ahínco en todos lados, en la naturaleza, en la arquitectura y hasta en el cuerpo humano. Mira mis diseños, todos jugando siempre con las líneas rectas, pero especialmente con las verticales y tengo que inspirarme en algo.
    - Bueno, ya hice alguna gestión para las vacaciones, mira este plan de viaje: Empezamos en Sao Paulo, seguimos a ver las cataratas de Iguazú, subimos al Norte y tras unos días en el Caribe rematamos el viaje en el Niágara. ¿Qué te parece?
    - Fatal, no tienes ni idea, pero tú has visto esas fotos, las cataratas caen como haciendo una joroba.
    - Está bien, ya lo he entendido, déjame darte una sorpresa. Prepara todo que salimos de viaje el próximo viernes.
    - ¿A dónde me llevas?
    - A La isla de Faial, en las Azores, vas a ver lo que tú deseas exactamente.
    - No me negarás que es un espectáculo maravilloso, sale el agua arriba y el viento no la deja proseguir, no avanza hacia el suelo. Es, pero no es una cascada.
    - No lo puedo negar, precioso a todas luces, pero, por favor, llévame allí, a dónde los ríos fluyen verticalmente.

    Luis M. Gurriarán
    A Coruña, 07/02/23

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  38. (Ejercicio: Crear un texto que acabe con “ llévame allí, donde los ríos fluyen verticalmente”)

    Oración

    Reina de la vida, señora de la oscuridad, dueña de la luz, hacedora del bien y del mal, eterna en el tiempo, madre y madrastra, pura y pecadora, eterno amor por nosotros:
    cuando no sea capaz de verte, cuando mi noche se nuble y la luz ya no brille, cuando me separe del mundo y de mis hermanos , cuando mi carne se desgaje y el dolor sea incurable, cuando no pueda besar , amar, reír, llorar; cuando musite palabras silenciosas y su eco solo resuene en todo mi ser, cuando no sea yo ni tú , madre misericordiosa ven a mí, madre ven y abrázame.
    Deja que mis recuerdos floten en el aire y que una brisa los lleve como un susurro a los que amé y me amaron. Borra lo que no quise, lo que no quisimos, lo que no quisieron. Limpia mi espíritu en tus aguas de fe y confianza, haz que me perdonen y dame tu perdón. Libérame.
    Permite que mi fin sea bello y limpio. No elimines mi espíritu por el dolor. Ten piedad. Madre, ten amor, madre, déjame irme.
    Disuelve mi espíritu en gotas cristalinas y puras y haz que una corriente de agua me conduzca por arroyos de esperanza hasta la paz eterna. Madre, llévame allí, donde los ríos fluyen verticalmente.

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  39. PETER GREEN

    “Hay una manera de mantener la oscuridad alejada de la luz. Y hay una manera de alejar el frio de la noche. Y cuando veo que brilla, el sol y la luna quedan eclipsados por el día eterno. Cuando extiendo mi mano al amado hijo del hombre, sé que el pan de vida mantendrá viva mi alma. Hay un lugar donde los ríos fluyen en caminos verticales que se remontan a las estrellas, donde frutos y hojas curativas penden de los árboles, donde brillan claras paredes esmeralda y calles doradas corren hacia allá arriba, tras las puertas donde están grabados los nombres de sus ángeles. Cuando extiendo mi mano al amado hijo del hombre, el pan de vida mantendrá viva mi alma. Y enjugará las lágrimas de nuestros ojos, mientras vemos este mundo agonizante desvanecerse. Y vendrá uno nuevo. Y será el cielo. Y nos está esperando allá en los cielos… en los cielos… en los cielos”.
    Este no es un texto creado mediante inteligencia artificial, querido Gonzalo, eximio guitarrista, aunque a veces me pregunto cuanto tiene de artificial la inteligencia humana.
    Cosas así las escribía otro guitarrista, el bueno de Peter Green, ya pasados los gloriosos años sesenta, cuando su cerebro sofocado por el éxito, cegado por las auroras boreales del LSD y obnubilado por un insólito furor místico, perdió pie hundiéndose en los procelosos océanos del Show Business de la época, para iniciar un penoso e intermitente recorrido por innumerables instituciones psiquiátricas.
    Claro, Peter… ¿Cómo no iban a decir que estabas chiflado, que eras un esquizofrénico, cuando querías donar las cuantiosas ganancias de la banda a no sé qué benéfica o tal vez mística asociación? ¿O cuando perseguías a tiros a tu antiguo manager que te llevaba 50.000 libras que te pertenecían por derechos de autor? ¿Es que no sabías que las figuras de los test de Rorschach o de Benton utilizados por los psiquiatras son cepos de caza destinados a encerrar a los “disidentes” de este mundo, en los que el rio de la vida y, sobre todo, el del dinero ha de fluir siempre razonablemente horizontal?
    Después, entre psiquiátrico y psiquiátrico, tu carrera fue desvaneciéndose en la medida en que crecían los demonios interiores que alimentaban tus obsesiones religiosas. Tus dedos anquilosados ya no podían extraer de la Gibson Les Paul aquellos asombrosos blues “que hacían sudar y estremecer a B.B King”, o aquellas maravillosas piezas de música descriptiva que emocionaban a las almas sensibles.
    Así que, ahora que has muerto tras tu larga y penosa existencia de juguete roto, ahora que estas allí, quisiera saber desde mi alma de escéptico, si existe ese luminoso lugar de tu canción.
    Si es así, en alas de tu música, llévame allí, donde los ríos fluyen verticalmente.

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  40. Un vacío reflejo


    ¿Realmente esperaba encontrarla al llegar?
    A pesar de su negativa había reservado la habitación en la que siempre se veían en un vano deseo de que ella estuviera ahí, esperándole, en la habitación de sus ansiadas escapadas, en la que le robaba a la vida unos valiosos días para estar con ella, sólo con ella.
    Pero eso ya no era suficiente y se lo había dejado bien claro cuando la llamó en un último y desesperado intento.
    Lo único que ahora le quedaba era el reflejo de ella en el espejo.


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  41. Vuestras guerras


    ¡A la carga! ¡A la carga!
    Arengas, arengas...
    Os oigo gritar y estoy harto de de tantas arengas, de vuestras arengas, ahí os quedáis vosotros, vosotros y vuestras victorias, sí vuestras, vuestras victorias, porque no son mías, ni mías ni de ninguno de los que vamos corriendo detrás de vosotros como si nos fuese la vida en ello, esa vida que desperdiciamos, esa vida que desperdiciáis y que perdemos en manos de quienes tampoco tienen nada que ganar pero todo por perder, como yo, como todos nosotros.
    Así que corre, grita y corre, corre por tu victoria, por vuestra victoria, corre y si quieres juega con tu vida, con la tuya, que yo hoy voy a salvar la mía.

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  42. Sin mí


    ¡Ahí os quedáis!
    Yo no quería nada de esto, de todo esto, y os lo dejé claro a todos desde un principio, yo sólo quería algo sencillo, sencillo y por lo civil, pero no ¡Por Dios! ¡Por lo civil!¿Sencillo?
    Y todo empezó a crecer, a crecer sin mí...
    Vestido blanco, banquete en el hotel más caro de la ciudad, noche de bodas en el Hostal dos Reis Católicos y ¡Cómo no! La guinda del pastel, boda en la catedral con botafumeiro incluido.
    Y yo sin poder decir nada, sin poder opinar del día de mi propia boda, de un día que nunca había soñado así.
    Así que eso, ahí os quedáis esperándome en la catedral, con vuestros vestidos, vuestros peinados y vuestros regalos...
    ¡Ah! Y que os cunda el botafumeiro.

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  43. La Paqui


    -La reina ha llegado.
    -¿Pero qué dice? ¿De qué reina habla?
    -Tú sonríe que ya te explicaré y haz una reverencia.
    -¿Reverencia?
    -Sí mujer, una reverencia.
    -Pero ¿Por qué tengo que...?
    -¡Ejem, ejem! Hemos dicho la reina ha llegado y no veo a nadie que venga a recoger nuestra capa y llevar nuestras pertenencias a los aposentos.
    -¿Capa? ¿Pertenencias? Pero ¿Qué hace la Paqui hablando como si fuese una reina? ¿Y de qué capa habla si lo que lleva puesto es un polar de Decathlon?
    -Señoras, nos estamos hartando de sus impertinencias y esto va a traer consecuencias, hemos dicho que vengan a recoger nuestras pertenencias y su demora empieza a enojarnos.
    -Pero Paqui ¿De qué pertenencias hablas si lo que traes es la compra del Familia?
    -¡Paqui! ¿Cómo osa llamarnos Paqui? Nuestro nombre, debería estar harta de saberlo, es Isabel, Isabel II par usted. Nos retiramos y cuando volvamos ya puede ir cambiando de actitud.
    -¿Pero qué le ha dao a esta Luisa? Vengo de estar unos días con mi hermana y, nada más llegar, me encuentro a la Paqui convertida en la reina de Inglaterra.
    -Nada , no sé que mosca le ha picado, estábamos viendo el programa de Ana Rosa y, de repente, empezó a hablar así, como si ella fuese la reina, si hasta habló de lo mucho que echa de menos al marido y de que está deseando reunirse con él pero que aún tiene unos asuntillos que arreglar antes de marcharse.
    -¿Marcharse?
    -Sí claro, de irse al cielo.
    -¡Ah! Que se cree que va a ir al cielo...
    -¡Ay Fina! Tú siempre tan republicana.
    -Bueno, bueno, lo de mi republicanismo es lo de menos ¿Cómo vamos a hacer para que vuelva la Paqui? ¡Por qué vamos! Tener que empezar a servir a una reina a estas alturas...y por cierto ¿Te dijo qué asuntillos tiene que solucionar?
    -No sé, algo de su hijo Carlos, la biografía de Harry y algún que otro trapo sucio más, pero no me lo dejo muy claro.
    -Pues aviadas vamos! Con todo lo que tienen esos debajo de la alfombra...
    -¡Y dale con las monarquías!
    -Mis razones tengo, pero ¿Qué te parece? ¿La mandamos a solucionar sus asuntillos con un billete de Ryanair?
    --¿Ryanair? ¡Fina! ¡Qué es la reina de Inglaterra! Tendremos que reservar un billete de clase vip por lo menos.
    -¡Sí hombre! ¿Y qué más? Si la compra del Familia son sus pertenencias le decimos que es lo último en viajes reales y santas pascuas ¡Venga! Reserva billete que tú entiendes de eso...



    Últimas noticias (Agencia EFE)


    La ciudadana española Francisca Reyes ha sido detenida en los aposentos de la reina Isabel II cuando intentaba quemar los diarios íntimos de su Majestad.
    Fuentes interrogadas que no quieren desvelar su identidad se preguntan cómo pudo ésta acceder al dormitorio de la reina saltándose toda la vigilancia de palacio.
    En estos momentos permanece retenida en los calabozos de Scotland Yard.

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  44. Ese lugar



    No me dejes aquí y
    llévame contigo
    contigo pero sin mí
    sin ese mí que me sobra
    sin ese mí que me duele
    me duele y me pesa.


    Así que llévame allí
    allí contigo, contigo y sin mí
    sin mi peso, mi carga y aliento y
    llévame
    llévame allí
    a es lugar
    donde los ríos florecen
    verticalmente.

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  45. Copio el relato escrito por Alicia.

    Pareja feliz

    Llevaba unos meses con el mismo sueño recurrente.
    Siempre la misma playa tropical y todos sus típicos aderezos de película y él siempre con las mismas horteras bermudas.
    Se lo había contado a algún amigo y todos le envidiaban la suerte de poder soñar algo así.
    Él no compartía esa opinión, nunca le había gustado la playa, tampoco le gustaba el calor y las pocas veces que había ido de vacaciones solía estar rodeado de nieve.
    No sabía que hacer para quitarse de encima ese sueño que para él se había convertido en pesadilla.
    Acudió a una psicóloga para encontrar alguna solución, algún truco para que no se repitiera pero, ni los análisis de toda su vida, preocupaciones y anhelos, ni ninguno de los métodos de conciliación del sueño estaban dando resultado.
    Un día a la salida de la consulta se encontró con su amigo Gumersindo, tenía cita con un vidente, siempre había sido muy crédulo y, como llevaban tiempo sin verse, decidieron ir juntos y después tomar algo al salir.
    Nada más sentarse delante del vidente, este, en vez de dirigirse al amigo empezó a hablar directamente con él.
    Inexplicablemente sabía todo lo relativo a su sueño tropical. Lo que él realmente estaba buscando, lo que realmente le decía el sueño es que tenía que encontrar una pareja, alguien con quien aliviar su soledad, alguien con quien hablar y que diera una nota de color a su vida.
    Al salir de la consulta tanto él como Gumersindo no daban crédito a todo lo que les había pasado, estuvieron hablando durante horas.
    Llegó a casa cansado después de unas cuantas copas de más.
    Se acostó agotado pero las palabras del vidente no le dejaban dormir y así fue como después de una noche sin pegar ojo, se levantó con la firme decisión de comprar un guacamayo.

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  46. Tres ángeles


    Sólo quedan tres.

    Eran más, muchos más pero, ahora sólo hay tres y tres nunca serán suficientes, suficientes para todo, suficientes para nada.

    ¿Y por qué sólo tres? Si sabes que no llegan para todo, si sabes que no llegan para nada.

    Y nos dejaste sólo tres , tres para toda esta miseria , tres para todo este dolor. Tres para curarlo todo, tres para no tener que sanar nada.

    Así que llévatelos, llevate a esos tres y mejor déjanos nada.



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  47. TRES ÁNGELES
    - Lo tenéis claro, El Altísimo me dice que vayáis inmediatamente a hablar con Él, los tres, los mandamases de los ángeles, los que tenéis los galones y las alas más grandes, corriendo que para eso tenéis responsabilidad y os llaman arcángeles. La habéis armado buena.
    Rafael, Miguel y Gabriel se presentaron ante la máxima autoridad del cielo muy preocupados por la que les podía caer encima con esa llamada de urgencia. Con las alas recogidas y la cabeza baja se postraron ante el Rey del Universo.
    - La habéis montado buena, os fuisteis a ver el partido de las semifinales de fútbol a Arabia Saudí, que ya os tengo dicho que es terreno vedado, que allí reina el pecado y los infieles.
    - Pero majestad, contesta Gabriel, jugaba el Real Madrid, precisamente con un equipo infiel de Egipto.
    - Pero panda de indocumentados, habéis abandonado la frontera de Turquía y Siria que allí es un batiburrillo de creencias y si veis los telediarios os daréis cuenta de la que ha montado Belcebú por vuestra desidia. Mucho Oe-Oe-Oé y dejadez total de vuestras responsabilidades. Como castigo os vais a perder la final del campeonato: un mes de arresto en el Averno.
    - Después de todo aún tuvimos suerte, añadió Rafael, seguro que allí tendrán algún Wii-Fi pirateado y podremos ver el partido.
    - Sí, siguió hablando Miguel, además con estas bajas temperaturas yo ya me estaba congelando, en la contemplación divina me calaba el frío hasta los huesos, es que ya tenemos una edad que nos iría bien una bomba de calor en los cielos. Seguro que negociando con el infierno nos podíamos conectar a su fuego y además sería sostenible. Sólo en invierno, que bien seguro podríamos pagarlo. Para eso La Divinidad es Dueño y Señor del Universo.
    - De momento no os preocupéis mucho por el arresto que ya hablaré yo con Luz Bel. Antes de que lo expulsaran hacia las tinieblas éramos bastante amigos, de hecho, estuve en un tris de meterme con él en la revuelta, menos mal que me aparté a última hora y no consta en el expediente, dijo Rafael.
    - No sabíamos nada de esto, contestaron al unísono los otros dos cariacontecidos.
    - Pues me vais a jurar que estaréis calladitos, ahora y toda la eternidad, antes de empezar el castigo, si no me desentiendo de vosotros y sólo hablo con el Ángel Caído para mí.
    - Vale, pero no te olvides de negociar lo del partido, lo de las quemaduras, lo de la insonorización para no oír los lamentos de las ánimas y también lo del olor a azufre que a mí me da alergia, no pararía de estornudar y no seríais capaces de ver el partido tranquilos.
    - ¿Todos de acuerdo?
    - ¡Todos de acuerdo!
    - Bajemos y empecemos cuanto antes a cumplir el arresto que al salir ya casi será primavera.
    Luis M. Gurriarán
    A Coruña, 10/02/23

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  48. GATOS EN SON DE GUERRA

    Primera Parte


    Ay esos gatos que vienen en son de guerra,
    ¿No será que vieron algo que se mece lejos,
    Al final de aquel muro, moviéndose en la tierra?

    Pues más que batalla parecen ir de caza
    Y mira que no son setter ni terrier,
    Qué te lo digo yo, no son perros de raza
    Que son bravos felinos dispuestos
    A presentar dura batalla
    Ante lo que se presente frente a ellos
    Qué bien se les ve, darán la talla.
    Siguieron por el prado
    Hasta del límite de la raya.

    Pero no sabían bien que hacer
    Si campo abierto o rodeo
    Para enfrentarse a una pieza
    O a los Ángeles del Infierno.
    Claro no estaba, si criaturas del cielo
    O del mismísimo Averno.

    Aguzaron el olfato, oído y vista,
    Se miraron unos a otros
    Sin encontrar ninguna pista
    Hasta oír unos lamentos:
    ¡La presa puede ser muy lista!
    El más jefe dijo ¡Alto!
    No os paséis de las silvas
    Que puede peligrar
    La vida del artista.

    Pero al acercarse vieron
    Que no era animal,
    Ni siquiera un grillo,
    Que era el llorar normal
    De cuando pide teta un niño.





    Segunda Parte

    Gatos amigos míos
    Qué fracaso tras las silvas
    Donde sólo había un niño
    Aunque peor hubiera sido
    Encontrarnos con un grillo.
    No fracasemos ahora
    Que estamos tan unidos,
    Vayamos de fiesta arrasando
    Con copas y antes los vinos
    Por la rúa de la Estrella,
    Después al Orzán y al Siglo,
    Seguiremos por Juan Flórez
    Hasta el Chaston socorrido.
    Iremos a un After Hours,
    Saliendo sin hacer ruido,
    Cada uno con su gata
    Buscándose un buen nido.
    En estas consideraciones
    Llegó un camión con mucho ruido
    A recoger la basura, y de un acelerón
    No dejó ni a un gato vivo



    Luis M. Gurriarán
    A Coruña, 24/02/22


    GATOS EN SON DE GUERRA

    Primera Parte


    Ay esos gatos que vienen en son de guerra,
    ¿No será que vieron algo que se mece lejos,
    Al final de aquel muro, moviéndose en la tierra?

    Pues más que batalla parecen ir de caza
    Y mira que no son setter ni terrier,
    Qué te lo digo yo, no son perros de raza
    Que son bravos felinos dispuestos
    A presentar dura batalla
    Ante lo que se presente frente a ellos
    Qué bien se les ve, darán la talla.
    Siguieron por el prado
    Hasta del límite de la raya.

    Pero no sabían bien que hacer
    Si campo abierto o rodeo
    Para enfrentarse a una pieza
    O a los Ángeles del Infierno.
    Claro no estaba, si criaturas del cielo
    O del mismísimo Averno.

    Aguzaron el olfato, oído y vista,
    Se miraron unos a otros
    Sin encontrar ninguna pista
    Hasta oír unos lamentos:
    ¡La presa puede ser muy lista!
    El más jefe dijo ¡Alto!
    No os paséis de las silvas
    Que puede peligrar
    La vida del artista.

    Pero al acercarse vieron
    Que no era animal,
    Ni siquiera un grillo,
    Que era el llorar normal
    De cuando pide teta un niño.





    Segunda Parte

    Gatos amigos míos
    Qué fracaso tras las silvas
    Donde sólo había un niño
    Aunque peor hubiera sido
    Encontrarnos con un grillo.
    No fracasemos ahora
    Que estamos tan unidos,
    Vayamos de fiesta arrasando
    Con copas y antes los vinos
    Por la rúa de la Estrella,
    Después al Orzán y al Siglo,
    Seguiremos por Juan Flórez
    Hasta el Chaston socorrido.
    Iremos a un After Hours,
    Saliendo sin hacer ruido,
    Cada uno con su gata
    Buscándose un buen nido.
    En estas consideraciones
    Llegó un camión con mucho ruido
    A recoger la basura, y de un acelerón
    No dejó ni a un gato vivo



    Luis M. Gurriarán
    A Coruña, 24/02/22


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  49. Don Juan



    Ahí vienen, amenazantes las cuatro. Buscan lo que les prometí y no voy a poder darles.
    ¿Por qué me dejo llevar siempre por mi labia? Mi maldita labia.
    Lengua zalamera, lengua embaucadora.
    Todo esto me pasa porque me gusta tanto escucharme, ahora es mi único consuelo.
    Hasta, a veces, yo creo en las palabras que salen por mis labios.
    Y voy a pagarlo ahora, ellas están decididas, expectantes y yo, ¡ay yo!, ya no puedo darles lo que buscan, lo que ansían.
    Gato presuntuoso, eso es lo que soy, un gato presumido y presuntuoso que se cree aún poseído por don Juan, ¿por qué demonios me puso ese nombre?, y no acepta que ya no es más que un calzonazos con mucha labia y un cuerpo incompleto y eso ellas no lo saben.
    ¡Maldita la hora en la que mi dueña me dejó en manos del veterinario! ¡Zorra! Acabó conmigo.
    ¿Se compadecerán de mí si les digo la verdad?
    Pero no, prefiero morir dignamente bajo sus zarpas.
    ¿Tendremos los gatos en verdad siete vidas?

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  50. NEGROS NUBARRONES


    Negros nubarrones envuelven el edificio, ¡qué el edificio!, toda la ciudad se sumerge en la oscuridad y es muy posible que a la Comunidad Autónoma entera le pase lo mismo. Enciendo la radio y se me confirman mis augurios, incluso, al parecer, la Presidenta señora Ayuso ya ha reunido a su gobierno para poner en marcha medidas preventivas ante lo que pudiera acaecer, nadie tiene clara la cosa, Ayuntamiento y también Moncloa se han puesto en guardia. El antecedente de la nevada del pasado año a causa de la borrasca Filomena tiene a todos nerviosos. Los Bomberos están en estado de alerta, como Protección Civil y todos los equipos de quitanieves, limpieza viaria, obras, etc.
    Algunos piensan que tal oscuridad, además de la espesa niebla, es debida a la coincidencia de un frente nuboso y un eclipse de sol, pero no, nada de eso, sólo las nubes que lo cubren todo, claro que para la ignorancia y falta de información es previsible que algunos se crean cualquier cosa, cómo desde hace horas no se ve el sol y ni siquiera un trocito de cielo...
    Empiezan a sonar truenos y caer rayos, en principio parece que es granizo con lo que el cielo nos va a sorprender. Las gentes corren a refugiarse en sus casas, en las tiendas de barrio, en los bares, en lo grandes almacenes. Cada uno en lo que tiene más cerca, incluso alguna gente se mete a toda prisa en portales ajenos.
    Es la hora, el Director de la Real Academia de la Lengua Don Santiago Muñoz Machado abre la sesión plenaria. Toma la palabra el académico que ostenta la letra T, Don Arturo Pérez Reverte.
    El señor Reverte comienza su turno de palabra mareando la perdiz, diciendo que la letra T es de las últimas y que él, por méritos propios, debiera estar más cerca de la A mayúscula, incluso cubriendo turno para ser el próximo rector de tan afamada institución, qué para eso estuvo en la guerra.
    Contesta con breves palabras el Señor Director explicando sin explayarse cuál es el sistema de elección y de ocupación de las letras.
    Con el ambiente caldeado vuelve a tomar la palabra el susodicho Don Arturo y se desata la tormenta, en la Academia y en toda la Comunidad Autónoma pero en vez del esperado granizo, que pudiera ser nieve, el cielo nublado empieza a desprender con fuerza tildes por todos lados, tildes y más tildes, en el solo, en el este y también por el Oeste. La cosa se pone fea e incluso algunas tildes se desparraman por toda la península e Islas Baleares.
    De Canarias no se sabe nada, por lo visto hablan con otro acento.



    Luis M. Gurriarán
    A Coruña, 04/03/23

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  51. TRES ANGELES

    - Vamos Doña María, la ayudare a cruzar. Así, ya estamos, ve que fácil. Aquí estará más fresquita.
    - Ahora tú, Manolito. Veras que bien estarás en la orilla.
    - Estaremos en el otro lado del paseo en un periquete, Doña Juana. No. No me dé las gracias. Faltaría más.
    - Ahora tú, Alicita. Ya estamos en el otro lado. Que bien.
    “Joder. Como pesan, sobre todo las viejas. En el fondo del acantilado tardarán días en ver los cuerpos”
    “Ostia…aquellas luces parecen del coche de la pasma. Aunque tengo la furgoneta bien aparcada, mejor me piro. Ya descargaré mañana a los otros tres”
    La estremecedora carrera delictiva de Ángel García Carnicero, alias “El boy scout”, jamás se habría producido si el excelso Johann Sebastián Bach no hubiera nacido aquel 31 de marzo de 1685.
    *******
    “Por si me pasa algo”, le dijo quitándose la alianza y entregándosela: “Quiero que la lleves siempre contigo. Perdóname este desliz, querido. Me sedujo. Te juro que no se repetirá jamás”
    Luego ascendió al trapecio, inició el triple salto mortal y cuando volaba majestuosa hacia el de enfrente, entre los gritos horrorizados del público, la trapecista se encontró en el trayecto con el hombre-bala que inexplicablemente pasaba por allí.
    Abajo, en la pista, el payaso murmuró: “Vuestro merecido, cochinos adúlteros. Mira por donde me ha sido útil la mili en artillería como corrector de tiro”
    Y dejó caer la alianza en la boñiga de un elefante.
    Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que este odioso crimen machista-circense cometido por el rencoroso clown Ángelo Malatesta Buffoni nunca hubiera sucedido si Johann Sebastián Bach jamás hubiera compuesto sus gloriosos Oratorios.
    *******
    Cuando éramos jóvenes, a los catorce, compartimos nuestro primer cigarrillo a escondidas. A los dieciséis, también a escondidas, hicimos el amor por primera y quizás única vez. Quedé preñada. Después, solo compartimos la rutina del sexo cotidiano, hijos, supervivencia, fatiga, noches de televisión, silencios, más hijos: esos pequeños roedores que carcomen con afilados colmillos los quebradizos pilares de nuestra juventud. Se han ido hace tiempo. Esta noche fumo sola. Tu silencio hoy, es algo distinto: lo acompaña el chop-chop de tu sangre goteando sobre la alfombra, como un diapasón. Ni el volumen de la maldita tele ni el ulular de las sirenas acalla su estruendo.
    No es necesario decir que este, no por frecuente menos triste, episodio de violencia domestica protagonizado por la pobre Angelina García Expósito no hubiera sido posible si Johann Sebastián Bach no hubiera compuesto sus conmovedoras Cantatas.
    *******
    Pues, aunque todo el mundo sabe que cada hombre o mujer tiene su ángel custodio, sucedió que durante las vidas de Ángel, Angelo y Angelina, los tres que les correspondían, envidiosos de aquel conde alemán que alcanzaba el sueño gozosamente mecido por las Variaciones Goldberg, abandonaron a su suerte a los desdichados mortales que les habían sido encomendados. Entonces, dejaron caer flácidamente sus alas protectoras y, apoyando sus áureas cabezas en el regazo del Todopoderoso, se entregaron a un placentero sopor, acunados por los divinos acordes de Johann Sebastián Bach.


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  52. NIEBLA MALDITA

    Tenía tanto miedo a que llegase…
    ese tiempo de espacios sin huella en tu memoria;
    a encontrarte, perdida,
    hundiéndote en la niebla maldita de ese puzle
    donde ninguna pieza, debidamente, encaja.
    Tenía tanto miedo a descubrirte…
    repitiendo preguntas a una brújula rota;
    queriendo reencontrarte;
    buscándote en un norte falseado
    por criterios ambiguos y desconocimiento.
    Tenía tanto miedo a verte incierta …
    dudando si pisar o no pisar
    a cada paso nuevo;
    a observarte vencida por la duda
    que duda de ser duda
    bajo la niebla espesa que confunde
    lo cierto con lo incierto;
    como si nunca ¡nada! pudiese ser real;
    como si nada ¡jamás! hubiese ya existido.

    Pero, al final, llegaste precipitadamente
    a la niebla maldita que obnubila,
    como el otoño, llega:
    sin que el verano avise.

    Y una tarde cualquiera, no sabias
    por qué los tutoriales del cerebro,
    sin sentido, confundían las cosas.
    Comenzaron los fríos inconscientes,
    las lluvias pertinaces, a deshora,
    y, sin apenas tiempo a darnos cuenta,
    se fue otoñando el suelo de tu vivir diario
    con las hojas de olvido
    que el viento arrebataba
    a las ramas de árbol, tuyo, de los recuerdos.

    Entonces tuve miedo realmente…
    sabiendo que el invierno ya se había instalado
    con su viento galerno en tu carácter.
    Y fue… como sentirme a la deriva
    en medio de la furia de un mar embravecido
    por una enloquecida tempestad.
    Y fue… como si abrieras las compuertas
    del odio y de la rabia
    para inundar mi vida con la misma impotencia
    que, inconsciente, latía tras tu furor airado.

    Las placas tectónicas de nuestra convivencia
    se movieron con ruido de terremoto interno;
    se vinieron abajo pilares sustanciales;
    se movieron cimientos…
    Pero, a pesar de todo, sobre el solar en ruinas,
    permanecemos vivos,
    Y aunque la niebla espesa,
    esa niebla maldita que pesa y que obnubila,
    se ha vuelto más oscura y muchísimo más densa,
    seguimos navegando…
    A veces, a golpe de campana y de caricias,
    en esta calma chicha cargada de humedad,
    nuestros barcos se encuentran
    y es como si, en esta cueva
    indescriptiblemente tediosa en la que habitas,
    de pronto, la esperanza expandiera su luz
    para dejarme verte
    —¡0h…! extraordinario instante de reencuentro—
    mirándome, de nuevo, con el alma,
    sintiéndome bebiéndote las lágrimas
    que bajan de tus ojos —brillantes, temblorosas—
    y caen a nuestros labios, que se besan.
    ALFONSO MODROÑO MÁRQUEZ
    Taller Escritura Creativa B.G.G.
    A Coruña, 10 de marzo de 2023.

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    Respuestas
    1. Alfonso, enhorabuenisima!!! Aun ahora me estoy dando de bofetadas por no haber captado el sentido del poema a la primera. Leído ahora con calma me parece genial. Y el de los ríos que fluyen verticalmente también. Pero el de hoy es muy hermoso. Me ha emocionado muchísimo. Y eso que no soy de lagrima fácil…

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  53. AGUAS VERTICALES

    ¡Arráncame del suelo! ¡Tira fuerte…!,
    sin miedo de romperme las raíces
    que alargo, acartonadas, bajo los adoquines
    de la calle vacía
    en donde estoy plantado.
    No importa si me tronzas las venas, bajo tierra;
    estas raíces, secas,
    que no han dejado nunca de buscar
    el río subterráneo que jamás aparece.

    Me estoy muriendo aquí,
    conmigo a solas, ¡solo!,
    sin apenas consuelo de días o de noches
    que pasan como trenes, inútilmente lentos,
    sin ningún pasajero que salude.

    Soy un árbol cansado de esperar,
    bajo mi propia sombra,
    la crecida del río.
    Acodado a la barra de una cantina en ruinas,
    veo el andén sin gente
    de esta estación, perdida, de la desesperanza,
    donde, absortos, absorben silencio y soledades
    los poros de mi tronco envejecido.

    ¡Arráncame…! No dudes.
    No quiero estar aquí,
    perdido en la planicie solitaria
    de una vida sin aguas torrenciales
    ni aristas prominentes que azucen a mis cauces.

    ¡Arráncame…! No dudes,
    y llévame de aquí.
    Transfórmame las ramas
    en alas que trasborden,
    al otro espacio abierto,
    los reumas que en alma del tronco que soporto
    --horadado por rayos de tiempo sin medida—
    me son consustanciales.
    Es posible que puedas liberarme.
    Es posible que aun pueda ser del aire
    y ascender… ascender…
    al espacio flotante,
    a ese hueco del sueño,
    donde encuentre acomodo
    la verticalidad
    de las aguas que busco y que no encuentro.

    ¡Arráncame…! No dudes,
    y sácame de aquí;
    de esta planicie insulsa y solitaria
    donde nada sucede.
    ¡Arrástrame a las aguas que me arrastren…!
    Empújame a los cauces que se parten
    --con su salto mortal
    a un abismo de espumas—
    para alcanzar la gloria que esperaban:
    ser arco de arcoíris,
    ser estruendo salvaje, ostentación,
    explosión de belleza en desenfreno,
    ser agua y luz a un tiempo, y acaso, únicamente
    morir en el intento de ser libres.

    ¡Arráncame…! No dudes.
    Llévame allí,
    donde los ríos fluyen
    verticalmente.


    Alfonso Modroño Márquez
    Taller Escritura Creativa G.G.
    A Coruña, 10 de febrero de 2023.

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  54. INVOLUCION

    Nos habían llegado noticias sobre la crecida de las aguas oceánicas a causa de no sé qué fenómeno de calentamiento en el planeta. En el seno de nuestra familia, como es natural, la noticia fue recibida con alborozo. Tanto, que decidimos abandonar las montañas en las que malvivíamos y trasladarnos a la costa, nuestro medio natural. Siguiendo el rastro de nuestros ancestros balleneros, compramos una casa en la playa de un pequeño pueblo llamado Fogville, en las cercanías de Cape Cod. La niebla era su avatar. El tío Silas, lector de arcanos textos, cuyos orígenes o autoría incluso él decía desconocer, aseguraba que aquella bruma permanente era el lugar donde verdaderamente residían nuestros gélidos espíritus oceánicos.
    Allí los chicos se encontraban en su elemento, disfrutando de la calima de la playa aun en los días invernales, ante el estupor de los lugareños. Poco a poco, como en casi todos los lugares que habíamos habitado, fuimos convirtiéndonos en una especie de cuerpo extraño en la sociedad local.
    Un día, los chicos se dirigieron nadando en dirección a un arrecife que distaba a un par de millas de la playa. Cuando nos percatamos, ya estaban muy lejos del alcance de nuestras voces. Aunque todos sabíamos que eran excelentes nadadores, tuvimos que tranquilizar a las madres y abuelas, ya que nunca se habían alejado tanto. Cuando oímos sus gritos de júbilo tras la niebla, supusimos que habían llegado a los rompientes y volvimos a nuestras tareas cotidianas.
    A la hora del almuerzo aún no habían regresado. Cerca de la noche, cuando ya la inquietud invadía nuestro ánimo, el tío Silas murmurando cachazudamente “Habrán ido al Templo”, apagó su pipa y echó la chalupa al agua para salir en su busca. Entonces, una hora después, la brisa del atardecer trajo a nuestros oídos, desde el mar, una especie de lejano cantico, un sonido coral entonado en una lengua que desconocíamos y que nos tranquilizó un poco. El abuelo Enoch aseguró que le evocaba nebulosamente retazos de su juventud. Entonces caímos en la cuenta: estábamos en noviembre y nos avergonzamos de que los chicos y el tío Silas tuvieran que recordarnos nuestros deberes para con el Dios del mar y de la niebla: Era el Día del Culto a la Perpetuación de la Especie. Miramos hacia la aldea. No se veía ni una sola luz que atravesara la niebla. La mayor parte de los medrosos lugareños, probablemente recordando la fecha, estarían recluidos en sus casas. Tan solo unos pocos forasteros con rostros de fríos ojos redondos y gruesos hocicos viscosos como los de los peces se nos unieron cuando, entre la niebla impenetrable, nos dirigimos desnudos, tan solo guiados por el rumor de la resaca, a la orilla, atraídos por el cantico del Templo del Arrecife.
    Regresamos después de tres noches de polifonías marinas y acuosos apareamientos en honor de nuestro de nuestro Dios pelágico, entre aquella niebla que colmaba de gozo nuestros corazones. Entonces, nuestros hermanos peregrinos se perdieron entre los brumosos cerros. El silencio se impuso de nuevo en la pequeña aldea y nuestros Cultos del Arrecife quedaron momentáneamente olvidados entre la rutina de los quehaceres de la vida cotidiana.
    Pero ningún hombre ni mujer desciende nunca a los acantilados, porque intuyen que, entre la niebla y los escollos, el eterno flujo-reflujo mece con mimo pequeños cuerpos muertos de seres pisciformes, desechos de nuestros oscuros ritos reproductivos.

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    1. Iría eu por eses mares A ver se co narcosubmariño...

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  55. Aunque no es de mis favoritos ni mucho menos, ahí va el mío de hoy. Lleva dos correcciones: eliminé la repetición de la palabra “recordamos” y sustituí “Perpetuación de la Raza” por “Perpetuación de la Especie”. Gracias a la profe y a Ali. Cuando me den el Nobel os recordaré en el discurso, je, je.

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  56. Espero estar presente en la ceremonia.

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  57. MIS HERMANOS SILENCIOSOS

    A veces, me pregunto: si soy un ser humano;
    si alumbrarse el ombligo
    y danzar en la jungla es lo correcto.

    No me gusta esa prisa de locos por llegar
    a una dorada meta que nunca es suficiente;
    esa forma indecente de dejar
    cadáveres de amigos,
    olvidados en viejas cunetas del desprecio;
    nunca mirar atrás;
    y sin remordimientos,
    no acordarse de quienes fueron parte
    del impulso que aún sigue empujándonos a popa…
    No me gusta. ¡No! No me gusta nada
    esa forma de ser un ser humano,
    con su injusta indecencia y su escasa humanidad.

    No basta que un aullido presuponga
    la fiereza del lobo.
    No basta una proclama promulgando derechos
    para multiplicar
    los panes y los peces de los desheredados;
    hace falta bajarse de la espada
    y entender que la lucha es abrazarse
    a ras de calle y piel,
    donde habita el hermano silencioso
    que, sin pedirnos nada,
    lo necesita todo.

    Quiero bajarme a tiempo de esta cometa ciega
    que, sin saberlo, vuela atada a vuestras manos.
    Esta cometa ingrata
    que va buscando cielos para ella
    pero nunca recuerda que, gracias a vosotros
    y al viento generoso, toma altura.
    Quiero saltar al barro,
    desengancharme a tiempo de esta fiebre de siglos
    del “sálvese quien pueda”;
    sembrar, mano con mano con vosotros,
    el árbol solidario en donde brotan
    los frutos de la dicha.

    ¿Es que nadie es consciente
    que nada, a nadie, pertenece …?
    ¡Nada!
    Los hombres nacen, acumulan, mueren,
    y otros de nuevo nacen, y acumulan, y mueren,
    y otros de nuevo nacen, y otros de nuevo, y otros…
    Y la tierra se sigue quedando con las cosas,
    incluso con sus cuerpos podridos, para siempre.
    ¿Es que nadie, jamás, aprenderá…?
    No se puede mirar hacia otro lado
    mientras haya personas que quisieran
    tener, al menos, algo de aquello que nos sobra;
    tener, al menos, algo de aquello que tiramos.

    ¡Me bajo! Yo me bajo de esta fiebre de siglos.
    Quiero saltar al barro
    para ser, con vosotros,
    sembrador en los surcos abiertos a la fuerza
    de las voces honestas que reclaman
    la solidaridad.
    ¡Sabed que no estáis solos!
    Os prometo gritar con toda el alma
    para que nadie olvide que existís
    y que mi voz os ponga cara y ojos;
    porque lo merecéis,
    porque vosotros sois mis hermanos silenciosos.

    ALFONSO MODROÑO MÁRQUEZ
    Taller Escritura Creativa. Biblioteca G.G.
    A Coruña, 17 de marzo de 2023.

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  58. É moito, Alfonso. Moita poesía. Parabéns

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  60. Silenciosos Gritos



    Desde ese día me acompañáis.
    Ha pasado tanto tiempo, y ya no me queda nadie, sólo estoy yo, yo y vosotros.
    A veces quiero escapar de mí pero, uno a uno y poco a poco armáis todos mis recuerdos.
    Vosotros sois mis hermanos silenciosos, estáis aquí, a mi lado, no dejáis que lo olvide, que me olvide, y creedme, todos los días deseo que no estuvieseis presentes, que no hubierais nacido.
    Y ahora, he decidido romper ese silencio, he decidido mataros poco a poco, uno a uno, como hacéis vosotros conmigo.
    Empezaré en voz baja y después, al final, todos escucharán mis gritos.

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  61. CATA EN LA RIBEIRA SACRA

    Si tengo que catar unos cuantos vinos pues se catan, que a mí el vino me gusta. Y además una cata comentada, que no sé muy bien lo que es. Encima gratis y con merienda incluida.
    - Echa chaval, no me pongas un culín que soy de traga largo.
    Color rojo rubí con matices violáceos. Hay que joderse, lo veo tinto tirando un poco a clarete, pero si lo dice este señor que entiende.
    Ahora tenemos que meter la nariz en la copa y oler: aromas de azafrán con matices de mora silvestre, y yo toda la vida tomando vinos y sin enterarme, con lo bien que apoyo el codo en la barra, como un profesional, no como esos extranjeros que se ponen mirando a las botellas.
    Y… ¡A beber! Uy, sólo un traguito y hacer como las gallinas, chu-chu-chu-chu con el pico hacia arriba y hay que encontrar gusto a madera, y no te dicen qué madera, porque la única experiencia que tengo es la de los lápices Faber cuando aprendía a escribir y los mordía siempre por detrás, y a eso no me sabe, me beberé el resto de la copa a ver si voy encontrando algo más. ¡Está bueno!
    - Chaval, llena otra vez.
    Ahora hay que hacer otra vez la gallina chu-chu-chu, y resulta que es profundo en boca. Me lo bebo todo hasta lo más profundo del gaznate, muy profundo.
    - Chaval, llena otra vez.
    Menos mal que se puso a mi lado con la botella porque estos de beber… nada de nada. Ahora dice que tiene un retrogusto a tinta de imprenta y que sólo algunos de los grandes reservas lo tienen.
    -Aquí acaba mi parte del programa, les dejo en manos del director y dueño de la bodega que les enseñará el resto de las instalaciones. Pasen por aquella puerta que les está esperando dentro. Dijo de carretilla el enólogo, experto en catas o lo que sea.
    No solté la copa que me acababan de llenar y entramos en un recinto enorme lleno de grandes cubas de acero inoxidable. Empezó a hablar aquel señor con porte elegante de fermentaciones en frío, malolácticas y no sé cuántas cosas más. Después de hectolitros, capacidades,… nos indicó que pasásemos a otra parte de la bodega, una cueva, y nos dijo solemnemente: “este es el Sancta Sanctorum de la bodega donde se guardan con cariño y a temperatura constante los grandes reservas”. Contra la pared, y frente a las barricas numeradas y fechadas había una docena de esculturas de tamaño natural hechas con venda de escayola. Miró para ellas y siguió hablando con solemnidad señalándolas: “Vosotros sois mis hermanos silenciosos, guardianes de estos tesoros”, prosiguió su charla hablando de aquellos caldos que guardaba celosamente y nos contó que su verdadera profesión era traumatólogo y su gran afición, además del vino, era la escultura, de ahí aquellas estatuas hechas por él. El vino iba haciéndome efecto y me apoyé contra una de aquellas esculturas. Puse las manos en la espalda y empecé instintivamente a rascar el yeso, encontré una zona blanda y poco a poco fui haciendo un agujero hasta que topé con algo distinto al tacto, miré y vi que corría un pequeño hilo de sangre, me quedé quieto, tuve que aclarar mi mente sumida en los vapores etílicos para reaccionar como Inspector de Policía que era.
    Esperé a que salieran todos hacia la sala de cata donde nos esperaba el lunch. Intenté llamar a Comisaría y no había cobertura alguna.
    Volvió el director a buscarme y empujé aquella escultura desde su pedestal y cayó al suelo entre los dos partiéndose aquel cascarón de yeso y apareciendo un cadáver momificado con aquella mortaja blanca. El bodeguero sacó una navaja automática e intentó ensartarme, no contaba con mi entrenamiento de defensa personal, lo esquivé, lo reduje y saqué fuera del reducto. Desde allí llamé de nuevo y en pocos minutos llegaron mis compañeros de la Brigada mientras el grupo merendaba con buen apetito.
    De un tirón resolví doce asesinatos a pesar de mi estado etílico.
    Huelga decir que fui ascendido y se me condecoró con la Medalla de Plata con Distintivo Rojo al Mérito Policial.
    Hice la firme promesa de que por nada del mundo renunciaría nunca al buen vino.

    Luis M. Gurriarán
    Barcelona, 13/03/23

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  65. Tu nombre


    Voy a empezar a escribir un poema chino.
    Poco a poco iré engarzando palabras
    las dejaré caer como copos en la ladera,
    las deslizaré como gotas en un arroyo.

    Voy a empezar a escribir un poema chino.
    Poco a poco iré poniendo las letras de tu nombre
    las dejaré caer como pétalos en la brisa,
    las deslizaré como lágrimas en tu rostro.

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  66. LÍRICA CHINA

    Voy a empezar a escribir un poema chino y no es una mala ocurrencia, el problema va a ser que no conozco la china de Mao, de Hi Jinping, del Coronavirus o de quien coño sea, ni ninguna de sus 292 lenguas. Me va a ser difícil.
    Intentaré documentarme con lo que tenga más a mano. Si hay algo en esta ciudad será por donde empiece. Y vaya si hay material, me senté en un banco de un parque y miré en Google, aparecieron bastantes lugares relacionados con aquel inmenso país, los apunté de cerca a lejos.
    El primero un gimnasio de artes marciales, la puerta estaba abierta, entré y un señor, que bien podría ser de Coristanco, de un salto se puso frente a mí en posición de ataque y me pregunta si quiero inscribirme en kárate o jiu-jitsu. Le expliqué que no era mi intención y que quería hablar con algún chino. No tenían chinos ni orientales de ningún tipo. Seguí mi plan.
    Bazar chino, segunda escala. Me atiende una señora de mediana edad, china, eso sí, le pregunto si conoce la literatura y la poesía de su país, me contestó: “No vendemos liblos, si quiele cuadelnos y bolíglafos sí que tenemos. También altículos pala el hogal, tenemos muchas cosas, entle y mile”. No me pareció el lugar adecuado pero entendí que me estaba acercando.
    La próxima parada de mi lista era un establecimiento de sauna y masajes chinos, tailandeses, japoneses,… Pensé que de allí podía sacar alguna orientación.
    - Pase, pase, me invitó una señora vestida con un kimono floreado.
    - Querría hablar con alguna persona de China que hablase castellano.
    - No, me contestó, chinas no tenemos pero sí chicas monísimas, rubias, morenas, pelirrojas, brasileiras, rumanas, senegalesas y una de Cuenca que mira mucho para su tierra, ¿a usted cómo le gustan? Y dio una palmada.
    Salí de allí pidiendo disculpas y diciendo que me había equivocado mientras la del kimono me miraba con extrañeza y las otras chicas que habían llegado al reclamo de la palmada se reían a mandíbula batiente.
    Ensimismado con mi obsesión poética me prometí más cuidado en lo sucesivo con la selección de los lugares de inspiración.
    Se había hecho algo tarde y pensé que sería buen momento para entrar en el Restaurante La Gran Muralla, que tenía a continuación en la lista.
    Poca gente, la decoración como casi todos los restaurantes chinos, custodiando la entrada dos leones sedentes, sobre un estante el gato de la suerte japonés también usado por los chinos invitándome a entrar con su mecánico movimiento de pata. Hice una reflexión y calculé que en Europa debía haber más gatos de la suerte que chinos en China. Una figurita que me da dentera y que aparece por doquier, sea una carnicería, tienda de comestibles, bar de tapas o lo que fuere. Entré y me senté en una silla lacada en negro, como todas, en un ambiente que predominaba el color rojo oscuro con ribetes de purpurina dorados.

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  67. Una china monísima me trajo la carta y me dijo en un perfecto gallego con acento de Lugo: “Boas tardes, hoxe fora de carta temos Parrulo Laqueado e Porco Agridoce, eu recoméndolle o parrulo”
    Me quedé boquiabierto con su gallego y con su belleza, porque era una chica verdaderamente bella. Le expliqué mi interés por la lírica china, quedé con ella para el día siguiente y entre declamaciones en cantonés, del que no entiendo ni palabra, polvo va y polvo viene, llevo tres meses ensimismado pensando escribir un poema chino.
    Luis M. Gurriarán Fonte Cuntín, 25-26/03/23

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  68. LA PEQUEÑA FIESTA

    Voy a empezar a escribir un poema chino. Podría escribir uno sobre La Larga Marcha. No hay nada más poético que un ejército de guerrilleros comunistas derrotados, retrocediendo durante más de un año hostigados por los nacionalistas, librando batallas a lo largo de 14.000 interminables kilómetros, hasta encontrar refugio en una laberíntica región del noreste del país, para luego reorganizarse y tras veinte años de paciente y poética laboriosidad china, tomar el poder en el país más poblado de la tierra. Tal vez demasiado épico. Demasiado maoísta. Mejor me sería escribir sobre La Ruta de la Seda.
    Podría escribir un poema sobre el Tao. Sobre la aceptación del fluir de las cosas aceptándolas tal como son y teniendo conciencia plena de ser solo una parte y a la vez un todo de su infinitud: de lo real y lo soñado, del ser y el no ser, de lo claro y de lo oscuro, de lo femenino y lo masculino, del Yin y del Yang. Entender que “lo que es Uno es Uno y lo que no es Uno también es Uno”. Imposible de explicar. En algún sitio he leído que el Tao que puede explicarse ya no es Tao. Demasiado inaprensible. Ni pensar en un poema.
    También podría escribir un poema sobre El Dragón. Pero lo descarto inmediatamente. Demasiado prepotente, masculino, demasiado “yang”. Absolutamente contrario al espíritu del Tao. Demasiado pragmático. Representa la lluvia benéfica para el pobre hortelano y al mismo tiempo la maligna pericia del guerrero, la sabiduría excluyente del mandarín y el poder absoluto del Emperador. Por no hablar de las detestables películas actuales de karatecas.
    Acaso podría escribir un poema sobre la flor del loto. Porque, como a Fito, “me interesan más las flores que crecen en la basura”. Ese purísimo e inmaculado nenúfar que florece en las aguas cenagosas de insalubres pantanos. Demasiado paradójico y lirico para mí.
    Como no soy un espíritu delicado y sé que la evanescencia de todas estas cosas superaría con creces mi escaso talento, tal vez me decida a escribir un poema sobre el Everest. Eso es. Una cabaña en las estribaciones del Himalaya, contemplando, sin apartar los ojos, a través de la escarcha y el latido de los días, la sólida majestad de lo inamovible, lo inmutable, lo eterno.
    Pero ya dice el Tao que el exceso de expectativas y proyectos conduce a la parálisis, así que al final tuve que recurrir a mi amigo, el chino del bazar de la esquina, que, entre packs de pilas alcalinas, tubos de pegamento, pulseritas de bisutería y otras baratijas, compuso para mi este hermoso poema domestico:

    LA PEQUEÑA FIESTA
    Tomo una botella de vino
    Y me voy a beberla entre las flores.
    Levanto mi copa, invito a mi resplandeciente amiga, la luna,
    Y luego a mi sombra, y ahora ya somos tres.
    Felizmente, la luna nada sabe de bebidas
    Y mi sombra nunca tiene sed.
    Cuando canto, la luna me escucha.
    Cuando bailo, mi sombra baila conmigo.
    Es penoso cuando terminan la fiestas
    Y los invitados deben partir.
    Pero yo desconozco esa tristeza:
    Cuando vuelvo a mi casa
    Siempre somos tres.
    Me sigue mi sombra muda
    Y un poco más lejos, me acompaña la luna.

    ¡Este chino sin pretensiones sí que era un verdadero poeta!
    Más tarde descubrí que se trataba de una versión libre de un poema de un tal Li Bai, un poeta clásico de la dinastía Tang.

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  69. A la misma hora

    Vuelvo siempre a la misma hora en un, quizás, vano intento de volver a encontrarlo.
    Son las cinco de la tarde y, como todos los días desde ese día, pongo los pies en la escalera que desciende, esperando ver su rostro entre los que ascienden; así subo y bajo durante unos diez minutos.
    Inútil, lo único que consigo es atraer las miradas de alguno de los pasajeros que vienen o se van del aeropuerto.
    Vendré de nuevo mañana, tengo que volver a ver ese rostro, ese rostro que, en un gesto idéntico al mío, se giró al cruzarnos.
    ¿Reconocería él también su propia cara reflejada en la mía?

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  70. Mi magdalena

    Proust tenía una magdalena, yo tengo hierba, hierba recién cortada.
    Aquí, en esta ciudad fría, gris cemento, las pocas zonas verdes que hay están desapareciendo bajo carteles de próxima obra extendiendo así, cada vez más, la gran mancha asfáltica.
    El poco tiempo libre que tengo lo dedico a ir a uno de sus pocos parques cuando están cortando el césped y sólo para volver a sentirlo, volver a sentir esa sensación que me llevó de nuevo al prado donde mis abuelos cortaban la hierba, donde yo corría entre las vacas.
    Quizás tenga que comerme mi magdalena y marchar, marcharme de aquí para volver a ese prado, para no tener que perseguir el olor a hierba.

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  71. FINAS HIERBAS

    Vecinos y amistades estaban asombrados de lo bien que llevaba mi “viudedad”. El tono irónico con que pronuncio la palabra “viudedad” constituye uno más de los numerosos cambios ocasionados en mi carácter (yo jamás había sido una persona irónica) por mi nuevo e indefinido estado civil. Digo “indefinido estado civil” porque mi “viudedad” no tenía nada de convencional. Lo digo porque no es que mi Aurelio se hubiera muerto como corresponde, antes o después, al común de los mortales, sino que simplemente había desaparecido del mapa. Se había evaporado. Las malas lenguas especulaban con su excesiva galantería con las jovencitas, tiernas y amelocotonadas nínfulas, que acudían a nuestra herboristería (“Aurelio Romero Hinojosa. Medicina Natural”) en busca de remedios para el acné, o las ajamonadas señoras que solicitaban hierbas con las que elaborar tisanas, ungüentos o baños de vapor que mantuvieran prietas sus decadentes y rosadas turgencias. De manera que, decían, no sería raro que el bueno de mi Aurelio se hubiera largado, a la francesa, rumbo a Pernambuco con alguna suspirante jovencita o alguna jadeante señora con furor uterino. Tonterías. Otros espíritus más siniestramente materialistas, aventuraban la teoría de que mi Aurelio, ante la desastrosa deriva económica de nuestro negocio, se habría tirado al caudaloso rio que atravesaba nuestro pueblo. Idioteces. Doble tontería e idiotez, teniendo en cuenta, si lo sabría yo, que las prestaciones sexuales de mi Aurelio, si bien era un tipo bastante peludo, no eran ni mucho menos las de un sátiro de las montañas del Peloponeso y que la herboristería, aun siendo un negocio modesto, tampoco marchaba tan mal.
    Así las cosas, yo percibía, con cierto regocijo, las furtivas miradas de envidia de mis vecinos, deudos y amistades, ante mi inexplicable e inocultable, llamémosle así, alegría de vivir. Yo, otrora mujer abúlica que se deslizaba en la cuesta abajo de la vida en un ni fu ni fa, había encontrado una serie de hobbies y divertimentos insospechados en mi durante mi mortecina vida de mujer casada. Hasta la herboristería que ahora regentaba yo solita, parecía respirar un mayor y aromático clima de prosperidad.
    No era la menos sorprendente de mis nuevas facetas mi habilidad culinaria con las finas hierbas (yo que antes me limitaba a calentar insulsas comidas precocinadas) con la que, pensando en promocionar la herboristería, deleitaba a los amigos de la familia, que si bien en un principio venían a mi casa con el loable animo de prestar compañía y afecto a la desolada viuda del pobre Aurelio, acabaron acudiendo a mi mesa con el no menos loable y ,qué coño, lúdico animo de regalarse las papilas gustativas con mis exquisitos manjares, “dignos – decían - del mejor Paul Bocuse”

    Continúa…

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  72. …Continuación

    ¿Qué decir del gulasch de aguja (¡Que orgiástica gula!) condimentado con el aroma suave y penetrante de la albahaca recién cortada? Aplausos y algún que otro eructo de los alborozados comensales.
    ¿Y del exquisito guiso de carne mezclado con patatas a la riojana marinadas con aromático laurel? Aquí, un inevitable y breve minuto de silencio por mi Aurelio-Laurel, antes de los alegres postres.
    Por no hablar del estofado de higadillos adobados con el polinizador aroma de tomillo que hacía las delicias de los Bermúdez, una de las parejas más afines a nuestro ya extinto matrimonio. Por cierto, el tal señor Bermúdez era un maromo de tomillo y lomillo al que yo tenía echado el ojo (no digo de tomo y lomo por no incurrir en una indeseada rima que arruinaría la pulcritud de mi relato)
    También eran muy elogiados mis riñones, no al tópico y manoseado jerez, sino muy bien lavados con agua aromatizada con romero, exquisitamente aromático, antioxidante y diurético. ¡Ah, el romero y su aroma mediterráneo! Lástima que su degustación evocara en los comensales la memoria de mi ¿inolvidable? Aurelio, el occiso señor Romero.
    Pero mi especialidad estrella era la fritada de sesos salpimentados con hinojo: el plato favorito de mi suegra que, entre lágrimas, no sé si provocadas por el placer gustativo o por la rememoración de su apellido, él materno de mi pobre Aurelio, se relamía el labio superior humedeciéndose con delectación su discreto y sedoso bigote.
    Así crecía mi insólita condición de “influencer” gastronómica en el pueblo. Pero había algo que me desazonaba levemente: en todas las comilonas siempre había algo en su degustación que las remitía al recuerdo de mi Aurelio. De cualquier modo, ese ligero problemilla tenía fecha de caducidad: las existencias de mi Aurelio, el maldito Aurelio, que guardaba en el congelador, tocaban a su fin.
    Luego tendría que reconvertirme a la nouvelle cuisine vegetariana.

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  73. FORNICIO PRIMIGENIO
    - Lo juro, oh divino juez, que el inductor de este funesto y, por qué no decirlo, chusco incidente fue el perverso reptil. Por cierto, es muy difícil defenderme de los delitos que tu celeste inquisidor dice que he cometido, teniendo que cumplir el ridículo veto consistente en que no he de disponer en mi discurso, ni por un momento, de voces que utilicen el difícilmente eludible y de muy frecuente uso, signo isósceles.
    Pero, en fin, expondré brevemente, si puedo, el meollo de los hechos. El cielo impoluto, el sol, si bien benévolo, levemente bochornoso, un fresco céfiro meciendo el trémulo verdor del roble sobre nuestros cuerpos desnudos, cubiertos con el dulce sudorcillo del deseo, ese diminuto rocío perlífero que Eros, excelso cocinero, dispone como condimento de los cuerpos en combustión. (Oh, perdón, divino juez, lo mismo que me cuidé de no meter signos isósceles, no debí meter ofensivos dioses gentiles en mi discurso). Pido de nuevo perdón, y con vuestro permiso continúo con mi versión de los hechos: Luego de unos dulces susurros en su oído, tientos, besos y mordisquitos en el lóbulo derecho, continúe como intrépido descubridor de territorios ignotos, descendiendo los sísmicos relieves de su flexible cuello de cisne (violentos y lujuriosos temblores 5,5 Richter). Luego de sorber, sediento, el delicioso estero de sudor del leve cuenco sobre el esternón, descendí con remiso deleite y codiciosos besos por el sudoroso y profundo sendero que divide en dos el delicioso relieve de sus senos. No quise emprender el periplo sobre el proceloso desierto de su vientre sin subir febrilmente, como yeti prodigo en besos, sus pendientes, y con leves mordisquitos de mis incisivos, conmover el tembloroso Everest de su pezón izquierdo (momento sísmico Richter: 6,15). Sobre nosotros, en el umbroso roble, Lucifer oculto en su piel de serpiente, con sus estremecimientos de júbilo, provocó un tumultuoso vuelo de huidizos estorninos. Luego, reemprendiendo mi incontinente expedición, después de beber, sediento, el nutritivo elixir del fresco pozo de su ombligo, remonté el estremecido monte púbico en el que los sensores de mis besos percibieron un reverbero de voluptuosos suspiros y temblores (Violento Incremento sísmico. Registro: 6,75 Richter). Después de un cómodo recorrido por el frondoso bosque de sedosos y húmedos rizos, por fin divisé el objetivo último de mi expedición: el ubérrimo y jugoso templo de Venus semioculto en su umbrío refugio entre los muslos. Entonces, ciego de deseo, me precipité…
    - ¡Detén tu libidinoso discurso, impenitente reprobó! – tronó colérico el Dios de los judíos – No soporto seguir oyendo el prolijo recuento de vuestros retorcidos goces. ¿O es que pretendes con tu impío y tórrido cuento obtener indecentes erecciones en los dignos ujieres, leguleyos, testigos y jueces que constituyen mi celeste corte?
    -Pero…
    - ¡Ni pero, ni leches! ¡Miguel, como Ministro del interior que eres de este mi omnipotente y eterno reino, te ordeno, en cumplimiento de mi ineludible veredicto que te lleves estos penosos especímenes de “homo… ejem… erectus” y mujer concupiscente, lejos de este supremo trono, los deposites en el pórtico de este edén, que he construido con el mejor de mis propósitos como futuro domicilio de estos dos desnudos pendones, y, por medio de un enérgico golpe de tu vigoroso pie en sus respectivos culos, los deposites en el inhóspito yermo que se merecen!

    Continúa…

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  74. …Continuación

    Y de ese modo se dictó nuestro exilio lejos del edénico vergel del Tigris. En el desértico exterior medité sobre el libidinoso incidente, el funesto contubernio “límpido cielo - roble frondoso - Lucifer serpiente – hombre - mujer” y su triste conclusión: proveer mi sustento con el sudor de mi frente, conocer el dolor físico, envejecer, sufrir, morir. Pero, qué coño, miremos lo bueno: después de todo, mi mujer y yo nos sentimos muy orgullosos de constituirnos en pioneros, los primigenios inventores del delicioso rito reproductivo del coito y el orgasmo. Pero… ¡Silencio, exigentes críticos! Sé que he cometido el desliz de incluir el proscrito signo isósceles. Lo he hecho porque un orgasmo sin a es triste, penoso y mortecino: como un pene sin testículos o un sexo femenino sin clítoris.
    Post scriptum: Que nos olvides, colérico Dios, furibundo represor de nuestros húmedos efluvios… ¡y que te den!

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  75. Sen a

    Son dun sitio fermoso
    onde vivo un vivir de moitos choros,
    sen rumbo no tren do sentir,
    con lóstregos vermellos e negros tolos.
    Non teño luces no cerne do peito
    onde vivo un vivir de moitos choros,
    sen rumbo no tren do fuxir.
    Choros con feixes de folgos
    vestidos de verdes soños.
    Xurdiu un fío de cor pincel
    con libros e folios presos
    de escritos de flores e toxos,
    que enchen mentes de bicos.
    Quero ventos do nordés,
    do leste, do oeste, norte ou sur,
    que preñen os ocos de contos
    invisibles en min, en ti,
    pero que fecunden miolos dun neno
    nun berro de común alento.
    Son dun sitio fermoso
    onde vivo un vivir de moitos choros.




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  76. OLOR A HERBA

    Collín a gadaña disposta a traer a herba para o gando. Era verán e aínda non abrira o día. Gustábame madrugar e saír soa, respirar o aire fresco, cando o silencio inundaba as entrañas. Zig,zag, zig, zag, traballaba eu e traballaba a gadaña. Movementos monótonos, iguais, que deixaban a herba en carreiras perfectas. Mais tarde, iría á casa, poñería as vacas ao xugo e achegaríame co carro para cargar a herba. Pero primeiro aínda tiña que muxilas, apartar o leite do almorzo dos cativos e amañar o queixo. Antes era máis doado todo, antes, cando o meu home estaba aquí. Malditos papeis, maldita propaganda, maldita política. Agora el estaba fuxido, e eu moi enfadada. Anda, que deixarme soa, disque que por ideas, como se das ideas comesen os fillos. Bo, eu pensaba o mesmo, ao mellor non estou tan enfadada, os malos son outros. Pero eles ben que están coas súas señoritas, que paren e crían sen facer outra cousa, cos seus homes tódolos días no leito. Bo, eu tampouco querería a eses, a eses...que máis da o alcume que lles poña! Xa está a herba segada! Un traballo feito!
    Coa gadaña ao lombo achégome á miña casa, coa aldea aínda espertando, e a primeira claridade do abrente alumeando o camiño de volta.
    - Ai, Fernanda- dixo unha voz coñecida, daquel veciño cruel- se ti quixeras non terías que levantarte tan cedo. Só de vez en cando, algunhas noites... e terías quen fixera o traballo por ti.
    Agarrei a gadaña forte, sen movela do ombreiro. O cheiro da herba acabada de cortar, fíxome ter os pés no chan e, pensando nos seis cativos que me agardaban, continuei o meu camiño, ben dereita, cos dentes ben apertados.

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  77. FELIPE, UN CAN

    -Achégasme a gaseosa?- dixo el.
    -Bailamos?- dixo ela, nun doce murmurio.
    -Por que non me das un bico?- preguntaron ao mesmo tempo.
    E os dous vellos miráronse e non pasaran nin dous días dende que se coñeceran. Apareceron, de súpeto, as músicas e os bailes e, con eles, os cheiros a herba cortada, a sega, a esterco, a fogar. Ai, o seu fogar!
    Abriuse unha ventá pola que entraron os regos e as sementes da beira da súa casa.
    Abriuse unha ventá pola que entraron as lembranzas e os cocidos dos días de festa.
    Abriuse unha ventá pola que entraron os abrentes de verán nos traballos da estivada.
    E deixáronse abrazar e bicar por todos e cada un dos soles de cada amencer, por cada unha das brisas que os conxelaba no inverno. Chegaron a eles as follas voadoras do outono e quedaron pasmados mirando o lume da lareira, mentres amornaban os pés e o corazón.
    Debía ser primavera, si, mais eles non sentían o piar dos estorniños, nin os xogos do cortexo das bubelas. Debía ser primavera, mais aínda non descubriran o arrecendo das margaridas, que se negaba a subir ata o minúsculo piso no que vivían.
    -Papá, mamá, non podedes seguir na aldea. Tedes que vir con nós á Coruña. O piso do lado está baleiro. Xa temos todo amañado.
    Non houbo resposta porque enmudeceron as entendedeiras e secouse de verdade a capacidade de producir verbas.
    Ela quería dicir que non sabía acender o lume na cidade para quentar o almorzo.
    El quería dicir que se lle conxelaría a alma detrás dos cristais.
    Pero todo estaba disposto. A casa, a coidadora, as cadeiras de rodas.
    E son uns vellos con sorte: deixaron que o vello Felipe os acompañara, un pastor alemán do que xa nin lembraban a idade.
    Día tras día, ás mesmas horas, saen os dous e a coidadora, e Felipe. Algún día, a coidadora, Felipe e el. De cando en vez, ela, Felipe e a coidadora.
    Fai un anaco, mentres escoitaba música e ollaba a rúa, pasou só a coidadora e Felipe. Os dous tiñan cara triste e cansa.


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  79. Resurrección


    Despertó mudo, hueco, sin poder emitir ningún sonido que le permitiese digerir el hondo diluir por el que sus sentimientos, sus emociones huyen, lo convierten en un ser primitivo, un insecto.

    Volver, convertirse en lo que fue, no en lo que es.

    Gime, por fin lo consigue, gime, de nuevo es él, de nuevo siente, vive.

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  80. FÉRREO AMOR

    Formaban parte de una escalera mecánica del aeropuerto París-Orly, en el acceso a vuelos internacionales fuera del espacio Schengen. Él era un peldaño, ella una tabica. Rodaban y rodaban sólo viéndose dos veces en cada vuelta, en una el peldaño la veía desde la parte superior y en la siguiente coincidencia era al contrario, ella era la que estaba arriba. De tanto verse sin horarios ni calendario, ya que aquello no paraba nunca, surgió la amistad. Las conversaciones eran cortas, sólo pequeñas frases pero tras vueltas y vueltas fueron hilando las conversaciones. Consiguieron una técnica impresionante para su comunicación. Por ejemplo: él decía “me – gus – tas – igual – des – de – arri – ba – que – des – de – aba – jo”. Y ella le contestaba “pu – es – yo – pre – fie – ro – ver – te - cuan – do – vas – lle – gan – do”, más o menos una sílaba en cada giro.
    Así iban transcurriendo las largas jornadas pero un buen día llegaron unos operarios, desmontaron la escalera y se la llevaron a un taller. Se dio la casualidad que al reparar, engrasar, revisar y montarla de nuevo juntaron a nuestros tabica y peldaño en un mismo escalón y en aquel momento surgió el amor y durante muchos años estuvieron juntos compartiendo conversaciones, golpes, pisotones, engrases, el rozar de las maletas que tanto le gustaba a ella mientras a él le molestaba, etc. Hasta que un día volvieron a desmontar el aparato y llevarlo de nuevo al taller.
    Esta vez no fue para ponerlo a punto sino que allí quedó, abandonado. Nuestros amigos empezaron a temer lo peor, creyeron que caerían en el olvido de aquel oscuro rincón del almacén hasta que un día se abrió el portón para que entrara un camión grúa que recogió la escalera cargándola en su caja. A los enamorados les entró el pánico, no sabían que decirse, seguían enganchados por los resortes del mecanismo y ni podían imaginar cuál sería su futuro, ¿los separarían para siempre?, ¿seguirían juntos como hasta aquel momento?
    Paró el camión en una extensa explanada llena de metales amontonados y clasificados. A ellos los descargaron muy cerca de lo que parecía una fábrica, que en realidad era una fundición. No pasó mucho tiempo hasta que un puente grúa los zarandeó de nuevo para soltarlos en una enorme cinta mecánica que los llevaría hasta la boca de alto horno que a una temperatura de más de 1.500 grados centígrados los fundió en poco tiempo saliendo por la lingotera juntos en una pieza sinfín que una gran cizalla iba cortando en trozos. Seguían juntos y temían que aquel aparato los separase para siempre pero tuvieron suerte, de allí pasaron al laminado y seguían en la misma pieza.
    No se les había pasado el susto de todo el proceso cuando de nuevo se encontraron en un transporte que los sacaba de aquel lugar infernal depositándolos en un taller donde el ruido del martillo pilón se hacía insoportable y le iba dando forma a aquellas láminas. Le llegó el turno a la suya, se despidieron pensando que era el fin, pero no, les dieron forma a la pieza donde estaban juntos y pasaron de escalón de aeropuerto a una gárgola de Notre Dame, con vistas sobre el Sena, la Île Saint-Louis y la torre Eiffel en un abrazo de amor eterno.

    Luis M. Gurriarán
    A Coruña, 04/04/23

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  81. ELUCUBRACIONES PRIMAVERALES ECHANDO LA SIESTA
    BAJO UN CIRUELO EN FLOR


    ¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán! Walt, a qué olían tus ‘Hojas de Hierba’, y… ¿a las que fuiste a parar, Alonso Quijano, cuando los gigantes/molinos te descabalgaron hasta dar de bruces en ellas?
    A Joan Manuel Serrat su nombre le sabía a hierba pero, ¿a qué le olía? Tal vez a las flores de Rosita la Soltera de Lorca, qué seguro llevaban mezcladas algunas hebras de hierbas olorosas granadinas que henchían su pituitaria mientras esperaba pacientemente las cartas de su amor ausente.
    Cuál sería el olor de la hierba de primera calidad que fumaban The Beatles cuando estaban componiendo Michelle, por ejemplo.
    Y si acercásemos la nariz a la comida de Platero, ¿olería a burro o a hierba? Juan Ramón, con tanta prosa poética y premio Nobel no nos lo aclaraste nada. Lo contaré por todo Moguer.
    El césped recién segado me huele a música, sí, a música celestial y a humedad, todo junto. Medito, sí, ya sé, huele a ti, a tus besos, a tu cuerpo, a tu sexo, a tu melodía, es eso, es todo: ¡Melodía!, ¡Pura melodía! Es la música de la vida.
    Tengo que dejar el Cannabis de una vez. Me ducharé con jabón Heno de Previa para despejar.

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  82. LA CAJA DE BOMBONES

    No sé cómo se me ocurrió bajar al sótano de aquel centro comercial si hacía rato que anunciaban el cierre, aunque me hubiese olvidado de comprar una caja de bombones para llevar a casa de mi amiga Lupe que me había invitado a cenar, además allí ya no había nadie, ni clientes ni empleados.
    Salí corriendo esperando encontrar algún establecimiento abierto en otro lado, subí las escaleras mecánicas de dos en dos y llegando al final caí de bruces sobre los peldaños que seguían su ascensión cadenciosa. Me golpeé en la cabeza y sin perder el conocimiento quedé atontado hasta que mi cuerpo fue arrastrado fuera de aquel aparato infernal pero mi zapato quedó enganchado justo en el lugar donde el mecanismo se traga los escalones. Aquello no paraba y la bota que llevaba puesta iba aprisionando mi pie hasta que se apagaron las luces, se paró la escalera y quedé allí, en aquella posición de tendido prono, con la tenue iluminación de emergencia.
    Me despejé algo, no me podía mover y grité pidiendo auxilio pero nadie contestó salvo el eco propio de los espacios vacíos. Yo allí, boca abajo. El teléfono, con la mala costumbre de llevarlo en la mano, había salido disparado a más de dos metros de distancia. Intenté descalzarme contorsionándome todo lo posible pero no fui capaz, el calzado aprisionaba el pie de tal manera que pensé podría gangrenarse, y un dolor intenso subía por mi pierna extendiéndose por todo el cuerpo.
    Mi cabeza se había recuperado completamente y volví a pensar sobre la posibilidad de gangrena ya que nadie aparecía a socorrerme y me moriría en aquella posición tan estúpida. El teléfono ya había sonado tres veces, suponía que Lupe me buscaba, era la primera vez que habíamos quedado para una cena íntima, intenté estirarme para alcanzarlo, pero nada, no llegaba, encima nadie sabía que estaba en aquel lugar, me moriría.
    Pasaban las horas, el dolor no remitía y sólo veía mi muerte inminente, me imaginaba que iba a perder la vida poco a poco, como en un tormento chino. Por la mañana encontrarían un cadáver tirado en el suelo y enganchado por un pie en la escalera mecánica, el colmo de la idiotez, la manera más tonta de perder la vida mientras Lupe, en la que creía haber encontrado la mujer de mi vida, estaría echando pestes por el plantón.

    No se había dormido, se había desmayado por el agotamiento e intenso dolor. Se encendieron las luces y los primeros empleados encontraron aquel cuerpo exhausto y sin conocimiento.
    Rápidamente se pusieron en marcha los servicios de mantenimiento para desmontar la escalera, poder sacarlo de allí y que la ambulancia lo trasladase urgente al hospital.
    Morir no se murió pero tuvieron que amputarle aquel pie que había quedado enganchado en el mecanismo ascendente. Lupe lo acompañó en todo momento de su estancia hospitalaria.
    Cuando le dieron el alta salió cojeando con su pie protésico y se encerró en su casa, no quería que la chica lo viese así, no le contestaba a las llamadas, ni a los whatsapp, ni a las notas que le había enviado, hasta que un día tuvo que salir, la encontró de frente y no pudo esquivarla.
    Y fueron felices, y comieron perdices con la indemnización millonaria del seguro, y como Lupe tenía un negocio de ortopedia, no había cosa que más la excitase que un hombre con una prótesis en el pie. Y colorín colorado…


    Luis M. Gurriarán
    Fonte Cuntín, 1º de abril de 2023

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  83. VUELO SIN VUELING

    BCN. Vuelo de regreso Vueling 1290, 20,15 P.M.
    Gente y gente. Un negro muy bien vestido, incluso con muy buen diseño, puede que de Verino o de Domínguez, sí señor. ¿Etíope?, puede que nubio, ese porte me es conocido. Después gente corriendo, un grupo juvenil con profesor ven los letreros y siguen.
    Mujer con trolley y niño, se detiene, ¡qué tierno! El bebé pide pecho y no puede resistir su petición, se pone en un sillón próximo, succión del rorro y sosiego. Revuelve en el bolso y… ¡Un dodotis limpio! El hedor es horrible. Me voy, no lo soporto.
    Sigue fluyendo gente, como si no tuviesen destino pero ven los números de vuelo en el letrero y de repente les vienen los nervios.
    Es el momento de los ejecutivos, estos lo tienen todo en control, directos, móvil en ristre, conocen sus vuelos y por dónde ir. No me tienen interés ninguno, un ejército: un-dos, un-dos, todos en unísono ritmo.
    Tengo sed y sueño, terrible elección. Bueno, comienzo por lo del líquido, compro un refresco y con mi recipiente me siento de nuevo. Sigo viendo lo mismo, gente, gente y gente. Se me ocurre que sus pies son ovinos que enumero: 1, 2, 3, 5, 6,… me vence el sueño, quedo tieso, rendido.
    Pierdo el vuelo.
    Me despierto y veo todo sin gente, un tubo inmenso sin conductor recoge los restos del suelo, viene en mi dirección, no me muevo, no estoy del todo despierto. Noto como me engulle de repente, estoy en su interior, pierdo el conocimiento un momento, lo recupero y veo que es como un cohete de otro mundo, de Venus, o de Júpiter, pierdo de nuevo el sentido, lo recobro y un ser diminuto, fosforescente me dice, con un método desconocido por mí pero que entiendo, que yo soy un elegido y desde ese momento me tienen como conexión con este mundo nuestro.
    Sin vuelo de por medio me encuentro de repente en mi destino, recojo el bolso, y en mi domicilio comienzo compulsivo un libro sin ser consciente de mis movimientos. Escribo el título: “NOVÍSIMO LEGADO DIVINO”

    Luis M. Gurriarán
    Aeropuerto el Prat, 22/04/23

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  84. LA CATEDRAL DE SAN MARTIÑO

    Hacía tiempo que no iba a Ourense. Llegué sobre las tres de la tarde y me propuse tomar unas buenas tapas, como tenía el recorrido bien conocido me fui a la Praza do Ferro, al Bar Orellas. La cosa empezaba bien, el apéndice auditivo del puerco condimentado con un excelente pimentón y regado con aceite de oliva fue una delicia. Seguí por la Rúa Lepanto recalando en varias “estaciones” que no por ser conocidas dejan de sorprenderme siempre, todo regado con un buen vino del Ribeiro. Llegué a la Catedral, la puerta estaba entreabierta, pensé que a aquella hora no habría nadie y podría disfrutar tranquilamente de la visita y entré.
    La capilla del Santo Cristo, aquel que la leyenda dice que le crecía el pelo, estaba en penumbra, le eché una moneda para encender las luces y fue como un fogonazo de oro que me deslumbró. Me quedé observando el conjunto gótico hasta que se apagaron y seguí mi recorrido hacia el increíble Pórtico del Paraíso. Pasé un buen rato mirando aquellas pétreas figuras policromadas intentando adivinar quién era quién.
    Cansado, me senté en un banco de la parte derecha de la nave y oí unas voces lejanas, no veía a nadie, agucé el oído, me levanté y caminé hacia donde procedían. Mi curiosidad me llevó a una entrada en el muro como de una bodega, una escalera en ángulo. No entendía las conversaciones y bajé el primer tramo, desde allí veía un grupo ataviado con túnicas blancas alrededor de una mesa ovalada que iban a dar buena cuenta de un asado que estaba en medio en una cazuela de considerable tamaño. Me fijo bien desde mi oscuro observatorio y me da la impresión que la vianda no es un lechón sino un niño. De repente uno se levanta y dice: “Creo que no hemos cerrado la puerta”. Con el movimiento veo la cabeza de un infante sobre un plato presidiendo la mesa.
    Echo escaleras arriba procurando no hacer ruido y no ser visto. Salgo corriendo de la Catedral y llamo a mi amigo Pedro, Inspector de Policía especializado en homicidios.
    - Pedro, tienes que venir urgente, creo que se cometió un asesinato. Estoy en Ourense, junto a la Catedral. Tomamos un café y te cuento. ¿Vale?, ¿En el Latino?
    - Oye, salgo a tomar café contigo cuando quieras pero no me cuentes películas.
    - De acuerdo, tú ven y juzga por ti mismo.
    Le cuento con todo detalle lo que he visto y oído, no me cree. Nos acercamos a la Catedral y dónde había visto la entrada de un subterráneo no había nada.
    - Pero hombre, qué te conozco, ¿qué has bebido?
    - Cuatro copas de vino con bastantes tapas y ya sabes que yo aguanto lo mío.
    - Habrá sido un mal momento, has tenido una alucinación, será la mezcla del vino con el cansancio. ¡Qué andas muy estresado, chaval! Me tengo que ir al trabajo, si quieres nos vemos a última hora y descansa mientras, haz el favor.
    No quedé tranquilo, yo había visto aquello y no eran visiones. Después de darle la razón y despedirme hasta la tarde, volví a la Catedral. Miré donde estaba la entrada a aquel espacio y nada, sólo piedra.
    Me instalé escondido y próximo a donde había visto el hueco, estaba seguro que allí pasaba lo que me imaginaba, que no había tenido alucinaciones, se estaban comiendo a un niño en un banquete ritual. Un niño comprado o robado, siempre hay hijos de puta para cualquier tipo de tráfico: si los venden para prostituirlos o para que bajen a las minas a trabajar en los túneles estrechos, qué más les da el fin, cobran su precio y listo.
    Pasó más de una hora hasta que oí un ruido extraño, me asomé con cautela y vi como las piedras cedían y en el muro se abría un paso, no se notaba, como cuando vine con Pedro a enseñarle esto, estaba bien

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  85. disimulado, era una maravilla arquitectónica. Vi salir a uno de ellos, dejó la puerta abierta y me acerqué a escuchar, alguien preguntó:
    - ¿Cómo nos deshacemos de los restos?
    - Cómo siempre –contestó otro-, mañana hay un funeral, ya hablé con el servicio fúnebre para que traigan el féretro con antelación, tendremos tiempo de meterlos dentro y a la tumba con el muerto.
    Salí a toda prisa a esconderme de nuevo, escuché los pasos del que volvía con una botella de licor. Intenté huir pero había cerrado la puerta exterior. Me asusté, me sentí acorralado pero en cuanto me aparté de la puerta me percaté de que había muchos sitios donde esconderme de aquellos monstruos y por la tarde habría algún acto religioso y podría escabullirme entre la gente.
    Esperé en el mismo escondite de antes más de una hora y salieron, eran seis hombres, vi sus rostros perfectamente, siempre fui muy buen fisonomista.
    Todo fue como había proyectado, se abrieron las puertas, entró la gente, rezaron un rosario y salí con ellos.
    Me encontré con Pedro, cenamos, le conté mi nueva experiencia y siguió sin creerme. Le hice prometer que vendría conmigo al funeral el día siguiente.
    Nos pusimos en segunda fila, detrás de la familia, eché una ojeada a la gente, cuatro de ellos estaban entre el público, se lo dije a Pedro.
    - ¿Pero tú sabes quiénes son esos que dices?
    Y lo mejor de la tarde, dos de los oficiantes completaban el elenco, uno de ellos el deán de la Catedral. Mi amigo seguía incrédulo.
    Cuando comenzó la ceremonia salí de mi sitio en loca carrera, empujé el féretro con fuerza y cayó con estruendo, rompiéndose. Al abrirse la tapa el cadáver se fue al suelo y la cabeza del niño salió rodando hasta los pies del deán.

    Luis M. Gurriarán
    Fonte Cuntín, 21/01/23

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  86. El taller de la abuela

    Al entrar sintió que le habían arrebatado un pedazo de la niñez, el antiguo taller de su abuela, que no veía desde que se fue a vivir a Múnich, se había transformado totalmente, no sólo era la maquinaria, ahora la luz era más fría el viejo maniquí había perdido toda su dignidad con un ridículo capuchón verde y el perchero de pie, al que de pequeño tenía que saltar para colgar el abrigo, había sido sustituido por uno cualquiera de pared.
    Su madre le dirigió una gran sonrisa al verlo ¡Había pasado tanto tiempo! Pero él no pudo evitar el reflejo de la decepción en el rostro.
    -Pero hijo ¿Qué te pasa? Creí que estarías contento al verme.
    -Y lo estoy mamá, lo estoy, no es eso, sabes que te echaba de menos, es por esto-señaló con un gesto el taller- no esperaba encontrárselo así, tan cambiado.
    -¿No te lo dije cuando hice la reforma? Se me pasaría ¡Tengo tantas cosas en la cabeza! Entonces ¿No te gusta así?
    -Sí mamá-mintió él-. No es eso, es que esperaba encontrarlo tal y como era antes de marcharme.
    -Ya, te comprendo-aunque se le notaba que no era así- pero hijo, los tiempos cambian y el taller también tuvo que cambiar, nueva clientela, nueva maquinaria, ya sabes.
    -Claro mamá, lo sé, los tiempos cambian. Vamos tienes muchas cosa que contarme, le dijo al marcharse y llevarla a cenar a su restaurante favorito, sabía que nunca lo entendería, pero él sería incapaz de volver a entrar en ese taller que ya no era el de la abuela.

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  87. FRANKENSTEIN

    Frío. Hacía frio fuera. Fuera, fríos murmullos de gentes que creían existir. Dentro, el frío de la soledad. Olas de un mar de inadmisible color, de una exacta e imposible cadencia, mecidas por un frio viento de neón. Algunos, un día lejano, antes del advenimiento del imperio de la soledad, habían colgado en las crestas de esa árida, fría y desolada marejada solida sus ropas deshabitadas. Idiotas. Como si el frío de la soledad y del no ser pudiera colgarse de un perchero, aunque este tenga la forma de un tumultuoso mar de irracional color de herrumbre. Y yo estaba allí. En el frío. En la soledad. Con el mudo e impasible torso. En busca de la penumbra de un letargo salvador, quise huir del frio y la soledad, atenuando la cruda luz del neón accionando interruptores. En uno ponía “fe”, en otro “esperanza”, en el último, “caridad”. Palabras vacías. Dispositivos inútiles. El yermo paramo del frio y la gélida soledad continuaban imperando en la estancia. Con el mudo e impasible torso. Me acerqué a él. Con las ateridas yemas de mis dedos, acaricié la sintética piel de sus senos y su vientre. Ni un estremecimiento. Soledad. Acaricie la garganta. Ni un latido. Frio. Sobre el verde muñón (color tal vez robado a las herrumbrosas olas del perchero) que la coronaba, murmuré palabras de afecto, ensayé apasionados besos, ahondé, cual afanoso minero cavando en la impalpable y gélida caverna de aire que constituía su ilusoria cabeza, en busca de la dorada veta de amor de una mirada febril. Nada. Frio. Soledad.
    Distorsionada, a través del hielo de mis lágrimas, vi la ruedecilla al lado de los interruptores. Un dial con una escala graduada. Ponía “crimen”. La giré hasta el límite. Volví a acariciar el torso. El vientre. Los senos. Un leve estremecimiento. Agudas cumbres microscópicas erizaron la fría piel de vinilo. Desde la etérea e inexistente cabeza, el perfumado halito de un suspiro acarició mi gélida mejilla.
    **
    Cuando salí de la helada habitación, las gentes del frio salón exterior, gentes que creían existir, continuaban con sus juegos y conversaciones. Algunas, ensimismadas en partidas de ajedrez. Gambitos. Jaques. Otras, en truculentas partidas de cartas. Envidos. Renuncios. Las más, conversaban sobre “la circunstancia”. Analizaban situaciones. Proponían alternativas. Peroraban soluciones. Repetían ampulosas citas que habían leído en libros. Descifraban poemas. Recomendaban lecturas y filmes. Embelecos para combatir la eterna batalla contra el frio y la soledad. Naturalmente, nadie reparó en que me llevaba el maniquí.
    **
    En mi cuarto el maldito termómetro sigue marcando “soledad” y mi cuerpo y mi alma siguen temblando de frio. Aunque algunas veces el bendito termómetro marca “esperanza” porque tengo conmigo a “mi” torso. Es cierto que no ha vuelto a regalarme el tibio halito y estremecimiento de vida proporcionado por la ruedecilla del “crimen”. Pero sé que algún día volveré a accionar esa otra ruedecilla que he instalado en mi cuarto y así podré dotarlo de unos brazos y una cabeza, que aun en este mundo fantasmal en que creemos existir, alivien con un rescoldo de tibias caricias mi cuerpo aterido y con un oasis de tiernos susurros, cálidas miradas y húmedos besos mi sedienta alma desértica.

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  88. Chocolate y caricias

    Pero él sería incapaz de volver a entrar en ese taller que ya no era el de su abuela.

    El taller de la abuela era de chocolate con churros.
    El taller de la abuela era gafas de costura, hilo y aguja.

    Él corría, salía del cole y corría, la abuela estaba esperando, hilo, aguja, chocolate y caricias.

    Ahora nada, frio vacío y olvido.

    El taller de la abuela era de chocolate y caricias.

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  89. Una mísera naranja

    -Pero ¿Por qué armará todo este Belén por una mísera naranja?
    -Sariel ¡Qué no te enteras! Una manzana, montó todo esto por una manzana y para lo del Belén falta mucho, ya lo sabes, además no metas con al hijo en todo esto que se te enfada.
    -Sí, pronto tiene, porque ya me dirás, qué mas da comer peras que manzanas, a mí sólo va a traerme trabajo, mucho trabajo.
    -Lo tuyo no es la fruta hijo, para lo de las peras y las manzanas aún falta mucho más, por ahora es una sola manzana.
    -Más a mi favor, yo a cargar con todos los pecadores habidos y por haber por culpa de una manzana. Tú lo tienes fácil Gabriel a ti sólo te mandará de recaditos.
    Si, y para el caso que me van a hacer podía dejarme en casa que estos humanos nunca aprenden.
    -¡Oye! Y si le decimos a Uriel que les permita volver a entrar, seguro que se portan bien y no tendríamos trabajo que hacer.
    -¡Sí hombre! Para que nos pase lo que a Lucifer ¡Ni de coña! Tendremos que aguantarnos y trabajar a partir de ahora.
    -¡Con lo bien que vivíamos antes! Y todo por una mísera naranja.
    -Manzana, Sariel, manzana...

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    Respuestas
    1. Arcángeles
      .Sariel:encargado de los espíritus de los pecadores.
      .Gabriel:el mensajero celestial.
      .Uriel:encargado de las tierras y los templos de Dios. Guardián de las puertas del Edén.

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  90. UNA MISERA NARANJA

    - Siempre serás un paria, Nepo, con tú numerito de las naranjas, – le decía Flying Paquita al pobre Nepomuceno Cáscales, de nombre artístico El Gran Fetuccini – estoy segura de que ya te habrían echado del circo si no fueras mi marido ¡Vaya mierda de marido! Deberías tomar ejemplo del Gran Aguilucho Volador, de sus pectorales y sus brazos firmes como el acero que todas las noches me toman en lo alto de la carpa tras nuestros majestuosos vuelos de trapecio a trapecio. Eso sí que es un hombre de verdad haciendo un numero de verdad… y sin red, no como tú, pegado como un gilipollas al serrín de la pista con tu ridículo número, haciendo juegos malabares con tus cuatro míseras naranjas. Pero, coño, si eso lo hace cualquier perroflauta de esos que se ponen en los semáforos. Si aún al menos lo hicieras con cinco…
    El pobre Nepo-Fetuccini, como siempre, bajó la cabeza, avergonzado. Lo más doloroso era que aquella sugestiva y atlética arpía que tenía por esposa tenía razón. Porque sabía que, contradiciendo su pomposo nombre artístico, era más bien el ultimo mono del elenco. Su número apenas atraía la atención del público, embelesado por las evoluciones de los angélicos amantes - qué hijos de la gran puta - volando en lo alto de la carpa. Le dolían especialmente los chascarrillos de los payasos, los enanos y la mujer barbuda, que, sofocando la risa, murmuraban a sus espaldas el refrán: “A la Paquita, el Aguilucho se la trabaja mucho”. Pero lo peor de todo, lo que le sacaba de quicio, era cuando aquel pendón volador, exprimía las naranjas de su número, a las que muy trabajosamente había cogido el tacto, para, la muy descarada, compartir su sabroso zumo y sabe Dios qué otras deliciosas humedades en el lujoso vagón del jodido, o más bien jodedor, Aguilucho.
    Pero, queridos lectores, si bien esta parte de la historia parece destinada a halagar los corazones endurecidos de los más frívolos o crueles, hagamos un pequeño quiebro en el relato que sirva de bálsamo a los de corazones más sensibles y compasivos con los débiles y pobres de espíritu.
    Así que un buen día, el Gran Fetuccini, antes de salir a escena, murmuró al oído del Jefe de Pista: “Hoy hare mi numero con cinco naranjas”. Este, desdeñoso, le contestó: “Oh, qué bien, fascinante. Venga, tira, que ya ha empezado el número de los leones y de los trapecistas”. Así, el pobre Fetuccini, con patético gesto resuelto comenzó su actuación entre la indiferencia general. Pero esta se transmutó en gritos de horror cuando una de las naranjas, la mísera quinta naranja, proyectada con una increíble fuerza impropia de aquel alfeñique, llegó con la velocidad de un misil hasta la cúpula de la carpa, yendo a impactar, con un siniestro crujido, en la entrepierna cubierta de lentejuelas del Aguilucho, interrumpiendo su majestuoso vuelo hacia el trapecio en que le esperaba la Paquita. Entonces, el apolíneo cuerpo de aquel Ícaro fornicador, transmutado de orgullosa ave rapaz en infortunado pichón abatido por un certero disparo, se precipitó, desmadejado, desde las alturas, cayendo dentro de la jaula de los leones.
    Ajeno a la conmoción desatada entre el público y en la pista, fingiendo que la cosa no iba con él, el Gran Fetuccini, recogiendo hábilmente al vuelo el regreso del anaranjado proyectil, continuo su número como si nada, mientras los leones daban cuenta de las atléticas carnes - primera calidad – del acrobata. El domador, otro damnificado y resentido cónyuge, que si bien no víctima de la voracidad de los leones, se sentía todos los días devorado por los celos provocados por la voracidad sexual del ahora sí materialmente devorado trapecista, había hecho mutis por el foro.
    Desde lo alto de la carpa, suspendida boca abajo del trapecio por las corvas, con el rostro arrebolado de admiración, la gentil y curvilínea arpía Fliyng Paquita, aplaudía entusiasmada a su nuevo héroe.

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  91. UNA MÍSERA NARANJA

    - Cierra la puerta, por favor, que ya estamos todos.
    Era un grupo de aficionados a la escritura que se reunía cada viernes en un recinto pequeño de la biblioteca para leer sus relatos, debatirlos y que la coordinadora corrigiese sus derivas. Tenían gran nivel de narrativa y así, semana tras semana, se sometían a ese ejercicio.
    De repente uno dijo: Habéis visto esa naranja debajo de la mesa del centro. Déjala, dijo otro, ya le recogerán cuando pasen los de la limpieza. Es una mísera naranja, respondió otro más, encima no tiene buena pinta.
    Todos miraron para la fruta y en ese momento, ¡¡boom!!, explotó. Era un artefacto de gran potencia. La deflagración hizo temblar el edificio aunque no afectó a su estructura ni a los que en ese momento estaban en la biblioteca fuera de aquel habitáculo concreto.
    Los componentes del grupo en un perfecto picadillo quedaron entremezclados, irreconocibles los cuerpos. Todo era un perfecto caos.
    Enseguida llegaron los bomberos, la policía y el grupo de expertos para estos casos que se encerraron y comenzaron a hacer sus trabajos aislados de miradas indiscretas.
    .-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
    - Mira hijo, nuestra industria editorial, Ediciones Planetario, es la primera de habla hispana pero tenemos que ir más allá, tenemos que meternos en el mercado del inglés para copar el mundo del sector, para ello ya he contratado a los mejores traductores en ambas lenguas.
    - Sí, papá, pero ahora viene pisando fuerte la escritura realizada con máquinas, la Inteligencia Artificial, que se dio en llamar.
    - No te preocupes, le dijo el señor Lura, eso está en vías de resolución para nosotros.
    - No sé, de momento todo lo que he visto de producción mediante ordenador no tiene gancho, son narraciones planas, sin una trama que realmente merezca la pena, pero…
    - Sí, tienes razón, pero nosotros vamos a ir más allá, te explico: Recordarás una explosión acaecida en una biblioteca en A Coruña, hace ya bastante tiempo, que salió en todos los periódicos del mundo por lo extraño del caso, pues la bomba en forma de naranja, de una gran potencia y selectiva en cuanto a los efectos, la mandé poner yo. El equipo de expertos que no hicieron más que reconocer los cadáveres, meterlos cada uno en una bolsa y llevarse una, también era gente pagada por mí. ¿Pero qué contenía la bolsa que se llevaron?, ni más ni menos que los cerebros de todos y con ellos, bien amalgamados por un gran equipo de técnicos que ya tenía esperando la llegada de esa materia gris, hemos construido una gran máquina que escribirá lo que le pidamos sin cometer los errores de la actual Inteligencia Artificial que parece piense como un niño. No necesitaremos escritores caprichosos, ni correctores, ni nada de nada. Impondremos las modas, las tendencias, las cambiaremos cuando nos dé la gana y Ediciones Planetario se hará con todo el mercado mundial.
    - Pero Papá, ¿y nuestro tan afamado Premio Planetario?
    - Es historia, ya no tiene sentido.
    Luis M. Gurriarán
    A Coruña, 16/05/23

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  92. EXPLOSIÓN EN ARIZONA
    (UNA MÍSERA NARANJA-2)

    Inexplicable explosión en una mansión en las proximidades del desierto de Arizona, donde Hollywood había rodado con John Wayne, Gary Cooper y tantos actores especialistas en Far West, con sus caballos, Colt 45 y Winchester acoplados a la silla, indios verdaderos, de los que quedan pocos, e indios pintados o importados de Centro América.
    Resulta que en aquel edificio insólito encastrado en la ladera de la montaña se reunían periódicamente un grupo de los mejores autores de habla inglesa, tanto Estadounidenses como del Reino Unido e incluso algún australiano por invitación de la editorial multinacional Randonè House.
    Hablaban de sus musas, de las tendencias, de sus libros, de los próximos best sellers, de los premios recibidos o futuros, porque todo se decidía entre este escogido grupo de literatos con sus editores. Se pactaba, se ponía en marcha y todo transcurría según el guion acordado en aquel aquelarre de la escritura anglófona.
    El señor Lura, había conseguido un gran éxito editorial en castellano tras la explosión provocada en A Coruña y su ordenador infernal construido con los cerebros de escritores robados tras la debacle de la biblioteca coruñesa, pero su avaricia no tenía límites, no le bastaba con traducir los textos españoles a otros idiomas sino que pensó en dar el gran golpe, allí, donde estaban reunidos las mejores plumas del momento en el habla de Shakespeare.
    Para hacer el trabajo se puso en contacto con la Mafia de Phoenix para encargarle algo parecido en aquel lugar con lo que se podría coronar, sin duda alguna, como el rey del negocio editorial mundial. Los de la capital de Arizona que no dominaban los atentados con explosivos recurrieron a sus colegas de Florida, que estaban más hechos a este tipo de encargos y además tenían a una especialista, Alessandra, de origen italiano que tenía un largo historial en detonaciones de precisión. Pidió las instrucciones y detalles del atentado que tenía que llevar a cabo. No tenía problema, realizaría el encargo con mucho gusto. Se pactó precio y fecha y se puso al trabajo.
    Todo saltó por los aires, la carga triplicaba o cuadriplicaba lo necesario, no se salvaría absolutamente nada, ni siquiera un trocito de materia gris. El señor Lura al ver en directo, a través de la web-cam instalada al efecto, las consecuencias de la explosión desde su despacho en España, se echó las manos a la cabeza. Esto no era lo pactado.
    No tenía ni idea el dueño de Editorial Planetario que Alessandra sabía que allí estaba el afamado escritor Jack Brown, cuyo éxito con las Memorias de Mazinguer Zeta había dado la vuelta al mundo a la vez que dejaba plantada a la artificiera por otra chica 10 años más joven.
    Alessandra consumaba su venganza sobre el que había sido su amante, observaba como se mezclaban sus restos con los trozos de la mansión y enseres, todo en perfecta armonía, como una sinfonía, que era como ella interpretaba sus trabajos que veía desde una prudente distancia.
    Y así, sin más explicaciones y con el dinero depositado a su nombre en las Islas Caimán desapareció de la escena.
    Luis M. Gurriarán
    A Coruña, 24/05/23

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  93. TODO ESTÁ ROTO

    Todo está roto a mi alrededor. Cristales rotos a través de cuya imposible transparencia nunca ha penetrado la luz del conocimiento. Camas rotas, sabanas de satén rotas, impregnadas del hediondo sudor de amores mercenarios. Mansiones rotas jamás habitadas por el verdadero amor. Tras los cristales rotos de las mansiones rotas, corazones rotos. Muelles y resortes rotos de absurdas maquinas rotas, cuya inutilidad solo ha podido ser refutada con razones rotas. Inflexibles relojes, metrónomos de nuestra agonía diaria, rotos. Sonrisas rotas con dientes rotos infectados de una cínica y corrosiva caries rota. Puertas rotas que siempre habían permanecido cerradas, insensibles, a la llamada del hermano roto. Canutos rotos. No más etílicos sueños rotos porque las botellas también están rotas. Alas de esperanza rotas. Flechas del amor rotas. Sabiduría rota en libros rotos. Promesas rotas. Cabezas rotas. Lenguas de profetas, sabios, intelectuales y filósofos rotas. Leyes rotas. Legisladores, diputados, senadores, presidentes, rotos. Los huesos de los terroristas que nunca han podido accionar la bomba están rotos, porque las manillas estaban rotas. Todo cae del cielo roto. Cada vez que levanto la cabeza veo caer cosas rotas.
    Tan solo yo y mi viejo Buick del 55 no estamos rotos. Subo y, bajo la lluvia de cosas rotas repiqueteando en el capó, me encamino a las Montañas Rocosas. Allí, los silos, los bombarderos pesados, los soldados, y los misiles nucleares del Defcon 2 también están rotos. Mi Buick me lleva a los Urales y a Siberia. Todo sigue roto. Allí, también el arsenal de los rojos está roto. A mi lado caen, rotos, fragmentos de la estrella de la torre Spasskaya del Kremlin. .
    Mi Buick del 55 me lleva a Tierra Santa. Jerusalén está roto. El Muro de las Lamentaciones está roto. La Mezquita de Omar está rota. El Santo Sepulcro está roto. El Corán, la Torá y el Evangelio están rotos.
    Mi Buick del 55 me lleva, trepando sus laderas rotas, al Sinaí. En busca del Hacedor. Y allí está, sentado en su trono, entre siete candelabros rotos, y en una mano sostiene siete estrellas rotas, y en la otra sostiene un libro con siete sellos rotos, y a sus pies yace roto su ángel exterminador, y más abajo yacen todas las cosas, naciones y tribus de la tierra, rotas por el trueno de su voz. Me acerco y le pregunto: “¿Quién eres? ¿Por qué todo está roto?” Sus labios no se mueven. Su mirada impasible no tiene una respuesta. Doy la vuelta al trono y veo que, visto desde atrás, el Hacedor es solo una bien modelada escultura cóncava de arcilla, vacía de contenido. Incluso me parece vislumbrar en la sombra de la concavidad, a la altura del corazón, una etiqueta de las que se utilizan en los bazares para marcar el precio de las cosas. Con mano temblorosa toco la refulgente aura triangular que corona su cabeza y entonces el Hacedor y su trono se desmoronan, rotos, en fragmentos de arcilla que se mezclan con los de su ángel exterminador.
    Y sobre aquellas cósmicas ruinas, aquí quedamos yo y mi Buick del 55, sin saber qué hacer ni a donde ir.
    Porque todo está roto.

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  94. Cristales rotos

    Miles de cristales rotos.
    Mi vida se asienta sobre miles de cristales rotos.
    Cada uno de ellos refleja todo lo que dejo atrás, todo lo que olvido.
    Uno a uno reflejan todo lo que me espera delante, todo lo que me aguarda.
    Los llevo conmigo y nunca intentaré recompornerlos, son sólo un comienzo.



    Pequeño poema

    Miles de cristales rotos,
    una nueva sonrisa.

    El pasado se quiebra,
    mi vida brota.

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  95. Los pasos perdidos


    Mis pasos es pierden en un páramo desolado.
    El pasado del que huyo no perdona, me persigue y procura perpetuarse.
    Olvido, no puedo pedir olvido, todo persiste, todo permanece.
    El presente ¿Se puede vivir el presente?
    Parto hacia un futuro ya perdido.

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  96. Ropa sucia (escritura automática)


    Ropa sucia, tengo montones de ropa sucia en la cesta y me pregunto ¿Qué lavado será el adecuado?
    Se me plantean muchas dudas: por separada, agua fría o caliente ¿A mano las prendas delicadas?
    Además, está la cuestión del consumo de agua, tipo de detergente, en fin, un sin fin de problemas en los que no había pensado antes de iniciar una tarea supuestamente tan sencilla.
    Otra duda de la que me olvidaba, la hora ¿Estamos ahora en verde o en rojo? ¿Tendré que esperar a la hora de comer para ponerla?
    ¡Ya lo tengo! Voy a hacer una pequeña consulta a ver si alguno de los aquí presentes puede darme alguna solución.

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  97. PESADELO DE NENO
    Tiven un pesadelo. Era un día calquera, o sol coábase sen demasiada forza pola xanela, era unha mañá de primavera. Omar, o noso profesor, non nos saudou ao entrar na aula nin, a pesar do noso alboroto, esixiunos silencio. Non, esta vez entrou dando unha portada que fixo que calásemos e díxonos que tiñamos que irnos ás nosas casas o máis rápido posible, que corrésemos sen parar ata que estivésemos coas nosas familias. Omar non gritaba pero estaba alterado, nunca o vía así. Díxonos que aínda que o ceo escurecésese ou o ruído fose enxordecedor, non nos asustásemos pero que non deixásemos de correr.
    Corriamos escaleiras abaixo, empuxabámonos, algúns profesores gritaban que tivésemos calma, outros corrían connosco. O meu compañeiro Sami caeu polas escaleiras e comezou a sangrar. Nunca vira o sangue, aínda sinto a súa cor vermella brillante como o lume. Continuou correndo, como fixemos todos, cada un cara á súa casa.
    Como nos advertía o profesor a escuridade invadiu todo, o aire mesturábase co fume, custábame respirar e o ruído de avións e explosións confundíase. Descubrín ao meu pai que corría cara a min . Sentín protexido. Colleume nos seus brazos ata que alcanzamos a nosa casa.
    As explosións duraron tres días e tres noites. Nese tempo non me atrevín a mirar ao exterior. Pasábame horas sentado nun recuncho, o recuncho desde o que non se vía a xanela. O meu pai saía de casa cada mañá e regresaba enseguida cargado con dúas garrafas de auga e un saquiño con legumes e verduras.
    Hoxe, ao regresar, díxome que xa podía volver á escola e que el me acompañaría. A destrución estaba por todos lados, o po seguía no aire e a escola non existía. Instalaran unhas carpas azuis e outras brancas e, en lugar de mesas e bancos, mantas esparexidas polo chan.
    Tiñamos un novo profesor. Díxonos o seu nome pero non o lembro. Pediunos que antes de empezar a clase fixésemos todos unha oración por Omar. Para que nos fósemos afacendo á nova escola, deixounos escoller un xogo. Decidimos xogar ao agocho. Cada un de nós, como fixeramos os últimos días, refuxiouse en se mesmo. Ninguén quixo ser o encargado de buscar aos demais.
    Cando regresei a casa, o meu pai explicoume o que sucedía e dixo que teño que afacerme ás explosións. Ensinoume que aínda que este pesadelo repetirase con frecuencia, os nenos de Gaza crecemos moi rápido e non deixamos que acaben cos nosos soños.

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  98. Elite Carlos Neira Taller de Escritura Creativa. Venres, 8 marzo do 2024

    Percorrera un longo camiño ata chegar ao campo de golf. Ao clube de golf. Francisco quixo sempre verse alí, no medio de tanta xente importante, un máis entre os que realmente mandaban na sociedade. Xentes con guións entre os apelidos, ou con estes precedidos de preposicións e artigos: De los Monteros, De la Torre, De los Robles…, non con os seus vulgares e tan repetidos patronímicos.
    Xa deprendera os termos do xogo e sabía nomear aparellos, posicións da bóla, lugares do campo, fases e regulamentos . Sufría porque algúns socios aínda sorrían cando os expresaba en inglés. Sobre todo o Chema, aquel mangallón de cara colorada e apelido ilustre, con título nobiliario.
    —Tiene un perfecto acento gallego el inglés de este palurdo—dicía. E Francisco apenas contiña as gañas de zoscarlle, se ben enfrontar aquel socio con certeza significaría a expulsión. Como ao antigo conserxe, o despedido Covelo, que un día sorprendeu o mamalón a mexar na piscina, e chamoulle a atención:
    —Non se pode mexar na piscina, señor marqués…
    —En la piscina mea todo el mundo—dixo o interpelado
    —Si, señor marqués, mais non dende o trampolín!
    Francisco tiña fracasado en dous intentos antes de lograr a admisión no Club. No segundo deles, asegurara o voto de cando menos dous directivos, cando sendo xa alcalde fíxoos beneficiarios dunha permuta de solo municipal por unhas parcelas de enorme interese comercial, acompañando o negocio da súa propia muller, a de Francisco. Houbo votación secreta polo procedemento das bolas nunha bolsa (unha negra significaba oposición e polo tanto decisión negativa por falta de unanimidade). Aberta a saquiña, todas eran bolas negras.
    —Joder que tropa!—exclamou Francisco ao sabelo, igual que fixera Romanones.
    Foi máis eficiente na terceira das peticións de asociarse, cun asunto que afectaba directamente ao Club. Tratábase da ampliación das instalacións, expandindo a superficie, para o cal foi necesaria unha recalificación do terreo, mesmo designando ao Club axente promotor, segundo a lei que tiña aprobada o goberno de Aznar. Esa condición permitiu á sociedade privada expropiar fincas e vivendas en nome dun suposto interese público. Un dos propietarios dun chalé colindante defendeu a súa casa no medio do recinto, mesmo a tiros, durante máis dunha década.
    E agora aquí estaba, flamante membro do club, primus inter pares, se ben non lograra aínda atoparlle o xeito ao xogo, e ficaba sempre 3 ou 4 golpes por riba do par.
    E aínda estaba a practicar no terceiro furado.

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  99. MONTAÑISMO
    Iamos acadar o cumio de Pena Trevinca, o máis alto do país. Con tempo e calma, porque eramos unha excursión variopinta e diversa. Poucos quilómetros cada hora e poucas horas cada día.
    Novato, na mañanciña de partirmos, tomei da cantina dúas botellas de viño para celebrarmos no cumio. O meu irmán, tan experto montañeiro como gustador vinícola, non dixo ren. Si o dixo Salvador, un dos colegas da expedición. Un home novo, moi colaborador, con algunhas teimas, coma aquela de non bañarse, porque sostiña que o estado natural dos animais era termos a pel unxida da graxa propia, verdadeiro protector vital.
    —Non convén encher moito a mochila. O peso nótase moito—díxome.
    —O viño nunca me pesou—afirmei, moi oufán.
    Emprendemos a marcha. Eu, lixeiro, atrás dos da cabeza. Axiña formaba parte dos do medio, e moi pouco despois do grupo dos retardados. Fóronme adiantando sucesivamente colegas vellos, nenos, mulleres de idade…un paisano cun burro, un can preguiceiro…ata un ourizocacho. Vínme incapaz e a punto estiven de abandoar a comitiva, cando o meu irmán achegouse e cambiou a súa mochila pola miña, e aí foi unha liberación. Lembrei aquel conto do explorador que levaba unha bigornia de ferro pola selva e lle preguntaron:
    —Para que levas esa engra?
    —Porque así, cando aparece o león, solto o peso e podo sair a correr lixeiro.
    O caso é que, sen o peso adicional do viño, tamén fun demorando atrás da ringleira, ata que o Salvador acudíu ao meu rescate.
    —Ti non mires para ninguén. Pensa só en ti, no teu ritmo, na túa propia forza, atopa o teu paso, e irás ben.
    Así foi. Acompañoume un tramo. E o cheiro a suor seco fixoseme insoportábel. Ulía sucesivamente a pés, a alfombra vella, a fundición de sebo, a rata morta. Eu viraba a cara para o outro lado, de onde viña o vento, para aliviar a pituitaria e as papilas. Puido máis o noxo ca o cansazo, bulín e alcancei axiña o pelotón, e o colega marchou outra vez para ir cos de diante. Atopamos logo un aborixe con duas vacas que se alegrou de indicarnos sobre o camiño, esa grande aventura que estabamos a vivir:
    —Non tendes problema, oh! Eu vou todos os anos coas vacas, cando chega marzo.
    O punto de saída da etapa final, no refuxo da aldea da Ponte, contaba só cunha ducha e apenas con catres para todos, así que seis dos do club organizador (incluíndome a min) pasaríamos a noite con dúas tendas de campaña nun campeiro cercano.
    O meu irmán e máis eu bañámonos esporrancho no río, pretextando ambos sen dicilo que non eramos quen de sentir o frío. Un vello can de palleiro mirábanos dende o carreiro, intrigado e así como indulxente. Logo apareceu por alí o Salvador, que nos saudou e fixo comentario. Pasou ao lado do can e o animal daquela comezou a ouvear, un lamento existencial, esguíu, lacerante, como vento da borrasca entre os piñeiros.
    Cando chegamos á zona de acampada, xa tiñan montadas as dúas tendas, unha toda azul, que era que nos tocaba ao meu irmán, ao Moncho e máis a min, e outra azul e laranxa, que era dos outros tres. Emporiso, na nosa xa estaban tres, e connosco cinco. E na outra, o Salvador.

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